domingo, 29 de marzo de 2009

Homilía - 29/03/2009, Domingo de la 5ª semana de Cuaresma Ciclo B

HOMILÍA
29/03/2009, Domingo de la 5ª semana de Cuaresma Ciclo B
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m.


“Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre” (Jn.20,23)

LA HORA DE JESÚS

Todo tiene su hora: el nacimiento, la muerte, las estaciones, el amor...
Es importante identificar esa hora, sobre todo, la de la “suerte final”, como la definen los cronistas taurinos. Es la hora de la muerte, la hora de la verdad, donde ya no hay trampa ni cartón. . Es la hora de Jesús. Y frente a esa hora se encuentra sólo - como solos nos encontraremos también en esos momentos, frente a nuestro Creador - con sus pensamientos, con su silencio, con la angustia de quien sabe que no puede eludir ese paso decisivo, porque sería peor.

Es su hora y quiere que sus amigos le acompañen.
Es la hora de la primavera de Jesús, la del grano que empieza a brotar mientras se consume la vida que irá haciendo fecunda la espiga.
Es la hora definitiva en su lucha contra el mal.
Jesús sabe identificarla y encuentra un motivo para comunicársela a sus discípulos a través de la mediación de Andrés y de Juan, por quien unos gentiles solicitan ver a Jesús.

Ya había comprobado por entonces Jesús el rechazo de las autoridades religiosas y civiles hacia su doctrina e incluso hacia su persona, como si fuera un perturbador, un enemigo declarado de la ley, de las tradiciones judías y del orden establecido.
Había experimentado igualmente que los destinatarios de las promesas de Dios preferían dejarse seducir por las fuerzas mediáticas y las seguridades humanas antes que comprometerse con la verdad.

Los profetas habían clamado contra la volubilidad del pueblo y por el restablecimiento de la alianza rota, pero sus palabras, como las del Maestro de Galilea, quedaron apagadas por los demagogos de turno, por los manipuladores de la multitud, por los fanatismos irracionales, que ciegan la mente y el corazón..

Ha llegado la hora de la apertura a los gentiles, de la proclamación de la salvación universal, preconizada por los profetas. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.

El signo de esa hora lo recibe Jesús de labios de Felipe y Santiago, que actúan como valedores de unos gentiles que querían verle y entrar en el reinado mesiánico.

También nuestra hora, la hora de cada uno de nosotros, llega por mediación de un amigo, un conocido o incluso de un extraño que se hace el encontradizo y despierta nuestra vocación dormida. Puede ser de gozo o de preocupación, pero siempre recordable.
Andrés y Natanael se encontraron con Jesús a la sombra de una higuera a las 4 de la tarde. Era de día y una luz radiante sembraba de esperanza los contornos.
A la hora de nona, al anochecer, expiró Jesús para disipar las tinieblas del pecado. Y la tierra se sumió en las tinieblas del sepulcro a la espera del estallido de la luz. Pero el amor no puede quedar enterrado. Será como un sueño, como una pesadilla que se disipa con la aurora.

Porque el que ama se acerca a la luz y realiza sus actos a la luz del día.
Cuando no se ama, se adueña de nuestro ánimo la oscuridad y buscamos el escondite de la noche. No en balde recuerda San Juan que, cuando Judas abandonó el Cenáculo para traicionar a Jesús, era de noche.

Jesús sabe la hora de cada uno y la hora de cada pueblo, pero sabe también que le aguarda la realidad de la cruz y no quiere eludirla. Tampoco la busca para añadir nuevos sufrimientos y cargas. Sufrir por sufrir, sin una motivación clara, carece de sentido. Sin embargo cuando el sufrimiento aparece como fruto de una manera de vivir y como experiencia positiva de servicio y entrega, adquiere una nueva dimensión.

En la hora del adiós Jesús se conmociona interiormente y pide la ayuda que sus discípulos son incapaces de darle. Están ofuscados y cargados de sueño, ajenos al paso de la historia y a las responsabilidades contraídas hacia quien tantas prestaciones paternales les había regalado. Pero somos así y dejamos de lado el paso de Dios para sumirnos en el letargo.

¿Cómo responderemos a este nuevo paso de Dios durante los próximos días de Semana Santa?

¿Los viviremos o dejaremos una vez más escapar la oportunidad, porque nuestras prioridades van por otro sitio?

Un reloj sin pilas o sin cuerda deja de funcionar. Nunca sabremos en qué hora estamos si primero no le ponemos a punto y fijamos planes de crecimiento espiritual en la escuela de aprendizaje que supone el seguimiento serio y responsable de Jesús.

Que tengáis feliz día del Señor y hasta el próximo Domingo HERMANOS.

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