domingo, 8 de marzo de 2015

Homilía


El libro del Éxodo nos presenta un Dios celoso, que no admite la rivalidad de otros dioses menores, “seres de polvo que no pueden salvar” (Salmo 145)

Pero el Dios de la alianza en el Sinaí no busca someter, manipular o amargar a nadie, sino conducir las relaciones humanas por las sendas de la justicia y el amor.

Quizás pensemos que este texto no va con nosotros, que pertenece a una cultura del pasado.

Nada más lejos de la realidad.

El precepto divino nos concierne a nosotros, orgullosos ciudadanos del mundo del desarrollo, que nos postramos y damos culto al dinero como bien supremo y a otros muchos ídolos, que suplantan a Dios y nos ofrecen la “felicidad”.

Transcribo, al respecto, las palabras del papa Francisco analizando la crisis actual:

“Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que, en su origen, hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. (La adoración del antiguo becerro de oro) (Éxodo 32, 1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de una economía si un riostro y sin objetivo verdaderamente humano” (EG 55).

En una sociedad así, donde el dinero aparece como la única necesidad, olvidando todas las demás, se agravan cada día los desequilibrios y las carencias afectivas, que nos llevan irremediablemente a un callejón sin salida.

El descontento social va en franca progresión en la medida que se engrosa el número de personas apartadas de los circuitos de producción y abandonadas a su suerte. Lo cual es un terreno abonado para el resurgir de grupos radicales, de tinte marxista, con consecuencias imprevisibles.

Jesús, con el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo, denuncia, al mismo tiempo, todo culto a Dios utilizado como coartada para injusticias y acciones comerciales, y anuncia la realidad de otro templo, el de su Cuerpo resucitado y glorioso.

Es, pues, un anuncio esperanzador para los que creemos en Él y anhelamos vivir con Él.

Supone la convicción de que el ser humano es sagrado e inviolable.

El Bautismo, que nos incorpora a Cristo para luchar contra el pecado, nos recuerda que somos hijos de Dios y morada del Espíritu Santo.

Por tanto, según la interpretación paulina, cada cristiano es piedra viva del “templo de Cristo”, de su santuario indestructible.

Los cimientos de este templo se asientan, por una parte, en el amor entrañable al hermano, y, por otra, en la reunión de la comunidad convocada en su nombre.

Por eso, la regeneración cristiana se va realizando en pequeños grupos, que se fían de la Palabra, rezan, se apoyan entre sí y son capaces, con su testimonio, de irradiar el evangelio.

Lo que nos separa de Dios termina desembocando en idolatría, en culto a los “dioses” del mundo.

“Estaba Dios sentado en su trono y decidió bajar a la tierra en forma de mendigo sucio y harapiento.
Llegó entonces el Señor a la casa de un zapatero y tuvieron esta conversación:

-"Mira, soy tan pobre que no tengo ni siquiera otras sandalias, y, como ves, están rotas e inservibles. ¿Podrías tu reparármelas, por favor?, porque no tengo dinero".

El zapatero le contesto:
-"¿Acaso no ves mi pobreza? Estoy lleno de deudas y en una situación muy pobre; y aún así ¿quieres que te repare gratis tus sandalias?"
-" Te puedo dar lo que quieras, si me las arreglas."

El zapatero, con mucha desconfianza dijo:
-"¿Me puedes dar tú el millón de monedas de oro que necesito para ser feliz?"

-"Te puedo dar 100 millones de monedas de oro.
Pero, a cambio, me debes dar tus piernas..."
"¿Y de que me sirven los 100 millones, si no tengo piernas?"

El Señor volvió a decir:
-Te puedo dar, 500 millones de monedas de oro, si me das tus brazos."
-"¿Y que puedo yo hacer con 500 millones si no podría ni siquiera comer yo solo? "

El Señor habló de nuevo y dijo:
- "Te puedo dar 1000 millones, si me das tus ojos."
- "Y, dime; ¿qué puedo hacer yo con tanto dinero, si no podría ver el mundo, a mis hijo y a mi esposa para compartir con ellos?".

-"!Ay, hijo mío¡, dijo Dios sonriendo, ¿cómo dices que eres pobre si te he ofrecido ya 1600 millones de monedas de oro y no los has cambiado por las partes sanas de tu cuerpo?”

¡Qué pronto olvidamos que lo que nos enriquece de verdad: nuestro cuerpo, nuestra familia, nuestros amigos, el afecto… no se compra ni se vende!


¿Por qué nos vendemos a los ídolos, si tenemos a Dios, que llena nuestras necesidades?


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