La discusión en la primitiva comunidad cristiana de Judea, a cuya cabeza estaba Santiago, y la proveniente del paganismo, cuyos cabezas eran Pablo y Bernabé, nos introduce de lleno en los límites de la Religión y la Moral.
Atavismos anticlericales y antirreligiosos en la actualidad
Hoy estamos en las mismas, con otros planteamientos, pero con idénticas realidades sociales. Sigue en España abierto el litigio a nivel estatal, con un actual Gobierno de turno, que pregona el diálogo como apuesta de convivencia y desarrollo, pero quiere negarlo a todo lo que huela a religioso, en aras de un laicismo mal entendido o viejos prejuicios atávicos anticlericales, obsoletos, decimonónicos y fuera de lugar en la sociedad de libertades que vivimos hoy.
No es la Iglesia española, que ha tendido la mano al gobierno socialista a través de la Conferencia Episcopal para arbitrar soluciones aceptables que respondan a las necesidades demandadas por una gran mayoría de la sociedad española, quien pone trabas, ni tampoco los padres de familia que solicitan en un 80% clase de Religión para sus hijos, haciendo uso de un derecho constitucional; es el mismo Gobierno, quien de modo arbitrario e injusto arremete con sus actitudes de arrogante mezquindad y partidismo a todos los creyentes.
Ya estamos hasta el gorro de soportar insultos y descalificaciones, heredados de la ignorancia y la falta de ecuanimidad. . Pongamos las cartas boca arriba y reconozcamos públicamente el enorme bagaje de sacrificio y entrega del cristianismo en todas las instituciones de la vida pública, sin los cuales no se entiende nuestro devenir social, cultural, político y religioso.
Con motivo de los luctuosos acontecimientos del 11.M escuché atónito por TV la larga lista de agradecimientos a los distintos estamentos, que con eficaz entrega ayudaron desinteresadamente a las víctimas: médicos, enfermeras, taxistas, bomberos, transportistas, sicólogos, policías... Ni una sola palabra de los sacerdotes, ni una sola palabra de la Iglesia Católica, que en parroquias, colegios, hospitales, centros religiosos, tanatorios, cementerios, estuvieron volcados día y noche. Son agravios comparativos que duelen por lo que hay en el trasfondo de estos “despistes informativos”. Eso sí, siempre salen a colación los tópicos: que si las riquezas del Vaticano, que si el cura tal, para añadir el consabido: “pero eso no lo digo de usted, que sé que es honrado y amigo mío”.
Acusamos de oídas y repetimos”slogans” contra los practicantes cual si fuera una clase retrógrada a extinguir como enemiga del progreso. Pero, ¿de dónde nos viene en realidad a nosotros el progreso sociológico, cultural, económico y moral? ¿Acaso del socialismo ateo?
Esperamos que impere la cordura y la sensatez, porque ciertas actitudes en contra de la Iglesia Católica no tienen ninguna razón de ser en el Siglo XXI, ni nuestra sociedad se parece a la de tiempos de la República ni la Iglesia a la época de la Inquisición.
Religión y Moral
Hay una cosa cierta: la Religión y la Moral deben compaginarse y caminar a la par.
El creyente desarrolla su fe en Dios adentrándose en el supremo ideal de transformar el mundo, enalteciendo la Creación, conociéndola y contribuyendo a una convivencia armónica, venciendo la muerte y eternizándose en El. Para los cristianos es Jesús, El Verbo de Dios encarnado, quien transformando nuestra condición corporal caduca, nos encamina y nos guía hasta Dios.
Los hechos y dichos de Jesús, narrados sobre todo en los Evangelios, sirven de pauta a la moral cristiana, que no es ajena a la ética natural del hombre. Valores como la tolerancia, la caridad, la honestidad, el respeto a la persona y a sus bienes, la paz y derechos fundamentales a la vida, la libertad, la familia, hogar, educación...son comunes a las aspiraciones de todos los pueblos, y merecedores del máximo respeto.
Son valores inalienables e irrenunciables.
La Religión y la Moral bien entendidas, si se saben dar la mano, tanto en los creyentes como en los no creyentes, beneficiarán a las personas y a las instituciones.
Si prevalece el sectarismo excluyente y se niegan los valores religiosos o los valores éticos, nos adentraríamos en enfrentamientos estériles y empobrecedores de la condición humana.
Estos sectarismos excluyentes se dan también a menudo entre las distintas corrientes cristianas, y no digamos ya en el plano de la política.
La Iglesia de Jerusalén quiere imponer la circuncisión a la comunidad convertida del paganismo, obligándola a judaizar, como requisito para la salvación. Confunde las costumbres y los ritos con la verdadera fe, que libera; nunca esclaviza.
Por eso, los Apóstoles llegan, tras meditarlo en la oración y a la luz del Espíritu Santo, a un consenso, con un mínimo de costumbres exigibles. Entienden que la fe en Jesús, la comprensión y el amor fraterno pasan por encima de algunas normas que bloquean las conciencias y repelen por su incomprensión.
Para algunos cristianos de hoy. Todavía es más importante guardar las formas, purificar los ritos o mantener tradiciones- muy respetables por otra parte- que la oración confiada ante Dios, la escucha de la Palabra o la caridad y comunión fraternas. Pondrían el grito en el cielo si se le ocurre a una autoridad religiosa suspender una procesión, pero callarán cuando la fe es agredida o despreciada.
Cuando hay un litigio, los valores deben prevalecer sobre las normas.
Es bueno, por tanto, que hagamos un discernimiento sobre nuestras verdaderas actitudes cristianas y examinemos el respeto a las libertades y la calidad de nuestro amor, recordando las palabras de Jesús, que proclamamos hoy en el Evangelio.
“Si alguien me ama, mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”
(Lc 14,23)
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