domingo, 18 de noviembre de 2012

Homilía



La previsión de catástrofes y de caos futuros nos dan miedo, y tomamos las medidas necesarias para asegurarnos que no ha de ser así.
La sicología del miedo ha servido a muchos analistas sin escrúpulos para crecer económicamente a costa de las personas más afectadas, que normalmente suelen ser las más débiles, que confían sus bienes y su porvenir en las manos de estos desaprensivos, disfrazados de magos, leedores de conciencias ajenas y promotores de necesidades esotéricas. Así se ha ido elevando el número de los practicantes del horóscopo, del tarot, de la baraja, de la buenaventura… Unos venden miedo para mantener el control; otros venden ilusiones para satisfacer al cliente... Y podemos seguir así para engrosar el catálogo de vividores oportunistas.

El lenguaje del evangelio de hoy no resulta ajeno a nuestra mentalidad, aunque nos parezca fuera de tono e incluso agresivo.

Los medios de comunicación insisten constantemente en las catástrofes naturales, en cataclismos nucleares, en contaminación, en indefensión ante el ozono, en los cambios climáticos, en el terrorismo, en el fin progresivo y acelerado últimamente de la vida sobre la tierra. No suena a extraño hablar del fin del mundo y de las conmociones que suscita la sola idea de su mención. Nuestro sueño es subsistir para siempre.

Esta sensación se acentúa cuando uno ha vivido experiencias fuertes de dolor, opresión y hambre. Recuerdo a un ciudadano ucraniano, habitante del Barrio de la Overuela, en Valladolid, donde yo ejercía el ministerio sacerdotal, que cuando oía rumores de recesión económica o enfrentamiento bélico, llenaba su despensa de provisiones de víveres para muchos meses.
Me lo contaba su mujer española, que no podía convencerle de la inoportunidad de tal compra.
No lo podía evitar, puesto que llevaba grabadas en su memoria las calamidades sufridas durante la Segunda Guerra Mundial. Todo era para él preámbulo de la guerra. Y por eso tomaba toda suerte de precauciones previsoras para no volver a experimentar aquellos horrores.


Pero el lenguaje apocalíptico al que recurren algunas de las sectas religiosas que proliferan en nuestra época para captar adeptos a su causa, insuflar miedo y necesidad de salvación para sí mismos y los suyos, no es para el evangelista San Marcos más que un recurso literario, muy común en tiempos de Jesús para llamarnos a la ESPERANZA y a la RESPONSABILIDAD. Algo muy diferente a la estrategia política de utilizar el miedo a la guerra como justificación para acelerar la carrera de armamentos y la proliferación de empresas del ramo, con armas cada vez más sofisticadas y destructivas.

Para el evangelista, el miedo que suscita la destrucción del mundo es infundado, porque el mundo que acaba no es el creado por Dios, sino el mundo de los poderosos, los explotadores y los que llevan a buena parte de los seres humanos a la miseria.


Este mundo de la desigualdad y de la injusticia no tiene razón de ser para Dios, que nos llama, no a vivir inmersos en el miedo, sino en la esperanza activa.

Tomar el evangelio de hoy como una fuerte dosis de esperanza e ilusión, nos ayudará a contribuir en la transformación del mundo según el plan de Dios. El plan de los hombres, basado en la ambición, en la lucha de clases y en la desigualdad, nos lleva al odio y a la destrucción.
Basta comprobar cómo se está degradando la naturaleza por una explotación salvaje y cruel de los recursos que Dios ha puesto en nuestra manos y de la polución ambiental, para saber que ese no es nuestro camino. No podemos quedarnos cruzados de brazos y muertos de miedo
consintiendo semejantes atropellos, ni que tomen decisiones que nos atemoricen en su propio provecho.

Nuestra vida está en las manos de Dios y también en las nuestras, si la utilizamos como arma valiosa de trabajo, construcción, convivencia y concordia, cuyos frutos desembocan en la esperanza.
La pasividad y el silencio de los buenos da argumentos a los malos para crecer en sus planes perversos; y por eso también debemos despertar a una nueva vida, que se va desarrollando poco a poco a medida que vamos descubriendo y escribiendo día a día la presencia de Dios.

Nunca está escrito el futuro; está siempre por hacer. Este ha sido, es y será el reto de Dios, que respeta nuestra libertad, pero que nos guía y acompaña como buen arquitecto para construir nuestro hogar, nuestra familia y nuestro pueblo.

La última palabra la tiene Dios. Con ella disponemos de un amplio margen de confianza y seguridad. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.(Marcos 13, 31).

No existen razones para vivir amedrentados. Sí las hay- y muchas- para valorar la vida como don de Dios y hasta que Dios quiera, sin dejarnos obsesionar por la muerte ni por los castigos. No es lo mismo vivir muriendo que morir viviendo, desgastándonos poco a poco en la tarea de hacer felices a los demás y siendo felices nosotros mismos.

Con el gozo de sentirnos abrazados por Dios proclamemos juntos nuestra fe.

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