lunes, 12 de abril de 2010

San Juan Evangelista (4ª parte de 6)

JUAN, EL DISCIPULO AMADO

(4ª Parte de 6)

Predicación y Milagros de Juan en Efeso

"Cuando se realizó en Efeso el festival de la diosa Artemisa, toda la gente hizo una gran celebración y se divirtió, para lo cual debía llevar vestimentas blancas. Juan, por razones particulares, usó unas ropas, que habían sido ennegrecidas por el hollín cuando trabajaba en la casa de baños. Subió hasta un lugar elevado, donde estaba colocada la estatua de la diosa. Esto encolerizó enormemente a los efesios, quienes comenzaron a tirarle piedras a Juan. La gracia de Dios, sin embargo, lo protegió, por lo que nadie logró tocarlo. Las mismas piedras que le arrojaron, llegaron hasta la estatua, dañándola considerablemente por el gran número de golpes. Entonces, Juan alzó la voz dirigiéndose a la multitud, diciendo: ‘Hombres de Efeso, ¿por qué os embriagáis con el engaño de la idolatría? ¿Por qué habéis abandonado al Maestro, al Dios y autor de la creación, que ha creado a todos vosotros y os ha dado un alma con razonamiento, sólo para someteros a la voluntad de los demonios que se regocijan con vuestra destrucción? Despertad de vuestro sueño y venid a vuestros sentidos; dejad atrás la embriagante bebida de los avergonzantes pensamientos; expulsad la oscuridad de la ignorancia; abandonad vuestras supersticiones y el engaño de vuestros mitos ancestrales.

Venid al conocimiento del verdadero Dios y recibiréis el perdón de vuestros pecados y la vida eterna. Para que estéis totalmente seguros que vuestra adoración es vana y sin propósito, mirad a vuestra diosa Artemisa, que ha quedado destrozada por las piedras que vosotros mismos habéis arrojado. Para comprobarlo, devolvedle a ella su estado original o rezad para que me haga un milagro o para que me castigue, a fin que yo pueda ver su poder y creer.’ Al ver los efesios que su diosa estaba hecha pedazos y escuchar esto, ellos se enfurecieron todavía más con Juan y
otra vez comenzaron a arrojarle piedras. Pero ninguna de ellas le golpeó, sino que ellas se volvieron y golpearon a los que las habían arrojado. En su angustia y frustración, ellos rasgaron las vestiduras del apóstol. Nuevamente la gracia de Cristo protegió a Juan. Observando que sus acciones eran incitadas por los demonios, él les dirigió la palabra, diciendo: ‘Guardad silencio y permaneced tranquilos, oh hombres de Efeso, porque no os estáis comportando como personas dotadas de razón. Por el contrario, vuestra conducta es irracional e ignorante y es propia solamente de aquellos inmundos demonios que os han instigado para hacer estas cosas. Aguardad, pues, y venid en sí, para que podáis ver el poder de Dios.’ Elevando sus manos al cielo, Juan comenzó a predicar, diciendo: ‘Oh Señor Jesucristo, trata a ellos con firmeza pero con misericordia, a fin de mostrarles a los presentes que Tú eres Dios y que no hay nadie más aparte de Ti.

Apenas terminó de rezar, se produjo un gran terremoto y sobre la tierra sobrevino un calor infernal, cayendo muertos como doscientos por exceso de miedo. Los demás cayeron a los pies de Juan y le imploraron misericordia; porque el temor y el estremecimiento se había apoderado de ellos, los cuales le dijeron: Te suplicamos, oh hombre de Dios, resucita a nuestros muertos y creeremos en el Dios que tú anuncias.’ Juan elevó sus ojos al cielo y suplicó a Dios, suspirando y llorando; y con una voz que ellos no podían oír, rezó él: ‘Oh verdadero Dios, que durante siglos estuviste con el Padre; oh Señor Jesucristo, Hijo de Dios, que te apareciste para salvar a los hombres; perdona los pecados de quienes han muerto; resucítalos con Tu todopoderosa mano y abre sus corazones para que reciban la luz de Tu conocimiento; y arma de valor a tu sirviente para anunciar tus palabras sin temor.’ Al terminar de rezar, otra vez sobrevino un tremendo calor de la tierra e inmediatamente todos los muertos se levantaron y luego veneraron a Juan, rogándole que les concediera la divina salvación mediante el sagrado bautismo. Entonces Juan los catequizó con la palabra de Dios y luego bautizó a todos.


El Apóstol en Roma

Por esos días, Domiciano, el emperador de Roma, emprendió una implacable persecución de los cristianos. El prefecto de Asia lo hizo arrestar y lo mandó atado donde el César en Roma, en donde Juan tuvo que soportar golpes por su confesión de Cristo; después fue obligado a beber una copa llena de veneno. No obstante, tal como dicen las palabras del Señor "Cuando ellos beban cualquier cosa venenosa, ésta no les hará daño" (Marco 16:18), el veneno no le hizo ningún daño a él. Después fue echado a una caldera de aceite hirviente, pero él salió indemne. Entonces la gente gritó: ‘¡Grande es el Dios de los cristianos!’
No atreviéndose a seguir torturando a Juan, el César lo consideró inmortal y lo sentenció al exilio en la isla de Patmos, tal como el Señor le había dicho a Juan en un sueño: ‘Sufrirás mucho y serás exiliado a una isla que mucho te beneficiará.’


Castigo a Patmos

"Los soldados — según relata Procuró — nos tomaron a ambos, pero a Juan lo ataron fuertemente con hierros y cadenas. Ellos le decían: ‘Este es el mago y hace terribles cosas.’ A mí, me dieron una andanada de golpes por todo lado y me decían cosas para atemorizarme, pero no me pusieron en grilletes. Nos llevaron a la embarcación y partimos. Todos los días nos daban unas ocho onzas de pan, una pequeña taza de vino malo, como de media pinta, y un poco menos de un cuarto de agua caliente, el cual Juan tomaba muy poco y me lo dejaba a mí. Ellos no tenían prisa para zarpar directamente a Patmos, sino más bien se demoraron mucho tiempo en un sitio. Al fin, pudimos partir, pero justo cuando estábamos saliendo, los oficiales se sentaron a comer; y como había una gran cantidad de comida y bebida, se pusieron alborozados. Uno de los oficiales jóvenes fue a la parte delantera de la nave para hacer algún deber, pero por descuido se cayó de cabeza al mar. Su padre estaba presente en la embarcación y se afligió profundamente por la pérdida. El se habría arrojado al agua si no lo hubieran detenido los demás. Todos los que estaban a bordo estaban apesadumbrados por el hecho. Algunos vinieron hasta donde estábamos nosotros y uno de ellos le dijo a Juan: ‘Oh hombre, todos nosotros estamos lamentándonos por lo que ha sucedido; pero ¿cómo es que tú no sólo que no te lamentas, sino que estas alegre?’ Juan le preguntó: ‘¿Y que quieres que yo haga?’ el le respondió: ‘¿Puedes ayudarnos?’ Juan entonces preguntó al que mandaba: ‘¿A qué deidad adoras?’ el le contestó: ‘Apolo, Zeus y Hércules.’ Juan preguntó luego al segundo: ‘¿Y a quién tú reverencias?’ el le contestó: ‘a Esculapio, a Hermes y a Hera.’ Juan siguió preguntando a cada uno y todos confesaban su decepción. Entonces el Apóstol del Señor dijo a cada uno de ellos: "¡Cuántos dioses que vosotros tenéis y, sin embargo, son incapaces de salvar a alguien que se ahoga!" Ellos le respondieron: "Esto es porque nosotros somos pecadores y no les servimos con pureza; por eso los dioses nos castigan."

"Luego los dejó en su aflicción y me dijo: ‘Procuró, hijo mío, levántate y alcánzame tu mano.’ Le dijo esto porque estaba atado y no podía levantarse solo. Entonces le extendí mi mano y él se levantó y caminó hasta el borde de la nave, haciendo sonar sus cadenas con el movimiento. Allí suspiró llorando y dijo: ‘Oh Dios de los siglos, Tú que has creado todo y con tus ademanes controlas toda la creación; oh Tú sólo eres el Todopoderoso y el Rey de todos, Jesucristo, que por nosotros y de acuerdo a tu perdón, nos has permitido caminar sobre las aguas como si en tierra seca. Oh maestro, he sido mandado para suplicarte en nombre del ahogado por quienes esperan recibir abundantemente. Escúchame prontamente.’ No había siquiera terminado su oración cuando de pronto surgió del mar una gran cantidad de agua caliente y una ola, que se rompió contra la embarcación, arrojó vivo al joven a los pies de Juan.

Al ver esto, todos quedaron absortos y se arrodillaron a los pies de Juan, exclamando: ‘En verdad que tu Dios es el Dios de los cielos, la tierra y el mar." Luego comenzaron a honrar a Juan y le quitaron los grilletes.
"Llegando a un lugar llamado Kitikión, la nave ancló allí. Todos desembarcaron, salvo nosotros y los guardias. El sol se estaba poniendo, cuando el timonel observó que había un buen tiempo para zarpar; de modo que cuando los demás regresaron, partimos. Pero a la quinta hora de la noche, se sobrevino en el mar una gran tormenta, poniendo en peligro la nave. Todos comenzaron a gritar, esperando la muerte. Entonces el comandante de los soldados se acercó a Juan, diciéndole: ‘Hombre de Dios, de una forma maravillosa sacaste a un muerto de las profundidades del mar mediante tu oración; por lo tanto, suplica ahora a tu Dios para que calme la tempestad, porque estamos en peligro de hundirnos.’ Juan le respondió: ‘Ve en paz y que cada uno se siente en su sitio.’ Pero como la tempestad se hizo más violenta, Juan se levantó para orar. Entonces, la tormenta se calmó inmediatamente y sobrevino una gran calma.

"Como el agua potable comenzó a escasear, muchos se debilitaron por sed, encontrándose al borde de la muerte. Entonces Juan me pidió que llenara unos recipientes con agua de mar. Después de hacerlo, él dijo: ‘En el nombre de Jesucristo, tomad y bebed.’ Al probar el agua, ellos la encontraron dulce y se la bebieron, refrescándose con ella.
"Después tuvimos que anclar en un lugar llamado Mirón, porque uno de los oficiales tenía disentería, por lo cual estaba cerca de la muerte. Allí permanecimos durante siete días; pero al octavo, los oficiales superiores comenzaron a discutir entre ellos por causa del retraso. Unos decían que no estaba bien demorar el cumplimiento de la orden imperial; otros creían que no era correcto abandonar a uno de sus propios compañeros; algunos incluso querían tomar al enfermo con ellos; pero este lo haría morir seguramente. Al ver Juan esto, me pidió que fuera donde el enfermo y le dijera que Juan, el apóstol de Cristo, le ordenaba a que fuera donde él, estando sano. Yo fui donde el enfermo y le dije esto; éste se levantó inmediatamente sin tener ni un rastro de la enfermedad y fue tras mío hasta donde Juan, quien le dijo: ‘Di a tus compañeros que debemos partir de este lugar.’ El recién sanado, que no había tomado alimento durante siete días y había estado en grave peligro, inmediatamente sugirió con alegría a los demás para salir del lugar.

"Al observar toda la tripulación este milagro, cayeron a los pies de Juan, diciéndole: Escucha la tierra entera está a tu disposición, porque has probado Ser un sirviente del verdadero Dios.’ Juan les replicó: ‘De ninguna manera, hijos míos, no está bien esto; vosotros debéis llevarme a donde os han ordenado, para no ser castigados por el emperador.’ Ese mismo día los bautizó a todos después de haberlos catequizado. Luego partimos hacia Patmos, donde a nuestra llegada entramos a una ciudad llamada Flora, ciudad en la cual los oficiales nos entregaron, por orden del emperador, a manos del gobernador; sin embargo ellos no querían dejarnos, sino más bien quedarse con nosotros. Pero Juan les dijo: ‘Hijos míos, si tenéis cuidado en no alejarse de la gracia que habéis recibido, en ningún sitio os harán daño.’ Ellos permanecieron con nosotros durante diez días y siguieron recibiendo instrucción de Juan. Posteriormente él oró y los bendijo, y después los despidió deseándoles que fueran en paz, encomendándolos a las manos de Dios, en quien ellos creían y a quien debían la gloria por la eternidad de los siglos. Amén.

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