miércoles, 5 de noviembre de 2014

Santa Ángela de la Cruz

Ángela Guerrero González, Sor Ángela de la Cruz, Madre de los pobres nació en Sevilla el 30 de enero de 1846. Hija de padres honrados y pobres.

Su padre José Guerrero había venido a Sevilla, de Grazalema, pueblo de la serranía de Ronda, entre aquellas hondadas de emigrantes a las grandes ciudades en busca de mejor colocación, que suelen acompañar al desarrollo de la civilización industrial.

Casado en Sevilla con la joven Josefa González, cuyos padres eran procedentes de Sevilla (Arahal y Zafra). Los dos esposos llegaron a tener hasta catorce hijos, de los cuales solo seis, tres hijos y tres hijas, sobrevivieron hasta edad adulta. Ambos trabajaban para el convento de los Padres Trinitarios, poco distante de la calle Santa Lucía, 13 donde ellos tenían su casa cuando nació Angelita. El padre hacía de cocinero y la madre lavaba, cosía y planchaba la ropa de los frailes. La niña fue bautizada en la parroquia de Santa Lucía, el 2 de febrero con el nombre de María de los Ángeles, pero para los que la conocen será siempre Angelita.

El padre, hombre aficionado a la lectura de libros piadosos, se hizo querer y respetar de sus hijos. En el barrio tenía buena estimación. Llevará consigo a la niña, aún pequeña, a los rosarios de la aurora. La madre bondadosa, vivaracha, imaginativa, como buena sevillana, trabajadora y limpia, tenia a su cuidado un altar de la parroquia, lo cual facilitará a la niña Angelita entrar con frecuencia en la iglesia y postrarse a los pies de la Virgen de la Salud, donde la encontraban de niña rezando de rodillas.

En su casa aprendió los buenos ejemplos de piedad, pero también el celo de su madre, que cuidaba con sus pocos recursos que fueren bautizados cuanto antes los niños pobres del barrio, haciendo de madrina de muchos. En una habitación de la casa ponía un altar a la Virgen en el mes de mayo, y allí se rezaba el rosario y se obsequiaba particularmente al Virgen.

Su padre murió pronto. Sin embargo la madre llegara a ver la obra de su hija, y las Hermanitas de la Cruz la llamaran con el dulce nombre de "la abuelita" y quedaran admiradas de las muchas virtudes que florecían en el jardín de su alma. Ella supo trasplantarlas al jardín del alma de su hija Ángela. Se dice que un día, siendo aun muy pequeña, desapareció y todos la buscaron. Todos menos su madre que enseguida adivinó donde estaba: en la iglesia. Allí la encontraron rezando y recorriendo los altares. Ya mayor dirá: "Yo, todo el tiempo que podía, lo pasaba en la iglesia, echándome bendiciones de altar como hacen las chiquillas".

Angelita fue siempre bajita, vivaz y expresiva. A los ocho años hizo su primera comunión. A los nueve fue confirmada. asistiendo pocos años a la escuela, como era habitual por aquel entonces entre las niñas pertenecientes a su clase social, aprendió los elementos de gramática, cuentas, leer y escribir lo suficiente para comunicarse. Ángela, que crecía en un piadoso ambiente familiar, pronto daría cumplidas pruebas de bondad natural. Ya de joven, nadie osaba hablar mal o pronunciar blasfemias en su presencia. Si hablaban algo menos puro, al verla llegar, decían, cambiando de conversación: "Callad, que viene Angelita".

Llegada a la edad de poder trabajar sus padres la colocaron como aprendiz en un taller de zapatería desde los 12 años para contribuir a la economía familiar, allí permaneció hasta los 29 de forma casi ininterrumpida, con todas las garantías para que en el mundo del trabajo no perdiera su inocencia y virtud cristiana. La maestra de taller doña Antonia Maldonado, era dirigida espiritual del canónigo don José Torres Padilla, que tenía en Sevilla fama de preparar santos, le llamaban "el santero" por el tipo de personas que con él se confesaban y dirigían. Con él pondrá en contacto doña Antonia a la ferviente discípula Angelita Guerrero. Allí se organizaba el rezo del rosario entre las empleadas diariamente y se leían las vidas de santos.

Cuando Angelita conoció al Padre Torres Padilla tenía 16 años. Tres años después pedirá su entrada como lega en el convento de las Carmelitas Descalzas del barrio de Santa Cruz. No la consideraron con la salud y energías físicas suficientes para los trabajos de lega y no la admitieron en el convento.

De 1862 a 1865, Ángela, que asombra por sus virtudes a cuantos la conocen, reparte su jornada entre su casa, el taller, las iglesias donde reza y los hogares pobres que visita.

Por aquel tiempo se declaró la epidemia de cólera en Sevilla y Angelita tuvo ocasión, bajo la dirección del Padre Torres, de emplearse con generosa entrega la servicio de los pobres enfermos hacinados en los corrales de vecindad, las victimas más propicias de esa enfermedad. Ángela se multiplica para poder ayudar a estos hombres, mujeres y niños castigados tan duramente por la miseria. Y en ese mismo año pone en conocimiento de su confesor, el padre Torres, su voluntad de "meterse a monja".

Vocación

Sus deseos de vivir sólo para Dios y para el servicio, en una consagración total de su persona en la vida religiosa aumentaban.

Bajo el consejo del Padre Torres intentó hacer el postulado en el hospital de las Hijas de la Caridad de Sevilla. Lo comenzó en el año 1868. Y, aunque su salud era precaria, las religiosas hicieron esfuerzos por conservarla, procurando enviarla a Cuenca y a Valencia para ver si se fortalecía.

Siendo novicia, tuvieron que enviarla a Sevilla para probar de nuevo con sus aires natales; pero todo fue inútil, sus vómitos frecuentes no le permitían retener la comida. Tuvo que salir del noviciado. Y, lo más doloroso para ella es que todo esto sucedía cuando su director, el Padre Torres, se encontraba en Roma, como consultor teólogo del Concilio Vaticano I.

En su casa la acogieron de nuevo con gran cariño, y en poco tiempo el señor permitió que recobrar su salud. También volvió al taller de zapatería.

Regresó pronto el Padre Torres, al tener que suspenderse el Concilio en 1870. también él la acogió con todo cariño y continuo guiándola por los caminos difíciles por los que dios quería conducirla. Ambos preveían que Dios la quería para algo que no adivinaban aún.

El 1 de noviembre de 1871 Angelita prometió en un acto privado , a los pies de Cristo en la Cruz, vivir conforme a los consejos evangélicos.

En 1873 tendrá la visión fundamental que le definirá su carisma en la Iglesia: subir a la Cruz, frente a Jesús, del modo más semejante posible a una criatura para ofrecerse víctima por la salvación de sus hermanos los pobres. Bajo la guía y mano firme de su director espiritual, irá recibiendo de Dios los caracteres específicos del Instituto que dios deseaba por su medio inaugurar en la Iglesia:

La Compañía de las Hermanas de la Cruz.

Ella siguió trabajando en el taller como "zapaterita", a la vez que, por encargo de su padre espiritual, dedicaba su tiempo libre a recoger las luces que Dios le daba sobre su vocación y futuro Instituto, hasta que recibió la orden de dejar el taller y dedicar todo su tiempo a la fundación.

Carisma

Viendo que no podía ser monja en el convento, se dijo a si misma: "Seré monja en el mundo" e hizo los Votos religiosos. Un billete de 1º de noviembre de 1871 nos revela que "María de los Ángeles Guerrero, a los pies de Cristo Crucificado" promete vivir conforme a los consejos evangélicos: Ya que le ha fallado ser monja en el convento, será monja fuera. Dos años más tarde, Ángela pone en manos del doctor Torres Padilla unas reflexiones personales en las que se propone, no vivir siguiendo a Jesús con la cruz de su vida, sino vivir permanentemente clavada en ella junto a Jesús.

De ahora en adelante se llamará Ángela de la Cruz.

Ángela comienza a afirmarse en una idea que le ha venido con fuerza: "hay que hacerse pobre con los pobres".

Su alma caminó de claridad en claridad, a través de las pruebas interiores más terribles, apoyada en la clarividencia y firmeza de su director, hasta las cumbres del desposorio espiritual con Cristo. El 22 de marzo de 1873 comienza a descubrir con nitidez su carisma personal de ser ante Dios y la Iglesia Ángela de la Cruz.

Tuvo una visión del Calvario con dos cruces, una frente a la otra y muy cerca. En una estaba Jesús crucificado. Se sintió llamada por Él, en la otra: con unos deseos tan vivos y un ansia tan vehemente y un consuelo tan puro, que no me quedaba duda que era Dios quien me invitaba a subir a la cruz. De ahí en adelante, no volverá atrás en la dirección indicada por esa gracia: la pobreza, el desprendimiento de todo lo terreno a imitación de san Francisco, y la santa humildad , característica más típica, traducida en humillación: Que no haya otro estado tan bajo, tan despreciable, tan humillante, al que yo no pertenezca, y eso hasta después de su muerte.

Había encontrado el tesoro, que se le descubrirá como la voluntad de Dios, de crear un Instituto de victimas que se quieran unir a Jesús en la Cruz por la salvación de sus hermanos los pobres.

Las luces y gracias recibidas de Dios en ese tiempo, le fueron descubriendo no sólo el espíritu del nuevo Instituto, sino también, con luces y energías espirituales extraordinarias, en la historia de la espiritualidad, los caracteres que convenían a sus casas, a sus capillas, portería, dormitorio y hasta la distribución ordinaria del tiempo en sus comunidades.

Se le descubría la necesidad de rebatir con la vida de estas nuevas religiosas la corrupción de su siglo. Los librepensadores del tiempo piensan en las religiosas como en gente que no quiere trabajar y buscan una vida cómoda; y de las que se dedican a la caridad, no saben sino mandar sin que a ellas les falte nada. La regla de estas religiosas había de demostrar con el ejemplo que por sólo amor de Dios, se abrazan con todo lo contrario.

Había de reunir en una sola vida: la penitencia de los Padres del desierto con la caridad de san Vicente de Paul; la contemplación y pobreza de la más oculta religiosa con la vida laboriosa de quien trabaja para aumentar el socorro de los pobres.

Pensaba en jóvenes, desprendidas de todo lo terreno hasta de ellas mismas, sin nada terreno más que la ropa puesta y ésta de limosna: sin flores ni estampas ni ninguna clase de animalitos, para que en nada pueda apegarse el corazón; ocultas y desconocidas y sin ninguna apariencia que las haga especiales; una comunidad de vida extraordinaria por su penitencia, obediencia y mortificación en todo.

"De oración continua a imitación de los ángeles, que bajan del cielo para aliviar a sus hermanos los hombres sólo cuando Dios se lo manda. Silenciosas por las calles, lo único que debería distinguirlas es la modestia, compostura y dulzura con que habían de tratar a todos". El Instituto ayer y hoy.

En la casa había de reinar un profundo silencio, con sus paredes blancas y toda muy limpia. En el corredor ningún mueble más que de trecho en trecho un cuadrito sencillo con la estación del Vía Crucis.

El ajuar basto y limpio. Todo había de ayudar y convidar a la oración, la desprendimiento de todo, sugerir la limpieza de cuerpo y de espíritu, predicar la pobreza con solo su estilo y el seguimiento de Cristo crucificado.

Veía a las Hermanas como ángeles volar con diligencia a la asistencia de los pobres enfermos a domicilio, para evitarles el desconsuelo de verse abandonados, o apartados de la familia, porque no tienen quien se ocupe de ellos.

En invierno de 1873 Ángela formula votos perpetuos fuera del claustro, y por el voto de obediencia queda unida al padre Torres. Pero su mente y su corazón inquietos comienzan a "reinar" en una idea que continuamente le asalta: formar la "Compañía de la Cruz". Obstinada en su empeño el 17 de enero de 1875 comienza a trazar su proyecto, que, como toda obra noble, se verá colmado por el éxito, más ante los ojos de Dios que ante los ojos de los hombres.

Últimos días

A los 85 años de edad, en junio de 1931, se presentaron los primeros síntomas de su última enfermedad.

Tuvo una embolia cerebral gravísima. En julio perdió el habla y, después de nueve meses clavada en la cruz, la muerte le sorprendió con las manos llenas de amor, pero vacías de entregar a los demás su vida hecha dulzura, milagro cotidiano de luz. A las tres menos veinte de la madrugada del día 2 de marzo de 1932, desde su tarima alzó el busto, levantó los brazos hacia el cielo, abrió los ojos, esbozó una dulce sonrisa, suspiró tres veces y se apagó para siempre, cayendo recostada sobre su tarima. Su espíritu ya estaba desde hace tiempo en las manos del señor.

Sus hijas espirituales se han transmitido como testamento sus últimas palabras que habían sido:

"No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera......"

Pero hacía ya tiempo que había escrito para sí misma con toda autenticidad:

La nada calla, la nada no se disgusta, la nada todo lo sufre... la nada no se impone, la nada no manda con autoridad, la nada en fin en la criatura es la humildad práctica

Había vivido particularmente iluminada como maestra en la práctica de la virtud.

Personas de todas las clases sociales rindieron homenaje a la hoy Santa, por privilegio del Gobierno de la Segunda República Española, fue sepultada en la cripta de la Casa Madre en Sevilla. Dos días después el Ayuntamiento republicano de la ciudad de Sevilla, presidido por el alcalde don José González Fernández de Lavandera, decidió por unanimidad que constase en acta el sentimiento de la Corporación por la muerte de la religiosa y decidió se rotulase con su nombre la entonces llamada calle Alcázares, donde estaba y continúa el convento. Esta decisión tiene gran importancia, si tenemos en cuenta las ideas anticlericales imperantes en la época.

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