JUAN, EL DISCIPULO AMADO
(5ª Parte de 6)
Los Escritos del Apóstol
"Mediante la gracia y el auxilio de nuestro Señor Jesucristo y a través de las palabras de Juan divinamente inspiradas y las grandiosas señales y milagros que obró Dios, casi todos los habitantes de Patmos comenzaron a creer. Por ese tiempo fue asesinado el emperador Domiciano, el mismo que nos había exiliado a Patmos, que era una colonia penal. Después de él, el trono romano fue ocupado por Nerva, quien no impidió la predicación de Cristo ni persiguió a los que creían en éste. Este joven emperador había recibido un favorable informe sobre Juan y, con la anulación de la sentencia de Domiciano por parte del senado, le levantó la sentencia, por lo que el Apóstol quedó libre para ir a donde quisiera. Como vio Juan que casi todos los naturales ya creían en Cristo, decidió regresar a Efeso. Al enterarse de esto los fieles, se congregaron alrededor nuestro para rogarnos con lágrimas, diciéndole: ‘Padre, apelamos a tu bondad. ¡No nos dejes abandonados! ¡Tú debes quedarte para siempre con tus hijos!’ Pero Juan los consoló diciendo: ‘No hagáis eso, hijos míos. Vuestras lágrimas entristecen de veras mi alma; pero vosotros mostráis falta de preocupación por los demás. Cristo, en quien creéis vosotros, se me ha aparecido y me ha ordenado regresar a Efeso, a fin de aconsejar y ayudar a los hermanos de allí.’
"Viendo ellos que no podían convencer a Juan con sus palabras, se pusieron a sus pies y le imploraron diciendo: ‘Oh padre y maestro, como te has decidido dejarnos abandonados, te pedimos que nos des por escrito un recuento sobre la encarnación y la dispensación de Dios, a fin que podamos meditar siempre sobre ello y permanecer firmes e inmutables en la fe. Por si acabo algún hermano pueda ser engañado, por descuido, por Satanás y seguirlo.’ Juan les contestó: ‘Muchas cosas, hijos míos, habéis escuchado de mí en cuanto a la dispensación y las señales obradas por el hijo de Dios, lo cual yo he presenciado. Por lo tanto, hasta que guardéis las palabras del Señor para que él os conceda la vida eterna.’ A pesar de todo, los hermanos le suplicaron todavía con mayor fuerza y lágrimas, insistiendo que ellos no se despegarían del suelo hasta que él accediera a su pedido. El Apóstol se conmovió mucho por las lágrimas de ellos y entonces les dijo: ‘Hijos míos, id a vuestras causas, porque por el mandato del Señor vuestro piadoso os será satisfecho.’ Después que él los bendijo, todos regresaron a su hogar.
Luego Juan me llevó a un lugar fuera de la ciudad, como a una milla de distancia, hasta un sitio tranquilo llamado Katapavsis (que quiere decir "cesación"). Allí subimos a un monte alto, en donde nos quedamos durante tres días. Juan se pasó el tiempo ayunando y orando, suplicando a Dios que les diera el evangelio a los fieles hermanos. Al cabo del tercer día me dijo: ‘Procuró, hijo mío, ve a la ciudad a traer papel y tinta.’ Entonces yo fui allá para cumplir esta orden y luego regresé.
Entonces me dijo: ‘Deja el papel y la tinta, hijo, y regresa a la ciudad, pero vuelve aquí dentro de dos días'. Encontré a Juan parado y rezando. Entonces me dijo: ‘Toma el papel y la tinta, hijo, y ponte a mi derecha.’ Yo hice como él me dijo. De pronto se escuchó un trueno y un relámpago destelló, en tanto que la montaña se estremecía. Sobrecogido de miedo caí al suelo como un muerto. Entonces Juan extendió su mano y me levantó, diciendo: ‘¡Siéntate a mi derecha! Después regresó a seguir orando, después de lo cual me dijo: Procuró hijo mío, lo que escuches de mi boca debes anotarlo en el papel. Estando de pie con su mirada dirigida hacia el cielo, abrió su boca y comenzó a decir: ‘En el comienzo estuvo el Verbo, y el Verbo estuvo con Dios, y el Verbo era Dios....’ y así continuó, él estaba parado; y yo, sentado escribiendo. Nos quedamos dos días en aquel monte donde él estaba parado hablando y yo permanecía sentado escribiendo. Luego de las divinas palabras del Evangelio, él pronunció una oración y después ambos descendimos del monte. Fuimos a casa de Sosipater, en donde nos prepararon la mesa y comimos y descansamos.
"Al día siguiente, Juan le dijo a Sosipater: ‘Hijo mío, encárgate de encontrar un buen pergamino para poder allí copiar el Santo Evangelio de manera clara.’ Sosipater fue a traer hojas de pergamino y Juan me dijo entonces: ‘Siéntate aquí, hijo mío, y escribe el Evangelio con una buena letra.’ Entonces yo me senté y con gran cuidado y atención lo escribí en forma clara. Entre tanto, Juan ordenó a obispos y presbíteros para las iglesias. Una vez que terminé de transcribir el Evangelio, Juan lo llevó a la iglesia y allí, siguiendo su orden, todos los hermanos se congregaron. Después lo leyó y, mediante su gracia, se produjo alegría y felicidad. Después ordenó copiar exactamente el pergamino, de modo que ellos pudieran quedarse con él, y él pudiera llevarse una copia a Efeso (Según Dositeo, él escribió el evangelio 64 años después de la Ascensión del Señor; pero otros señalan que fueron treinta años, y luego dos años después que escribiera el Apocalipsis. San Pedro de Alejandría señala también que el evangelio escrito por Juan fue guardado en la iglesia de Efeso, en donde los fieles lo veneraban). Después celebramos la Divina Liturgia, luego de lo cual la gente se fue.
Se sabe también que San Juan escribió el Apocalipsis en la misma isla. La tradición señala que un día, Juan y su discípulo Procuró salieron de la ciudad para ir a una gruta en el desierto, en donde ambos estuvieron juntos diez días y luego él solo otros diez días. En estos últimos diez días, él no comió nada, sino que solamente oraba a Dios, rogándole que le revelara lo que él debería hacer. De arriba vino Una voz que le decía: ‘¡Juan!.. ¡Juan!’ el le contestó: ‘¿Qué ordenas, Señor?’ la voz desde lo alto le dijo: ‘Espera diez días y recibirás una revelación mucho más grandiosa.’ Juan se quedó allí diez días más sin tomar alimento. Después sucedió algo maravilloso: los ángeles de Dios descendieron donde él y le contaron muchas cosas inefables. Cuando regresó Procuró, lo envió de vuelta para traer papel y tinta, y durante dos días le contó a Procuró las revelaciones que había tenido él, y su discípulo las anotó.
Los antiguos escritores eclesiásticos Clemente de Alejandría, Origen, Ireneo y Eusebio, confirman que el apóstol Juan escribió la Revelación. El texto sagrado del libro le fue entregado en lo que ahora se conoce como la Cueva del Apocalipsis. Esta cueva actualmente se encuentra oculta en el interior y debajo de los edificios del monasterio del Apocalipsis. Este monasterio fue construido en el siglo 17 para albergar a los Patmias, una escuela teológica que fue establecida en esa fecha.
Desde ese entonces sus estructuras no han sido alteradas casi nada. Los edificios se componen de celdas, salas de clase, patios floreados, escaleras y capillas dedicadas a San Nicolás, San Artemio y Santa Ana. La gruta misma fue transformada en una pequeña iglesia dedicada a San Juan el Teólogo. Dentro, quedan señales que, según sostiene la antigua tradición, atestiguan la presencia de San Juan. En una esquina hay un lugar donde éste puso su cabeza para descansar; cerca de allí, está el sitio donde apoyó su mano para levantarse del piso de piedra en que dormía; no lejos de allí está el lugar donde esparció el pergamino; y, en la puerta de la cueva, está la triple fisura de la roca por donde él escuchó "1a gran voz como de una trompeta." La cueva es pequeña y está poco iluminada. Asimismo, debe mencionarse también al Bendito Cristodoulos (+1093), quien fundó el monasterio de San Juan el l día en 1088, en donde quería establecer en Patmos "un taller de la virtud." Sus reliquias yacen enterradas en el monasterio, en donde se realizan maravillosas curaciones. El es conmemorado el 16 de marzo; y la traslación de sus sagradas reliquias, el 21 de octubre).
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