jueves, 23 de abril de 2009

Vía Lucís

3. ESTACIÓN: ¡He visto al Señor!

El Resucitado se manifiesta a la Magdalena

Te adoramos, oh Cristo resucitado, y te bendecimos.
Porque con tu Pascua has dado la vida al mundo.

Fuera, junto al sepulcro, estaba María Magdalena, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella les contesta: "Porque se han llevado a mis Señor y no sé dónde lo han puesto". Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: "Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?" Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: Señor, si tú te los has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré." Jesús le dice: "¡María!" Ella se vuelve y le dice: "¡Rabboni!", que significa "¡Maestro!". Jesús le dice: "Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, Ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro". María Magdalena fue y anunció a los discípulos: "He visto al Señor y ha dicho esto.
Del Evangelio según San Juan (Jn 20,11-18)

Juan y Pedro, vueltos a Jerusalén, esperan algo nuevo. María Magdalena en cambio se queda allí: a través del velo de las lágrimas, observa la tumba. A los ángeles que la interrogan les expresa el motivo de su llanto: "se lo han llevado". Está como paralizada por el dolor. Jesús todavía de incógnito la llama por su nombre: "María". El corazón de la Magdalena se inflama, el rostro se ilumina de alegría, el espíritu se enciende; es El quien ha pronunciado su nombre con aquel acento único, con aquella carga toda suya. María, llamada por su nombre, responde con aquel otro nombre cargado de afecto y de inmenso respeto: "Maestro".
El mundo de hoy todavía tiene mucho que aprender. La mujer, que no era considerada apta para escuchar la Escritura, impedida jurídicamente para testimoniar, es escogida como primera testigo de la resurrección. La historia comienza a girar en otro sentido. El resucitado asigna una tarea a una mujer: anunciar a los anunciadores la bella noticia, gritar que la vida está viva; el camino cerrado desde siglos a más de la mitad del género humano, las mujeres, es finalmente abierto. Con la riqueza de su feminidad, la mujer se convierte en la Iglesia en la depositaria de la alegría y de la vida. Es la nueva Eva para la nueva era del dos mil.

Alégrate Virgen Madre: Cristo ha resucitado, ¡Aleluya!

Jesús resucitado, tú me llamas porque me amas. En mi espacio cotidiano puedo reconocerte como te reconoció la Magdalena. Tú me dices: "Ve y anuncia a mis hermanos". Ayúdame a ir por los caminos del mundo, en mi familia, en la escuela, en la oficina, en la fábrica, en tantos ambientes del tiempo libre para realizar la grande consigna que es el anuncio de la vida.

Amén
Oh María. Templo del Espíritu Santo,
Guíanos como testigos del Resucitado
por el camino de la luz.

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