domingo, 2 de noviembre de 2025

02 de Noviembre 2025 – Conmemoración de los Fieles Difuntos

Ayer recordábamos la fiesta de todos los Santos, los que ya gozan del Señor. Hoy recordamos a los que se purifican en el purgatorio, antes de su entrada en la gloria. Bienaventurados los que mueren en el Señor, nos recuerda el Apocalipsis. Y añade: Nada manchado puede entrar en el cielo.

El purgatorio es la mansión temporal de los que murieron en gracia, hasta purificarse totalmente. Es el noviciado de la visión de Dios, dice el P. Fáber. Es el lugar donde se pulen las piedras de la Jerusalén celestial. Es el lazareto en que el pasajero contaminado se detiene ante el puerto, para poder curarse y entrar en la patria.

Pero en el purgatorio hay alegría. Y hay alegría, porque hay esperanza. Del lado que caiga el árbol, así quedará para siempre, dice un sabio refrán. Y en el purgatorio sólo están los salvados. En la puerta del infierno escribió Dante: «Dejad toda esperanza los que entráis». En la del purgatorio vio Santa Francisca Romana: «Esta es la mansión de la esperanza».

Es una esperanza con dolor: el fuego purificador. Pero es un dolor aminorado por la esperanza. El lingote de oro es arrojado al fuego para que se desprendan las escorias. Así hay que arrancar las escorias del alma, para que, como un vaso perfecto, pueda presentarse en la mesa del rey.

La ausencia del amado es un cruel martirio, pues el anhelo de todo amante es la visión, la presencia y la posesión. Si las almas santas ya sufrieron esta ausencia en la tierra -«que muero porque no muero», clama Santa Teresa-, mucho mayor será el hambre y sed y fiebre de Dios que sientan las almas ya liberadas de las ataduras corporales.

Las almas del purgatorio ya no pueden merecer. Pero Dios nos ha concedido a nosotros el poder maravilloso de aliviar sus penas, de acelerar su entrada en el paraíso. Así se realiza por el dogma consolador de la comunión de los santos, por la relación e interdependencia de todos los fieles de Cristo, los que están en la tierra, en el cielo o en el purgatorio. Con nuestras buenas obras y oraciones -nuestros pequeños méritos podemos aplicar a los difuntos los méritos infinitos de Cristo.

Ya en el Antiguo Testamento, en el segundo libro de los Macabeos, vemos a Judas enviando una colecta a Jerusalén para ofrecerla como expiación por los muertos en la batalla. Pues, dice el autor sagrado, es una idea piadosa y santa rezar por los muertos para que sean liberados del pecado.

Los paganos deshojaban rosas y tejían guirnaldas en honor de los difuntos. Nosotros debemos hacer más. «Un cristiano, dice San Ambrosio, tiene mejores presentes. Cubrid de rosas, si queréis, los mausoleos, pero envolvedlos, sobre todo, en aromas de oraciones».

De este modo, la muerte cristiana, unida a la de Cristo, tiene un aspecto pascual: es el tránsito de la vida terrena a la vida eterna. Por eso, a lo que los paganos llamaban necrópolis -ciudad de los muertos- los cristianos llamamos cementerio -dormitorio o lugar de reposo transitorio-. Así se entiende que San Francisco de Asís pudiese saludar alegremente a la descarnada visitante: «Bienvenida sea mi hermana la muerte». Y con más pasión aún Santa Teresa: « ¡Ah, Jesús mío! Ya es hora de que nos veamos».

Este es el sentido de la Conmemoración de los fieles difuntos. Como Conmemoración litúrgica solemne, la estableció San Odilón, abad de Cluny, para toda la Orden benedictina. Las gentes recibieron con gusto la iniciativa. Roma la adoptó y se extendió por toda la cristiandad.

Lecturas del 02/11/2025

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.
Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono que decía: «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y el "Dios con ellos" será su Dios». Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.
Y dijo el que está sentado en el trono: «Mira, hago nuevas todas las cosas. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente. El vencedor heredará esto: yo seré Dios para él, y él será para mí hijo».
Hermanos:
Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo.
Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.
Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Palabra del Señor.

02 de Noviembre 2025 – San Malaquías de Armagh

En el monasterio de Clairvaux, en la Borgoña, sepultura de san Malaquías, obispo de Down y Connor, en Irlanda, que restauró allí la vida de la Iglesia, y cuando se dirigía a Roma, en dicho monasterio, y en presencia del abad san Bernardo, entregó su espíritu al Señor.

Natural de Armagh (Irlanda), había nacido en el seno de una noble familia, y su padre fue profesor de Teología en la escuela del monasterio de su ciudad. Pronto se puso a las órdenes de Imaro que le enseñó los caminos de la virtud. Enseguida fue ordenado diácono, y más tarde, con 25 años, sacerdote por san Celso. Recorrió toda Irlanda, predicando la vida cristiana y organizando la práctica sacramental del pueblo, sobre todo la confesión, la confirmación y el matrimonio regular. Fue tal su eficacia que en dos años renovó la iglesia irlandesa. Se trasladó primero al monasterio de Lismore, donde adoptó las costumbres benedictinas y romanas. En 1123 marcho al monasterio de Bangor donde ingresó como monje, con la intención de renovarlo, ya que hasta entonces estaba regido por laicos. El obispo del lugar le nombró abad para que reformase el monasterio.

A los 30 años, fue elegido obispo de Connor. Después de algunos años, la ciudad fue tomada y saqueada por el rey del Ulster; por lo que Malaquías junto con 20 discípulos, se retiró a Münster y allí construyó el monasterio de Ibrac; luego marchó a Lismore y posteriormente a Iveagh por un período de dos años como obispo sin sede. En 1127/32, fue nombrado arzobispo de Armagh, sucediendo a san Celso, y legado pontificio para Irlanda. Trabajó por restablecer la disciplina eclesiástica y consiguió sustituir la liturgia celta por la romana. 

Primado de Irlanda. En el 1138, renunció a su sede y volvió a la de Connor e hizo una peregrinación a Roma, parándose durante un tiempo en Claraval, que estaba en su apogeo bajo el gobierno de san Bernardo; deseó quedarse en la abadía como monje, pero el Papa no se lo permitió, pero dejó algunos monjes irlandeses, que fundaron en 1142, la primera abadía cisterciense de la isla en Mellifont. Hizo una segunda peregrinación a Roma, y al regreso murió en Claraval, en los brazos de san Bernardo. Bernardo, gran admirador suyo, escribió su vida: "el mayor de todos sus milagros era él mismo". De Malaquías es esta sentencia: "Despreciar el mundo, para no despreciar a ninguno. Despreciarse a sí mismos y despreciar el ser despreciado; son estas las cuatro cosas buenas". A él se le atribuyen las famosas profecías de los Papas, pura superchería del siglo XVI.

El Papa Clemente III confirmó, en 1190, aquella «canonización de un santo por otro santo». San Malaquías fue el primer irlandés canonizado por un Papa. Los cistercienses, los canónigos regulares y todas las diócesis de Irlanda celebran su fiesta. San Malaquías hizo por la unificación de la Iglesia en Irlanda lo que san Teodoro había hecho 500 años antes por la de Inglaterra.

sábado, 1 de noviembre de 2025

01 de Noviembre 2025 – Solemnidad de Todos los Santos

Aconseja el Kempis que no discutamos sobre cuál es el mayor de los Santos. Ya dijo Jesús que Juan Bautista era el mayor entre los nacidos de mujer -por su tarea, por su misión- pero, aun así, añadió que el más pequeño en el reino de los cielos es, puede ser, mayor que Juan. Pues será más santo el que tenga más amor, el que se deje poseer más por Dios. Y eso sólo Dios lo sabe.

El Apocalipsis nos dice que son innumerables los santos, los marcados con el sello de Dios en sus frentes: doce mil de cada una de las doce tribus de Israel. Estas doce tribus representan a la Iglesia, a todo el pueblo de Dios. Y en cuanto a los números, el doce se interpreta como plenitud, y el mil como solidez. El mismo autor sagrado dice que se trataba de una muchedumbre ingente de toda nación, pueblos y tribus.

Efectivamente. Son incontables los santos y santas canonizados, que han merecido el honor de los altares. Pero los santos canonizados no son más que una mínima parte de los siervos y siervas de Dios, que con la ayuda de la gracia divina supieron ser fieles y practicaron la virtud en grado heroico.

Es la confirmación de la vocación universal a la santidad de que nos habla Jesús mismo cuando dice: Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre celestial. (Mateo 5:48)

Pero ¿qué hacer con los santos anónimos, que no han recibido el reconocimiento oficial de la Iglesia? La Iglesia no los olvida. Este es el sentido de la fiesta de hoy: celebrar solemnemente a todos los santos que no figuran en el calendario. Ellos están ante Dios y ruegan por nosotros. En el cementerio de Arlington, de Washington, junto a la tumba del presidente Kennedy, hay un monumento al Soldado Desconocido, con esta hermosa coletilla: desconocido, "but not to God", pero no para Dios.

Era una costumbre ya de los paganos. Los griegos y romanos tenían dioses para todas las actividades y profesiones. No querían que ningún dios se quedara sin templo. Así, Agripa, veintisiete años antes de Cristo, construyó en Roma el Panteón, dedicado a Augusto y a todas las deidades romanas. El Panteón lo bautizó luego el Papa Bonifacio IV con el nombre de Santa María y de todos los mártires. Más tarde, en el siglo IX, el Papa Gregorio IV mandó que se celebrara en toda la Iglesia la fiesta de Todos los Santos, para que ninguno quedase sin la debida veneración.

Una vez un catequista preguntó a un niño qué era un santo. El niño, antes, estando un día en la iglesia, preguntó a su mamá qué eran aquellas figuras que veía en las vidrieras de la iglesia y que brillaban tanto cuando salía el sol. Su mamá le había dicho que eran santos. Y ahora el niño contestó al catequista con rapidez y precisión: Un santo es un hombre por donde pasa la luz. Preciosa definición.

Eso son los santos: seres transparentes, espejos de la luz de Dios, que se purifican constantemente para captarla mejor y reflejarla más perfectamente. Esos son los santos: los grandes amigos de Dios.

San Bernardo nos enseña cómo celebrar la fiesta de Todos los Santos: «la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. En cuanto a mí, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo».

Lecturas del 01/11/2025

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar diciéndoles: «No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en la frente a los siervos de nuestro Dios».
Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.
Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente: « ¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».
Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, diciendo: «Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».
Y uno de los ancianos me dijo: «Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?».
Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás».
Él me respondió: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero».
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor.

01 de Noviembre 2025 – San Cesario de Terracin

Junto con Julián. Mártires en Terracina. Su devoción fue muy extendida en el último imperio y en el primer medioevo. No se sabe nada de ellos, sólo que había una iglesia en el Palatino (Roma) dedicada a Cesáreo el Africano. Dicen que Cesáreo era diácono en África, y que fue arrojado en Italia, en un saco al mar junto con el presbítero Julián.  

Según la leyenda, Cesáreo nació en áfrica septentrional y era hijo de un mercenario y de una mujer patricia, perteneciente a la Gens Julia. Para agradecer al emperador sus favores llamaron al niño Cesáreo. Sus antepasados se habían convertido al cristianismo y Cesáreo, queriendo ser “uno con Jesús” fue consagrado diácono.

Renunció a su herencia y se marchó con sus compañeros a Roma. La nave naufragó en las costas de Terracina. Allí conoció como los desheredados y enfermos eran marginados mientras los nobles gozaban del lujo de la forma más desenfrenada. Decidió cuidar a los enfermos junto a un sacerdote llamado Julián que será su maestro y su mejor amigo, con el que formó la primera comunidad cristiana tiranícense. Enterró a las santas vírgenes Domitila, Teodora y Eufrosina, que habían sido quemadas. 

Era costumbre en la ciudad hacer un sacrificio humano a Apolo y nuestros santos decidieron impedirlo. Cesáreo llegó hasta el lugar del sacrificio y habló al pueblo sobre la inutilidad de estos sacrificios. Fueron encarcelados y allí Cesáreo convirtió a los que estaban con él. Fueron torturados y por último ejecutados, lanzándolos por el monte dentro de un saco lleno de piedras.