domingo, 8 de diciembre de 2013

Homilía



En el segundo domingo de este Adviento de esperanza contemplamos y admiramos a María en todo su esplendor y belleza. Ella es la llena de gracia divina, la concebida por decisión gratuita de Dios sin pecado, inmaculada, “en previsión de la muerte de su Hijo” (Oración colecta).

“Ha sido“ bendecida en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Efesios.1,3), porque “Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo” (Prefacio).

María se convierte en madre por obra del Espíritu Santo y acoge en su seno al Salvador como primera creyente: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc.1,38).
Así, en el silencio de una humilde gruta de Nazaret trascurre el mayor acontecimiento de la historia humana: la Encarnación del Verbo.

En otra gruta, la de Lourdes, María revela a Bernardette su nombre: “Soy la Inmaculada Concepción”.

La liturgia nos invita a reflexionar sobre la vieja Humanidad contaminada por el pecado (Génesis 3) y sobre María, prototipo de la nueva Humanidad regenerada en Cristo.

El “sí” de María a Dios tiene su paralelismo en los “anawin” (pobres de Yahvé) que ponen su esperanza en Dios y están dispuestos a cumplir sus designios.

María, al ponerse en las manos de Dios -“He aquí la esclava del Señor”- inicia el auténtico itinerario del verdadero discípulo que medita y guarda la Palabra en su corazón. (Lucas 2,52) siguiendo las huellas de su Hijo hasta el Calvario, y después de su Resurrección, persevera en la oración con los Apóstoles a la espera del Espíritu prometido por Jesús.

En Pentecostés, María, que estuvo presente en el nacimiento de la Iglesia y es Madre de todos los creyentes, lo estará también hasta el fin de los tiempos. Esta es la intuición del venerable P. Juan claudio Colin, fundador de la Sociedad de María.

Fue en Efeso (siglo.V) donde el pueblo cristiano organizó una procesión de antorchas en la noche aclamando a los Padres que habían definido que María es la Madre de Dios (“Theotokos)”. Esta experiencia permanece viva durante toda la historia del cristianismo y se hace patente hoy en otras muchas procesiones por poblaciones y santuarios del mundo. Lourdes, Fátima, Medjugorje, el Pilar, Gualadalupe… son muestras cotidianas de la piedad popular, pero la lista de lugares consagrados a venerar la figura de la Virgen es interminable.

En España tomó pronto cuerpo una expresión que se ha mantenido a lo largo de los siglos como saludo: ¡AVE MARÍA PURÍSIMA!.

La conciencia de tener siempre presente a María entre nosotros es las que ha motivado la construcción de basílicas, catedrales, templos, ermitas y oratorios en su nombre.

Ayer se celebraron vigilias, mayormente organizadas por jóvenes, con el fin de repasar escenas evangélicas donde Ella aparece y reavivar, mediante la oración, la necesidad de la fe en estos tiempos de incertidumbre, en los que la Humanidad necesita un apoyo seguro frente a las corrientes laicistas beligerantes, que pretenden silenciar la voz de la Iglesia.

Las apariciones de la Virgen en Lourdes y Fátima suceden en momentos cruciales de la historia humana en los que corría peligro de abandonar a Dios y perder el rumbo.
Por algo la invocamos los cristianos como “Estrella de la Mañana”, pues reconocemos en Ella la luz que irradia del mismo Jesús y que nos lleva a buen puerto.

Hoy, un año más, en la Plaza de España de Roma, el Papa Francisco depositará un ramo de flores al pie del obelisco que mantiene en lo alto la imagen de la Inmaculada, regalo del rey Alfonso XIII a la Santa Sede.
Julián Marías afirmaba que las creencias arraigan más en la mujer que en el hombre, y que por eso han jugado, y juegan, un papel básico en la transmisión de la fe.

Conservemos esta herencia de nuestras madres, de nuestra familia, y demos gracias a Dios a través de María, la Purísima cantada por los poetas, esculpida su imagen y pintada por los mejores artistas.

¡AVE MARÍA PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA!

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