domingo, 20 de septiembre de 2009

Homilía - 20/09/2009, Domingo de la 25ª semana de tiempo ordinario

HOMILÍA
20/09/2009, Domingo de la 25ª semana de tiempo ordinario
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m

AMAR ES SERVIR

Servir

La idea central de este Domingo es el servicio, que es como la tarjeta de identidad que Jesús quiere para cada uno de sus seguidores, empezando por sus propios Apóstoles que, en reiteradas ocasiones habían confesado su ambición de poder y de gloria.”Quien quiera ser el primero, que se ponga el último de todos y como servidor de todos”. Predicó su mensaje con el ejemplo desde el principio hasta su ratificación final durante la Ultima Cena y el Calvario, lavándoles los pies y abriendo sus brazos en la cruz.
La humildad adentra al hombre en los entresijos de sus propias limitaciones y en el aprendizaje de las capacidades a imitar en los demás. Así madura, creciendo en respeto y consideración y se hace merecedor del reconocimiento y el aprecio, porque “el que se ensalza, será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
¡Qué lejos está todo esto del juego de intereses que preside la sociedad de hoy!

Una sociedad inflada por el supermercado de las ofertas de servicios “desinteresados”, que cautiven a la clientela y se dejen atraer por sueños seductores de mundos de comodidades y lujos a disfrutar. No es el hombre por sí mismo quien es buscado, sino la utilidad de sus bienes. No es el compartir, sino el tener. No es la entrega generosa, sino el interés, camuflado bajo capas de atenciones.
La competencia introduce al hombre en las sociedades liberales con pluralidad de estilos de vida, de valores, de religiones. Esta competencia lleva, a menudo, a la pérdida de comprensión y tolerancia y a ganar, por desgracia, en radicalismo, fragmentación y desarticulación de la persona, abocada así a quedar sin “raíces” y sin “hogar”.
Nunca, como ahora, han proliferado tanto las escuelas de autoestima y reafirmación de la personalidad, que surgen para defenderse de la agresión consumista y descorazonada

La discusión entre los Apóstoles sobre cuál de ellos debía ser el más importante, nos adentra en una realidad harto frecuente entre nosotros: creer que cada uno tiene la llave del futuro, el éxito y la capacitación para pilotar, en este caso, el proyecto de Jesús.
Los individualismos, marcados por la ambición por el poder, matan el proyecto común.
Para llevar éste adelante es necesario tener una fuerte dosis de humildad y de generosidad, aportando lo positivo de cada persona para la buena marcha de los objetivos trazados en el proyecto, lo cual implica renuncia, sacrificio y entrega hasta de la propia vida. Por eso, para Jesús, los que buscan el servicio útil hacia los demás son más importantes que quienes a toda costa pretenden el poder para dominar.
La carta del Apóstol Santiago nos alerta con estas palabras: “¿De dónde vienen las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros?”

Jesús y los niños

Orientar la misma existencia será para cada uno de nosotros una tarea vital e imprescindible. Y sirven de estímulo propuestas válidas de soluciones y ejemplos edificantes, que desemboquen en positivas actitudes ante la vida.
Jesús nos ofrece el ejemplo de los niños para entrar en el Reino de los Cielos.
El niño era en Israel, como en la mayor parte del mundo antiguo, muy poquita cosa hasta que cumplía los trece años y se incorporaba a la sociedad adulta. Crecían en indefensión y eran, junto con las mujeres, los más ínfimos ciudadanos del discriminado ambiente semita. El gesto de Jesús de acoger a los niños, abrazarlos, mimarlos y ponerlos como modelo supone una valentía testimonial de primer orden que clarifica los objetivos para llegar a ese Reino de Dios.
Los primeros en el ranking del Reino no serán los ganadores de los premios nobeles, los cerebros brillantes- coleccionistas de masters- ni los poderosos y acaparadores de fortuna, sino los auténticos servidores de los demás, aunque carezcan de títulos nobiliarios, académicos, religiosos o de cualquier índole.

Ahora bien: para un cristiano, el servicio al pueblo pasa siempre por la atención especial a los seres más indefensos de la sociedad, primeras víctimas del deterioro de la convivencia y de los errores de quienes ostentan la autoridad.
Un pueblo solamente progresa cuando sabe acoger y educar en integridad y buenas costumbres a las futuras generaciones. Esto ha sido una constante en la primitiva tradición cristiana, y defender la vida un deber sagrado, que ya recoge la Didajé, el primer libro cristiano que se conoce, cuando se opone frontalmente al aborto.
A Carlos Marx, fundador del marxismo, se le atribuye la siguiente frase: “Al cristianismo le podemos perdonar muchas cosas, porque nos ha enseñado a amar a los niños”.

Que tomen buena nota los paladines de la seudo-progresía que gobierna. Matar a los niños que estorbaban o nacían con alguna tara física, ya lo hacían los espartanos tres siglos antes de Cristo.. Hoy se trata de defender la libertad de la madre y la dignidad de la mujer por encima del nasciturus, un ser indefenso al que se niega cualquier derecho a seguir viviendo. No cabe mayor aberración moral.
Las mujeres que abortan ¿Desean realmente abortar? ¿Qué es lo que las lleva a tomar esta determinación? ¿No son quizás las presiones familiares, económicas y del entorno? Si es así, ¿por qué no se toman primero medidas para atajar el problema?
Si tan seguros están los promotores de la futura ley del aborto de responder a la voluntad del pueblo, ¿por qué no convocan un referéndum?

Subyace aún en algunos gobernantes un poso latente de las ideologías destructivas que dominaron Europa a lo largo del s.XX: comunismo, nazismo, fascismo; y también la tentación de culpar a la Iglesia, por conservadora, de ser enemiga del desarrollo y del progreso. Una nación que busca imponer leyes para matar en lugar de defender la vida de sus ciudadanos no podrá jamás presumir de progreso. Si los planes abortista siguen adelante, las únicas que ganarán serán las clínicas abortistas. Es triste.

T endrán una respuesta en la calle en defensa de la vida. A muchos les interesa que exista esta polémica para desviar la atención sobre el mayor problema que ha tenido la democracia en España: el paro y la grave recesión económica.

Pero los cristianos no podemos quedarnos cruzados de brazos mientras se trata de imponernos normas inaceptables que atentan contra nuestra fe y nuestra moral.
Tenemos el derecho, el deber de hablar y de testimoniar nuestra fe en la vida que se nos regala: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.

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