domingo, 24 de agosto de 2014

Homilía


El profeta Isaías- primera lectura- recoge en su oráculo contra Sobna, la entrega del poder de manos de un alto dignatario extranjero a otro que pertenece a la “casa de David”, y describe el acontecimiento con estas palabras:

“Colocaré sobre su hombro la llave del palacio de David, lo que él abra nadie lo cerrará; lo que él cierre nadie lo abrirá” (Isaías 22, 22).

Para Isaías este detalle salvaguarda las promesas mesiánicas de Dios y da prioridad a Sión- Jerusalén como ciudad elegida:

Los signos de autoridad que revisten al nuevo mandatario (bandas, túnicas y llaves) conllevan confianza en él y capacidad de tomar decisiones en el gobierno.

Las llaves siguen siendo un símbolo universal de autoridad,

Entregar las llaves de la ciudad a un personaje destacado de la política, las artes o las ciencias es un gesto único de deferencia y de reconocimiento hacia ella y a todo lo que representa.

Entregar las llaves de la propia casa es un gesto de confianza y afecto, que honra a quien las entrega y a quien las recibe.

Demuestra, además, plena confianza y la seguridad de que será bien cuidada y custodiada.

Pero, por muchas que sean las seguridades humanas y las muestras de confianza, solemos fallar.

Cualquiera nueva crisis en las relaciones afectivas crea fisuras y roces; lo que hoy es blanco puede ser mañana negro

Transitamos, a pesar de todo, por caminos inseguros e inciertos, marcados por los baches de la voluble condición humana.

San Pablo- segunda lectura- conoce en sus correrías apostólicas los vaivenes de las comunidades cristianas y termina poniendo en las manos de Dios lo que se escapa de las nuestras y no llegamos a captar.

Los hombres nos solemos mover por intereses cambiantes.

Dios, en cambio, se mueve por amor, por plena generosidad, y por caminos insondables e irrastreables para nosotros.

Confesar-como Pablo- que Dios es “origen, guía y meta del universo” (Romanos 11, 36) nos aleja de planteamientos científicos y nos acerca a este “misterio”, que sólo desde la confianza podemos aceptar, valorar y sentir.

Pablo no pretende dar lecciones, sino cantar la certeza de la salvación y el amor fiel de Dios, que no se quiebra por muchas que sean las dificultades por las que pase la vida humana, ni nos deja solos.

Sentirnos acompañados por él nos da un plus de seguridad, de alegría de vivir y de esperanza en el futuro.

La confesión de Pedro- evangelio- en la región de Cesarea de Filipo, supone un punto de inflexión en la vida de Jesús y en la relación con los Apóstoles.

Hasta entonces, éstos albergaban dudas sobre la misión de Jesús y la fuente de su poder: “¿Será Juan el Bautista, Elías, Jeremías u otro profeta?” (Mateo 16, 14).

Pedro da, en nombre de los Doce, una respuesta clara y firme a la pregunta de Jesús sobre la identidad de su persona: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16, 16).

La tradición ubica la escena sobre acantilados que dan al mar, en cuyo lugar se levanta hoy una iglesia bajo el nombre de “Primado de Pedro”.

Aquí se inicia el camino de Jesús de subida de Jesús a Jerusalén, centro de la historia de la salvación, para padecer, morir y resucitar.

La confesión de Pedro, revelada por el mismo Padre del cielo, nos adentra en el misterio de la fe, que necesita testimonios para ser creíble., y da pie a Jesús para conferirle la máxima autoridad sobre sus seguidores, llamados por primera vez “Iglesia: “ Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (mateo 16, 18).

La expresión de “atar y desatar”, acuñada en Mateo 16, 19, es utilizada para garantizar la recta comprensión de la Ley, en el judaísmo, y el anuncio del evangelio, en el cristianismo.

La asunción del liderazgo del papado de Roma durante muchas décadas corrobora el prestigio mundial de la Iglesia como punto de referencia espiritual para todos, incluso para muchos de los no cristianos.

Papas como Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI han tenido un peso profundo en la promoción de la paz y la justicia, la lucha contra las desigualdades, la defensa de los derechos humanos, el equilibrio en las relaciones internacionales, la protección de los pobres y marginados y la denuncia de los abusos de todo tipo.

También se han visto involucrados en los delitos de pederastia de sacerdotes y religiosos que, por venir de personas, a quienes se supone una recta moral, han ocasionados escándalos manifiestamente condenables y suscitado una repulsa unánime de todos los estamentos de la sociedad.

El papa Francisco recoge ahora los retos del futuro, empezando por pedir perdón por estos abusos sexuales, excomulgando a sus autores y sometiéndoles al juicio de los tribunales civiles como vulgares delincuentes,

Está claro que el porcentaje de abusos de miembros cualificados de la Iglesia es manifiestamente inferior al del resto de las instituciones; lo cual no justifica los hechos.

De todas formas, el pecado es siempre condenable, pero no el pecador, que es siempre objeto, cuando se arrepiente, de la misericordia divina, porque, aunque seamos malos, no dejamos de ser hijos de Dios.

La Iglesia es, a pesar de todo esto, santa, con millones y millones de hijos testimoniando por todo el mundo el amor que Dios nos tiene, sacrificándose por los demás y manteniendo pautas de comportamiento, que son un ejemplo a seguir.

Por eso ningún mandatario mundial, puede igualar, ni de lejos, la autoridad espiritual del Papa, ni asumir como él el liderazgo de una humanidad tambaleante y dubitativa, sacudida, por un lado, por vientos laicistas y corrientes ateas y, por el otro, por el terrorismo islámico, protagonizado por fanáticos religiosos sin escrúpulos, adoctrinados en el odio y convertidos en asesinos sin piedad en nombre de Dios y al grito de “Alá es grande”. No cabe mayor aberración.

Nos fijamos, como botón de muestra en las 276 niñas nigerianas secuestradas por la pandilla de asesinos de grupo radical “Boko Haram” o en el que jaleó el veredicto de condena a muerte de Merian, en Sudán, por el “delito” de ser cristiana.

Dios es grande, sí, pero ellos son pequeños, ruines y con la osadía de los ignorantes.

¿Cómo atajar esta avanzadilla islamista, emisaria de Satanás, que amenaza al mundo y cuenta con seguidores en África, Asia occidental y con células en Europa?

Estamos convencidos de que “las fuerzas del infierno no prevalecerán contra ella.

un arroyo de aguas cristalinas y, a su vera, un bosque de árboles altos y frondosos, con muchas ramas, que consumen sus energías en demostrar cual es el más bello.
Todos, entre ellos, admiran sus encantos, y dejan pasar el tiempo recreándose y riéndose de los demás, especialmente de una laurel, ajeno a las apariencias, pero preocupado en afianzar sus raíces.
Un buen día se desata una tormenta. El viento sacude sin piedad las ramas de los que se sienten más orgullosos de su figura y caen uno tras entre gritos de auxilio y estertores de agonía, convirtiéndose pronto en un amasijo de serrín.
El laurel, en cambio, con pocas ramas y muchas raíces, aguanta impasible las fuertes ráfagas del huracán”.
La Iglesia, al igual que el laurel del cuento, permanece firme por encima de los escándalos y asechanzas de sus enemigos, porque asienta sus raíces en Jesús, que ha prometido que ningún poder humano la derribará.

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