domingo, 6 de marzo de 2011

Homilía


ECHAR RAÍCES

Una parábola.

Érase un bosque lozano y frondoso, lleno de vitalidad y de fragancia. Los altos árboles se mecían suavemente por la caricia fresca del viento. Cada primavera se vestían con nuevas hojas y se regocijaban durante el tórrido verano, protegiéndose mutuamente con su espesa sombra.
Cuando llegaba el otoño, su savia se aletargaba de cara para afrontar las embestidas de los temporales del crudo invierno.
Muy cerca, a pocos metros, se abría un claro donde los vecinos del lugar habían colocado postes telefónicos, que eran cuidados con mimo por un puñado de obreros. Los pintaban con frecuencia y aseguraban con minuciosas inspecciones el buen estado de los cables.

Los postes se sentían orgullosos y menospreciaban a los árboles.
“¿Veis- les decían- lo importantes que somos? A través de los hilos que soportamos, las gentes se comunican entre sí, mientras que de vosotros no se ocupa nadie. Hasta la maleza crece a vuestros pies”.

Tanto alardeaban de su superioridad e importancia que los árboles sintieron envidia, y le pidieron a Dios que cambiara su suerte por la de los postes telefónicos. Obtuvieron el silencio por respuesta. Y así fue transcurriendo el tiempo.

Un día de primavera, cuando ya el bosque se había vestido de gala para celebrar su fiesta anual, sobrevino un huracán. Los postes telefónicos no pudieron soportar el vendaval y cayeron con estrépito al suelo. En pocos días, anegados entre el agua y la hojarasca, quedaron convertidos en un amasijo de serrín.

Los árboles aguantaron las sacudidas afirmados en sus sólidas raíces.
Cuando todo entró en calma y salió de nuevo el sol, pudieron contemplar a sus orgullosos vecinos medio sepultados en tierra.
Y se dijeron: “todo era fachada y apariencia. Carecían de las raíces que nosotros hemos cimentado cada año”.
Jamás volvieron a protestar y agradecieron ser árboles llenos de vida, con profundas raíces y cambio de ropaje en cada primavera, aunque les fuera vedado visitar otros bosques. Pero tenían compañeros que les protegía dentro de su comunidad vegetal”.

La vida cristiana.

La vida cristiana es como un espeso bosque, que se ha ido vigorizando con el paso de los años.
La fe, cultivada y alimentada por el alimento de la Palabra, la Eucaristía y las buenas obras, crece invisiblemente día y noche, asentándose firmemente sobre la savia de Jesús y el riego del Espíritu hasta formar la Iglesia, la comunidad de los creyentes que, apoyados los unos en los otros, afrontan los vientos, huracanes y las negativas condiciones atmosféricas.
La prueba, la tribulación serán siempre nuestras compañeras de viaje, pero no derribarán nunca las bases de una fe madura y responsable.

Presumir de cristiano, sin responsabilidad ni esfuerzo a lo único que nos conduce es a la propia destrucción. Y no basta, como dice Jesús en el evangelio de hoy, con dirigirnos a Dios con lamentos y súplicas para acceder a ese Reino que el Señor nos tiene prometido. Son necesarios los hechos, por los cuales las personas definimos la autenticidad del mensaje que predicamos. Hechos, que por otra parte debemos conformar a la voluntad de Dios y no al capricho personal.

Nuestra época está marcada por la superficialidad y la fachada.
Nos han educado para triunfar en desarrollo económico, y subordinamos a menudo la propia vocación en beneficio de ingresar más bienes materiales.
Cuidamos por eso la imagen corporal, el vestido, los modales e incluso seguimos cursillos especiales de sicología empresarial, reglas de mercado para vender con más habilidad.
La imagen del triunfador se equipara con los dineros que éste ingresa.
Y la educación en sistema de valores donde prevalezca el bien común, el respeto a la persona y a su dignidad, la amistad cordial, el altruismo, la defensa del débil y del enfermo... ¿en qué lugar queda?

Este es el gran planteamiento de trasfondo de la parábola de la casa edificada sobre piedra y la casa edificada sobre arena.
El hombre se enfrenta a la disyuntiva de elegir entre dos planes: el superficial, fácil, exitoso, individualista, atrayente, pero sin cimientos estables o el profundo, difícil, abierto a la colectividad, a la fe, la esperanza y la caridad...edificado sobre bases seguras.
La vida o la muerte, el bien o el mal dependen de nuestra elección.
Agradezcamos al Señor las oportunidades que nos brinda y empecemos a construir nuestra casa por los cimientos, auque nos cueste más tiempo y los demás se burlen de nosotros.

¡Feliz Domingo!

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