martes, 7 de abril de 2015

SAN ENRIQUE WALPOLE

Niñez y juventud

Enrique nace en Docking de Norfolk, en Inglaterra, en octubre de 1558. En esos años toca a su fin el reinado de María Tudor quien ha restablecido la fe católica, abandonada por su padre.

Enrique es el hijo mayor de Cristóbal Walpole, persona muy importante en Norfolk. La familia tiene tierras agrícolas y buena fortuna. Incluso un antepasado, Calibut Walpole, fue Primer Ministro de Inglaterra. Enrique es bautizado en la Iglesia católica y en esta fe sus padres pretenden educarlo.

A la edad de ocho años es enviado a la escuela de gramática de Norwich. Allí la educación es clásica. Enrique en esta primera formación recibe los inicios del latín, griego y literatura grecolatina. Enrique es considerado un buen alumno.

Cambridge

A los diecisiete años de edad, en 1575, Enrique Walpole es matriculado en el Colegio de San Pedro, Saint Peterhouse, en la Universidad de Cambridge. Allí se entusiasma con la poesía.

El presidente del Colegio de San Pedro había aceptado en 1555 los estatutos católicos de la reina María. Restableció la autoridad de la antigua Iglesia. Cuando la reina Isabel en 1562 determina la vuelta a la fe reformada, el presidente reanuda los servicios protestantes en la capilla de su Colegio. Sin embargo, cierra los ojos ante la fe católica de muchos alumnos. Es un tolerante, y lo tiene a honra. Debido a ello Enrique Walpole termina bien los estudios del Colegio, sin ser molestado por su fe.

Londres

Para obtener el grado académico los estatutos de la Universidad de Cambridge exigen el Juramento de Supremacía. Por él se debe reconocer que la reina Isabel es la cabeza de la Iglesia de Inglaterra.

Enrique Walpole decide no jurar. Deja la Universidad sin recibir el grado. Se traslada entonces a Londres, a Grays Inn, para iniciar la carrera de abogacía.

Esta institución es una de las cuatro que tienen en Inglaterra el privilegio de preparar y otorgar las licencias oficiales para ejercer la profesión. Grays Inn, en Londres, es el refugio de muchos simpatizantes del catolicismo. Es el año 1579 y Enrique Walpole tiene 21 años.

El encuentro con Edmundo Campion

Al año siguiente ingresa a Inglaterra el jesuita San Edmundo Campion. Muy pronto este fogoso inglés se pone en contacto con los jóvenes de Grays Inn.

Enrique Walpole lo conoce y empieza a admirarlo por su lucha audaz en la mantención de la fe católica. Trata profundamente con ‚l. Conversa todos los problemas de su fe. La edición del libro de Campion sobre Las Diez Razones lo confirma en la fe católica.

Enrique se impresiona terriblemente con la detención de su amigo. No puede menos de asistir al público debate en Westminster Hall entre San Edmundo Campion y los deanes de San Pablo y de Windsor.

El martirio de San Edmundo

El 1 de diciembre de 1581 Enrique Walpole asiste en Tyburn al martirio de San Edmundo Campion. San Alexander Briant, jesuita, y San Ralph Sherwin también están condenados.

Ese día está lloviendo en Londres. A pesar del tiempo una enorme multitud asiste a la ejecución. Enrique Walpole est en primera fila. Conmovido contempla cada uno de los pasos. Ve cuando ahorcan a Edmundo Campion y cuando lo bajan ya muerto. Con profunda pena contempla al verdugo que descuartiza los miembros. Cuando son arrojados al caldero de agua hirviendo, unas gotas de sangre salpican el abrigo de Enrique.

Queda profundamente conmovido. Siente que su vida cambia del todo. No puede seguir viviendo entre dos aguas. Debe decidirse.

En su casa escribe un hermoso poema. Estas son dos de las estrofas.

“Vino por obediencia. A conquistar al pecador.
Su arma es la oración. La palabra es saeta y escudo.

El cielo es el refugio. El trofeo son las almas.
El demonio, su enemigo. El mundo es su campo.
Su triunfo es la alegría. Su salario, el éxito.
Su capitán es Cristo que vive para siempre.
Bendito sea Dios quien le dio tanta gracia.
Agradecemos a Cristo que bendijo su martirio.
Él es feliz, pues mostró la cara del Señor.
Infelices son los que pensaron hacerle mal.
Nos unimos para agradecer con eterna oración al Nombre de Jesús, que nos dio a este hombre”.
La imprenta de los católicos edita el poema. De inmediato tiene gran demanda. Las autoridades inglesas lo prohíben. Ponen fuertes multas a quienes lo posean.

Primera detención

En Grays Inn, Enrique es muy claro en su alabanza a San Edmundo Campion. Varios de sus compañeros pasan a la fe católica.

Por esta razón Enrique Walpole cae bajo las sospechas del Consejo de la reina. Para evitar el arresto Enrique se dirige a su casa paterna de Norfolk. Los cazadores lo siguen. Lo detienen. Por un tiempo lo dejan en una prisión escondida.

Apenas puede, aprovecha una oportunidad y escapa. Va Newcastle, oculto de día en el bosque y viajando de noche.

En Francia

Desde Newcastle toma un barco. Atraviesa el Canal de la Mancha y se dirige a Francia, a la ciudad de Reims. Allí está ahora el Colegio de Douai del cardenal Sir William Allen.

A Reims llega el 7 de julio de 1582. Tiene 24 años y está decidido a ser sacerdote y continuar la tarea de Edmundo Campion en Inglaterra. El cardenal le da la más cariñosa bienvenida.

En el Colegio de Douai estudia teología durante ocho meses. El 2 de marzo de 1583 es destinado al Colegio Inglés de Roma.

Ingreso a la Compañía de Jesús

En Roma estudia otro año de teología y hace el discernimiento definitivo. Él quiere seguir los pasos de San Edmundo Campion. La Compañía de Jesús es su norte. Tiene la experiencia de los Ejercicios. Solicita el ingreso. El 2 de febrero de 1584 es recibido en el Noviciado de San Andrés del Quirinal.

Durante las experiencias del noviciado su salud se resiente. Tal vez ha tomado las cosas con demasiado apuro. Los superiores, preocupados deciden trasladarlo a Verdun en busca de un mejor clima. Allí termina el noviciado y pronuncia los votos religiosos.

No es necesario hacer filosofía. Los estudios de Cambridge y de Londres son reconocidos.

El magisterio lo hace en el Colegio de Pont-à-Mousson.

Terminados los estudios de teología, Enrique Walpole es ordenado sacerdote en París el 17 de diciembre de 1588 a los 30 años de edad.

Capellán militar

Al año siguiente su destino es Bélgica. Allí vive una colonia de habla inglesa muy numerosa. La forman católicos que han buscado un refugio para la fe. Algunos son oficiales del ejército que prepara la invasión al país de Irlanda. España gobierna el país de Flandes y organiza las fuerzas invasoras. La tropa incluye mercenarios. Está compuesta por irlandeses, italianos, franceses, flamencos y españoles.

El príncipe de Parma, regente de España en Flandes, pide a la Compañía de Jesús capellanes militares. Enrique Walpole es designado en 1589 pues él habla bien inglés, francés, italiano y castellano. Además es simpático.

Pasa a vivir en la ciudad de Brujas. Por sus cartas sabemos que el trabajo fue de su agrado.

Segunda detención

En una escaramuza de la guerra, el ejército inglés que ayuda a los protestantes holandeses detiene a un grupo de la tropa católica. Entre los prisioneros cae el capellán Enrique Walpole.

Es llevado a Vlissingen, en la actual Holanda, y encerrado en la cárcel común. Sufre molestias. No tiene ropa para cambiarse. Sólo, un jergón de paja sucia para pasar la noche. Un oficial inglés, un compatriota de Norfolk, le alivia las penurias y envía a Inglaterra noticias sobre el cautiverio.

De inmediato, Miguel Walpole, su hermano sale de Inglaterra. Sin licencia. Llega a Holanda, paga un rescate y obtiene la libertad. Los ingleses no se han dado cuenta de que tenían a un sacerdote.

Enrique vuelve a su cargo de capellán en enero de 1590. “Aprendí a conocer mejor a Dios, al mundo y a mí mismo”.

Al P. José Creswell, rector del Colegio Inglés de Roma, le escribe: “Espero muy pronto enviarle a mi hermano, para que Ud. cuide de él”. De hecho tres de sus cinco hermanos, m s un primo, pasaron al Colegio de Roma. Miguel, el del rescate, y el primo Eduardo se hicieron m s tarde jesuitas.

Ministerios en Bélgica

Después de la liberación Enrique continúa con sus ministerios como capellán militar, con entusiasmo. Atiende a los heridos de la guerra, sepulta a sus muertos. Oye confesiones, predica. Reconcilia a muchos a la fe. Soluciona peleas y da consejos. Es querido por los hombres de la tropa. Por lo menos uno se hace Hermano religioso.

Al término de dos años, Enrique deja el ejército. Es destinado a Tournai a la experiencia jesuita de Tercera probación.

España.

Durante la Tercera Probación piensa y vuelve a discernir. Especialmente, en el mes de Ejercicios. Siente que el Señor lo llama a Inglaterra. Su misión de santidad está allí. Con calma lo conversa todo con los superiores.

Inglaterra es una misión difícil. En ella bien puede perder la vida. Le piden prepararse. Entretanto puede ir a España, a Valladolid, al Colegio Inglés, fundado por la Compañía de Jesús.

En Valladolid, primero es Ministro. Pronuncia los Ultimos Votos de la Compañía. Después es el Rector del Colegio.

En junio de 1593 los Superiores de la Compañía lo llaman a Madrid y lo aceptan para pasar a Inglaterra e incorporarse a la Provincia inglesa. Enrique Walpole se siente profundamente realizado.

En Madrid se prepara a la misión con toda el alma. Mientras espera la llegada de sus compañeros hace nuevamente ocho días de Ejercicios. Con gran gozo conversa largamente con el P. Roberto Persons, el antiguo y primer Superior en Inglaterra. En el continente Persons es incansable. A ‚l se deben en gran medida las fundaciones de los Colegios ingleses de Valladolid y de Sevilla.

El P. Persons lo lleva al Escorial, a la corte. El casi anciano rey Felipe II le concede una audiencia cariñosa.

“Aquí en la corte he recibido grandes muestras de favor entre los nobles de la corte. El mismo rey, con quien he hablado, me manifestó su aprecio y afecto, a mí y a nuestro país”.

Enrique Walpole sale de Madrid el 4 de agosto y desde las costas españolas navega hasta el puerto de Calais.

El paso a Inglaterra.

Al Colegio Inglés de Douai llega en el mes de septiembre. Realiza las gestiones encargadas por el P. Roberto Persons en el Colegio jesuita de San Omer. En noviembre est listo para salir a Inglaterra.

En Londres hay peste. Ningún navío hace viajes a través del canal. En el puerto de Dunkird hay tres veleros corsarios que a buen precio podrán llevarlos. Enrique contrata el pasaje y estipula que el desembarco deber ser en Essex, Suffolk o Norfolk.

Se embarca con un buen disfraz. Con él viaja un oficial del ejército inglés destacado en Holanda a quien ha conocido en Flandes y de quien puede fiarse. También viaja su hermano Tomás que igualmente ha servido en las guerras holandesas.

En la travesía los corsarios asaltan a un barco y navegan m s al norte. El 4 de diciembre llegan a las cercanías de Flamborough Head. Enrique insiste en el contrato y pide ser desembarcado en Bridlington.

Un espía que viaja en otro de los veleros, da la información a las autoridades de York.

En Inglaterra

Cuando desembarcan, los tres hombres esconden de inmediato un paquete de cartas, en la arena bajo una piedra. No quieren comprometerse. Pasan la noche escondidos en el bosque.

De día caminan diez kilómetros hasta el pueblo de Kilham y entran a la posada, porque tienen hambre y frío. El rumor ha corrido rápido. Tres forasteros estan en el condado. Uno los delata al alcalde de Huntingdon. De inmediato el alcalde los interroga.

Enrique admite que es sacerdote y también jesuita. Pero nada dice respecto a sus proyectos ni de los de sus compañeros. Tomás se quiebra y revela lo que sabe. Incluso indica el lugar del escondite de las cartas. Gracias a ello obtiene la libertad.

Tercera detención

Enrique es enviado a York, como prisionero. Topcliffe, el célebre cazador de sacerdotes lo interroga. Pero no obtiene informaciones de parte del detenido.

“Cuando Topcliffe me amenazó que él me haría responder en Bridewell o en la Torre, yo le dije que Nuestro Señor no permitiría que por miedo o por tormentos yo dijera algo contra Su Divina Majestad o mi conciencia”.

Algunos amigos forman un plan para obtener la huida. Enrique logra hacer llegar una carta al P. Richard Holtby, jesuita misionero clandestino en el condado de York, preguntando una opinión. La respuesta es clara. Enrique no debe comprometer la situación de los otros jesuitas prisioneros.

La torre de Londres

Al no obtener respuestas en los interrogatorios, las autoridades envían a Enrique Walpole a la Torre de Londres, a disposición del Consejo privado de la reina. Es el 24 de febrero de 1594.

En la Torre est también prisionero San Roberto Southwell, pero Enrique es dejado en celda aparte.

Durante dos meses permanece incomunicado, con un jergón de paja para dormir y con escasa comida. Gasta el tiempo en la oración. Con un pequeño utensilio graba en la dura piedra su propio nombre y el IHS que es el signo de la Compañía. También, el nombre de María, las manos y los pies heridos de Jesús, y un Corazón de Cristo traspasado. Estos grabados se conservan hasta el día de hoy en la Torre. Todos pueden verlos.

Interrogatorios y torturas

El 3 de mayo es interrogado bajo tortura por Topcliffe. Interesa saber los nombres de los católicos que amparan a los sacerdotes. ¿Cuál es el nombre de los dueños de casa en Lincoln Inn adonde Ud. debía dirigirse?. ¿Con quiénes Ud. iba a vivir en Essex?. ¿Es el nombre de Spiller uno de los que a Ud. le recomendaron?. A pesar de las torturas Enrique Walpole se niega a responder.

El 18 de mayo es colgado de las muñecas, con los pies sin poder tocar el suelo. De nuevo se le preguntan nombres. Y de nuevo no hay respuestas.

El 13 de junio, bajo tortura, admite que el capitán Jacques, segundo del ejército inglés en Holanda, le consultó una vez sobre la legalidad del asesinato de la reina Isabel. “Yo contesté que, ni por todo el oro del mundo, podía dar un consejo en esa línea”. Admitió también que había tenido una conversación con el P. Roberto Persons sobre el mismo tema. Trasmitió las afirmaciones de Persons. “Nosotros los católicos y especialmente los religiosos podemos sufrir violencia, pero de ninguna manera la ocasionamos a nadie. Por supuesto incluimos a los príncipes”.

Enrique agregó: “Respecto a mí mismo, protesto delante de Dios, como lo he hecho siempre, que aborrezco ese pensamiento y que nunca induje a alguno. No lo haría ni por todas las riquezas del universo. Jesús es mi testigo”.

Las grandes torturas

San Enrique Walpole fue torturado catorce veces durante el año de prisión en la Torre de Londres.

Muy dolorosas son las agujas que los verdugos hincan bajo las uñas, en los dedos de las manos y los pies. Aprieta los dientes, derrama l grimas, pero los labios no pronuncian las respuestas que podrían liberarlo.

Después, en el potro, uno a uno sus miembros son descoyuntados. Las manos y los pies est n atados con fuertes cuerdas, unidas a un torniquete. En cada vuelta de la rueda Enrique parece morir.

También es sometido al tormento llamado la Hija del Buitre. Es un arco de hierro dividido en dos mitades, unidas por una bisagra. Enrique debe arrodillarse y poner la cabeza entre las piernas. Una parte del arco es colocada abajo, y la otra por encima de la espalda. El verdugo aprieta para cerrar las mitades. La sangre empieza a brotar, primero por la boca y la nariz, después por las manos y los pies. Cada sesión de este tormento dura una hora y media. Varias veces es sometido a la misma tortura.

El guantelete es especialmente doloroso para un hombre torturado. Enrique es obligado a caminar, apenas puede, entre dos filas de verdugos que descargan sobre ‚l los golpes de sus bastones. Vacilante y sangrando llega hasta el extremo. A veces se desmaya y no alcanza a llegar.

Un informe del Superior

Se conserva una carta del 23 de octubre de 1595, escrita por el P. Enrique Garnet, el Superior de los jesuitas de Inglaterra.

“El Bienaventurado Padre Walpole estuvo en la Torre en la mayor miseria y pobreza. Tanto que el mismo Jefe de la prisión, un hombre de muy duro corazón, se movió a hablar a los amigos del Padre. Les dijo que el preso estaba en extrema necesidad, sin cama, sin ropa, sin nada para cubrirse. Debido al intenso y penetrante frío él, aunque enemigo, por pura compasión le había dado un poco de paja para dormir.

Además de esto, el mismo Padre afirmó en la corte del juicio que había sido torturado catorce veces. Nosotros sabemos qué crueldad existe en cada una de las torturas que se aplican. Es muy común que se cuelgue por las manos al preso, seis o siete horas. Los alambres de hierro cercenan las carnes y se derrama mucha sangre. La fuerza de este tormento quedó probada en la última cuaresma con lo sucedido al laico James Atkinson. Después de esta cruel tortura, para obligarlo a denunciar a sacerdotes y católicos, murió a las dos horas”.

El primer interrogatorio en juicio

Después de quince meses de prisión en la Torre, el Consejo decide que Enrique Walpole deba ser procesado y ejecutado en York. Es la primavera de 1595.

En York el tribunal es presidido por el alcalde de Huntingdon y los jueces son Francisco Beaumont y Mateo Ewens.

En su defensa, Enrique Walpole dice:

“Mis Lores, he sido condenado por tres motivos. Porque soy sacerdote, ordenado por autoridad de la Santa Sede de Roma. Porque soy jesuita, o miembro de la Compañía de Jesús. Porque he vuelto a Inglaterra a ejercer los ministerios de mi vocación, que son los de ganar personas para Dios. Demostraré que ninguna de estas cosas es traición. Ser sacerdote es una dignidad y un oficio instituido por Nuestro Señor Jesucristo. Fue dado por Él a los Apóstoles, quienes fueron sacerdotes. También fue dado a los santos Padres y a los Doctores de la Iglesia que convirtieron e instruyeron al mundo. Los primeros que trajeron a la nación inglesa a la luz del Evangelio fueron todos sacerdotes. Por lo tanto, ser sacerdote no es una traición”.

El juez Beaumont replica: “Es verdad, el solo hecho de ser sacerdote o jesuita no es una traición. Lo que hace al traidor es venir a Inglaterra contra sus leyes”.

De inmediato Walpole contesta: “Si el ser sacerdote no es traición, el ejercer el oficio de sacerdote y sus ministerios no puede tampoco constituir traición”.

El juez dice: “Pero si un sacerdote conspira contra la persona del príncipe, ¿no es esto una traición?.

Enrique contesta: “Sí. Pero entonces no es traidor por ser sacerdote ni por ejercer los ministerios, sino por cometer un crimen contrario al sacerdocio. Pero éste no es mi caso”.

Beaumont arguye: “Ud. ha estado con el rey de España, ha tratado y conversado con el P. Persons y otros traidores al reino. Ud. ha regresado al país violando las leyes. Y sin embargo, Ud. dice no ser traidor”.

Walpole vuelve a contestar: “Hablar o tratar con personas del exterior, no me hace un traidor, mientras no se tengan pruebas de que los temas tratados fueron propios de traición. Regresar a mi país no constituye delito, a no ser que eso sea un daño para la reina o el reino”.

El juez dice: “Nuestras leyes indican que un sacerdote que regresa desde el otro lado del mar y no se presenta a la justicia dentro de tres días para pronunciar el juramento de sumisión a Su Majestad en asuntos religiosos, es considerado un traidor”.

Walpole contesta: “Ese no es mi caso. Yo fui detenido el mismo día en que pisé la tierra inglesa”.

El segundo juicio

El juez Mateo Ewens toma entonces la palabra. Pregunta si esta listo a pronunciar el juramento de obediencia que las leyes reconocen a la reina en materia religiosa. Debe reconocer la supremacía de la reina y abjurar del Papa.

Enrique contesta que él no puede saber qué leyes se han dictado en Inglaterra, pues él ha estado en el extranjero tanto tiempo. Tampoco sabe qué clase de sumisión exigen esas leyes. Dice, eso sí, que él conoce bien que ninguna norma puede estar contra la ley de Dios. La sujeción que se debe prestar a los príncipes debe estar siempre sometida a la ordenación del gran Rey de cielos y tierra. Después agregó: “Mis Lores, Uds. se sientan ahora como jueces de hombres y determinan lo que es un error, pero saben muy bien que es el Soberano Juez el que dicta las sentencias rectas. Solamente a Él debemos obedecer en todo y nuestros príncipes deben seguir también su ley”.

El tercer juicio

Entonces el Lord presidente, el alcalde de Huntingdon, se dirige a San Enrique Walpole. “Nosotros queremos ser favorables. No queremos considerar las conversaciones, traiciones y conspiraciones con personas extranjeras. Le ofrecemos el beneficio de la ley si Ud. acepta voluntariamente someterse a ella. Si no lo hace, ser castigado conforme a esa misma ley”.

Walpole dice: “Mi Lord, no hay nada en lo que yo no quisiera someterme libremente, con tal que no sea contra Dios. Que el Señor no permita que yo pueda deshonrarlo. Yo, eso no lo quiero. En cuanto a la reina, digo que todos los días ruego por ella para que Nuestro Señor la bendiga con su Santo Espíritu y le dé Su gracia, para que pueda cumplir todos sus deberes en el mundo y que al fin pueda gozar de la gloria eterna. Dios es mi testigo, ante todos los presentes y especialmente ante los acusadores que buscan mi muerte. Yo deseo mi salvación y la de ellos. Deseo que vivan en la verdadera fe católica, el único camino de felicidad”.

Condenación a muerte

El fiscal, Sir John Savile, pronuncia el discurso ante el jurado. Lo denuncia como traidor. Enrique Walpole es sacerdote y jesuita. Ha tratado con el rey de España y el P. Roberto Persons. Regresó a Inglaterra y pretende pervertir las leyes religiosas de Su Majestad y reconciliar a los ingleses con Roma. Pide al jurado que Enrique Walpole sea declarado culpable de traición.

Cuando el jurado sale a deliberar, Enrique Walpole les dice: “Caballeros del jurado, yo confieso libremente que soy sacerdote y que pertenezco a la Compañía de Jesús. Vine a Inglaterra para convertir a mi país a la fe católica, a perdonar pecados. Nunca lo he negado. Esta es mi vocación. Si Uds. encuentran que he hecho algo indigno de mi sacerdocio, por favor díganlo y no lo perdonen. Actúen conforme a sus conciencias. Recuerden que todos debemos dar, algún día, cuenta a Dios”.

El jurado regresa casi de inmediato. No parece que los miembros han deliberado. La sentencia es unánime. Culpable.

Una última carta

En la prisión escribe al P. Richard Holtby. No sabemos cómo hace llegar la carta.

“Mañana voy a ser ejecutado. Me encomiendo en sus oraciones, en la de los Padres y los Hermanos. No dudo que el Espíritu Santo le ha sugerido a Ud. y a todos los cristianos que están en comunión conmigo el rogar a nuestro Dios, Creador, Redentor y Santificador. No le cuento nada de lo que he pasado en mi año de detención en la Torre de Londres. Ud. lo va a conocer en el Cielo donde nos encontraremos”.

Continúa el informe del Superior

“Un tiempo después las autoridades lo hicieron regresar a York, para ser juzgado allí. En todo el viaje nunca tuvo una cama, ni siquiera donde tenderse después de la fatiga del día. Cuando necesitó dormir, lo hizo en el suelo.

En York, fue puesto en prisión. Debió esperar muchos días, hasta la llegada de los jueces. En la celda no tuvo nada, sólo una estera de setenta centímetros. En ella hizo su oración siempre de rodillas, gran parte de la noche. Se dormía, a veces. Cuando despertaba, estaba en la misma posición, en la pobre estera. Completaba el tiempo del día haciendo versos, para lo cual tenía particular talento”.

La muerte

El 7 de abril de 1595 es arrastrado en una rampla de maderos, desde York Castle hasta Knavesmire. Va junto a Alexander Rawlins, un sacerdote del Colegio de Douai. La cabeza de uno toca los pies del otro. Ni siquiera tienen el consuelo de decirse unas palabras.

Alexander Rawlins es ajusticiado primero, ahorcado y descuartizado. Walpole debe mirar. Todavía hay esperanzas de una posible apostasía.

Cuando lo suben al cadalso se le ofrece la vida si se conforma a la religión de la reina. Enrique Walpole rechaza. Se le pregunta qué piensa de la supremacía espiritual de Isabel. El contesta: “Ella puede proclamarla, pero yo no soy capaz de garantizar nada”. Los jueces dicen que eso es traición. San Enrique comienza entonces a rezar por los que le ocasionan la muerte. Recita el Padrenuestro. No logra terminar el Avemaría. Retiran la base y queda colgado.

Ya muerto, lo bajan y lo destrozan. Su cabeza es colocada en una pica y exhibida en Micklegate Bar.

Calumnias después de muerto

Cuando los Archivos Públicos de Inglaterra son abiertos, en el siglo diecinueve, aparecen diez confesiones escritas y firmadas por San Enrique Walpole y anotadas por Richard Topcliffe. En ellas el santo aparece declarando que renuncia a la fe católica y se somete a la religión protestante.

“Con humildad pido perdón a Su Majestad por todas mis ofensas, cometidas contra las leyes. Colocado a sus sagrados pies, prometo servirla todos los días de mi vida. No me someteré jamás a la ambición del Papa y sus secuaces. Jamás volveré al Papado. Prometo predicar en las iglesias. No encuentro diferencias respecto a la fe”.

La Sagrada Congregación para las Causas de los Santos las analizó profundamente. Si estas confesiones son genuinas, ¿por qué el gobierno no hizo uso de ellas?, ¿por qué torturaron catorce veces? Si tiene los dedos destrozados, ¿por qué firma con hermosa letra? En las confesiones hay errores que Enrique Walpole jamás pudo haber cometido. ¿Por qué atribuye a Sir Francis Englefield el haber escrito el libro Philopater, cuando Enrique Walpole sabe que fue escrito por el P. Roberto Persons?.

¿Cuál fue el motivo para escribir estas confesiones falsas? En los relatos del P. John Gerard, igualmente preso en la Torre de Londres en los días de San Enrique Walpole y San Roberto Southwell, podría estar la clave. A él para ablandarlo le dijeron que San Roberto Southwell había apostatado y que habría dejado la fe para vivir con una viuda. Ese era un medio para obligar a los presos a confesar. Lo mismo, tal vez, pensaron hacer con las “confesiones” de San Enrique Walpole.

La glorificación

San Enrique Walpole fue canonizado el 25 de octubre de 1970 conjuntamente con san Edmundo Campion y San Alexander Briant a cuyos martirios él mismo asistió. La sangre de San Edmundo Campion dio un excelente fruto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario