domingo, 29 de abril de 2012

Homilía



El ejercicio del pastoreo surge según los entendidos en la época del Neolítico cuando el hombre se dio cuenta que era mejor cuidar animales domesticados y servirse de ellos para su sustento que ejercer el difícil y arriesgado oficio de la caza y de la pesca, con los medios rudimentarios que tenían entonces.
El pastoreo en Israel estaba directamente ligado a la economía familiar y al contacto directo con la naturaleza. Tenía cierto carácter sagrado y estaba mejor considerado que la agricultura. Por eso el tratamiento que se da a ambos en la Biblia es desigual.

La comparación entre pastor y jefatura va unida a la práctica del servicio.
Para Israel el verdadero Jefe-Pastor es Yahvé que conduce a su grey- rebaño hacia buenos pastos.


El buen pastor o si queremos, quien ostenta el poder, se rige por las características que describe Jesús en la parábola:

1.- Da la vida por los suyos. Jesús la hizo realidad. Pasó por la vida entregándolo todo, luchando contra el mal y contra lo que atentaba a la libertad de las personas.

2.- No abandona a las ovejas ni huye como hace el mal pastor. Afronta el peligro, da la cara y sale al encuentro de los más necesitados, sin importarle la maledicencia de la gente ni los comentarios peyorativos de los leguleyos. El evangelio está lleno del amor y preocupación que sentía por su rebaño.

3.- Le importan mucho los suyos. No es un pasota. Siente preocupación por sus problemas, comparte sus sufrimientos y hasta sus más mínimas inquietudes.

4.- Conoce a los suyos por su propio nombre y les hace partícipes de su vida. Sabe lo que pasa en lo más hondo de su corazón. Por eso disculpa, perdona, acompaña, educa, les previene de los peligros...

5.- Sus amigos le conocen y confían plenamente en El. Le siguen. Comprenden que sólo en Jesús encuentran palabras de vida eterna. Algunos se van a sus casas con nostalgia y con pena, porque piensan que todas las maravillas vividas a su lado acabaron con la muerte en cruz, pero terminan volviendo.

6.- Conoce al Padre y los secretos más arcanos de Dios. Es el mejor maestro y el mejor guía para ilustrarnos sobre el “corazón” de su Padre, que nos muestra y nos descubre como un Ser tierno, conmovedor y cercano, que nos espera y acoge.
Nos ofrece la auténtica imagen de Dios, distorsionada por otras imágenes- no todas- del A.-T. que lo presentan como justiciero y vengador, ante el cual sólo cabe una relación de temor.

7.- Se siente infinitamente amado por el Padre y corresponde a su amor abandonándose confiado en sus manos. Es el Hijo fiel que cumple su voluntad.

8.- Es el pastor universal. No se limita a cuidar su rebaño, porque busca también otros rebaños. No segrega aparte su rebaño ni corta el acceso de los demás a los pastos, ni reduce su círculo vital a la atención de unos pocos, con los que se siente a gusto, arropado y feliz.

9.- Quiere la unidad de todos esos rebaños por encima de todo a fin de que sigan bajo el mando de un solo cayado y un solo pastor. Crea comunidad y no individualismo.

10.- La vida que entrega, la recupera. Es una fuente de esperanza, donde el aparente fracaso encuentra su galardón definitivo, no de parte de los hombres, sino de Dios.


Estas características del buen pastor pueden servirnos de meditación a quienes hemos recibido la misión de gobernar, aunque sea una parte minúscula de ese rebaño que formamos los hombres. Los gobernantes, los sacerdotes, los padres y madres de familia, los hermanos entre sí, los padres con los hijos y los hijos con los padres, las comunidades que llamamos pueblos. Todos entramos en la esfera del mundo que busca su plenitud y como tal necesitamos fidelidad, preocupación por los nuestros, conocimiento de sus personas, ser reconocidos por ellos, mostrar la bondad de Dios, educar en y para la afectividad, cultivar el respeto y la vocación de cada uno, escuchar siempre con el corazón y con la mente, entregarnos a su servicio, eternizar el amor como fuente perenne de la vida.


La fiesta de hoy nos llama a la búsqueda de lo positivo y noble y no a la acritud, a la desesperanza y a la crítica destructiva, que obstruye el ejercicio de la autoridad.
Cuando se comparten y delegan responsabilidades, es más fácil relacionarnos y crear la armonía y unidad que Dios quiere.
Oremos pues, después de haber proclamado juntos nuestra fe, por nuestros gobernantes y por los pastores de la Iglesia.

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