domingo, 18 de agosto de 2013

Homilía



Jeremías, denostado por la tradición por asociarle a penas y lamentos (en España se dice:”lloras más que un Jeremías”) es un profeta extraordinario y valiente, obstinado y tenaz en ser fiel a lo que Dios le pide. Aporta un mensaje de esperanza en medio de una corte real corrompida y convulsa.

Su mensaje provoca recelos y oposición por parte gobernantes injustos, temerosos de perder el poder.
A nadie le gusta que cuestionen su proceder y ser sujeto de denuncias y descalificaciones, pero la verdad es una y no admite medias tintas. Por eso es perseguido y encerrado en una mazmorra bajo pretexto de anunciar catástrofes y desmoralizar a los soldados y al pueblo.
Sin embargo, siempre hay alguien que, en las situaciones más difíciles, es capaz de defender la causa del inocente y sale en su auxilio. Jeremías es así mandado liberar por el mismo rey.

La tentación de silenciar al verdadero profeta y a los mensajeros fieles ha existido en todas las culturas, al igual que el miedo a perder el poder.

El argumento central de “La Vida es Sueño”, de Calderón de la Barca, gira en torno al joven Segismundo y a su padre, el rey. Éste había escuchado una profecía, según la cuál le sería arrebatado el trono por su propio hijo, que es encerrado de por vida en la cárcel para que no se cumpla lo dicho.

Es una crueldad increíble y extrema, a la que se ven sometidos hoy naciones, pueblos, clanes y familias y personas concretas.

Miremos a nuestro alrededor y comprobemos cómo se ejerce el poder en países como Venezuela, Cuba, Corea del Norte, Siria, Afganistán y tantos otros, donde se silencia a los opositores, se desacredita su imagen o se les declara enemigos del pueblo.

La práctica religiosa en los regímenes totalitarios sufre los mismos problemas. Lo importante es amordazar a los misioneros para que no difundan criterios morales justos, que despierten la conciencia de los ciudadanos y se rebelen ante los atropellos y corruptelas de los que, siendo elegidos como representantes del pueblo, se aprovechan de él para aumentar sus prestaciones económicas.

Pero, a pesar de las agitaciones del mundo y de los vaivenes económicos que nos envuelven periódicamente, hay un hueco notable para la esperanza, porque el pilotaje de la nave que guía la historia de los hombres está en las manos de Dios. Esto le hace exclamar al salmista: “Soy pobre y desamparado, pero el Señor se cuida de mí” ( Salmo 39,18), y añadir después: “Afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos” (Salmo 40,3).

En medio de las inseguridades política actuales y a una falta clara de liderazgo político en el mundo (sí lo hay en el ámbito religioso en la figura del Papa Francisco), los cristianos contamos con la gracia de Dios, que ilumina las realidades negativas de la existencia humana.

El evangelio está en la misma línea que el relato de Jeremías.
Las palabras de Jesús: “He venido a prender fuego en el mundo, y ojalá estuviera ya ardiendo” (Lucas 12,49) anuncian un camino nuevo, y son rechazadas por la mayoría del pueblo.

No se puede negar que son palabras duras y sorprendentes. Parecen más propias de un extremista agresivo que de uno que proclama la paz como bienaventuranza de los hijos de Dios.

Carece de sentido presentar a Jesús como un revolucionario violento, pues la violencia engendra violencia y él pide, cuando te hieran en una mejilla, poner la otra.
Si damos crédito a esta frase tendríamos que borrar todas las bienaventuranzas y todo su mensaje.

Jesús llega a condenar no sólo las acciones violentas, sino también las palabras ofensivas contra los hermanos.

Pero no hemos de confundir los gestos de Jesús con los de un pacifista de brazos cruzados e inoperantes ante las injusticias de los hombres. Basta con echar un vistazo a las diatribas contra los escribas, fariseos y saduceos (ver Mateo 23,1-37), a quienes acusa de falsedad e hipocresías, o contra Herodes, al que llama “zorro” (Lucas 13,32), para darnos cuenta que toma siempre una clara postura por el débil y el oprimido o privado de sus derechos..

La expulsión de los vendedores del templo obedece al mismo planteamiento (Mateo 21,12-13).

Estos hechos aislados, lejos de emborronar la imagen de Jesús, hacen resaltar más su trayectoria de hombre pobre, humilde, servicial y abierto a la misericordia, el perdón y el amor sin medida a Dios y al prójimo.

El mismo se ofrece como sacrificio en el Huerto de los Olivos e impide que sus discípulos derramen sangre para defenderle, y tiempo antes había dicho: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mateo 11,28).

La paz que Jesús trae no se basa en criterios puramente humanos “No os la doy como la da el mundo” (Juan 14,27), viene avalada por la libertad de espíritu y la lucha contra el pecado y las estructuras injustas que lo alimentan.

El cristiano es, en este sentido, al igual que Jesús, un lazo de contradicción, porque crea tensiones y cuestiona el poder injusto de los que imponen su dominio o privilegios.
Esto ocasiona enfrentamientos con la propia familia y la sociedad, que quieren controlar a su conveniencia los vínculos afectivos, las ideologías y las conciencias.
Es casi imposible estar a bien con todos, salvaguardar la paz a cualquier precio y no crearse problemas, sin pagar un precio moral por mantener una buena imagen.

Abundan los políticos que saben salir airosos de todas las situaciones y permanecer impolutos en la “cresta de la ola. “No ha de ser así entre vosotros” (Lucas 22,26).

El evangelio descarta la tibieza moral y las actitudes camaleónicas, y apunta a una opción clara por el Reino de Dios, que conlleva la creación de una familia nueva y universal: la familia de los hijos de Dios, que es entendible desde la fe, aunque no en círculos cerrados, ajenos a la misma, llámense familia, tribu, clan…

Se explica que Jesús diga que “quien no está conmigo, está contra mí” (Lucas 11,23), porque no queda más remedio que tomar partido por él cuando los vínculos anteriores se convierten en una fuerza antagónica que nos impide ser libres y responsables de nuestros actos.

El fuego de Jesús nos libera, purifica y capacita para amar más y mejor.
Todo el que se siente interpelado por Jesús y se enamora de Él lleva consigo el amor divino, que se propaga, como el fuego, con el viento de su gracia y transforma en escorias el mundo de los apegos egoístas.

Fijémonos en Él, démosle gracias y ofrezcámosle un corazón sensible a las necesidades de los hombres y fuerte para rechazar el pecado y combatirlo con las armas de la fe.

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