jueves, 7 de julio de 2011

Santo del 7 de Julio


Nació en Pampelón, hoy Pamplona.

San Fermín era hijo del senador Firmo y de Eugenia eran paganos, pues todavía el cristianismo no había penetrado en aquellas tierras. Se dirigían un día al templo de Júpiter para ofrecer sacrificios, cuando se encontraron con un extranjero que predicaba la doctrina de Jesucristo.

Firmo y Eugenia, impresionados, invitaron a su hogar al extranjero. Se llamaba Honesto y les explicó que venía de Tolosa, enviado por el santo obispo Saturnino, discípulo de los apóstoles, para predicar la fe de Jesucris­to. Firmo y Eugenia quedaron conmovidos y atraídos por la doctrina cris­tiana. Manifestaron a Honesto su deseo de conocer a Saturnino.

Saturnino accedió, acudió a Navarra y evangelizó a más de cuarenta mil personas, entre ellos Firmo, Fausto y Fortunato, los tres primeros magistrados de Pamplona. Una de sus tareas predilectas, a la que dedicó todo su afán, fue la de formar cristianamente el alma privilegiada de Fermín. Luego Firmo y Eugenia enviaron a Fermín a Tolosa, poniéndolo bajo la dirección de Honorato, obispo y sucesor de Saturnino. Cuando estuvo bien formado y preparado, Honorato le ordenó presbítero, y luego, a pesar de la oposición de Fermín, lo consagró obispo de Pamplona, su ciudad natal.

El celo de Fermín en sus tierras navarras emulaba el de su antecesor Saturnino. Ante su vibrante palabra, los templos paganos con sus ídolos se arruinaban y el territorio se llenaba de fervientes cristianos. Las Galias sufrían ahora una fuerte persecución, y al conocer el entu­siasmo del joven obispo de Pamplona, lo reclamaron. Fermín acudió a gusto, indiferente ante los peligros y con ansias de martirio. Recorrió Auvernia, Angers, Anjou y la Normandía, despertando en todas partes gran admiración aquel intrépido obispo, que acudía gozoso a los sitios más difíciles. Se dirigió después Fermín a la región de Beauvais, donde el prefecto Valerio perseguía cruelmente a los cristianos. Fermín fue encarcelado. Al morir Valerio quedó en libertad. El pretor de Amiens se asustó ante la popularidad de Fermín. Lo llamó a su presencia. Maravillado por su doctrina y sus respuestas, lo dejó en liber­tad. Luego, ante la insistencia de Fermín en predicar a Jesucristo, lo encar­celó. El pueblo se indignó, pues lo veneraba como a un santo. Pero el pre­tor no hizo caso. Lo mandó degollar secretamente en la cárcel.

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