sábado, 30 de enero de 2016

Lecturas


En aquellos días, el Señor envió a Natán a David. Entró Natán ante el rey y le dijo:
- «Había dos hombres en un pueblo, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y vacas. El pobre, en cambio, no tenía más que una cordera pequeña que había comprado. La alimentaba y la criaba con él y con sus hijos. Ella comía de su pan, bebía de su copa y reposaba en su regazo; era para él como una hija.
Llegó una peregrino a casa del rico, y no quiso coger una de sus ovejas o de sus vacas y preparar el banquete para el hombre que había llegado a su casa, sino que cogío la cordera del pobre y la aderezó para l hombre que había llegado a casa».
La cólera de David se encendió contra aquel hombre y replicó a Natán:
-«Vive el Señor que el hombre que ha hecho tal cosa es reo de muerte. Resarcirá cuatro veces la cordera, por haber obrado así y por no haber tenido compasión».
Entonces Natán dijo a David:
- «Tú eres ese hombre. Pues bien, la espada no se apartará de tu casa jamás, por haberme despreciado, y haber tomado como esposa a la mujer de Urías, el hitita, Así dice el Señor: “Yo voy a traer la desgracia sobre ti, desde tu propia casa. Cogeré a tus mujeres ante tus ojos y las entregaré a otro, que se acostará con ellas a la luz misma del sol. Tú has obrado a escondidas. Yo, e, cambio, haré esto a la vista de todo Israel y a la luz del sol” »
David respondió a Natán:
- «He pecado contra el Señor»
Y Natán le dijo:
- «También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás. Ahora bien, por haber despreciado al Señor con esa acción, el hijo que te va a nacer morirá. sin remedio».
Natán se fue a su casa.
El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y cayó enfermo.
David oró con insistencia a Dios por el niño. Ayunaba y pasaba las noches acostado en tierra.
Los ancianos de su casa se acercaron a él e intentaban obligarlo a que se levantara del suelo, pero no accedió, ni quiso tomar con ellos alimento alguno.

Aquel día, al atardecer, dice Jesús a sus discípulos:
-«Vamos a la otra orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal.
Lo despertaron, diciéndole:
-«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
-«¡ Silencio, enmudece! »
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
-«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?»
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
-« ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen! »

Palabra del Señor.

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