domingo, 21 de julio de 2013

Homilía


Nos llama poderosamente la atención la actitud de acogida y hospitalidad de Abraham. Responde a una cultura primitiva de los beduinos, que conocen las duras condiciones del desierto y el peligro que corren de morir deshidratados.

Nos conviene meditar este pasaje del Génesis y fijarnos en el comportamiento de Abraham para imitar su ejemplo.
Abraham ofrece agua para que los huéspedes se laven los pies, descanso junto al árbol y comida para fortalecer sus cansados cuerpos. Para ello mata un ternero y comparte su alegría con ellos, porque piensa que es Dios mismo quien visita su casa.

En el lenguaje actual, diríamos que, que no les exige papeles, tarjeta sanitaria ni certificado de residencia. Se limita a cubrir las necesidades físicas y espirituales, compartiendo con ellos su tienda, agua para beber y lavarse los pies, comida y, sobre todo, calor humano. sus nuevos amigos.
La llegada de un hombre pidiendo ayuda es un aldabonazo en la conciencia bondadosa del que ve en El la figura de Dios, que visita su humilde tienda.

Así lo interpreta Abraham y, conforme a la magnitud de la acogida, la respuesta es generosísima; Sara, su mujer le dará un hijo, el sueño más acariciado por los esposos, ya mayores y en edad no fértil. Será llamado “Isaac”= sonrisa de Dios, porque a Dios nadie le gana en generosidad.

Es ésta una extraordinaria lección para nosotros, hombres y mujeres de hoy, tan preocupados por las apariencias, las relaciones superficiales, las compras en rebajas o en camuflar nuestra verdadera imagen. Una imagen que se quiebra cuando la crisis sacude los cimientos de nuestra estabilidad, nos sentimos pobres o desamparados y acudimos con miedo, temor y vergüenza a pedir ayuda a nuestras parroquias.

Detrás de cada persona concreta se puede esconder un drama, que requiere la urgente respuesta personal que Jesús pide en el evangelio: “Fui forastero y me hospedasteis (Mateo,25,38).
La persona sensible y abierta al don de Dios siempre encuentra espacios para ofrecer su hospitalidad.
Mis queridos padres murieron hace años, pero nunca olvidaré su testimonio cuando, siendo yo niño y viviendo en la familia mis otros 6 hermanos y la abuela, ofrecía los hangares laterales de la casa a varias familias gitanas con sus carromatos, burros y enseres personales, a quienes proveía de paja, pan y tocino. Allí pasaban los duros días de nevadas, como sucedía con un mendigo que se quedaba siempre en nuestra casa cuando recorría los pueblos pidiendo limosna. El mendigo era respetado en su dignidad.
Años más tarde, en pleno verano, cuando más apremiaban las tareas del campo por la recolección y la mies, siempre encontraban un tiempo para acoger a los que venían a su casa y tomar con ellos un refresco y algo de picar. Era un deber sagrado, pues la cosecha podía esperar, pero no el huésped.

Las dos hermanas de Betania se esmeran en acoger a Jesús.

Marta, mujer hacendosa, procura tener a punto en la casa los más pequeños detalles. María, más contemplativa, se centra en la persona de Jesús para que se sienta a gusto, querido y libre para expresarse.

Ambas actitudes, o lo que hoy llamamos la vida activa y contemplativa, se complementan. No hay contraposición excluyente entre las hermanas.

Si Jesús alaba a María por “escoger la parte mejor” (Lucas 10,42),, es porque encarna lo que es prioritario en ese momento: la figura del huésped. Los trabajos pueden esperar, Jesús no.

A veces nos enfrascamos tanto en el activismo que olvidamos la esencia de la vida cristiana: la comunicación con Dios.

Y, por otro lado, corremos el peligro de justificar con nuestro misticismo la falta de compromiso operante con la propia familia y con la sociedad.

Los tiempos han cambiado, pero los pobres siguen llamando a nuestras puertas.

¿Pasaríamos ahora el examen de la acogida y la hospitalidad?
- En líneas generales, creo que no. Hemos cambiado, nos hemos vuelto recelosos, circunspectos, duros de palabras y de actitudes; hemos cerrado las puertas de nuestras casas e ignoramos al vecino que vive al lado.

La pobreza quizás nos incomoda y nos cuestiona, o quizás pertenece a un mundo que creemos haber superado, y por eso miramos por encima del hombro al colectivo de los marginados, empobrecidos, inmigrantes, enfermos o personas no útiles.
Es mucho más fácil invitar a los amigotes, compartir cenas y diversiones y adentrarse en un mundo de vida muelle y sin complicaciones. Las prestaciones más desagradables se “empluman” a los colectivos de ayuda humanitaria, a quienes se regala lo que sobra para “tapar la conciencia”.

Existen muchas formas solapadas de racismo en la sociedad moderna. También se utiliza la democracia como arma demagógica cuando falta verdadero interés por las personas.
La crisis está poniendo al desnudo este engranaje engañoso, artificial e injusto con la dignidad que toda persona merece.

Lecturas como las de hoy, reflexionadas con tranquilidad, son como latigazos que sacuden nuestra memoria histórica, si es que en algún momento hemos vivido ejemplos edificantes, como el que os he narrado de mis padres.

Hemos de convencernos que, si no acogemos de corazón al hermano necesitado, tampoco acogemos a Dios, pues lo humano es sacramento de su presencia (Jn 1,14).

Digamos, como resumen, que la caridad y la contemplación van unidas de la mano en la vida cristiana, que se alimenta de la Palabra y de la Meditación
Sin ellas, nuestras actividades apostólicas, por muy interesantes que sean, no darán los frutos deseados. La savia de la verdad fluye a través de la comunicación íntima con el Señor.

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