domingo, 11 de septiembre de 2011

Homilía


El perdón es la medida del amor.

La historia más negra de la humanidad está saturada de venganzas, que han condicionado la suerte de muchos pueblos. Disputas territoriales, guerras interminables sin cuartel, estereotipos negativos que nos creamos por un mal entendido nacionalismo, marginaciones por la raza, las ideas, la situación social...
¡Cuántas injusticias creadas a nuestro alrededor que superan los agravios recibidos!

La ley judía del talión :”ojo por ojo, diente por diente” (Ëxodo 21, 4), nos adentra en un mundo de rencores, de autodefensa, pero esta ley está superada en el mismo A.T.
Así, en la primera de las lecturas de hoy, leemos:

“El furor y la cólera son odiosos” (Éxodo 27,33)...”¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante ¿y pide el perdón de sus pecados?”(Éxodo 28, 3-5).
Parece como si hablara el mismo Jesús
La profusión de pasajes que afloran en distintas páginas del Evangelio nos asombra:

“Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos”(Mateo 6, 12).
“ Si tu hermano te ofende, perdónale” (Mateo 18, 15).
“ Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada uno no perdona de corazón
a su hermano” (Mateo 18, 35).
“Perdonad y seréis perdonados” (Mateo 6, 14).
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).

El perdón es la medida del amor, “pues a quien mucho ama, mucho se le perdona” (Lucas 7, 47).
En nuestro país hemos tenido durante los últimos años testimonios escalofriantes de víctimas del terrorismo, capaces de proclamar el perdón a sus verdugos.

Guardar el rencor no conduce a nada. Más bien nos puede llevar a la autodestrucción, a la infelicidad, porque nuestras miras son egoístas y nos mostramos siempre en plan de víctimas.
Por otro lado estamos asistiendo continuamente a reyertas, desavenencias por problemas de herencia que conducen a alejamientos, a veces definitivos.

El sueño de Dios.

El perdón de Jesús es gratuito, olvida la ofensa, dignifica a la persona e intenta asociarla al sentir de Dios “que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”(Ezequiel 18, 23).
Dios nos da siempre la nueva oportunidad que, a menudo, negamos a nuestros adversarios.
En un mundo que busca la descalificación del otro o su misma aniquilación para hacerle desaparecer de la espera política, económica y social, donde los intereses de partido prevalecen sobre el bien común, donde el “todo vale mientras no me denuncien”, experimentar ese amor gratuito de Dios nos hace ver los acontecimientos del mundo de otra manera, sin que proclamemos que amamos a unos y odiamos a otros, porque todos somos hijos de Dios y, por tanto, dignos de ser amados.

Esto lo entendió maravillosamente Martin Luther King que defendió la igualdad de las razas, su misma dignidad y luchó incansablemente por una nueva ley de derechos civiles que permitiera equiparar a los negros con los blancos. Murió por esa causa noble.
Por estos días celebramos el aniversario de su muerte y del discurso de los sueños: ”Sueño que llegará un día...” El decía: ”el odio, la incapacidad para perdonar es como un cáncer, como un espíritu malo que nos corroe, porque nos impide entrar en el amor y vivir en él”.

Ya Jesús había tenido antes ese sueño, el sueño de una humanidad viviendo en el amor y en el perdón. donde todos proclamaran a Dios como padre y todos nos sintiéramos hermanos.
Esta utopía se hace poco a poco realidad con la práctica de las bienaventuranzas y la experiencia personal del amor y la misericordia de Dios.
Si El nos perdona y nos ofrece siempre la oportunidad de rehabilitarnos ¿por qué somos tan duros e intolerantes con las faltas del prójimo?
Donde hay amor , siempre hay perdón.

Cuando alimentamos el rencor dentro de nuestro corazón y no soltamos ese lastre que nos corroe estamos amargando nuestro desarrollo como personas en relación y cercenando nuestra propia felicidad. Así no se puede vivir.

Si ésta es nuestra situación actual, merece la pena salir cuanto antes de ella y plantearnos cómo perdonar y pedir perdón. Seguro que sentiremos el abrazo del hermano agraviado y
fluirá de nuevo la savia de una nueva vida. Al rebajarnos, nos engrandecemos. Recuperamos la dignidad perdida y abrimos puertas a la gracia de Dios que opera en los corazones arrepentidos. Sé que no es fácil, que cuesta “dar el brazo a torcer”, pero lo necesitamos como la tierra sedienta que aguarda la lluvia.
Es nuestra oportunidad ¿ por qué no la aprovechamos?

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