La venida del Espíritu Santo.San Lucas es gráficamente expresivo y evocador, rico en imaginación y denso en contenido, para captar y describir con pinceladas sencillas la acción del Espíritu en el mundo y, a través de ella, desvelar un poco el misterio de Dios. La primera referencia de su actuación la encontramos en el Cenáculo el día de Pentecostés, donde los Apóstoles y la Virgen María se hallaban reunidos en oración, con las puertas cerradas, porque sentían miedo del rechazo de los judíos.
Allí se presentó el Espíritu en forma de lenguas de fuego, que se depositaban sobre la cabeza de cada uno y les transformó por dentro. Fue como un nuevo nacimiento, que barrió sus miedos, sus dudas y sembró en su corazón el ímpetu necesario para acometer las empresas más arriesgadas.
Pentecostés, fiesta que celebraban los judíos 50 días después de la Pascua para ofrecer a Dios los frutos de la primeras cosechas del año era un hervidero de gentes, procedentes de todos los rincones de influencia del judaísmo. La multitud se concentraba en las inmediaciones del templo y plantaba sus tiendas cerca de Jerusalén.
Unidad en la diversidad. En un ambiente de cruce de culturas y diversidad de lenguas, la venida del Espíritu marca el sentido de unidad dentro de la diversidad, porque
el lenguaje del corazón sólo tiene un idioma, el de los sentimientos.
Los hombres no debemos perder la sintonía de Dios.
En una Vigilia de Pentecostés, organizada por jóvenes, a la que acudí el año pasado, se nos decía que
el Espíritu es el gran olvidado de la Trinidad. Evocamos al Padre y el sentido de la paternidad cada vez que rezamos el Padrenuestro. Nos comunicamos con el Hijo, encarnado en Jesús, como el amigo entrañable, el guía seguro y fiel, que nos acompaña y nos ama entrañablemente, hasta entregar la vida por nosotros. Pero,
¿y el Espíritu? ¿Dónde lo colocamos?
Y, sin embargo, como decía San Pablo:
“nadie puede llamar Padre a Dios sino bajo la acción del Espíritu Santo”El Espíritu da sentido a la Iglesia.
Es el Espíritu de Dios quien alienta nuestra vida diaria y empapa todo el tejido de la Iglesia, de la comunidad de los creyentes. Una Iglesia sin Espíritu es como un cuerpo sin alma. Una Iglesia sin Espíritu se convierte en una multinacional de consumo, donde tan sólo cuentan las ganancias económicas.
El Concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII se inició bajo la acción del Espíritu Santo, que es quien renueva los corazones. Pensaba el buen Papa que se abriría una primavera de luz en la Iglesia., un “aggiornamento”, cuando los hombres fijasen más la vista en Dios que en la seguridad material.
La humanidad necesita a Dios. Desde entonces se ha incrementado el agnosticismo, el materialismo y, sobre todo, el relativismo moral. Para muchos no existe la moral objetivo; la única moral es la propia conciencia, desgraciadamente adulterada por el egoísmo.
En este sentido, la voz del Papa significa muy poco y se pone en duda su liderazgo moral, porque se han introducido soflamas de repulsa, que definen su actitud como enemiga del “progreso” y hasta de la libertad.
Los recientes sucesos del Parlamento Español, con algunos diputados promoviendo una moción de censura y aborrecimiento de la figura de Sumo Pontífice que, además de ser la máxima autoridad de la Iglesia, es jefe del Estado Vaticano, demuestran hasta dónde puede llegar el sectarismo y la insensatez.
Y, sin embargo,
la humanidad no puede prescindir de Dios sin verse abocada a la más terrible de las catástrofes.
El Diluvio Universal describe la situación de la humanidad, que no necesita de Dios y desafía su poder para convertirse a sí misma en el árbitro supremo de su existencia.
Cae finalmente en el caos, en la confusión y en la dispersión.
Cuando el hombre descarta a Dios de su vida, termina convirtiéndose en un tirano para los demás.
El Espíritu une en la confesión de la fe lo que el pecado había dispersado.
Pentecostés alimenta la esperanza de un resurgir definitivo, de la subsistencia de la Iglesia hasta el final de los tiempos según las promesas de Jesús, de la victoria del bien sobre el mal.
Mientras en todas las partes del mundo se montan
Vigilias de Oración invocando al Espíritu Santo, nos unimos a las mismas súplicas pidiendo su venida a nuestros corazones, para que:
Su
Sabiduría, entendimiento y ciencia nos libre de nuestras cegueras, dudas, indecisiones, fanatismos y prejuicios.
Su
Fortaleza venza nuestros pesimismos y depresiones, nuestros apegos y ataduras, nuestras parálisis y turbaciones.
Su
Piedad y Santo Temor de Dios no nos deje caer en la autosuficiencia y el orgullo, la ingratitud y el olvido, las desconfianzas y angustias, las violencias y durezas de corazón.
Su
Consejo, Prudencia, Tolerancia, nos ayude a ser guías para el que dude, Maestro para el que no sabe, sostén para el que vacila, estímulo para el inmaduro.
Su
Consuelo, Gozo íntimo Alegría desbordante, enjugue nuestras lágrimas, cure nuestras heridas, mitigue nuestros dolores, transforme nuestros sufrimientos para ser testigos de su presencia.
Su
Amor y Ternura haga arder nuestro corazón en su santo fuego, nos contagie de su misericordia para vivir en comunión con los más pobres y necesitados.
Unidos a la Iglesia Universal pidamos también por el apostolado seglar, que hoy celebra su fiesta, y hagamos nuestra la preciosa secuencia que proclamamos en la Eucaristía.