domingo, 28 de junio de 2015

Homilía


El Libro de la Sabiduría, que hoy escuchamos:

“Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser” (Sabiduría 2,23), nos adentra en un misterio que nos afecta a todos: la vida y la muerte.

Es una afirmación que confirma el avance de la revelación sobre el “más allá”, porque los judíos de épocas anteriores pensaban que, tras la muerte todos los seres iban al “sheol”.

Creían, eso sí, en un Dios bondadoso y misericordioso, pero sólo para la vida terrena; en modo alguno en la inmortalidad del alma

Todo esto es posible gracias a la fe en Cristo que nos libera y nos hace compartir los sufrimientos ajenos.

Jesús, en el evangelio, nos da ejemplo de cómo actuar en la vida frente a la enfermedad y el dolor.

El evangelio de hoy nos narra dos hechos concretos, de amplio contenido simbólico.

En ambos nos da ejemplo de cómo actuar frente a la enfermedad y el dolor.

Las protagonistas son dos mujeres impuras curadas por Jesús y separadas de la comunidad religiosa por motivos de sangre (hemorroísa) y por una grave enfermedad (hija de Jairo) una adolescente.

La hemorroísa toma la iniciativa de acercarse a Jesús para tocar su manto y hallar así remedio a sus continuas hemorragias.

Tiene fe. Sabe que el Señor tiene poder para curarla.

Por eso recupera en toda su plenitud la vida que emana del mismo Jesús, apareciendo como una mujer nueva.

Si repasamos el evangelio, nos daremos cuenta de que Jesús nunca negó nada a ninguna mujer.

Conoce sus sentimientos, su marginación y acude a rescatarlas de la exclusión social, sin importarle el qué dirán.

María Magdalena, la mujer cananea, la adúltera, la hemorroisa, la viuda de Naín... son una clara muestra del amor misericordioso de Jesús.

La mujer es portadora y primera cuna donde se amasa el amor.

Por eso, Jesús actúa para que recupere su dignidad primigenia, en igualdad con el hombre.

Si queremos que una familia funcione, empecemos por valorar el sacrificio y dedicación de la mujer en el hogar.

Jesús, al contrario que con la hemorroísa, toma en este caso la iniciativa, acompaña a Jairo, jefe de la sinagoga, a su casa y cura a su hija adolescente.

Las palabras de Jesús, transcritas en su lengua aramea original: “Talitha qumi”, (“contigo hablo, niña, levántate”) (Marcos 5,41), enmarcan la importancia del hecho, conocido pronto por toda la comarca.

Hay un simbolismo en la intervención de Jesús: “contigo hablo, niña, levántate”.

Jesús no quiere que se interrumpa el crecimiento en libertad y responsabilidad de la persona.

La adolescencia es una época crucial de la vida, donde todos los valores se tambalean, se reafirma la personalidad, se pone en tela de juicio la autoridad paterna o materna, el cuerpo se prepara para ser generador de vida, se irrita el carácter y el egoísmo aflora por doquier, mientras bajan las seguridades.

La sociedad es un factor fundamental para que el adolescente o el joven maduren adecuadamente.

Es fácil criticar, descalificar o condenar a los jóvenes que durante los Fines de Semana consumen alcohol, se drogan y llegan a casa agotados.

Muchos viven aventuras nocturnas y duermen por el día.

Falta trabajo para ellos, un horizonte claro a seguir y carencia de ideales que alienten sus “sueños”.

Subsisten gracias a la generosidad de los padres y a una sociedad permisiva que les hace “olvidar” los negros nubarrones que se ciernen sobre su futuro.

A pesar de todo, sigue habiendo una juventud dinámica, emprendedora, inconformista que, lejos de naufragar ante las adversidades, busca nuevos mercados de trabajo y se abre camino por su creatividad y fuerza vital.

Las palabras de Jesús: “Yo te lo mando, niña, levántate”, son un alegato contra el pasotismo y el derrotismo malsanos.

No debemos seguir dormidos cuando otros, como Jairo, actúan con diligencia para despertarnos y buscar a Alguien que nos saque de la postración y de la muerte

Estamos muertos en vida cuando pensamos y creemos que no hay nada qué hacer.

Vivimos cuando nos desembarazamos de lo que esclaviza nuestra mente y nuestro corazón y empezamos a sentirnos libres y esperanzados.

Hay realidades que aparentemente ensombrecen y enturbian la vida cotidiana: mendigos pidiendo limosna por las calles, gente desahuciada, parados en busca de empleo, borrachos por las esquinas…

Terminamos acostumbrándonos y volviéndonos fríos e insensibles.

Y no debe ser así, porque la fe cristiana nos impulsa a luchar contra todo lo que degrada la condición humana y a buscar soluciones a los problemas sociales y medioambientales.

El papa Francisco acaba de presentar el jueves, 18 de Junio, la nueva encíclica “Laudato si” dedicada a la protección del medio ambiente; en ella pide “una valiente te revolución cultural contra el comportamiento suicida” que destruye el planeta, critica la “especulación del actual sistema económico mundial” y pide, al igual que Benedicto XVI, “corregir los modelos de crecimiento incapaces de garantizar el respeto a la naturaleza”.

El Papa sale así al paso, según el profesor Schellnhuber, de un gran desafío mundial, que juntos podemos resolver.

Prestemos atención. El eco del “levántate” sigue resonando en los oídos de todos para que no destruyamos las maravillas de la Creación ni amparemos la lenta agonía de la moral, las buenas costumbres y el respeto a la vida.

“Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra, te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios” (Deuteronomio 30, 19-20).

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