domingo, 24 de enero de 2016

Homilía


Lucas intenta hilvanar un relato ordenado de la vida de Jesús con la clara determinación de presentarle como el Mesías, el Ungido de Dios.

Y lo hace en la localidad más conocida por Jesús y en el lugar más frecuentado por él: la sinagoga de Nazaret.

Han quedado atrás los años de su larga vida oculta aquí y regresa a su pueblo después de haber pasado la experiencia del desierto y ser bautizado en el río Jordán.

Ahora Jesús se presenta ante los tuyos, que tienen los ojos fijos en él, como un rabí judío con autoridad y avalado por los signos que realiza.

La lectura del profeta Isaías es el pretexto para reafirmar su misión profética y salvadora con las ideas motrices de su programa, a las que permanecerá fiel durante toda su vida.

No hace promesas vanas o demagógicas, como algunos políticos de turno a sus electores, ni alberga ansias de poder, gloria y dinero.

Trata sencillamente de llegar a lo profundo del corazón del hombre, donde brotan las más nobles aspiraciones y se fraguan los más altos ideales de servicio altruista.

El anuncio de la buena noticia a los pobres, despreciados y marginados en la sociedad judía, es el primer signo mesiánico en la vida de Jesús.

Otro signo es la liberación de los presos, de los que están esclavizados por el poder, el dinero y todo tipo de vicios, así como la recuperación de la vista a los ciegos.

Cada ser humano tiene dentro una cárcel en la que se siente atrapado y maniatado.

Necesita que le abran la puerta para respirar otro ambiente.

De esta manera, los que lloran tienen consuelo; los pobres son escuchados, los enfermos encuentran sentido a su dolor y los marginados del mundo su lugar de honor.

Es el Reino de Dios, que llega como una pequeña semilla, que lentamente va germinando y se manifiesta visiblemente en su persona.

No irrumpe como alguien extraño, sino con el aval del Espíritu anunciado por los profetas.

El año de gracia del Señor que menciona el Profeta Isaías se refiere a la amnistía que se celebra cada 49 años en Israel y trae, como consecuencia, la devolución de las tierras a los antiguos propietarios, la remisión de las deudas, la liberación de los esclavos y el reposo de la tierra.

Esto conlleva empezar de cero y disfrutar del regalo de una nueva oportunidad.

No sabemos si se cumplía la ley, pero, en lo que nos afecta a nosotros, tomemos nota de la rapiña que existe en nuestro mundo capitalista, que aboca a los más pobres al crecimiento de su miseria.

Y, además, sin opciones para resurgir.

Hoy igualmente “se ha cumplido el plazo” para nosotros.

Nuestro momento es ahora, el tiempo actual, sin anclajes en un pasado que no volverá, mientras el futuro está en las manos de Dios.

El presente es el regalo que nos ofrece y, el presente no podemos vivirlo, ajenos a nuestro entorno, ni al margen de la comunidad a la que pertenecemos.

En ella todos los miembros nos necesitamos.

Vale aquí el símil del apóstol San Pablo sobre el cuerpo humano, que trae a colación la liturgia de hoy.

Aunque los miembros desarrollen distintas funciones, todos son igualmente necesarios y, cuando un miembro sufre, todos sufren con él, porque es la unidad del cuerpo la que está en peligro, y unos órganos protegen a otros.

El presente Año Jubilar de la Misericordia convocado por el papa Francisco nos invita a los cristianos a mirar a todos los hombres como hermanos, a poner al día nuestra fe y a reconciliarnos para entrar a adorar a Dios por la puerta grande del perdón.

El Jubileo es una proclamación de la alegría de volver al amor primero, a la convivencia sana y a gustar de nuevo a Dios tras experimentar los fracasos y golpes de la vida.

Hoy, como ayer, Jesús irrumpe en la historia de cada uno para despertar inquietudes dormidas, ahuyentar la estrechez de miras y ensanchar el corazón siendo receptivos a todos los valores y a todas las ideas

Hoy, como ayer, nos pide escuchar a los profetas y desterrar las actitudes intolerantes y descalificadoras que tanto daño hacen a la convivencia familiar, nacional y social.

Lo comprobamos a diario en los grupos independentista que van surgiendo en los distintos países, cuya finalidad es desgajarse del tronco común para vivir mejor y más desahogadamente sin tener que compartir los bienes con otros ciudadanos que no comulgan con sus ideales.

Poco importa que una masa social mayoritaria quede al margen del proceso o se sientan extranjeros en su propia Patria.

Es importante que impere la cordura y la sensatez, porque no es bueno para nadie acentuar lo poco que nos separa de los mucho que nos une

Hoy, como ayer, nos pone ante la tesitura de conocer su mensaje salvador o seguir con las etiquetas que colocamos a las personas por envidia o prejuicios.

Jesús es conocido en Nazaret como “el hijo del carpintero” (Mateo 13, 55), un artesano humilde que se gana honradamente la vida con su sacrificado trabajo.

Es discriminado por su ascendencia y blanco de críticas por su aprendizaje.

No quieren entender los signos de Dios y le rechazan por conocer demasiado a su familia.

¡Triste argumento para justificar lo injustificable!

Abundan las personas que sufren, como Jesús, en las propias carnes los efectos devastadores de la incomprensión por su etnia, religión, cultura o condición social.

¿Caeremos en la trampa de exigirles a ellos más requisitos que al resto de los ciudadanos?
¿Le pediremos a Jesús privilegios por ser sus “paisanos” y cristianos de viejo cuño?

Las desconfianzas y los recelos oscurecen la mente y taponan los conductos de la gracia divina cuando la verdad no habita en nosotros.

Dejemos que el Espíritu enderece lo torcido de nuestras vidas para poder mirar con ojos limpios al Ungido de Dios que hoy, como ayer, nos habla al corazón.

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