SAN FELIPE
(3ª PARTE DE 5)
(3ª PARTE DE 5)
Durante su predicación del Evangelio en Grecia, el apóstol realizó numerosos milagros, curó enfermedades, y resucitó a un muerto a través del poder de Cristo.
Este último milagro dejó asombrados a los judíos que allí vivían, lo cual informaron a Jerusalén, a los sacerdotes principales y los príncipes de los judíos, diciendo que allí había llegado un extranjero de nombre Felipe, para anunciar el nombre de Jesús, mediante el cual expulsaba los demonios, sanaba todas las enfermedades e, incluso, había resucitado a un hombre de entre los muertos mediante el mismo nombre de Jesús; y que muchos habían llegado a creer en Cristo.
Pronto llegó de Jerusalén a Grecia un sacerdote jefe, acompañado por escribas, el cual fulminó amargamente a Felipe. Ataviado con sus vestimentas clericales, el apóstol se sentó en el tribunal, en presencia de una gran cantidad de gente, tanto de judíos como de gentiles. Luego lo llevaron más allá, en medio de aquel grupo. El sacerdote jefe, fijándole una mirada amenazadora, le dijo airadamente: "¿Acaso no basta haber engañado a esta gente sencilla e ignorante de Judea, Galilea y Samaria? Pero tú has ido más allá hasta donde los sabios griegos, para difundir las malas enseñanzas que aprendiste de Jesús, el adversario de la ley de Moisés, por lo cual fue condenado, crucificado y pereció de una muerte ignominiosa. Lo enterraron sólo gracias a la fiesta de Pascua; y vosotros, sus discípulos, robasteis en secreto Su cuerpo, y para engañar a muchos, difundisteis la palabra por todas partes diciendo que el mismo había resucitado de entre los muertos." Al escuchar estas palabras del sacerdote jefe, la multitud comenzó a exclamar contra Felipe: "¿Qué tienes que decir en respuesta a esto, Felipe?" Se produjo un fuerte rumor entre la gente; algunos pedían que inmediatamente dieran muerte a Felipe; otros, que fuese enviado a Jerusalén para ser ejecutado. Entonces el santo Apóstol le dijo al sacerdote jefe: "¡Injustamente amas la vanidad y dices falsedades! ¿Cómo es que tu corazón es duro y por qué no quieres confesar la verdad? ¿Acaso vosotros no habéis sellado la tumba y colocado allí una guardia; y cuando el Señor se levantó de entre los muertos sin romper el sello de la tumba, acaso no le dieron dinero a la guardia para que se culpen a sí mismos, diciendo que mientras ellos dormían los discípulos habían robado el cuerpo de Él? el día del juicio, los mismos sellos de la tumba serán los que desenmascararán abiertamente vuestra falsedad; porque ellos fueron una indiscutible evidencia de la verdadera resurrección de Cristo."
Al escuchar esto, el sacerdote jefe se encolerizó todavía más y, en un arranque de insana maldad, se abalanzó sobre el apóstol con la intención de agarrarlo y matarlo; pero en ese instante se quedó ciego, volviéndose negro. Los que estaban presentes, al ver lo ocurrido, atribuyeron este hecho a la hechicería, entonces también se abalanzaron sobre Felipe para eliminarlo, como si fuera un hechicero; pero todos ellos sufrieron el mismo castigo del sacerdote jefe. Entretanto, la tierra comenzó a temblar fuertemente, entonces todos se estremecieron de miedo y llegaron a conocer el gran poder de Cristo. El apóstol Felipe, al ver en ellos la ceguera de su espíritu y su cuerpo, comenzó a llorar por ellos y luego se volvió hacia Dios para rezar, rogándole que los perdonara. Y, ¡qué maravilla! con las oraciones del santo, de arriba llegó la curación sobre todos aquellos que estaban afligidos. Este milagro hizo que muchos se convirtieran a Cristo y creyeran en El. Sin embargo, el sacerdote jefe, cegado más que todo por maldad, no sólo que no quiso enmendar su comportamiento después del castigo infligido a él, sino que comenzó a proferir blasfemias contra nuestro Señor Jesucristo. Entonces sobre él cayó un castigo todavía más grande. Repentinamente la tierra se abrió y lo tragó vivo, tal como una vez sucedió con Datan y Abirón (Números 16:1-3).
Después que el sacerdote pereció, allí San Felipe bautizó a muchos y designó como obispo a cierto respetado y digno hombre llamado Narciso; después de lo cual partió hacia Partía. Durante el camino, el apóstol pidió a Dios que lo ayudara en sus tareas. Entonces, ¡maravilla!.. En el momento en que se estaba arrodillando para orar, del cielo se le apareció la figura de un águila que extendía sus piñones formando la cruz de Cristo. Fortalecido por esta manifestación, San Felipe salió de nuevo a predicar; y después de recorrer los pueblos de Arabia y Candacia, resolvió cruzar el mar hasta la ciudad Siria de Azoto. Pero en la noche sobrevino en el mar una fuerte tormenta, que hizo desesperar a todos por salvar su vida. Entonces el santo Apóstol comenzó a orar, e inmediatamente en el cielo se apareció la señal de la cruz portadora de luz, la cual brilló a través de la oscuridad de la noche; y el mar al instante se calmó y sus olas se extinguieron poco a poco. Cuando el barco echó anclas en la costa de Azoto, Felipe se desembarcó allí, en donde fue recibido en casa de cierto hospitalario hombre de nombre Niocledes, quien tenía una hija llamada Caritina, la cual sufría de una enfermedad que le afectaba a uno de sus ojos. Después de escuchar la prédica del apóstol, todos llegaron a creer y a aceptar el sagrado bautismo. Después, Niocledes le pidió a Felipe que sanara el ojo de su hija. Entonces el apóstol le dijo a la muchacha: "Caritina, para revelar el milagroso poder inherente al sagrado bautismo, quiero que tú sanes tu propio mal.
Por lo tanto, por la mañana, coloca tu mano derecha en tu ojo, e invoca el nombre de Cristo, el Maestro Salvador de almas, para que puedas sanarte." Al seguir las instrucciones del santo, Caritina se sanó del mal, por lo cual agradeció al Señor. Entonces el apóstol se marchó.
De Azoto, el apóstol Felipe viajó a Hiera polis de Siria. Allí, al predicar a Cristo, despertó la enorme ira de la gente, la cual lo amenazó matarlo mediante apedreamiento. Sin embargo, el auxilio del gobernante, un hombre llamado Iro, lo salvó de la indignación de la muchedumbre. "¡Ciudadanos — les habló a ellos, — escuchad mi consejo! No hagamos daño a este extranjero hasta que no nos cercioremos si su doctrina es cierta; pero si resulta que no es así, entonces lo mataremos." La multitud no se atrevió a oponerse a Iro, entonces éste llevó a Felipe a su casa.
Pero cuando ellos llegaron a la casa juntos, la mujer del gobernante, Marcela, se ofendió por esto. Ella le pidió que la dejara libre de sus lazos conyugales y que le devolviera la dote, si no echaba a Felipe de su casa. El apóstol, viendo que el gobernante estaba lleno de consternación, lo instó a que permaneciera firme en la fe; después, se ofreció para suplicar a Marcela. En tales circunstancias, la doncella de Iro había escuchado hablar al apóstol, entonces le dijo a su amo: "¿De dónde viene este maravilloso hombre? ¡Cuán dulces son sus palabras y cuán loable es su carácter!" el gobernante le contestó: "Mujer, este es el heraldo del gran Dios y el embajador del Eterno Reino. Por lo tanto, creamos en sus palabras." La doncella fue inmediatamente donde Marcela para contarle sobre la gran virtud de Felipe.
Después de escuchar ésta las palabras de aquélla, Iro y toda su familia le rindieron honores al apóstol y se hicieron bautizar, en conjunto con muchos de sus vecinos.
Este último milagro dejó asombrados a los judíos que allí vivían, lo cual informaron a Jerusalén, a los sacerdotes principales y los príncipes de los judíos, diciendo que allí había llegado un extranjero de nombre Felipe, para anunciar el nombre de Jesús, mediante el cual expulsaba los demonios, sanaba todas las enfermedades e, incluso, había resucitado a un hombre de entre los muertos mediante el mismo nombre de Jesús; y que muchos habían llegado a creer en Cristo.
Pronto llegó de Jerusalén a Grecia un sacerdote jefe, acompañado por escribas, el cual fulminó amargamente a Felipe. Ataviado con sus vestimentas clericales, el apóstol se sentó en el tribunal, en presencia de una gran cantidad de gente, tanto de judíos como de gentiles. Luego lo llevaron más allá, en medio de aquel grupo. El sacerdote jefe, fijándole una mirada amenazadora, le dijo airadamente: "¿Acaso no basta haber engañado a esta gente sencilla e ignorante de Judea, Galilea y Samaria? Pero tú has ido más allá hasta donde los sabios griegos, para difundir las malas enseñanzas que aprendiste de Jesús, el adversario de la ley de Moisés, por lo cual fue condenado, crucificado y pereció de una muerte ignominiosa. Lo enterraron sólo gracias a la fiesta de Pascua; y vosotros, sus discípulos, robasteis en secreto Su cuerpo, y para engañar a muchos, difundisteis la palabra por todas partes diciendo que el mismo había resucitado de entre los muertos." Al escuchar estas palabras del sacerdote jefe, la multitud comenzó a exclamar contra Felipe: "¿Qué tienes que decir en respuesta a esto, Felipe?" Se produjo un fuerte rumor entre la gente; algunos pedían que inmediatamente dieran muerte a Felipe; otros, que fuese enviado a Jerusalén para ser ejecutado. Entonces el santo Apóstol le dijo al sacerdote jefe: "¡Injustamente amas la vanidad y dices falsedades! ¿Cómo es que tu corazón es duro y por qué no quieres confesar la verdad? ¿Acaso vosotros no habéis sellado la tumba y colocado allí una guardia; y cuando el Señor se levantó de entre los muertos sin romper el sello de la tumba, acaso no le dieron dinero a la guardia para que se culpen a sí mismos, diciendo que mientras ellos dormían los discípulos habían robado el cuerpo de Él? el día del juicio, los mismos sellos de la tumba serán los que desenmascararán abiertamente vuestra falsedad; porque ellos fueron una indiscutible evidencia de la verdadera resurrección de Cristo."
Al escuchar esto, el sacerdote jefe se encolerizó todavía más y, en un arranque de insana maldad, se abalanzó sobre el apóstol con la intención de agarrarlo y matarlo; pero en ese instante se quedó ciego, volviéndose negro. Los que estaban presentes, al ver lo ocurrido, atribuyeron este hecho a la hechicería, entonces también se abalanzaron sobre Felipe para eliminarlo, como si fuera un hechicero; pero todos ellos sufrieron el mismo castigo del sacerdote jefe. Entretanto, la tierra comenzó a temblar fuertemente, entonces todos se estremecieron de miedo y llegaron a conocer el gran poder de Cristo. El apóstol Felipe, al ver en ellos la ceguera de su espíritu y su cuerpo, comenzó a llorar por ellos y luego se volvió hacia Dios para rezar, rogándole que los perdonara. Y, ¡qué maravilla! con las oraciones del santo, de arriba llegó la curación sobre todos aquellos que estaban afligidos. Este milagro hizo que muchos se convirtieran a Cristo y creyeran en El. Sin embargo, el sacerdote jefe, cegado más que todo por maldad, no sólo que no quiso enmendar su comportamiento después del castigo infligido a él, sino que comenzó a proferir blasfemias contra nuestro Señor Jesucristo. Entonces sobre él cayó un castigo todavía más grande. Repentinamente la tierra se abrió y lo tragó vivo, tal como una vez sucedió con Datan y Abirón (Números 16:1-3).
Después que el sacerdote pereció, allí San Felipe bautizó a muchos y designó como obispo a cierto respetado y digno hombre llamado Narciso; después de lo cual partió hacia Partía. Durante el camino, el apóstol pidió a Dios que lo ayudara en sus tareas. Entonces, ¡maravilla!.. En el momento en que se estaba arrodillando para orar, del cielo se le apareció la figura de un águila que extendía sus piñones formando la cruz de Cristo. Fortalecido por esta manifestación, San Felipe salió de nuevo a predicar; y después de recorrer los pueblos de Arabia y Candacia, resolvió cruzar el mar hasta la ciudad Siria de Azoto. Pero en la noche sobrevino en el mar una fuerte tormenta, que hizo desesperar a todos por salvar su vida. Entonces el santo Apóstol comenzó a orar, e inmediatamente en el cielo se apareció la señal de la cruz portadora de luz, la cual brilló a través de la oscuridad de la noche; y el mar al instante se calmó y sus olas se extinguieron poco a poco. Cuando el barco echó anclas en la costa de Azoto, Felipe se desembarcó allí, en donde fue recibido en casa de cierto hospitalario hombre de nombre Niocledes, quien tenía una hija llamada Caritina, la cual sufría de una enfermedad que le afectaba a uno de sus ojos. Después de escuchar la prédica del apóstol, todos llegaron a creer y a aceptar el sagrado bautismo. Después, Niocledes le pidió a Felipe que sanara el ojo de su hija. Entonces el apóstol le dijo a la muchacha: "Caritina, para revelar el milagroso poder inherente al sagrado bautismo, quiero que tú sanes tu propio mal.
Por lo tanto, por la mañana, coloca tu mano derecha en tu ojo, e invoca el nombre de Cristo, el Maestro Salvador de almas, para que puedas sanarte." Al seguir las instrucciones del santo, Caritina se sanó del mal, por lo cual agradeció al Señor. Entonces el apóstol se marchó.
De Azoto, el apóstol Felipe viajó a Hiera polis de Siria. Allí, al predicar a Cristo, despertó la enorme ira de la gente, la cual lo amenazó matarlo mediante apedreamiento. Sin embargo, el auxilio del gobernante, un hombre llamado Iro, lo salvó de la indignación de la muchedumbre. "¡Ciudadanos — les habló a ellos, — escuchad mi consejo! No hagamos daño a este extranjero hasta que no nos cercioremos si su doctrina es cierta; pero si resulta que no es así, entonces lo mataremos." La multitud no se atrevió a oponerse a Iro, entonces éste llevó a Felipe a su casa.
Pero cuando ellos llegaron a la casa juntos, la mujer del gobernante, Marcela, se ofendió por esto. Ella le pidió que la dejara libre de sus lazos conyugales y que le devolviera la dote, si no echaba a Felipe de su casa. El apóstol, viendo que el gobernante estaba lleno de consternación, lo instó a que permaneciera firme en la fe; después, se ofreció para suplicar a Marcela. En tales circunstancias, la doncella de Iro había escuchado hablar al apóstol, entonces le dijo a su amo: "¿De dónde viene este maravilloso hombre? ¡Cuán dulces son sus palabras y cuán loable es su carácter!" el gobernante le contestó: "Mujer, este es el heraldo del gran Dios y el embajador del Eterno Reino. Por lo tanto, creamos en sus palabras." La doncella fue inmediatamente donde Marcela para contarle sobre la gran virtud de Felipe.
Después de escuchar ésta las palabras de aquélla, Iro y toda su familia le rindieron honores al apóstol y se hicieron bautizar, en conjunto con muchos de sus vecinos.
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