domingo, 16 de marzo de 2014

Homilía



Jesús- lo destaca el evangelio al comienzo del relato, sube con tres de sus discípulos a la montaña, para ORAR.

En la oración halla la motivación y el camino para afrontar las dificultades. Recurre siempre a ella, pero sobre todo en los momentos cruciales como éste, cuando va experimentando el fracaso de su misión y presiente su muerte. No le preocupan el éxito o el fracaso, sino su fidelidad a la voluntad de Dios, al proyecto que el Padre le ha confiado dentro de un mundo complejo, ambiguo y lleno de contradicciones. Necesita el retiro del silencio para discernir en su oración.

La transfiguración del Señor en la Montaña Alta hemos de interpretarla en la perspectiva de la Pascua.

Jesús quiere dar a conocer a sus discípulos la gloria de Dios como preparación a los hechos luctuosos que tendrán lugar en Jerusalén.

Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan. Quiere que sean los primeros en experimentar su mesianismo y en comunicar al resto lo vivido allí después de que resucite de entre los muertos. También le acompañarán más tarde en la resurrección de la hija de Jairo y en su oración en el Huerto de Getsemaní. Son acontecimientos claves en la vida de Jesús para entender su misión.

El relato de la transfiguración coincide de forma significativa y guarda paralelismo con el de la pasión. Veamos:

-         El rostro de Jesús, durante su transfiguración, “resplandece como el sol” (Mateo 17, 2); durante la pasión queda desfigurado.

-         Los vestidos de Jesús, durante la transfiguración, son “blancos como la nieve” (Mateo 17,3); durante la pasión queda desposeído de ellos y sujeto al escarnio y la pública vergüenza (Mateo 27, 28).

-         Los personajes que acompañan a Jesús, durante la transfiguración, Moisés y Elías, representan a la flor y nata de la Ley y los Profetas (Mateo 17, 3); durante la pasión tiene como escoltas a dos malhechores (Mateo 27, 44).

-         Pedro, durante la transfiguración, manifiesta a Jesús la firme voluntad de permanecer siempre a su lado construyendo tres tiendas (Mateo 17, 4); durante la pasión le niega por tres veces Marcos 14, 66.72).

-         Durante la transfiguración, se oye una voz del cielo:”Este es mi hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Mateo 17,5); durante la pasión, impera el más absoluto y misterioso silencio de Dios (Marcos 15, 34).

-         La nube, que cubre a los protagonistas de la escena (Mateo 17, 5), es un signo de la presencia de Dios entre su Pueblo, al que acompaña y nunca abandona; durante la agonía de Jesús “toda la región queda en tinieblas” (Lucas 23, 45).

Jesús está haciendo comprender a sus discípulos que, aunque le vean con la cara desfigurada, desnudo, despreciado, abandonado por los suyos, traicionado y contado entre los malvados, no dejará de amarles.

Por la misma razón, limpiará sus ojos para ver el rostro glorioso de Dios en la cara desechable y repugnante de la humanidad.

Conocerán así por experiencia que no hay gloria sin pasión y muerte, y, sin gloria, la pasión y muerte sería absurda, vana y sin sentido.

La petición de Pedro a Jesús de “montar tres tiendas” y eternizar la visión del cielo, es muy humana. A todos nos gustan las comodidades, tener una casa propia y confortable, disfrutar de la vida. A nadie nos gusta el sufrimiento ni escuchar noticias tristes que comprometan nuestro bienestar

Pero todo lo bueno es pasajero y la dura realidad nos devuelve al presente, al trabajo y a la lucha cotidiana por sobrevivir, muchas veces teñida de privaciones y de problemas de todo tipo.

La catequesis de Jesús entronca con el episodio de Abraham que, obedeciendo el mandato de Dios, sube a la montaña, para sacrificar a su hijo Isaac.

Abraham comprenderá después de la prueba que Dios es fiel a sus promesas y tendrá una descendencia.

Pedro, en cambio, sólo comprenderá lo sucedido en el Monte Alto y el sentido de la pasión y muerte de Jesús después de su resurrección de entre los muertos.

Las palabras las lleva el viento, pero las imágenes visualizadas quedan grabadas en la retina y no se olvidan.

La fe en Jesús, que nos impulsa a seguir sus huellas, nos empuja también a compartir el dolor, las dificultades y la dureza de la vida con todos aquellos que han sido apartados de los circuitos económicos y de las ayudas sociales.

Así como las rosas más hermosas crecen envueltas en espinas, los verdaderos cristianos maduran a través del dolor y transparentan con sus acciones la belleza del Creador.

Abraham(primera lectura), es el prototipo del creyente, el espejo donde todos nos debemos mirar , porque se fía de Dios, abandona sus comodidades y emprende un camino desconocido en busca de otra tierra, de un hogar y una patria distintos.

El “sal de tu tierra” (Génesis 12, 1) de Dios a Abraham, el “levantaos, no temáis” (Mateo 17,7) de Jesús en el Monte Alto y el “levantaos, ya llega el que me va a entregar” (Marcos 14, 42) en el Huerto de Getsemaní, tienen un denominador común: el abandono a la voluntad de Dios.

Dejar las faltas seguridades es un requisito imprescindible para calibrar el verdadero alcance de la fe y la medida de la entrega personal a los designios de Dios.

Jesús exige a los suyos dejar los bienes materiales y despojarse y todo lo que impide su libertad de acción para responder al mandato de Jesús: “Id por el mundo entero y anunciad el evangelio” (Mateo 28, 19), y mantiene, al mismo tiempo, el compromiso de estar con ellos hasta el fin de los tiempos (Mateo 28, 20).

Este mandato guarda similitud con el que le da Dios a Abraham:”Sal de tu tierra” (Génesis 12, 1) y con la promesa de estar a su lado:”Yo soy tu escudo” (Génesis 15, 1).

¡Señor, que sepamos verte, glorioso o doliente, en todos tus hijos, nuestros hermanos, y ser testigos de tu presencia salvadora en el mundo!

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