domingo, 24 de mayo de 2009

Homilía - 24/05/2009, Domingo Séptimo de Pascua

HOMILÍA
24/05/2009, Domingo Séptima de Pascua
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m.

ASCENSION DEL SEÑOR

Jesús, cumplido el tiempo de su misión, encarnado entre los hombres, se adentra definitivamente en el ámbito de Dios, erigido ya como Señor del universo.
El relato de los Hechos de los Apóstoles comienza con esta escena de la partida del Señor hacia el Padre y la apertura de una nueva era que se inaugurará con la llegada del Espíritu Santo.

Varias ideas afluyen a mi imaginación repasando los textos de la Liturgia.

Jesús sube al cielo.

Pero, ¿qué es el cielo? ¿Qué entendemos los cristianos por cielo?

Cuando éramos niños nos hablaban del cielo y rezábamos con las manos juntos mirando hacia arriba, porque allí, en la insondable infinitud azul pensábamos que vivía Dios, presidiendo un mundo imaginario por encima de las nubes. Nos decían, para azuzar nuestra imaginación infantil que practicaríamos los juegos más divertidos sin cansarnos nunca. Yo deseaba morirme para ir a ese cielo soñado. Después, con el paso de los años, esas imágenes se fueron diluyendo, aunque no puedo evitar cada vez que pienso en Dios verle con una barba blanca y una sonrisa bondadosa abriendo sus manos a los hombres.

Nadie sabe lo que es el cielo ni si ocupa lugar ni lo que nos aguarda ni cómo disfrutaremos de la ansiada dicha, sin dolores, sin quebrantos sin enfermedades, sin preocupaciones...

A veces, cuando tenemos un encuentro, lleno de plenitud con un ser querido o experimentamos la cercanía del amor junto a la persona amada decimos que “vivir esos instantes es como estar en el cielo” o por el contrario, “pasar un infierno” cuando nos afectan continuas desgracias.

El apóstol San Pablo, en una visión, donde- según él- fue arrebatado hasta el séptimo cielo, agrega que contempló cosas inefables que “ni el ojo vio ni la mente conoció ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para aquellos que le aman”

La escueta respuesta de la teología ante esta pregunta se reduce a decir que “el cielo es la unión con Dios y el infierno la separación de Dios”

Queda pues abierto el misterio que se desvelará cuando nos encontremos con el Señor. Mientras tanto la esperanza y la fe actúan como nuestros compañeros de viaje y siguen alimentando ese sueño.

La vida contemplativa, el mirar hacia arriba no debe desvanecer la realidad de las obligaciones terrenas.

En tanto vuelva el Señor nos aguardan los duros trabajos de cada día y el cumplimiento de la misión a la que hemos sido llamados.
Los apóstoles comprenderán muy pronto los riesgos que entraña la predicación del mensaje cristiano cuando las fuerzas del mal actúan con denodada persecución. Tropezarán con múltiples inconvenientes.

Trasvasándonos a los tiempos actuales: ¿no nos convendrían hacernos nosotros mismos el reproche que dirigieron los ángeles a los Apóstoles?:”¿qué hacéis ahí mirando al cielo? ”(Act.1,11)

¿Qué hacemos en nuestras comunidades, encerrados en nuestros compartimentos –estufa, calentándonos al abrigo de mensajes estereotipados e inmersos en un perenne estancamiento? ¿Qué testimonio irradiamos a nuestro alrededor que pueda atraer a los alejados? ¿No nos hemos encasillado en círculos de poder a pequeña escala y dejamos de lado el servicio desinteresado?

Quizás nos dé miedo salir a la calle y sufrir burlas y contradicciones, porque nos hemos adentrado en un ambiente derrotista, infectado de paganismo y esclavizado por la urgencia de lo material y efímero.
A lo mejor, a pesar de nuestras prácticas religiosas, carecemos de fe y nos sintamos desarmados para anunciar el Evangelio.

En cualquier caso nos motiva- como escribía Teilhard de Chardin- “saber que no estamos aprisionados por el mundo, saber que hay salida, aire y luz en alguna parte. Saberlo sin ilusión ni ficción... De eso tenemos absoluta necesidad si no queremos morir asfixiados”.

No se trata de quedar absortos con la esperanza del mundo futuro, que convirtamos la religión en algo que nos adormece y nos insensibiliza ante nuestras responsabilidades terrenas. Se trata de abrir horizontes, porque no podemos vivir sin esperanza. Si ésta se apaga en nosotros, dejamos de crecer, nos estancamos, nos anulamos, nos destruimos. Y los horizontes se abren en la medida que hacemos de la esperanza una virtud activa, que nos hace vivir intensamente el presente y nos encarna en las pequeñas cosas de cada día, dándolas un sentido y llenando de planes nuestra bolsa de trabajo.

El Señor no nos abandona a nuestra suerte.

Está siempre a nuestro lado y, aunque no recurramos a él, lo seguimos necesitando como el joven que se emancipa de la tutela de sus padres pensando que así logrará su liberación, pero comprende que no puede prescindir de su amor, que están ahí para ayudarle en caso de necesidad.

“Yo estoy presente siempre entre vosotros hasta la consumación de los tiempos” (Mt.28,20)

Con estas palabras, que son al mismo tiempo despedida y anuncio el Señor nos invita a perseverar en la proclamación del mensaje. San Marcos dice que los discípulos así lo hicieron y “lo confirmaron con los signos que los acompañaron” (Mc.16,20).

Hoy es la Jornada de las Comunicaciones Sociales.

Está claro que para la difusión del mensaje es preciso utilizar los medios necesarios a nuestro alcance: radio, tv, prensa, teléfono, internet... conforme a sanos criterios de servicio a la comunidad, basados en la verdad, la justicia y la recta moral.

Como ocurre con todos los adelantos técnicos, éstos son susceptibles de turbias utilizaciones mediáticas, pero no se puede poner en tela de juicio su eficacia y su influencia para crear y lanzar estados de opinión. Es el llamado “quinto poder” que todos los partidos políticos intentan utilizar a su antojo para controlar la sociedad

Por eso se aboga tanto por unos medios de comunicación libres, al servicio de la verdad. Lo que pasa es que “quien paga, exige” y las mismas noticias tienen interpretaciones contradictorias según el “color” político o la convicción religiosa del mensajero.

Rezamos por todos ellos, porque tienen en sus manos una tarea de mucha responsabilidad que puede inclinar el balance en las manos del bien o las del mal.

Proclamemos juntos el triunfo de Jesús y aclamémosle como Señor del cielo y de la tierra, y como el amigo que nos precede para señalarnos el camino de la felicidad.

Que tengáis una feliz semana, y hasta el próximo Domingo, hermanos.

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