domingo, 9 de diciembre de 2012
Homilía
Juan el Bautista debió sentir una imperiosa necesidad de romper el silencio.
Es un personaje clave del Adviento por suscitar las grandes vivencias que cambian el corazón del hombre.
Predica en el desierto, tradicional lugar bíblico para expresar el encuentro en soledad con Dios.
Se siente interpelado por la problemática de su tiempo y predica un evangelio de conversión para el perdón de los pecados.
Sabe que tiene que manifestarse inequívocamente sobre la necesidad, ya anunciada por el profeta Isaías, de allanar el camino al Señor, elevar los valles, enderezar lo torcido e igualar los escabroso.
Por eso denuncia con fuerza la injusticia, la corrupción y el desenfreno, aún sabiendo que su toma de postura le costará la vida.
Pero se siente “la voz” de los pobres y desamparados y no cede ni calla ante la amenazas. Pablo también sintió la ineludible necesidad de romper el silencio:”¡Ay de mí si no evangelizara”.
Al estilo de historiadores clásicos griegos de su tiempo, como Tucídides, Lucas nos quiere expresar con términos grandilocuentes el marco histórico de la predicación de Juan el Bautista durante el reinado del emperador Tiberio.
No creo que la precisión de la realidad histórica preocupara mucho al evangelista; más bien me inclino a interpretar que deseaba diferenciar claramente los caminos de Dios de los caminos de los líderes políticos y religiosos de su tiempo: Tiberio, Pilato, Anás y Caifás.
Juan el Bautista viste pobremente con piel de camello y se alimenta de saltamontes y miel silvestre, que contrasta notoriamente con la magnificencia de la Corte y los pantagruélicos banquetes de los cortesanos.
El choque dialéctico del poder temporal y la conciencia religiosa, personificada en el Bautista, despierta el interés de la gente, que acude en masa a escucharle.
Sin la transformación interior como valor ineludible es imposible cualquier regeneración moral ante la era mesiánica que se avecina.
Y los hombres nos dejamos arrastra fácilmente por lo superficial y efímero. De aquí la necesidad de contar con la voz de profetas que nos despierten del .letargo.
Ha habido profetas en todas las épocas. También en los tiempos actuales se pueden considerar como tales a Juan XXIII, Teresa de Calcuta o Juan Pablo II, por citar algunos nombres conocidos.
El debate tenido en las Cortes sobre la Nueva Ley del Aborto y más recientemente sobre la supresión de los crucifijos en las escuelas me ha hecho sentir abochornado y avergonzado por la bajísima talla moral de muchos de nuestros diputados.
Es lamentable que las ideologías prevalezcan sobre el sentido del servicio, el sentido común, la sana convivencia y la misma dignidad humana. Parece que algunos no tienen otra misión que agredir impunemente a la Iglesia Católica y la simbología cristiana; desearían “barrer” la Navidad, la Semanas Santa, las procesiones y cualquier centro que “huela” a cristiano para instaurar una dictadura laicista sin Dios y sin ideales que abocan al hombre hacia su autodestrucción.
Alegan en su defensa la libertad que niegan a otros, pero no se atreven a meterse con el Islam, porque saben a lo que se exponen.
Su odio hacia la Iglesia Católicas es tal que raya a menudo en lo grotesco y ridículo.
Hasta ahora han campado a sus anchas, porque no han recibido respuestas contundentes y descalificaciones callejeras. Pero todo tiene un límite y la sociedad los pondrá en su momento en el lugar que les corresponde, es decir: fuera de la escena pública. Ya existen conatos (sin violencia, por supuesto), que se convertirán en un clamor cuando los sentimientos cristianos salgan a la calle y demuestren la fuerza espiritual que anima a nuestro pueblo.
Porque ahora, como en tiempo de Juan el Bautista, el silencio y pasividad de los buenos da alas a los malos para implantar sus fechorías. ¡Basta ya!, dado que están en juego tanto la libertad religiosa como la de expresión y asociación!
¿Por qué no se pueden poner crucifijos en una escuela mayoritariamente católica? ¿A quién molestan en realidad? ¿Por qué no se cambian del nombre del santo que llevan?
En el fondo son rehenes de una intolerancia supina, porque a nadie se le impone ser cristiano, pero debemos respetarnos en nuestras creencias, afiliaciones políticas y en las divergencias que pueda haber, sin que el diálogo social quede deteriorado.
A mucha gente no le gustan los carnavales o la apertura de establecimientos públicos hasta altas horas de la madrugada, pero los toleran en aras de la convivencia.
A estos líderes del esperpento y del pensamiento único- bien pagados, por cierto- les vendría bien una regeneración democrática, acompañada de buena cura de humildad, para respetar todos los valores y todas las ideas.
¿A título de qué la Iglesia Católica no puede intervenir en los problemas políticos que afectan a sus miembros?
Los políticos sí pueden criticar a los obispos, pero cuando éstos lo hacen saltan “chispas”.¡Vale ya!
Todo lo que atañe a la persona es parte sustancial del ministerio eclesial, pese a quien pese.
El testimonio de Juan El Bautista es bien elocuente e ilustrativo; el mejor acicate contra la pasividad ante las injusticias.
Quiero citar, para terminar, un párrafo de “Contad las maravillas del Señor”, del P. Javier Gafo. S.
“En este nuevo Adviento debemos platearnos dos tareas:¿No tenemos que ahondar más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores cristianos?
¿Qué me pide Dios para que su Palabra, por medio de mi vida y de mis obras, resuene más en el mundo en el que vivo? Porque Dios me pedirá también cuentas de mis “pecados de silencio”
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