jueves, 25 de febrero de 2016

Beato Sebastian de Aparicio

Nació en Gudiña, Galicia (España), el 20 de enero de 1502. De niño se contagió en una epidemia. Los enfermos eran obligados a vivir apartados y su madre lo llevó a una solitaria choza. Allí una loba lo mordió y con la hemorragia se curó de la enfermedad. Desde entonces tuvo un especial amor e influencia con los animales.

Le agradaba la vida de campo por su paz que conduce a hablar con Dios. Aunque no fue a la escuela ni aprendió a escribir, desarrolló muchas habilidades útiles: arreglos de edificios y fabricación de carros, cultivo, toda clase de trabajo de finca, etc. Pastoreó las ovejas de su padre hasta la edad de 20 años cuando se fue de mayordomo a una hacienda en Salamanca que pertenecía a una joven viuda, hermosa y rica. Ella se enamoró de el. Para no caer en la tentación, Sebastián dejo el lugar y se fue a Zafra, a trabajar en otra finca al servicio de Pedro de Figueroa, pariente del Duque de Feria. Pero allí una de las hijas del dueño también comenzó a rondarle. Volvió a mudarse, esta vez a Sanlúcar de Barrameda, de donde partían los barcos a América. Trabajó allí siete años bien pagado y pudo enviarle a sus hermanas la dote que se acostumbraba para el matrimonio. Pero en ese lugar fue otra vez asediado por las mujeres. Esta vez, la hija del dueño y una joven de Ayamonte. Entonces, teniendo 31años de edad, se embarcó para América donde vivió el resto de su larga vida.

Comerciante exitoso en América

Llegó a Puebla, México. La ciudad estaba recién fundada y hacía falta todo tipo de trabajo. Sebastián puso sus diversos talentos a buen uso. Le ayudaban su enorme fe y su gran fuerza física. Había gran escasez de carros de carga. El fundó una empresa donde los construía y hacía transportes. Ayudó también a construir carreteras ya que por Puebla pasaba el tráfico entre Veracruz y la ciudad de México. Ayudaba a los indios pobres enseñándoles sus artes.

En 1542 Sebastián se traslada a la ciudad de México con el fin de fundar una mayor empresa de carros. Abrió el primer camino de carros a Zacatecas, empresa muy audaz no solo por la distancia sino porque atraviesa la región habitada por los indios Chichimecas que son muy peligrosos. Durante diez años transporta viajeros y minerales de plata de las minas de Zacatecas a la Casa de Moneda de México. En una ocasión, mientras transportaba mercancía, lo asaltó una banda de Chichimecas que al principio no reconocieron a Sebastián. Pero cuando se dieron cuenta de quien era lo dejaron pasar libremente. "Tú has sido siempre como un buen papá para con nosotros. -dijeron- A ti no te haremos daño".

Pasando una vez Sebastián con sus carretas por la plaza mayor de México, aplastó por accidente la mercancía de un vendedor de cacharos, el cual le desafió espada en mano. Las disculpas y la oferta de Sebastián de pagar los daños no consiguió calmar al comerciante que le vino encima. Con su gran fuerza y habilidad Sebastián le derribó por tierra. El cacharrero pidió perdón por amor de Dios. Sebastián le ayudó a levantarse, diciéndole: "De buen mediador te has valido". 

A la edad de 50 años, después de 18 años, se retira del comercio de las carretas y se establece en una hacienda en Tlalnepantla, cerca de la ciudad de México. Por los bienes que había ganado con su trabajo le llaman «Aparicio, el Rico». En Chapultepec, en las afueras de México, adquiere una hacienda ganadera. Sin embargo vivía con impresionante sencillez: no tenía cama sino que dormía en un petate, comía las mismas tortillas que los indios y vestía humildemente. Utilizaba sus recursos para hacer de su hacienda un centro de misericordia para todos. Los trabajadores de su finca eran tratados con todo respeto, como amigos. A varios arrendatarios les escrituró fanegadas de tierra para que formaran sus propias fincas. Mientras era común que los hacendados tuviesen muchos esclavos, el solo tenía uno y este era tratado como un hijo, hasta que le concedió la libertad. Pero aquel esclavo se sentía tan bien junto a Sebastián que siguió como trabajador suyo.

Dos matrimonios

En Chapultepec tiene una enfermedad muy grave y recibe los últimos sacramentos. Recuperada la salud, le recomiendan que se case y el encomienda a Dios con mucha oración la posibilidad de casarse. Por fin, a los 60 años, en 1562, se casa con la hija de un amigo vecino de Chapultepec en la iglesia de los franciscanos de Tacuba, haciendo con su esposa vida virginal. Sus suegros pensaban buscar la nulidad del matrimonio, cuando la esposa muere en el primer año de casados y Aparicio, después de entregar a sus suegros 2.000 pesos como dote, de nuevo se va a vivir a Atzcapotzalco.

Allí contrajo un segundo matrimonio a los 67 años. Fue también éste un matrimonio virginal, como Sebastián lo asegura en cláusula del testamento hecho entonces: «Para mayor gloria y honra de Dios declaro que mi mujer queda virgen como la recibí de sus padres, porque me desposé con ella para tener algún regalo en su compañía, por hallarme mal solo y para ampararla y servirla de mi hacienda». Ella también muere antes del año en un accidente, al caerse de un árbol mientras recogía frutas. Aparicio la quiso mucho, como también a su primera esposa, y de ellas decía muchos años después que «había criado dos palomitas para el cielo, blancas como la leche».

La vida religiosa

Su confesor le recomienda que ayude a las hermanas clarisas que estaban pasando miseria. En el año 1573 les cede a las clarisas sus bienes, que ascendían a unos 20,000 pesos, quedándose solo con 1000 pesos como le pidió su confesor por precaución por si no perseveraba. Se va el mismo a servirles en calidad de portero.

El 9 de junio de 1574, a los 72 años de edad, recibe el hábito franciscano en el convento de México. Da desde el principio un gran ejemplo de humildad haciendo cualquier servicio con prontitud. Sufre mucho, en parte por el trato de los jóvenes del noviciado y porque sus superiores, al verlo tan anciano no se deciden en dejarle profesar. Por fin a los 73 años de edad, el 13 de junio de 1575 recita la solemne fórmula:

«Yo, fray Sebastián de Aparicio, hago voto y prometo a Dios vivir en obediencia, sin cosa alguna propia y en castidad, vivir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, guardando la Regla de los frailes menores».

Y un fraile firma por él, pues es analfabeto.

Por aquel convento pasó otro santo franciscano llamado por Dios a ser mártir en Japón: San Felipe de Jesús.

Limosnero

El anciano fraile va a su primer destino caminando 30 km hacia el este de Puebla. Es el convento de Santiago de Tecali. Allí es el único hermano lego y sirve en los trabajos mas humildes. Pronto lo llaman de regreso a Puebla donde la intensa labor de los frailes requiere de un buen limosnero. Su fórmula era: «Guardeos Dios, hermano, ¿hay algo que dar, por Dios, a San Francisco?». Mientras tanto daba a los pobres muchas veces su propia ropa o les repartía de los bienes que había recogido para el convento.

Dice a su superior ya de anciano: «Piensa, padre Guardián, que el dormir yo en el campo y fuera de techado es por mi gusto; no, sino porque este bellaco gusanillo del cuerpo padezca, porque si no hacemos penitencia, no iremos al cielo» (Calvo 108).

Devoto de la Virgen María

Recorría la región con su hábito franciscano, rosario en mano, el cual siempre andaba rezando. En una fiesta de la Virgen, llega fray Sebastián al convento de Cholula en el momento de la comunión y se acerca a comulgar. Cuando después está dando gracias, se le aparece la Virgen. Cuando el padre Sancho de Landa se le interpone, le dice el hermano Aparicio: «Quitáos, quitáos, ¿no veis aquella gran Señora, que baja por las escaleras? ¡Miradla! ¿No es muy hermosa?». Pero el padre Sancho no ve nada: «¿Estás loco, Sebastián?... ¿Dónde hay mujer?»... Luego comprendió que se trataba de una visión del santo Hermano (Compazas 89).

Impugnado por los demonios

Sebastián sufrió muchas impugnaciones del demonio. En las clarisas de México los combates contra el maligno era tan fuertes que la abadesa le puso dos hombres para su defensa, pero salieron tan molidos y aterrados por dos leones que por nada del mundo aceptaron volver a cumplir tal oficio.

Ya de fraile, según cuenta el doctor Pareja, el demonio «le quitaba de su pobre cama la poca ropa con que se cubría y abrigaba y, echándosela por la ventana del dormitorio, lo dejaba yerto de frío y en punto de acabársele la vida. Otras veces, dándole grandes golpazos, lo atormentaba y molía; otras lo cogía en alto y, dejándolo caer como quien juega a la pelota, lo atormentaba, inquietándolo; de manera que muchas veces se vio desconsoladísimo y afligido» (Campazas 31).

Los ataques continuaron en muchas ocasiones. En una de ellas los demonios le dijeron que iban a despeñarlo porque Dios les había dado orden de hacerlo. A lo que respondió fray Sebastián muy tranquilo: «Pues si Dios os lo mandó ¿qué aguardáis? Haced lo que Él os manda, que yo estoy muy contento de hacer lo que a Dios le agrada»...

Consolado por los ángeles

También recibió consolaciones del cielo. Tiene visiones de San Francisco y del apóstol Santiago que le confirman en su vocación. Tuvo gran devoción a los ángeles, especialmente al de su guarda y experimentó muchas veces sus favores.

Una vez se le atascó la carreta en el barro y se le presenta un joven vestido de blanco para ofrecerle su ayuda. «¡Qué ayuda me podéis dar vos, le dice, cuando ocho bueyes no pueden sacarla!». Pero cuando ve que el joven sacaba el carro con toda facilidad, comenta en voz alta: «¡A fe que no sois vos de acá!» (Campazas 71).

Regresaba fray Sebastián con su carro bien cargado de Tlaxcala a Puebla, cuando se le rompió un eje. No habiendo en el momento remedio humano posible, invoca a San Francisco, y el carro sigue rodando como antes. Y a uno que le dice asombrado al ver la escena: «Padre Aparicio, ¿qué diremos de esto?», le contesta simplemente: «Qué hemos de decir, sino que mi Padre San Francisco va teniendo la rueda para que no se caiga» (Campazas 53-4).

Sus últimos 20 años los vivió como hermano encargado de pedir limosna por las casas, de cuidar el huerto y hacer las compras y los mandados. A pesar de sus muchos trabajos, parecía casi no sentir cansancio. Los ofrecía para salvar almas.

Su relación con las criaturas era maravillosa.

A un hermano le confesaba: «Muchas veces me coge la noche en la sabana y, sin otra ayuda que la misericordia de Dios, como me veo solo y tan enfermo, vuelvo los ojos al cielo, al Padre universal de la clemencia, y dígole: «Ya sabe que esto que llevo en esta carreta es para el sustento de vuestros siervos y que estos bueyes que me ayudan a jalar la carreta son de San Francisco; también sabéis mi imposibilidad para poderlos guardar y recoger esta noche, y así los pongo en vuestras manos y dejo en vuestra guardia para que me los guardéis y traigáis en pastos cercanos, donde con facilidad los halle». Con esto me acuesto debajo de la carreta y paso la noche; y a la mañana, cuando me levanto con el cuidado de buscarlos, los veo tan cerca de mí que, llamándolos, se vienen al yugo y los unzo, y sigo mi jornada» (Calvo 146).

En una ocasión, acarreando piedras para la construcción del convento de Puebla, a un buey exhausto hubo que desuncirlo. Fray Sebastián, por seguir con el trabajo, tomó con su cordón franciscano a una una vaca que estaba por allí con su ternero y, sin que ella se resistiera, le puso el yugo de la carreta. Al ternerillo que protestaba sin cesar con grandes mugidos le manda callar y calla.

Regresando una vez de Atlixco con unas carretas bien cargadas de trigo, se detiene Fray Aparicio a descansar, momento que las hormigas aprovechan para hacer su trabajo. «Padre, le dice un indio, las hormigas están hurtando el trigo a toda prisa, y si no lo remedia, tienen traza de llevárselo todo». Fray Sebastián se acerca allí muy serio y les dice: «De San Francisco es el trigo que habéis hurtado; ahora mirad lo que hacéis». Fue suficiente para que lo devolvieran todo.

Durante un viaje se acostó sobre un hormiguero de hormigas bravas. Cuando se despertó vio que estas habían hecho un gran círculo a su alrededor.

Un caballo derribaba a todo quien se atreviese a montarlo, pero a Fray Sebastián lo llevaba mansamente.

Final de su vida

A los 98 años se sintió morir por causa de una hernia. Llega al convento y queda postrado en el suelo al modo de San Francisco. Pidió a los franciscanos que rezaran el credo y cuando decían: "Creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna"... se quedó muerto.

Muchísimos habitantes de Puebla asistieron a su entierro. Dos veces fue desenterrado su cadáver y las dos aparecieron incorruptos. Al morir quedó su rostro como de un hombre de 60 años pacíficamente dormido, como si estuviera vivo. 968 milagros fueron documentados en su proceso de beatificación.

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