domingo, 1 de septiembre de 2013

San Josué, Patriarca y San Gedeón, Juez de Israel

A juzgar por el tiempo que sobrevivió a Moisés, nació en Egipto, durante la esclavitud de los hebreos. Llamábase Oseas = Salvación, pero Moisés, al enviarle con los otros once exploradores a reconocer la tierra prometida, se lo cambió en el de Josué = El Señor salva. Por su padre Nun o Non (en griego Nave) y a través de sus cinco ascendientes Elisama, Amiud, Ladán, Taan y Tale, hermano de Beria, Sara, Rafa y Resef, hijos estos cinco de Efraím, descendía Josué de José, hijo del patriarca Jacob. Realzan su persona tanto el cambio de nombre como el detalle de su genealogía conservada en la Biblia. Elisama, abuelo de Josué, era uno de los doce tribunos, representando en los actos solemnes a la tribu de Efraím.

Por demás significativos son los epítetos y las frases con que el sagrado texto ha querido reflejar las hermosas cualidades personales de Josué. Oigamos al Eclesiástico: "Esforzado en la guerra fue Jesús (Josué) hijo de Nave (Nun), sucesor de Moisés en el don de profecía; grande según su nombre y más que grande como Salvador de los elegidos de Dios; vencedor de los enemigos de Israel y repartidor de la herencia de su pueblo. ¡Cuánta gloria alcanzó levantando su brazo y lanzando el dardo contra los muros del adversario! ¿Quién antes de él así combatió? Porque el Señor le puso en sus manos los enemigos... Fue siempre en pos del Omnipotente y en vida de Moisés hizo una obra muy buena junto con Caleb, hijo de Jefone, oponiéndose a la revuelta del pueblo para apartar de él la venganza divina y apaciguando el sedicioso murmullo y la maligna murmuración, resolviendo hacer frente al enemigo; estos dos fueron aquellos que del número de 600.000 hombres salieron salvos de todo peligro para conducir al pueblo a la posesión de la tierra que mana leche y miel". En efecto —se nos dice en los Números—, todos aquellos hombres que Moisés envió a reconocer la tierra, y a la vuelta hicieron murmurar al pueblo contra él, publicando falsamente que la tierra era mala, fueron heridos de muerte a la presencia del Señor. Solamente Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Jefone, quedaron con vida de todos los que fueron a explorar la tierra. La gran confianza, que en Dios tenía, le hizo clamar contra la infidelidad y perfidia de los otros; y así "Josué por su obediencia llegó a ser caudillo de Israel", pudo escribirse en el libro primero de los Macabeos. Tuvo el espíritu de sabiduría por imposición de las manos de Moisés; y Flavio Josefo le llama "varón de incomparable prudencia y elocuencia, así como fuerte y diligente en el mando supremo".

No es menos elocuente la narración de sus empresas políticas y militares, que llenan todo un libro de la Sagrada Escritura, al que se ha dado su nombre, considerándole muchos como su autor. Al primer encuentro bélico en Rafidín, cerca del Sinaí, con Amalec, que cortaba el paso a los israelitas, Moisés manda a Josué ponerse al frente de los soldados, mientras él con los brazos en cruz oraba en el monte. Esta designación de Josué como caudillo militar es aprobada por Dios, dándole la victoria y ordenando se escribiese para recuerdo perpetuo. Si Moisés asciende por mandato de Dios a la cumbre del Sinaí, es Josué el único que sube y baja con él y, como parece desprenderse de la narración bíblica, le acompaña también en la visión dentro de la nube. No en vano era para Moisés el principal, el íntimo, carísimo y familiarísimo; tan celoso de la gloria del Legislador que no pudo llevar en paciencia los carismas de Eldad y Medad, por temor a que su ejemplo suscitase la rebelión del pueblo. La misión política y militar de Josué tuvo dos partes: conquistar la tierra prometida y repartirla entre las tribus de Israel. El paso del río Jordán, la circuncisión de los que habían nacido en el desierto, la celebración de la Pascua, la aparición del ángel "príncipe del ejército del Señor", la conquista de Jericó, de Hai, la sumisión de los gabaonitas y el sometimiento primero de la Palestina del norte y después de la Palestina del sur, con la victoria de 31 reyes, son los hechos culminantes de la primera parte de la misión de Josué. En la segunda, asentadas al otro lado del Jordán las tribus de Rubén, Gad y media de Manasés en vida de Moisés, quedó a Josué la tarea de inspeccionar, medir y repartir entre las demás tribus el territorio de la Palestina cisjordánica. Dio cuarenta y ocho ciudades a la tribu sacerdotal de Leví, estableció seis ciudades de asilo (tres a cada lado del río), promulgó las bendiciones y maldiciones en los montes Hebal y Garizín, celebró la fiesta de los Tabernáculos y el año sabático, y colocó en un sepulcro del campo de Jacob, cerca de Siquén (hoy Naplus), los restos de José traídos de Egipto.

De tantos triunfos militares y políticos obtenidos con el divino auxilio, según la palabra del Señor, que le dijo: "Ninguno podrá resistiros en todo el tiempo de tu vida; como estuve con Moisés, así estaré contigo: no te dejaré ni te desampararé", es necesario destacar cuatro hechos por su evidente carácter sobrenatural: el paso a pie enjuto del río Jordán, el estrepitoso derrumbamiento de las murallas de Jericó, la lluvia de piedras en Betorón y la "detención" del sol en Azeca. "Mañana ha de obrar el Señor maravillas entre vosotros", dijo al pueblo Josué la víspera de pasar el Jordán. En efecto, "siendo el tiempo de la siega, el Jordán había salido de madre" y, sin embargo, sus aguas se dividieron y las que bajaban se detuvieron, "elevándose a manera de un monte", hasta que pasó todo el pueblo protegido por el Arca de la Alianza.

Al séptimo día de rodear procesionalmente con el Arca de la Alianza el recinto murado de Jericó, levantando el grito todo el pueblo y resonando las trompetas, luego que la voz y el estruendo penetró los oídos del gentío, de repente cayeron las murallas". "¿No es así que al ardor del celo de Josué se detuvo el sol, por lo que un día llegó a ser como dos? Invocó al Altísimo todopoderoso mientras le estaban batiendo por todos los lados sus enemigos y el grande, el santo Dios, oyendo su oración, envió un furioso granizo de piedras de mucho peso."

Murió Josué de ciento diez años y fue sepultado en su ciudad de Tamnasaret, coincidiendo su historia probablemente con el año 1440 antes de J. C.

De la santidad de Josué dan testimonio, en primer lugar, las sagradas letras. Ellas dicen que "fue hombre de espíritu, que siempre anduvo en pos del Omnipotente, y en los días de Moisés mostró piedad y no se apartaba del Tabernáculo". Flavio Josefo termina su elogio con estas palabras: "Era en la paz bueno y generoso y además en toda virtud eximio". Josué ha sido tenido por los Santos Padres como figura y tipo de Jesucristo en su nombre y en sus hechos, y San Juan Crisóstomo le llama "Josué casto".

San Roberto Belarmino, reduciendo a compendio las virtudes de este general hebreo, se expresa de este modo: "Viniendo ya a las virtudes y privilegios de San Josué, diré: Fue el caudillo Josué de una inocencia igual a la del patriarca José, cuyo descendiente era. Otra virtud, y ella singularísima en nuestro Josué, fue la castidad virginal, en la que superó a la castidad del patriarca José y la de su señor y maestro Moisés, En cuanto a la fe en Dios, no sé que haya existido otro mayor que él, y lo mismo creo se puede afirmar de su esperanza y amor a Dios y al prójimo. A todos son notorias su prudencia y fortaleza".

En la literatura medieval se le cuenta entre los 24 ancianos del Apocalipsis, figurando su nombre al lado de Moisés. Su sepulcro, según San Jerónimo, fue venerado por Santa Paula en su visita a los Santos Lugares de Palestina; los árabes de esta región celebran también su fiesta iluminando el cenotafio tenido en Tibne por el sepulcro de Josué.

Y, para que nada falte a honrar su memoria, San Gregorio de Tours refiere que se curaban los leprosos bañándose en las aguas termales, que se creían de Josué, de Lévida, ciudad distante unas doce millas de Jericó. El mismo autor escribe que su padre, acudiendo a la intercesión de San Josué, curó de las fiebres y gota que padecía.

Coptos, griegos y el martirologio Romano le nombran el 1 de septiembre, como también Usuardo y Abdón, quienes le dan el título de "Profeta". Un calendario antiguo, llamado Juliano, le pone el 30 de abril y los musulmanes de Siria acuden a la ciudad de Trípoli en el Líbano para venerar el sepulcro de Josué, que ellos creen estar allí.


Los episodios de] sagrado libro de los Jueces, "cuando no había rey en Israel y cada cual obraba conforme a su albedrío", parecen todos calcados sobre este sencillo esquema: Pecaba Israel y le castigaba Dios; Israel se arrepentía y Dios le perdonaba, levantando el castigo. El pecado era la idolatría, y el castigo, la opresión de Israel por las gentes de Canaán y sus alrededores. Movido, al fin, el Señor por la penitencia de su pueblo elegido, "le proporcionaba libertadores —llamados jueces— que le sacasen de las manos de sus opresores y le librasen de tan dura servidumbre".

Uno de tales jueces o libertadores, a continuación de Barac y Débora la profetisa, allá por los años de 1240 antes de la era cristiana —sin que la fecha pueda tenerse por rigurosamente exacta—, fue Gedeón, hijo de Joás, de la familia (clan, dicen los modernos) o tronco de Abiezer, de la tribu de Manasés. Acomodada primero esta familia en la región de Galaad (hoy el reino hachemita de Jordania) al otro lado del Jordán, emigró después, y pasando el río, vino a residir en Efra u Ofra (hoy Et-Taiyibe), a unos doce kilómetros de Beisán, muy cerca de Naím y Endor, al lado del monte llamado Pequeño Hermón.

En Efra, donde su solar paterno era uno de los principales, si no el principal, nació Gedeón, que significa "cortador". Llamósele también Yerubbaal, Yerubbescheth y Yerubboscheth, como destructor del ídolo ignominioso de Baal y cortador de su bosque. San Agustín y Procopio de Gaza insinúan que fue jiliarjos = capitán o jefe de mil soldados, fundándose en la palabra hebrea "elef" que, sin embargo, en este caso no significa millar sino familia, o estirpe.

Vimos al principio la situación tan lamentable social, política y religiosa del pueblo hebreo en tiempo de Gedeón. No era mejor la exterior, muy semejante a la que hoy atraviesa el nuevo Estado de Israel cercado por todas partes de naciones árabes que le odian a muerte y, si posible les fuera, le borrarían del mapa. "Pecaron nuevamente —dice el sagrado texto— los hijos de Israel delante del Señor, el cual los entregó en manos de los madianitas por siete años; quienes de tal manera los oprimieron, que los israelitas se vieron obligados a poner su morada en las grutas naturales de los montes, en cuevas artificiales y hasta en ruinas de antiguos castillos."

El hecho central y culminante de la historia de Gedeón es precisamente la victoria conseguida contra estos madianitas por un medio del todo inadecuado para tan resonante y decisivo triunfo militar. Sabido es cómo en la Edad Media había entre nuestras villas y ciudades comunidad de pastos, que permitían apacentar los rebaños mucho más lejos del propio territorio o jurisdicción municipal; cosa parecida ocurre hoy entre las tribus beduinas, a ratos nómadas, del Oriente; el terreno de cada clan es inviolable y se guardarán muy bien de penetrar los demás en él en plan de dominio; otra cosa es, sin embargo, tratándose del pastoreo, pues se mezclan unas tribus con otras, aunque a veces se sirvan de este derecho para invadir en son de guerra el ajeno territorio.

Las tribus nómadas contemporáneas y vecinas de Gedeón, so pretexto de apacentar los rebaños, pasaron el río Jordán y en plan de conquista acamparon en la planicie de Jezrael (hoy Zerajin) en la extremidad oriental de la extensa y rica llanura de Esdrelón. Planeóse el ataque colocándose Madián al norte, Amalec al sur y los "Beni Qedem" = Hijos del Oriente, agrupación de diversas tribus nómadas, al este. Del número e importancia de esta invasión nos persuaden estos datos bíblicos: "Cuando venía la sementera, se presentaban los madianitas, los amalecitas y otros pueblos orientales... y no dejaban a los israelitas nada de lo necesario para la vida, ni ovejas, ni bueyes, ni asnos, desolándolo todo por donde pasaban... Es de advertir que las tiendas de campaña henchían el valle de Jezrael como espesa plaga de langostas y sus camellos eran innumerables como las arenas de las orillas del mar". Dos reyes, Zebee y Salmana, y dos príncipes, Orez y Zeb, capitaneaban aquel ejército que, a juzgar por las cifras bíblicas, se componía de 135.000 hombres. Era ya el séptimo año de invasión.

Obediente Gedeón a la voz de Dios convocó a toda la cognación de Abiezer y a las tribus de Israel que tenía más cerca. Resonó en los montes el clarín de guerra y los emisarios esparcidos por todas partes intimaron órdenes de concentración. Reuniéronse 32.000 hombres de Manasés, Aser, Zabulón y Neftalí. Hubo Gedeón, indudablemente, de justificar su jefatura recordando primero la reprensión general hecha en nombre de Dios por aquel "varón profeta", que aparece sin saber dónde, ni cuándo; refiriendo después la visita del "ángel del Señor" que le ordenó ponerse al frente del ejército y probó su misión quemando con su báculo (presentóse como caminante) la oblación preparada; participando, finalmente, la íntima y continua comunicación con la que Dios le favorecía, mandándole destruir el altar de Baal, accediendo a la prueba del rocío y el vellocino, y revelándole la victoria por el diálogo de los centinelas madianitas escuchado por Gedeón y su criado Fara.

Nuevamente habló Dios a Gedeón para decirle que no quería que Israel le disputase la gloria del triunfo a causa del número, y así, hecha la primera prueba, abandonaron las filas 12.000 soldados, practicada la segunda, consistente en el modo de beber (en pie o arrodillados) en la fuente de Harad (hoy Ain-Djalud, en la montaña de Gelboé), quedaron sólo 300, quienes en tres grupos y armados de bocinas en la diestra y de ollas con teas encendidas dentro en la izquierda, irrumpieron de noche por tres sitios diferentes en el campamento y rompiendo las vasijas, sonando las trompetas y gritando: "Espada del Señor y de Gedeón", sembraron la confusión entre los orientales, haciendo que se matasen unos a otros y huyendo los demás. Cortando a éstos los de Efraím el paso del Jordán, completaron la gesta,

Disfrutó Israel de paz cuarenta años y sirvió a Dios toda la vida de Gedeón, quien murió y fue puesto en el sepulcro de su padre Joás en Efra, a donde se había retirado. Con el oro cogido al enemigo había fabricado un efod, o monumento conmemorativo, causa ocasional de prevaricación de Israel, después de su muerte, por lo que va Gedeón envuelto en la acusación bíblica como causa remota, aunque involuntaria. Respecto a la poligamia (tuvo 70 hijos de varias mujeres), ni es caso único en los santos del Antiguo Testamento, ni la ley evangélica estaba en vigor.

Completamos esta biografía, proclamando la santidad de Gedeón. "Loados sean también los Jueces, cada uno por su nombre —exclama el Eclesiástico—, cuyo corazón no fue pervertido, porque no se apartaron del Señor; a fin de que sea bendita su memoria y reverdezcan sus huesos allí donde reposan y dure para siempre su nombre y pase a sus hijos con la gloria de aquellos santos varones".

"¿Y qué más diré todavía? —añade San Pablo a los Hebreos—: El tiempo me faltará, si me pongo a contar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los Profetas; los cuales por la fe conquistaron reinos, ejercitaron la justicia y alcanzaron las promesas."

La Iglesia, en una epístola del Común de muchos Mártires, llama Santos a los citados por el Apóstol en dicho texto y ha colocado a Gedeón en el martirologio Romano al día 1 de septiembre, figurando su nombre en casi todos los demás martirológios, dándosele en algunos el título de profeta.

Califícanle varios Santos Padres de varón justo, amado de Dios, santo, santísimo y le presentan como figura o tipo de Jesucristo.

Finalmente, aunque la frase que usa la Sagrada Escritura para referirnos su muerte —"murió en buena vejez"— signifique de suyo una edad avanzada, fundándose los exégetas en que también se aplica a otros varones conspicuos (Abrahán, David), la entienden asimismo de la salud, de la tranquilidad, de la fama, de la autoridad, de los méritos y virtudes, de la buena conciencia, de la amistad con Dios, en una palabra, de la santidad.

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