domingo, 8 de noviembre de 2009

Homilía - 08/11/2009, Domingo de la 32ª semana de tiempo ordinario

HOMILÍA
08/11/2009, Domingo de la 32ª semana de tiempo ordinario
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m

EL ÓBOLO DE LA VIUDA

Dos viudas

Las viudas de Sarepta y Jerusalén encarnan tres virtudes fundamentales para nuestra vida cristiana: capacidad de sacrificio, capacidad de entrega y capacidad de generosidad.

Capacidad de sacrificio:

¡Cuántas personas, como ambas viudas, han tenido que sacar adelante a sus hijos en circunstancias verdaderamente dramáticas, pidiendo limosnas, realizando los trabajos más viles y despreciados o soportando injurias, descalificaciones y desprecios!
El mundo valora la parafernalia, la buena imagen, a las personas triunfadoras, a los que han sabido labrarse un porvenir, aunque sea a costa de la extorsión y el engaño.
Pero, los auténticos héroes suelen ser anónimos o pasan en puntillas y en silencio.
El sacrificio es una virtud cristiana que se enraíza en la fe y da sentido a la esperanza.
Sacrificarse, renunciar a uno mismo en bien de la persona amada para conseguir su promoción y realización humana merece el mayor de los respetos.

El desarrollo industrial, el crecimiento de las clases medias y el dinero fácil en manos de la juventud durante muchos años ha provocado una cultura del hedonismo egoísta, la juerga y el botellón y disminuido en ella el altruismo y la generosidad. Es una caricatura, porque no toda l juventud es así, pero estoy convencido que sin espíritu de sacrificio y motivación por un ideal, será difícil construir en valores la sociedad del futuro. La grave crisis económica que padecemos quizás sirva para depurar las formas de convivencia, deterioradas durante los últimos años y despertemos a una convivencia más humana y fraterna.

Capacidad de entrega

¿Cómo afrontaremos la pobreza que tenemos a la puerta, con casi el 20% de paro, si cada uno hace su vida al margen de los demás?

Se impone la entrega, arrimar el hombro, poner en acción nuestra mejores cualidades y arriesgarnos en circunstancias verdaderamente difíciles, porque se han impulsado recientemente desde el Poder establecido campañas anticatólicas y antirreligiosas con el fin de barrer el cristianismo de nuestra tierra y sembrar la confusión, el caos y el nihilismo sin Dios. La persona, vaciada de principios sólidos es presa fácil de cualquier demagogia barata y caldo de cultivo para ideologías destructivas.

Las legislaciones en contra de la familia atropellan el mejor modelo de convivencia que existe, a pesar de las limitaciones humanas que todos tenemos.

Sin embargo, no podemos caer en el derrotismo de la viuda de Sarepta: “voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos”; siempre razones para vivir en esperanza, porque la necesidad de Dios está latente en el corazón de cada uno de nosotros y encontraremos soluciones. Llegará un nueva regeneración cuando los cristianos occidentales despertemos del letargo y la cauterización mental, fruto del materialismo hedonista

Capacidad de generosidad

Las dos viudas pobres a las que todos ignoran, pero son capaces de dar todo lo que tienen, testimonian con su ejemplo la solidez de la fe auténtica, ajena a pompas y boatos, pero sí incrustada en el núcleo del mensaje cristiano que consiste en dar la vida por amor, como Cristo, por todos, para poder recuperarla después.

Elías y Jesús

Elías encarna el profetismo del Antiguo Testamento; el milagro del aceite y la harina destaca la supremacía de Yahvé y su victoria sobre la idolatría.

Jesús, por su parte, desenmascara a los escribas, intérpretes de las Sagradas Escrituras, maestros en la enseñanza de la Ley y guardianes de la fe del pueblo, por hacer ostentación de su poder y riqueza; sus ropajes suntuosos esconden un corazón vacío de Dios.
Jesús, al poner como ejemplo a la viuda pobre, quiere destacar la fe sencilla y confiada, que se abandona a la Providencia y es capaz de asimilar los dones de Dios.

El mensaje sin testimonio personal suena a hueco, a formulismo, a lección magistral que no cautiva el corazón, pero cuando el mensajero es al mismo tiempo testigo cualificado de lo que predica se convierte en auténtico transmisor de la fe.
Hoy vemos a Jesús en el templo de Jerusalén ante gente que se enorgullece de su poder e influencia. Su crítica a los escribas es una llamada a la reflexión sobre las actitudes e intenciones de los que formamos parte de la Iglesia..

¿Qué nos mueve a seguir a Jesús?
¿Estamos del lado de la viuda o de los que manipulan la verdad por interés económico, político, social o tráfico de influencias?
¿Nos asusta de verdad ser testigos, con las implicaciones que esto conlleva?
¿Se reduce nuestra fe a “cumplir” a secas?

Un sacerdote de mediana edad me comentaba hace unos días lo preparados que salen de los seminarios en liturgia las nuevas hornadas de sacerdotes, capaces de organizar con brillantez las celebraciones religiosas, pero dudaba de su entrega y dedicación a los más pobres y necesitados. Hay algo de cierto en su afirmación, pero conozco sacerdotes jóvenes muy sacrificados por los demás, que no se dejan seducir por las modas, ni los trajes impecables ni los zapatos lustrosos.

Una iglesia burguesa, anclada en privilegios y nostálgica de pasadas grandezas, sería la antítesis de lo que Jesús quiere.

En la Carta de Santiago podemos leer: "La religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre es ésta: mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo” (St.1,26-27).

El mismo Jesús critica a los escribas y fariseos por seguir e incitar a la gente a observar tradiciones humanas secundarias y olvidar el fundamento de la Ley, que no es otro que “la misericordia, el buen corazón y la lealtad” (Mt. 23,23).

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