El centro de la celebración de hoy es la cruz.
La condena del reo a muerte en cruz, era una de las más terribles, sufrientes y humillantes que pueda padecer el ser humano. ¿Por qué Jesús quiso redimirnos de esta manera?
Pero la cruz, signo de muerte, se transforma con Cristo en aureola de luz y en esperanza para cuantos creemos en El.
La austeridad de los Oficios- no hay Eucaristía- nos adentra de lleno en el misterio del sufrimiento y del mal, a los que “el Hijo de Dios- según Paul Claudel- no ha venido a suprimir ni a darles explicación, sino a compartirlos con su presencia”.
¡Cuántos cristianos han sentido en sus noches obscuras, en la desesperación amarga de una enfermedad incurable, el aliento y la fuerza de Cristo doliente en su agonía!
Mel Gibson intenta describir en su película “La Pasión de Cristo,” a través de durísimas imágenes, los indecibles sufrimientos de Jesús en su lenta subida al Calvario.
Quiere aproximar al espectador a lo que sucedió en la realidad: el arresto, los insultos y salivazos, la flagelación romana, la coronación de espinas, y la mofa cruel de los soldados que lo proclaman rey, el escarnio ante el pueblo del “hombre justo” confundiéndolo con los malhechores, el azuzamiento camino de la cruz y su muerte fuera de las murallas de Jerusalén, como el último de los esclavos.
¡Cuántos cristianos también se han sentido aliviados mirando la cruz de las incomprensiones, desagradecimientos y fracasos sufridos!
Las Siete Palabras
Es en la hora de la verdad, en la hora final, cuando la criatura se presenta enferma y sola frente a su Creador, donde puede experimentar la cercanía de Jesús que vivió los mismos trances que cada uno de nosotros.
Las Siete Palabras de Jesús nos hacen comprender el sufrimiento humano llevado al límite.
Tres de estas Siete Palabras están recogidas en el evangelio según San Juan:
“Madre, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu madre”, “tengo sed” y “todo está cumplido”.
San Lucas refleja otras tres: ”Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”, “hoy estarás conmigo en el paraíso” y “ Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Por otra parte, los tres Sinópticos coinciden en el fuerte grito dado por Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿ por qué me has abandonado?”.
Desglosemos cada una de ellas para hacerlas objeto de meditación.
1.- “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)
Las acciones de justicia, compasión, misericordia o perdón de Jesús en aldeas, pueblos y ciudades por donde había pasado, han quedado en saco roto. Ahora, en la cruz, le han dejado solo hasta sus amigos íntimos los Apóstoles. Los soldados se mofan de El y lo escarnecen, mientras los altos dignatarios del pueblo lo insultan. Ningún reproche por parte de Jesús, ni un mal gesto ni una mala palabra. Soporta en silencio las vesanias y vituperios, el sabor amargo de la traición de Judas y Simón Pedro o el abandono de la mayoría que le había aclamado unas horas antes al entrar en Jerusalén.
Jesús disculpa y perdona, porque no saben lo que hacen; unos, atrapados por el miedo y la cobardía; otros, cegados por el odio sectario.
Quienes lo llevan a la muerte creen hallarse en posesión de la verdad, hacer un favor a Dios (caso de los escribas y fariseos) o favorecer la ley y el orden del Imperio Romano (Pilatos).
No debemos olvidar hoy las graves dificultades que sufre la Iglesia a causa de las persecuciones, las intolerancias y fanatismos de cualquier signo. Han muerto martirizados muchos más cristianos durante los últimos cien años que en los otros diecinueve siglos restantes.
El “escarnio cultural”, en palabras del Papa Benedicto XVI, que sufre la Iglesia, no deja de ser otro tipo de martirio. En nombre del “progreso” y de la “cultura” se ridiculizan los símbolos cristianos, se insulta al Papa y a todo lo que suene a religioso, se tergiversan las palabras, se adulteran los buenos ejemplos. No saben lo que hacen.
Tampoco lo sabemos nosotros, unos ignorantes que nos creemos dioses y árbitros supremos de nuestro destino. Fallamos por apatía, desidia o sensibilidad, envueltos en pequeñas traiciones.
La justicia humana no recupera nunca los daños morales causados.
Afortunadamente, Jesús, en su íntima comunión con el Padre, perdona con amor, porque los pecadores son parte de su familia, y aguarda, como el padre del hijo pródigo, la vuelta a casa.
Mientras vivamos tendremos esa última oportunidad.
La Iglesias, fiel al mandato de Jesús, anuncia y predica el perdón, hecho patente en la multitud de los mártires, desde San Esteban hasta nuestros días.
2.- “En verdad, en verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43).
Nadie habría adivinado ni en sus más remotos sueños que el Hijo de Dios tomara como escoltas en su lenta agonía en la cruz a dos ladrones. Una paradoja.
Los dos se enfrentan a la muerte en las mismas condiciones; ambos se aferran a la vida con desesperación y se unen a los insultos de los verdugos que piden a Jesús un milagro para bajar de la cruz.
Un rayo de luz ilumina la mente de uno de los ladrones (Dimas, según la tradición). Percibe en sus carnes el terrible drama de la soledad, del abandono de los suyos, del olvido. ¿Quién se acordará de mí cuando haya muerto? ¿Quién recogerá mi cuerpo inerte y lo dará sepultura? ¿Quién colocará un ramo de flores sobre mi tumba o musitará una oración?
Se siente en esos momentos tocados por la gracia, encuentra la fe y se encomienda a Jesús, porque ve en El un amigo en quien confiar y pedir el anhelado perdón por los pecados que enturbian su agonía
“¡Acuérdate de mí!”.
No será aniquilado; vivirá, sin duda, para entrar en el paraíso de Jesús por la puerta grande.
Es el primer pagano que reconoce a Jesús como el Supremo Rey y cree en El; el buen ladrón que roba el cielo; un trabajador de la última hora que arrebata el salario de su Señor, pues el perdón de Dios es inmediato y no entiende del pasado, ni se deja arrastrar por las envidias de los trabajadores de la primera hora.
Nosotros sí recurrimos al pasado de los demás para echarles en cara sus defectos, colocarles etiquetas de malas personas, manchar su imagen y, de paso, justificar nuestras acciones.
Es fácil ver la paja en el ojo ajeno, descargar culpas a los políticos, a la sociedad, a los mayores, a los extranjeros que vienen para delinquir o quitarnos el trabajo, a la familia, a los jueces y a todo lo que se mueve.
Olvidamos que necesitamos ser perdonados tanto como amar y ser amados, buscar sentido a nuestra existencia, colmar nuestra esperanza de eternidad. En definitiva, sobrevivir con la paz y alegría del que tiene el corazón limpio. Y, eso sólo lo puede hacer el gran corazón de Dios, transparentado en Jesús.
Lo hizo con el buen ladrón y lo hará también con nosotros.
3.- “Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu madre” (Jn 19,26-27)
María ha escuchado las palabras de perdón de Jesús, sufre en silencio a su lado.
Los insultos que profieren los verdugos se clavan en su corazón, pero es una discípula que sigue los pasos de su hijo...
¡Bendita madre y benditas madres que soportan con entereza las cruces de sus hijos y aún tienen fuerzas para consolar a los más débiles!
Hay mujeres que están a su lado con el Apóstol San Juan. De otro modo, el dolor habría sido insoportable.
Seguro que echa en falta la presencia de los Apóstoles y de otros muchos discípulos que le habían acompañado desde Galilea. ¡Qué cambiante es el corazón del hombre!
Le aguarde un triste futuro.
Una viuda sin hijos en aquella época se convertía en una vagabunda y presa fácil de los desaprensivos.
Jesús lo sabe, y encomienda a Juan su custodia: Y, a través de Juan, la convierte en Madre de la Iglesia, en Madre de la Humanidad salvada por la gracia.
¡Qué regalo tan precioso de Jesús! ¡Qué generosidad sin límites!
Las madres de hoy tienen múltiples y pesadas cruces que sobrellevar. Deben trabajar en iguales condiciones que los hombres y, a menudo, con menores salarios, afrontar los cuidados de las casas, retrasar la maternidad, fragmentar su tiempo para cuidar a los abuelos.
Toda mujer siente la llamada a ser madre. Pero las leyes españolas están sembrando desde hace años la cultura de la muerte. Casi un millón de niños son abortados cada año en España, cercenando el futuro de la sociedad y poniendo en gravísimo peligros el progreso económico y social que pretenden defender los profesionales del falso progreso y del crimen organizado y regularizado por ley. ¡Una aberración moral sin parangón en el mundo, únicamente comparable con los crímenes del nazismo!
Alguien sentará algún día en el banquillo de los acusados a los responsables de tanta desfachatez y dureza de corazón.
Recurren para conseguir sus fines, si fuese necesario, al engaño y la mentira.
¡Qué tremendo drama para una madre desprenderse del hijo que lleva en las entrañas, por incompetencia económica, presiones familiares o un futuro en soledad y sin apoyos! ¡Qué remordimiento por el hijo que pudo ser y no fue!
Se han aprobado leyes injustas que ni siquiera contemplan la realidad humana del matrimonio en su especificidad. Hasta las palabras “padre” y “madre” han desaparecido del Código Civil en esta escalada anticultural de un torpe igualitarismo.
Todo esto lo tienen que aguantar y padecer las madres y, con ellas, toda la sociedad.
María sigue al pie de la cruz junto a todas las madres del mundo, junto a todos los que defienden y buscan la vida en todos sus procesos. Por esto murió Jesús, para que tengamos vida y una vida abundante.
4.- ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34; Mt 27,46)
Quizás sean éstas las palabras, reflejadas en un grito escalofriante, más escandalosas del Nuevo Testamento.
Sólo las recogen los Sinópticos en lengua aramea, la que hablaba Jesús. Provocan un gran impacto y un gran estremecimiento entre los asistentes ante el aparente abandono que sufre Jesús en su agonía. Son unas palabras que nos descubren hasta el fondo el misterio de la Encarnación y el anonadamiento del Verbo hecho carne.
Es cierto que estas palabras pueden parecer un escándalo, pero todo el evangelio es un escándalo si se mira desde una perspectiva meramente humana.
Para los que creemos, son palabras benditas, pues nos dicen que Dios nos ha amado tánto que ha compartido nuestra existencia asumiendo los sufrimientos más inverosímiles.
Para comprenderlas, basta coger, leer y meditar el salmo 22 que describe la pasión y los sentimientos que tuvo Jesús en la cruz, cuyas primeras palabras asume en su queja. Son el grito del llanto, del dolor y del abandono por una parte y una oración de confianza por otra.
Recordamos algunas de las frases del salmo:
“Soy un gusano, no un hombre; vergüenza de lo humano, asco del pueblo”,
“Todos mis huesos se dislocan, el corazón se vuelve como cera, se me derrite en mis entrañas. Mi corazón está como una teja y mi lengua se pega al paladar”,
“Dios mío, de día clamo, y no respondes, también de noche, y no hay silencio para mí”;
“Todos los que me ven se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza. Se confió a Yahvé, ¡pues que él le libre, que le salve, puesto que le ama!”.
“Una banda de malvados me acomete; atan mis manos y mis pies, cuentan todos mis huesos. Me observan y me miran, se reparten entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica”.
Pero el mismo salmo es un acto de confianza ilimitada en el buen Dios; en el Padre mantuvo su tierna confianza:
“En ti esperaron nuestros padres, esperaron y Tú los liberaste; a Ti clamaron y salieron salvos; en ti esperaron y no quedaron confundidos.”
“Me sacaste del vientre, me confiaste a los pechos de mi madre; a ti fui confiado cuando salí del seno, desde el vientre de mi madre eres tú, mi Dios”
“Yahvé, no estés lejos, corre en mi ayuda, fuerza mía, libra mi alma”
“Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma”.
Las tiniebla envuelven la tierra y el mundo se estremece ante el escarnio y el cinismo.
Su grito es el grito de todos los hombres justos que sufren las consecuencias terribles de las injusticias, de la autosuficiencia, de la ceguera de los sinrazón. Y, aunque Dios parezca callar, está a nuestro lado para hacer justicia. El pecador morirá para siempre con su pecado si se niega a la Vida eterna que Dios le ofrece.
El Papa, en su encíclica “Dios es amor” agrega lo siguiente: “Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor”.
5.- “Tengo sed” (Jn 19,28)
Jesús queda despojado de todo; los soldados se reparten sus vestidos y sortean su túnica. No posee ya nada tuyo, porque lo ha entregado todo.
Mientras, Satanás lo sigue tentando a través de sus enemigos: “Si has salvado a otros, baja de la cruz y creeremos en ti”.
Tiene sed y nadie puede mitigar la angustia de su cuerpo deshidratado. El que es el “agua viva” que sació la sed de las multitudes y se la dio a beber a la samaritana, no encuentra la ayuda caritativa que necesita.
Dice el evangelio que Jesús pronuncia la palabra “para que se cumpla la Escritura”.
Jesús tiene sed, porque quiere apurar hasta la última gota la copa que el Padre le ha ofrecido, el cáliz de la amargura, de la nueva y eterna alianza, que será derramado por nosotros para el perdón de los pecados.
Al ser atravesado por la lanza, de su costado sale sangre y agua; muere Jesús y nace la Iglesia Jesús tiene sed de ti y de mí, de nuestro amor, de nuestra entrega.
Tiene sed de ti y de mí para que le dejemos entrar en nuestra casa y compartir el vino de la alegría.
Tiene sed de un mundo nuevo, más fraterno y humano, para el que necesita brazos.
En muchos lugares del mundo se carece de agua; la gente bebe de charcos sucios el agua contaminada, que causa numerosa enfermedades y aboca a la muerte a millones de persones.
Podemos paliar su sed, la sed de los pueblos empobrecidos, ayudando a crear mejores condiciones de vida y de paso, como Jesús con la samarita, mostrarles el manantial de agua viva que brota hasta la vida eterna.
También necesitamos tener sed de Dios, y como la tierra reseca, agostada y sin agua abrirle el corazón para que lo llene con su presencia.
¡Señor, que tengamos siempre sed de ti para beber del manantial de eternidad que nos regalas!
6.- “Todo está cumplido” (Jn 19,30)
Jesús llega por fin a la meta que el Padre le ha trazado una vez cumplida su misión salvadora para la que se encarnó en las entrañas de la Virgen María. Sin escatimar entrega y sacrificios, siempre en comunión diaria con el Padre, hace presente con su testimonio el amor infinito de Dios.
“Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con El”.
Los pobres, los enfermos, los marginados, las mujeres y los niños son sus preferidos, porque son los más castigados por la opresión. Busca la justicia, educa a sus amigos, los Apóstoles, con mimo y paciencia, a sabiendas de sus futuras traiciones; pero serán ellos los continuadores de la obra emprendida. Regala por doquier misericordia y perdón
Ante el cáliz amargo de su Pasión y agonía en la cruz, no elude los sacrificios ni se desvía del camino que le lleva al Calvario, sino que se mantiene fiel a la voluntad del Padre sin claudicar frente al abismo de la muerte.
Ha apurado la hiel de la amargura y el tormento de la sed, y se ha quedado sereno, sin fuerzas antes de traspasar el último escalón de entrada en la “Casa del Padre”.
Innumerables pasos procesionales que desfilarán hoy por múltiples lugares de España reflejan esta imagen de Cristo sereno, abrazando al mundo, abandonándose al Padre.
Todo se ha cumplido, sí, hasta los más mínimos detalles.
“Nos amó hasta el extremo” dice San Juan. “
¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón” agrega San Pablo”
“¡Bendita muerte que nos da tal Redentor!, proclama San Agustín.
La historia de Jesús ha sido de compromiso fiel de vida; una vida a imitar, que ha llevado a sucesivas generaciones de cristianos a seguir sus huellas, especialmente en los momentos de noche obscura, desolación y prueba, para encontrar consuelo y razones para vivir.
En la actualidad, en medio de una crisis económica galopante, se están tomando medidas desde el Ministerio de Igualdad, para orquestar con propaganda y gastando fuertes sumas de dinero, una ideología de muerte. Lo curioso es que la intentan imponer como defensa de las libertades individuales, del narcisismo, el hedonismo, el materialismo o la revolución sexual.
Esta ideología de género, como se llama hoy día, es violenta, porque se basa en una concepción del odio entre los sexos. Dios y la Iglesia aparecen como enemigos del progreso, pues el hombre es un ser autónomo que se construye a sí mismo y se convierte en un dios para sí mismo.
En consecuencia, preconiza una sociedad en la que impere el amor libre, sin amor, sin pareja que ate, sin compromisos que estorben la comodidad, sin familia que domine, sin matrimonio que esclavice. Todo un caos que está abocado al fracaso.
Jesús no vino a condenar al mundo, sino a salvarlo con la fuerza del amor que se entrega y se comparte.
7.- “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).
Jesús expresa con estas palabras su abandono y su confianza en la voluntad del Padre. Algo que queda reflejado en el evangelio según San Juan: “Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y me voy al Padre.”
Toda la vida de Jesús se glorifica: el fracaso da paso al triunfo, la tristeza se transforma en alegría, el sacrificio en fuente de gozo, la esperanza en certeza, la enfermedad en vida eterna, la debilidad en fortaleza.
Entra Jesús en la “Casa del Padre”, pero no nos deja huérfanos, pues se halla presente en su Iglesia (“Yo estaré siempre con vosotros hasta el final de los tiempos”) y nos lega su Espíritu para encaminarnos tras las huellas de Jesús, luchando contra la injusticia y el pecado.
Los primeros cristianos afrontaron la muerte por mantenerse fieles a Cristo:
“El que cree en mí tendrá vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
“Quien me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre del cielo”.
Multitud de santos se han abandonado en los brazos de Jesús mediante prácticas de meditación contemplativa y de servicios generosos a los demás.
La historia de la Iglesia está llena de seguidores de Jesús haciendo de su vida un compromiso de entrega. Gracias a ellos y al Espíritu que siempre les impulsó, la sociedad se ha ido transformando a la medida del don de Dios, aunque con muchos sobresaltos.
El secreto de la paz, de la fraternidad y de la verdadera alegría está en este abandono en los brazos de Jesús y del Padre.
La fe cristiana da sentido pleno a la existencia y nos permite afrontar el trance de la muerte con la confianza de sentirnos salvados por quien ha dado la vida por nosotros y nos ha abierto las puertas del Paraíso.
¡Señor, que tengamos siempre sed de ti para beber del manantial de eternidad que nos regalas!
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