domingo, 13 de mayo de 2012

Homilía



Conmueve el gesto de Pedro hacia Cornelio, que se había arrojado a sus pies:”Levántate- le dice- que soy un hombre como tú” (Act.10,26) .
Recordaba sin duda en esos momentos la escena del lavatorio de los pies y su resistencia a ser servido. Por entonces ya había llegado a la conclusión de que todos somos iguales en dignidad, que ningún hombre es inferior a otro, que nadie tiene por qué postrarse ante otro hombre. No existen los superhombres, ni hay dioses humanos, ni hemos nacido para ser esclavos, ni hay razas superiores. Es la diversidad lo que enriquece cuando se valora la dignidad igualitaria de todos.

La historia está llena de abusos y de atentados contra esta dignidad. Todavía hoy hay hombres y mujeres en el mundo que sirven como valores de cambio y son objeto de ventas comerciales o explotados vilmente.

Surgió a finales del s. XVIII bajo el lema: ”libertad, igualdad, fraternidad,” para poner coto a estos abusos y acabar con la corrupción. Pero declararon la razón humana como supremo don y olvidaron a Dios. En su lugar colocaron al frente del poder del pueblo a gobernantes que se erigieron, no en árbitros de la libertad, sino en intérpretes a su arbitrio de la misma. Transformaron el sistema monárquico en una dictadura de muerte y de terror, de la que fue víctima el propio pueblo, que terminó reaccionando y poniendo orden donde se había sembrado el caos.


También recibida con esperanza, porque defendía los derechos de los más humildes, desembocó en una dictadura de una partido hegemónico en contra del pueblo al que pretendía servir. De todos son sabidas las consecuencias negativas de las proclamas ateístas de los dirigentes y de los privilegios de los más afortunados, la mutilación de la libertad de expresión y de la práctica de las convicciones religiosas.

Actualmente crece un capitalismo salvaje, que también es fustigado por el Papa, porque origina desigualdades sociales injustas y relega a la persona a funciones de eficacia, donde los menos dotados quedan separados de los circuitos de producción y abocados a la pobreza.

De esta experiencia histórica se deriva que el hombre se empequeñece y se degrada en la medida que se aleja de Dios y adora a sus propios dioses. Por el contrario, se engrandece cuando se acerca a Dios y confía en El.

La gran misión, el gran desafío que se plantea la sociedad moderna, es devolver al hombre la dignidad perdida, ubicarle en su lugar y dejar actuar a Dios.
Los hombres nos hemos perdido en la búsqueda de unas condiciones socio-políticas que garanticen la dignidad pisoteada.


Pero no nos engañemos, lo que verdaderamente garantiza la dignidad humana es el AMOR, asociado a la vida. Y, en este AMOR está Dios.

Hemos repetido en varias ocasiones que ateo es, según el concepto bíblico, no es quien no cree en Dios o se declara agnóstico, sino el que no ama.
La frontera del ateísmo está entre el binomio “amor-desamor.”

Juan afirma, basado en esta convicción, que “DIOS ES AMOR”(I Jn.4,16) y que quien no ama está muerto, aunque sea creyente, practicante, cumplidor de la ley, rezador infatigable...
Al final de nuestra vida nos examinarán del amor y quizás escuchemos de parte del Señor el “tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber, era peregrino y me hospedasteis, enfermo y me visitasteis”(Mt.25,35-36).

La acogida a los enfermos y a los ancianos, se presenta como un reto para los auténticos creyentes de hoy, porque aunque contemos con centros asistenciales y liberemos muchos millones de euros en su manutención y cuidados, falta el cariño del corazón.
¿Por qué las Hermanitas de los Ancianos Desamparados o las Hermanas de la Caridad, de Teresa de Calcuta- trayendo a colación ejemplos conocidos- acogen a enfermos desahuciados y a moribundos abandonados?

- Porque creen en el AMOR y porque aman. Y es este amor el que motiva sus vidas, tras el cual está Dios, para quien nadie es inútil.

Necesitamos cultivar el amor, perseverar en él, para que se vigorice la sacralidad de las personas y siga viva en nosotros la “mirada” bondadosa de Dios.

Mercedes Salisach pone en boca del personaje principal de una de sus novelas la reflexión siguiente: “El amor a Dios raramente se siente; el amor a Dios se practica... Actuar es la mejor forma de querer... No es necesario que sientas amor por ellos; sencillamente, ayúdalos. Verás qué pronto los quieres.”

Conozco parejas que, tras haber vivido la experiencia de un Fin de Semana de Encuentro Matrimonial han aplicado la medicina de la decisión de amar como terapia para mejorar una relación, que había caído en la apatía y el desencanto. Así retornaron al romance que animó sus vidas en el noviazgo y vencieron los sentimientos negativos. Porque los sentimientos varían al capricho del momento. Dejarnos arrastrar por ellos nos llevaría a comportamientos infantiles, como el del niño que llora, porque ha perdido el chupete.
La persona madura supera sus sentimientos negativos con la decisión responsable de amar. Siempre puedo amar, aunque sienta rechazo hacia ti y decir un “TE QUIERO a pesar de”...

Hemos sido creados para amar, ser amados y vivir en pertenencia, y sin ese amor se corta el auténtico flujo de la vida y, por supuesto, de la felicidad que soñamos.
¡Que no nos falte el amor, Señor. Aumenta nuestra fe!

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