viernes, 25 de diciembre de 2009

Homilia - 25/12/2009, Viernes - Octava de Navidad. Solemnidad de la Natividad del Señor

HOMILÍA
25/12/2009, Viernes - Octava de Navidad. Solemnidad de la Natividad del Señor
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m

NAVIDAD

LA PALABRA SE HIZO CARNE

No sabemos ciertamente por los evangelios en qué época del año tuvo lugar el nacimiento del Señor.
Los romanos - eso sí - celebraban el 25 de Diciembre, cuando los días empezaban a aumentar, la fiesta del Sol Invicto, en honor de Júpiter. Pero, ¿quién más invicto para un cristiano que nuestro Señor Jesucristo, que ha vencido y destruido a la muerte?
Por ello, en el s.IV, la Iglesia, con gran sabiduría pastoral, cambió la fiesta pagana del sol, para introducir otra, la Navidad, el nacimiento de Jesús.

Hoy hemos escuchado una lectura admirable: el prólogo del evangelio según San Juan, que nos habla del Logos, la Palabra.
Según los entendidos, este texto se apoya en textos veterotestamentarios sobre la sabiduría y en las reflexiones de la sabiduría griega sobre el logos, para expresar la fe cristiana, centrada en Cristo como eje del universo.

Los avances científicos sobre el inicio y desarrollo del universo desde Tolomeo hasta hoy han sido espectaculares: big-bang, leyes físicas, agujeros negros, movimientos de los astros, radiaciones... que abren constantemente las puertas a nuevos conocimientos, especialmente por parte de Hawking, un astrofísico sensacional
En cualquier caso, como dice el salmista:

”Cuando contemplo el cielo obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?”

Pretender abarcar la grandeza de Dios es un intento vano. No es la fuerza de la razón, sino el corazón, la guía para acceder a un mínimo conocimiento de Dios.
Cuando San Juan afirma:”Dios es amor” es porque ha tenido una experiencia íntima y personal del amor en la persona de Jesús.

El mismo Unamuno decía que cuando sus intentos de llegar a Dios mediante la razón fracasaban, le quedaba siempre el recurso “por vía cordial”. “Para mí, la fe, añadía- es, antes que nada, un encuentro con Dios”

Leyendo las páginas del prólogo nos damos cuenta que no es el hombre el que intenta descubrir a Dios y conquistar su favor con sacrificios y buenas obras sino el mismo Dios que, tomando la iniciativa, nos revela su amor entrañable en Jesús.

Es el Dios que sale al encuentro del hombre, que acampa a nuestro lado, que comparte nuestra vida, que abre su tienda a la hospitalidad y a la acogida. Y lo hace bajo la figura débil y desconcertante de un niño.

Este es el gran milagro de la Navidad, la buena noticia, el mensaje increíble que da respuesta a todos los interrogantes del hombre. La Palabra increada, la que lo ha creado todo, el Señor del universo, se rebaja a la altura del hombre. Y lo hace de la forma más imprevista: en una cueva y en un establo. Nadie se inventa así un origen semejante y menos fuera de las murallas, en medio de la noche y en el más asombroso silencio.
Además nace como extranjero, en los lugares donde se encuentran los excluidos y marginados. El, que es el amor absoluto, la comunicación total, abre los ojos al mundo de los hombres en la más estricta pobreza y como el último de los inmigrantes que no halla casa para se, porque carece de dinero,

Ahora comprendemos por qué este Niño que vivió las duras condiciones del destierro como inmigrante ilegal terminaría crucificado, igualmente fuera de las murallas de la Ciudad Santa.

No cabe mejor noticia para los pobres de este mundo, que son mayoría. Alguien tiene que enarbolar de una vez para siempre su causa con la bandera de la justicia, de la paz y de la fraternidad. Alguien tiene que defender la solidaridad contra las alianzas de los poderosos y de los privilegiados.
Esto es lo que quiere y debe ser la Navidad: la fiesta de los pobres, la fiesta de la esperanza, adulterada y secuestrada por multinacionales y gente sin escrúpulos, amantes del dinero y acaparadores insaciables de la simbología religiosa, a la que utilizan para sus fines económicos.

Ayer revisé un CD de dibujos que me acababan de regalar, con miles de preciosas imágenes de todo el mundo, que me pueden ser útiles para insertar en textos. En uno de los apartados figuraba el tema: “Navidad”. Abrí el documento con alegría esperando encontrar algo sugerente y atractivo. Me llevé una desagradable sorpresa. Eran cientos de dibujos, -muy bonitos, por cierto- sobre el árbol de Navidad, Santa Claus, monigotes de nieve, paisajes invernales, mazapanes, turrones, botellas de bebidas, juguetes, trineos, disfraces y un largo elenco de objetos. Ni un solo nacimiento con las figuras de Jesús, María y José. Salí del documento. ¿Es ésta la realidad a la que nos lleva el juego de los intereses creados?
Me resisto a creer que falte vergüenza, porque todavía abundan las personas que intentan vivir estos días entrañables de otra manera, que promueven operaciones kilo, que recogen juguetes, visitan residencias y albergues y se cuidan de sonreír y ayudar solidariamente a los más menesterosos o a los afectados por catástrofes. Hay una esperanza para el futuro, porque sigue teniendo sentido la solidaridad y el amor mientras haya personas que crean en él y miren al pobre con los ojos conque Dios les mira.

Al hablar de los pobres no se condenan las cosas del mundo ni al dinero. Lo que se condena es el “virus” que las envenena y las mata: la avaricia, la ambición, la codicia, el dominio...
Necesitamos cosas parar vivir, pero evitemos que las cosas nos posean a nosotros, porque terminaríamos convirtiendo los medios en fines, que siempre ha sido la tentación más sutil de los hombres.

Navidad llama a la puerta. Pero, no olvidemos que es la fiesta de los pobres, que en algo debe condicionar positivamente nuestra vida si miramos al pesebre, cerramos los ojos y nos ponemos a meditar.

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