Lecturas del 05/01/2025

La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo.
En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloria ante el Poderoso.
«El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel.” Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca jamás dejaré de existir.
Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión.
En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder.
Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad».
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor.

05 de Enero 2025 – San Juan Neumann

Dos de años después, pasó a la universidad de Charles Ferdinand en Praga donde estudió teología. Cuando su preparación para el sacerdocio se completó en 1835, deseaba ordenarse pero el obispo decidió que no habría allí más ordenaciones. Nos resulta difícil imaginar hoy que Bohemia tuviera entonces demasiados sacerdotes. Juan escribió a los obispos del mundo, pero en todas partes la misma historia: ninguno quería ahora sacerdotes. Juan estaba seguro de su vocación al sacerdocio, pero todas las puertas parecían cerrársele.

Pero Juan no se arredró. Aprendió el inglés trabajando en una fábrica con obreros de lengua inglesa. De esta forma, pudo escribir a los obispos de Estados Unidos.

Finalmente, el obispo de Nueva York aceptó ordenarlo. Para responder a la llamada de Dios de ser sacerdote, Juan debió abandonar su familia para siempre y atravesar el océano para adentrarse en una tierra lejana y difícil.

En Nueva York, Juan fue uno de los 36 sacerdotes para 200.000 católicos. Su parroquia, al oeste de Nueva York, se extendía desde Ontario hasta Pensilvania. Su iglesia no tenía ni campanario ni estaba pavimentada, pero esto no importaba en absoluto ya que Juan pasaba la mayor parte de su tiempo visitando poblado tras poblado, escalando montañas, para visitar a los enfermos, para detenerse en las cabañas y en las tabernas a fin de enseñar y celebrar la misa en la mesa de la cocina.

Debido a su trabajo y a lo lejano de la parroquia, Juan soñaba con una comunidad: entró con los redentoristas, una Congregación de sacerdotes y hermanos que se dedicaban a ayudar a los pobres y a los más abandonados. Fue el primer sacerdote que entraba en la Congregación en América, profesó en Baltimore el 16 de enero de 1842. Desde el principio destacó por ser una persona altamente piadosa, por su evidente santidad, por su celo y por su amabilidad. Su conocimiento de seis idiomas modernos lo hizo particularmente apto para el trabajo en la sociedad Estadounidense de múltiples idiomas en el siglo diecinueve.

Después de trabajar en Baltimore y Pittsburgh, en 1847 fue nombrado Visitador o Superior Mayor de los redentoristas en los Estados Unidos. El Padre Frederick von Held, superior de la Provincia Belga, a la que pertenecían las casas Estadounidenses, dijo de él: "Es un gran hombre que combina la piedad con una personalidad fuerte y prudente". Necesitó estas que calidades durante los dos de años en que desempeñó el cargo, cuando la fundación estadounidense pasaba por un difícil período de ajuste.

Cuando dejó el cargo al Padre Bernard Hafkenscheid, los redentoristas de Estados Unidos estaban mejor preparados para llegar a ser una provincia autónoma, cosa que sucedió en 1850. El Padre Neumann fue nombrado Obispo de Filadelfia y consagrado en Baltimore el 2 de marzo de 1852. Su diócesis era muy grande y pasaba por un período de considerable desarrollo.

Como obispo, fue el primero en organizar un sistema diocesano de escuelas católicas.

Fundador de la educación católica en el país, las escuelas de su diócesis aumentaron de 2 un 100. Fundó las Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco para enseñar en las escuelas.

Entre las más de ochenta iglesias que construyó durante su episcopado, debe mencionarse la catedral de los Santos Pedro y Pablo que él comenzó. San Juan Neumann era de estatura pequeña, nunca tuvo una salud robusta, pero en su corta vida tuvo una gran actividad. Encontró tiempo para una considerable actividad literaria además de sus obligaciones pastorales. Escribió asimismo numerosos artículos en revistas y periódicos católicos; publicó dos catecismos y, en 1849, una historia de la Biblia para escuelas. Continuó esta actividad justamente hasta el final de su vida.

El 5 de enero de 1860 (con 48 años de edad) se desplomó en la calle, en su ciudad episcopal y murió antes de que pudieran administrársele los últimos Sacramentos. Fue beatificado por el Papa Pablo VI el 13 de octubre de 1963 y canonizado por el mismo Papa sobre el 17 de junio de 1977. Su fiesta es cada 5 de enero.

Lecturas del 04/01/2025

Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo.
Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo.
Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios.
En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: « ¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: «Venid y lo veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)».

Palabra del Señor.

04 de Enero 2025 – Santa Isabel Ana Bayley Seton

Nace Isabel Ana en Nueva York el 28 de agosto de 1774. Crece en el seno de la iglesia episcopaliana.

Contrae matrimonio con William Seton a la edad de veinte años y llega a tener cinco hijos. El 27 de diciembre de 1803 enviuda.

Años más tarde, el 14 de marzo de 1805 abraza el catolicismo, lo cual supone para ella múltiples pruebas, tanto interiores como exteriores, venidas de los parientes y amigos. Todas las supera con fe, amor y valentía.

Se aplica asiduamente a la vida espiritual. Educa con solicitud a sus hijos y, deseosa de entregarse a la actividad caritativa y educadora.

En 1809 en la diócesis de Baltimore funda el Instituto de Hermanas de la Caridad de San José, renovando la gesta de San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac. Dicho Instituto tiene por finalidad la formación de muchachas. Es la primera Congregación religiosa femenina en Norteamérica.

Después de su muerte las Hermanas se unen a la Compañía de las Hijas de la Caridad de París, tal como fue su deseo desde los comienzos.

También funda la primera escuela parroquial católica en Estados Unidos.

Muere piadosamente en Emmitsburg, Maryland, el 4 de enero de 1821. Su beatificación tiene lugar el 17 de marzo de 1963, bajo el pontificado de Juan XXIII. El 14 de septiembre de 1975 es canonizada por el papa Pablo VI. Dos grandes temas marcaron su vida espiritual: la fidelidad a la Iglesia y la eternidad de la gloria. Es la primera santa de Estados Unidos de América. Su fiesta se celebra en el calendario de la iglesia el 4 de enero.

viernes, 3 de enero de 2025

03 de Enero 2025 – Santísimo Nombre de JESÚS

El Santísimo Nombre de Jesús, sólo ante el cual se dobla toda rodilla, en los cielos, en la tierra, en los abismos, para gloria de la Divina Majestad: así comienza el día 3 de enero del Martyrologium Romanum, promulgado el 29 de junio de 2001.

Ha sido una buena noticia para toda la Iglesia. El nombre más grande que existe bien merecía un día fijo en el calendario cristiano. Por un tiempo iba unido a la fiesta de la Circuncisión del Señor, en la Octava de Navidad, 1 de enero, que luego fue sustituida por la de Santa María Madre de Dios. Una buena noticia, sí: un día, cercano a la Navidad, para celebrar el Santísimo Nombre de Jesús.

JESÚS, «YAHVÉ SALVA»

Antes que el Verbo de Dios encarnado hubo otros que llevaron ese nombre bendito: Josué (= Jesús), el sucesor de Moisés al frente de Israel; Jesús hijo de Sirac, autor del Eclesiástico; Jesús hijo de Eliezer y padre de Er, en la genealogía de Cristo. El significado siempre es el mismo: Yehósúa o Yesúa, que quiere decir Yahvé salva. Pero sólo Jesucristo realiza lo que su nombre significa, y lo hace en beneficio del hombre caído al que viene a salvar.

El nombre de Jesús es elegido por Dios, según anuncia el ángel Gabriel a María: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús (Lc 1, 31). Luego, el ángel le explicará a José el significado del nombre: María, tu mujer... dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados (Mt 1, 20-21). Al llegar el momento, María y José cumplieron lo que el cielo les había indicado: Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lc 2, 21).

Sólo Jesús podía reemplazar su nombre por el Yo personal, y ese Yo tenía toda la fuerza del Dios que salva: Yo iré a curarle (Mt 8, 5), anuncia al centurión que le pide la curación de su criado. Jesús realiza todos los prodigios en su propio nombre. Hasta su propia resurrección: Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días (In 2, 19). Sin embargo, los discípulos de Jesús sólo en su nombre podrán hacer prodigios: Echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y, si beben veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos (Mc 16, 17-18). Es lo que hicieron los apóstoles Pedro y Juan, cuando el tullido les pidió limosna, y Pedro le dijo: No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar (Hch 3, 6). Pedro estaba convencido de haber hecho un favor a un enfermo..., pues quede bien claro que ha sido el nombre de jesucristo Nazareno... Ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos (Hch 4, 8-12).

Pablo, el enamorado de Cristo Jesús, en un arrebato de fe y de exaltación espiritual, exclama entusiasmado ante el Señor que se despoja de su rango, y toma condición de esclavo, y se rebaja hasta someterse a una muerte de cruz: Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Flp 2, 6-11).

LUZ, ALIMENTO, MEDICINA

Ante el inmenso poder del «Nombre-sobre-todo nombre», no podía la Iglesia permanecer indiferente. Y en la vida cristiana de todos los siglos ha habido siempre testimonios elocuentes que han enardecido a oyentes o lectores para que invocaran el nombre de Jesús con fe, con amor, con entusiasmo. En toda la época patrística hay una constante a favor de la devoción sin reservas al nombre de Jesús, que sigue la línea mar-cada por los apóstoles. Esa corriente ha llegado hasta nuestros días, alentada por tantas iniciativas eclesiales, entre las que des-taca la de Ignacio de Loyola (->31 de julio), que eligió como anagrama y nombre de su Compañía: IHS, nombre de Jesús, que suele traducirse Jesús salvador de los hombres.

En el siglo XII se alza la voz del gran Bernardo de Claraval (>20 de agosto), para exclamar que el nombre de Jesús es luz, es alimento, es medicina1.

1. Sermón 15 sobre el Cantar de los Cantares, n. 6.

«¿De dónde crees que llega la luz tan intensa y veloz de la fe a todo el mundo, sino de la predicación del nombre de Jesús? ¿No nos llamó Dios a su maravilloso resplandor por la luz de este nombre? Iluminados por su luz, que nos hace ver la luz, exclamará Pablo con razón: Antes, sí, erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor (...).

»Mas el nombre de Jesús no es sólo luz, también es alimento. ¿No te sientes reconfortado siempre que lo recuerdas? ¿Hay algo que sacie tanto el espíritu del que lo medita? ¿O que pueda reparar tanto las fuerzas perdidas, fortalecer las virtudes, incrementar los hábitos buenos y honestos, fomentar los afectos castos? Todo alimento es desabrido si no se condimenta con este aceite; insípido, si no se sazona con esta sal. Lo que escribas me sabrá a nada, si no encuentro el nombre de Jesús. Si en tus controversias y disertaciones no resuena el nombre de Jesús, nada me dicen. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón.

»Y también es medicina. ¿Sufre alguno de vosotros? Si penetra Jesús en su corazón y de allí pasa a la boca, inmediata-mente clareará la luz de su nombre y, disipándose toda oscuridad, volverá la serenidad. ¿Ha cometido alguien un delito? ¿Corre desesperado tras el lazo de la muerte? Si invoca el nombre de la vida, al punto respirará alientos de vida. ¿Quién se obstinó ante este nombre de salvación en la dureza de su corazón, en la indolencia de su desidia, en el rencor de su alma, en la molicie de su acedía? Si alguna vez se le agotó a alguien la fuente de las lágrimas, ¿no se le arrasaron de repente los ojos y corrió mansamente su llanto al invocar a Jesús? ¿Quién temblaba aterrado ante un peligro y no recobró al instante la con-fianza, venciendo el miedo, cuando recurrió al poder de su nombre? Cuando alguien fluctuaba zarandeado en un mar de dudas, ¿no vio brillar la certeza en cuanto invocó la luz de este nombre? Si pronunció este grito de socorro, ¿le faltaron las fuer-zas al que, a punto de desaparecer, se desesperaba en la adversidad?

»Éstas son las enfermedades y achaques del alma; pero he aquí su gran remedio. Si necesitas pruebas, te dice: Invócame el día del peligro; yo te libraré y tú me darás gloria. Nada como él reprimirá la violencia de la ira, sosegará la pasión de la soberbia, curará la llaga de la envidia, reducirá el furor de la lujuria, extinguirá el fuego de la sensualidad, apagará la sed de la avaricia, eliminará el prurito de todo apetito vergonzoso.

»Cuando pronuncio el nombre de Jesús, evoco el recuerdo de un hombre manso y humilde de corazón, bueno, sobrio, casto, misericordioso, el primero por su rectitud y santidad. Evoco al mismo Dios todopoderoso, que me convierte con su ejemplo y me da fuerzas con su ayuda. Todo esto revive en mí, cuando escucho el nombre de Jesús. De su humanidad extraigo un testimonio de vida para mí; de su poder, fuerzas. Lo primero es un jugo medicinal; lo segundo es como un estímulo al exprimirlo. Y con ambos me preparo una receta que ningún médico puede superarla.

»Aquí tienes, alma mía, tu catálogo, resumido en la esencia de este nombre, Jesús, salvífico de verdad, que nunca falló en cualquier epidemia. Llévalo siempre en tu corazón. Tenlo siempre a mano, para que todos tus sentimientos y acciones te lleven a Jesús. Él precisamente te ha invitado a que procedas así: Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón (...). El nombre de Jesús enderezará tus malas obras y perfeccionará las defectuosas; y controlará tus sentimientos, para que no se adulteren, o para que se orienten cuando se desvíen.»

Largo texto de San Bernardo, que bien merecía la pena evocar.

LA FUERZA DE LOS DÉBILES

La elocuencia y entusiasmo con que San Bernardo exaltó el nombre de Jesús influyeron poderosamente en los escritores posteriores. En el siglo XIII, San Buenaventura (-15 de julio), iniciado en los misterios del reino a la sombra, del gran Francisco de Asís (-4 de octubre), hace mención de las exclamaciones de San Bernardo cuando habla del nombre de Jesús con estas palabras2:

Éste es el nombre sacratísimo, vaticinado por los profetas, anunciado por el ángel, predicado por los apóstoles, deseado de todos los santos. ¡Oh nombre virtuoso, gracioso, gozoso, delicioso, glorioso! Virtuoso, porque desbarata a los enemigos, restaura las fuerzas, recrea los ánimos. Gracioso, porque tenemos en él el fundamento de la fe, la firmeza de la esperanza, el aumento de la caridad, el complemento de la justicia. Gozoso, porque «es júbilo en el corazón, melodía en el oído, miel en la boca», esplendor en la mente. Delicioso, porque rumiándolo nutre, pronunciándolo deleita, invocándolo unge, escribiéndolo recrea, leyéndolo instruye. Nombre verdaderamente glorioso, pues dio vista a los ciegos, andar a los cojos, oído a los sordos (Cf. Hch 3, 6), palabra a los mudos, vida a los muertos. ¡Oh bendito nombre, que tales efectos de su virtud ostenta! ¡Alma!, ya escribas, ya leas, ya enseñes, ya ejecutes cualquiera otra labor, nada te agrade, nada te deleite, sino Jesús. Llama, pues, Jesús al niño espiritualmente nacido de ti. Jesús, esto es, Salvador, en el destierro y miseria de esta vida. Sálvete Jesús de la vanidad del mundo que te combate, de los engaños del ene-migo que te molesta, de la fragilidad de la carne que te atormenta.

«Clama, alma devota, cercada de tantas miserias, clama a Jesús y dile: ¡Oh Jesús, Salvador del mundo, sálvanos, pues con tu cruz y con tu sangre nos redimiste! Ayúdanos, ¡oh Señor Dios nuestro! Sálvanos, digo, ¡oh dulcísimo Jesús, oh Salvador!, es-forzando a los débiles, consolando a los afligidos, socorriendo a los frágiles, consolidando a los vacilantes.

»¡Oh, cuánta dulzura sintió muchas veces, después de la imposición del bendito nombre, la Virgen María, feliz madre natural y verdadera madre espiritual, cuando entendió que, en virtud de este nombre, eran lanzados los demonios, multiplicados los milagros, iluminados los ciegos, curados los enfermos, resucitados los muertos! Pues de la misma manera tú, alma, madre espiritual, te has de alegrar y gozar, cuando en ti y en los otros echas de ver que tu bendito Hijo Jesús ahuyenta los demonios en la remisión del pecado, alumbra los muertos al conferir la gracia, cura los enfermos, sana los cojos, endereza los paralíticos y contraídos, robusteciendo su espíritu, a fin de que sean fuertes y varoniles por la gracia los que antes eran flacos y cobardes por la culpa. ¡Oh dichoso y bienaventurado nombre, que mereció contener tan grande virtud y eficacia!»

2 Las cinco festividades del Niño Jesús, 3.

En la primera mitad del siglo XV, destacó San Bernardino de Siena (-20 de mayo), de la misma escuela de Francisco, en la predicación del nombre de Jesús, cuya devoción propagó a su paso por pueblos y ciudades. De él son estas palabras, que la Iglesia recuerda en el día de su memoria litúrgica3:

3 Sermón 49, sobre el glorioso Nombre de Jesucristo, 2.

«El nombre de Jesús es la luz de los predicadores, pues es su resplandor el que hace anunciar y oír su palabra. ¿Por qué crees que se extendió tan rápidamente y con tanta fuerza la fe por el mundo entero, sino por la predicación del nombre de Jesús? ¿No ha sido por esta luz y por el gusto de este nombre como nos llamó Dios a su luz maravillosa? Iluminados todos y viendo ya la luz en esta luz, puede decirnos el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz.

»Es preciso predicar este nombre para que resplandezca y no quede oculto. Pero no debe ser predicado con el corazón impuro o la boca manchada, sino que hay que guardarlo y exponerlo en un vaso elegido.

»Por esto dice el Señor, refiriéndose al Apóstol: Ese hombre es un vaso elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos, reyes y a los israelitas. Un vaso -dice- elegido por mí, como aquellos vasos elegidos en que se expone a la venta una bebida de agradable sabor, para que el brillo y esplendor del recipiente invite a beber de ella; para dar a conocer-dice- mi nombre.

»Pablo hablaba del nombre de Jesús en sus cartas, en sus milagros y ejemplos. Alababa y bendecía el nombre de Jesús (...).

»»Por eso la Iglesia, esposa de Cristo, basándose en su testimonio, salta de júbilo con el profeta, diciendo: Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas, es decir, siempre. El profeta exhorta igualmente en este sentido: Cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su salvación, es decir, Jesús, el Salvador que él ha enviado.„

JESÚS, SALVADOR DE CUERPOS Y ALMAS

El beato Angélico (-18 de febrero) supo captar la profunda unión de su padre Domingo de Guzmán -8 de agosto) con Cristo, en ese expresivo cuadro de Domingo abrazado a la cruz, embelasado ante el rostro ensangrentado de Cristo. En su escuela se han formado grandes seguidores de Jesús, en sus iglesias nacieron y se cultivaron las cofradías del Santísimo Nombre, entre sus discípulos está, por ejemplo, el Beato Enrique Seuze (o Susón: -25 de enero) que grabó a fuego en su pecho el nombre de Jesús, o la apasionada por su Esposo celestial Santa Catalina de Siena (-29 de abril), o el cantor del Nombre de Jesús fray Luis de Granada (-31 de diciembre). Así escribía el gran predicador de Granada en el Siglo de Oro de la lengua española, dejando de lado otros nombres y quedándose sólo con el de Jesús, Salvador y Liberador4:

4 Meditaciones de la Vida de Cristo, cap. III, 2.

«Después de circuncidado el niño, dice el evangelista que le pusieron por nombre Jesús (Lc 2, 21), que quiere decir Salvador.

»Este glorioso nombre fue primero pronunciado por boca de los ángeles, porque el ángel que trajo la embajada a la Virgen, dijo que le llamarían por nombre Jesús (Lc 1, 31), y el que aparesció a Joseph en sueños, le dijo lo mismo; y añadió la razón del nombre diciendo: Porque él hará salvo a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21).

»Bendito sea tal nombre, y bendita tal salud, y bendito el día que tales nuevas fueron dadas al mundo. Hasta aquí, Señor, todos los otros salvadores que enviaste al mundo, eran salva-dores de cuerpos, y eran salvadores de carne, que ponían en salvo las haciendas y las casas y las viñas, y dejaban perdidas las almas, hechas tributarias del pecado y por él subjectas al enemigo. Pues ¿qué le aprovecha al hombre conquistar y señorear al mundo, si él queda esclavo del pecado, por donde venga después a perderlo todo? Pues para remedio de este mal es agora enviado este nuevo Salvador, para que sea cumplida salud de todo el hombre, que, salvando las ánimas, remedie los cuerpos y, librando de los males de culpa, libre también de los males de penas, y así deje a todo el hombre salvo (...).

¡Oh bienaventurada salud, digna de tal Salvador y de tal Señor! Desee cada uno la salud y los bienes que quisiere, anteponga las cosas de la tierra a las del cielo, tenga en más la muerte del cuerpo que la del ánima: mas yo desearé con el santo patriarca esta salud, y desfallescerá mi ánima, deseándola con el profeta David (Sal 118, 81). Sálvame, Señor, de mis pecados, líbrame de mis malas inclinaciones, sácame del poder de estos tiranos, no me dejes seguir el ímpetu bestial de mis pasiones, defiende la dignidad y la gloria de mi ánima, no permitas que yo sea esclavo del mundo y tenga por ley de mi vida el jucio de tantos locos, líbrame de los apetitos de mi propria carne, que es el mayor y más sucio de todos los tiranos, líbrame de los vanos deseos y de los vanos temores y vanas esperanzas del mundo, y sobre todo esto líbrame de tu enemistad, de tu ira y de la muerte perdurable, que se sigue de ella; y concedida esta libertad y esta salud, reine quien quisiere en el mundo, y gloríese en el señorío de la tierra y de la mar, porque yo con el profeta solamente me gloriaré en el Señor, y alegrarme he en Dios mi Salvador (Ha 3, 18).»

SEA EL SEÑOR PARA TI: JESÚS, SALVADOR

«Pues ésta es la salud que vino el Señor a dar al mundo -sigue diciendo fray Luis de Granada-, y ésta es la que se significa por este nuevo nombre que hoy le ponen de Jesús. De manera que cuando el cristiano oye este nombre, ha de representar en su corazón un Señor tan misericordioso, tan hermoso, tan poderoso, que disipa todo el ejército del demonio, que despoja de sus fuerzas a la muerte, que pone silencio al pecado, que quita la jurisdicción al infierno, que saca los que están captivos en manos de estos tiranos, y los limpia de la fealdad de sus cárceles, y los restituye en tanta hermosura, que los ojos de Dios se aficionan a ellos, y los abraza su bondad, y los hace reinar eternalmente consigo. Porque tres males principales, entre otros muchos, nos vinieron del pecado, que son muerte, infierno y servidumbre del demonio; y por esto, quien nos libró del pecado, junto con él nos libró de todos estos enemigos, y nos dio prenda y certidumbre de vida perpetua, de compañía con la vida de Dios, de gracia y amistad con él, de favores de su poder, de dones de su liberalidad, y de segura posesión de todos los bienes. Porque todo esto se pierde por el pecado, y todo se gana por Jesucristo, y por esto con mucha razón le fue puesto tan divino nombre. ¡Oh nombre glorioso, nombre dulce, nombre suave, nombre de inestimable virtud y reverencia, inventado por Dios, traído del cielo, pronunciado por los ángeles, y deseado en todos los siglos! De este nombre huyen los demonios, con él se espantan los poderes infernales, por él se vencen las batallas, por él callan las tentaciones, con él se consuelan los tristes, a él se acogen los atribulados, y en él tienen su esperanza todos los pecadores.

»Éste es el nombre de que la esposa hablando con el esposo en los Cantares, dice: Olio derramado es tu nombre (Ct 1, 2) (...). Tenga, pues, este Señor para sí, llamarse Hijo de Dios, resplandor de la gloria, imagen de la divina substancia, palabra del Padre, virtud del Omnipotente, heredero de todas las cosas, Rey de los reyes y Señor de los señores. Tenga para sí llamarse Cristo, que quiere decir ungido, pues él fue ungido como gran profeta, como rey y como sacerdote. Porque como profeta nos enseñó con su doctrina, y como sacerdote nos reconcilió con su Padre, y como rey nos ha de coronar con eterno galardón. Tenga, pues, él para sí todos estos títulos y excelencias, mas para ti sea Jesús, que quiere decir Salvador, para que él te salve y libre de la vanidad del mundo, de los engaños del demonio, y de las malas inclinaciones de la carne. Y pues estás cercado de tantas miserias, llama a este Señor, y dile: Sálvanos, Señor, Salvador del mundo, pues con tu sangre y con tu cruz nos redimiste, esfuerza al flaco, consuela al triste, y ayuda al enfermo, y levanta al caído.

»Éste es el nombre que vence los demonios, alumbra los ciegos, resuscita los muertos y sana todo género de enfermedades (...). ¡Oh dichoso y bienaventurado nombre de tanta virtud y eficacia, el cual unas veces alegra las ánimas, mas otras llega a embriagarlas y hacerlas salir de sí con la grandeza de su dulzura!»

Sólo en Jesús está la salvación -Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás-: aclamemos a Jesús, el Señor.

Jesús es el más seguro valedor ante el Padre Dios —Yo os aseguro: Si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará (In 16, 23)—: oremos en su Santo Nombre.

El Santo Nombre de Jesús es siempre estímulo para vivir, para trabajar por su reino, para mantener vivos el amor y la esperanza: En tu nombre, echaré las redes (Lc 5, 5).

Lecturas del 03/01/2025

Queridos hermanos:
Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él.
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifiesta, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.
Todo el que comete pecado quebranta también la ley, pues el pecado es quebrantamiento de la ley.
Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado.
Todo el que permanece en él no peca. Todo el que peca no lo ha visto ni conocido.
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dijo: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”.
Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Palabra del Señor.

03 de Enero 2025 – San Daniel de Padua

En Padua, en la región de Venecia (hoy Italia), conmemoración de san Daniel, diácono y mártir.

Un relato dice que era diácono de origen judío; ayudó a san Prosdócimo, primer obispo de Padua, en su apostolado en el norte de Italia y fue martirizado en dicha ciudad. 

Otra narración relata que, era diácono de la Iglesia de Padua, y que fue martirizado durante la persecución de Diocleciano, a inicios del siglo IV. 

Sin embargo, su existencia sólo se conoció tras haberse encontrado su cuerpo, en el 1075. Según la leyenda, difundida en esa época y poco después, y cuyo núcleo histórico parece cierto, el mártir se habría aparecido a un ciego de Viterbo invitándole a pedir la gracia de la vista en el oratorio de San Prosdócimo, en Padua. Allí estaba la tumba de san Daniel, completamente ignorada. A la milagrosa curación siguieron diligentes búsquedas, que culminaron con el descubrimiento de un arca de mármol. El mártir yacía en ella como había muerto: el cuerpo, extendido horizontal sobre una tabla de madera y cubierto de una losa de mármol, estaba traspasado de largos clavos. Una inscripción decía: “aquí descansa el cuerpo de Daniel, mártir y diácono”.

El obispo Ulderico, presente en aquel primer reconocimiento, hizo transportar el 3 de enero de 1076 el arca a la nueva catedral de Santa María, dentro de los muros de la ciudad; y para aplacar la oposición de los monjes de Santa Justina -donde se había encontrado el cuerpo- y de los habitantes del lugar, hizo erigir un oratorio dedicado a San Daniel en el lugar donde ahora está la homónima iglesia parroquial. Los restos del santo fueron nuevamente trasladados en 1592 desde el altar mayor de la vieja catedral al sotacoro de la nueva. Cuando en 1953 el lugar fue acondicionado como oratorio de invierno, el arca de Daniel fue liberada de los mármoles y bronces que ocultaban la que originalmente se había descubierto: una antigua arca romana de mármol de Carrara, a la que, posiblemente en la época del descubrimiento, se le había quitado toda la antigua decoración pagana, y agregado una enigmática inscripción. Los encargados descifraron con distintas variantes la inscripción de la leyenda. Se lo festeja en la diócesis de Padua como patrono secundario el 3 de enero, aniversario de la primera traslación.

Lecturas del 02/01/2025

Queridos hermanos:
¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre.
En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y esta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna.
Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas —y es verdadera y no mentirosa—, según os enseñó, permaneced en él. Y ahora, hijos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida.
Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: « ¿Tú quién eres?»
Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías».
Le preguntaron: « ¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?».
Él dijo: «No lo soy».
« ¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No».
Y le dijeron: « ¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

Palabra del Señor.

02 de Enero 2025 – San Juan “el Bueno”

En Milán, ciudad de Lombardía (hoy Italia), san Juan Bueno, obispo, que restituyó a esta población la sede episcopal, trasladada por causa de los lombardos a la ciudad de Génova. Por su fe y sus buenas costumbres fue agradable a Dios y a los hombres.

Nació en Camogli  (Génova, Italia). Las vicisitudes de su historia están indisolublemente entretejidas con la leyenda. Un anónimo autor afirma que Juan nació el seno de una familia noble del valle de Recco, y esto podría ser una explicación de la antigua rivalidad acerca de su ciudad natal. Ya de niño Juan fue llevado a Milán, donde emprendió los estudios eclesiásticos y fue incardinado en la Iglesia de Milán. 

Mientras tanto, después de casi ochenta años de exilio forzoso, Rotario, el famoso rey lombardo, que había invadido incluso la Riviera italiana, acuerda con el clero ambrosiano el regreso del obispo de Milán a su lugar natural (por culpa de las invasiones tuvieron que trasladar la sede ambrosiana a la Liguria). Así fue que Juan, apreciado por todos por su calidad humana y por su inteligencia, en el 641 fue aclamado XXXVIº obispo de Milán, primero en gobernar nuevamente en la restaurada sede episcopal de Lombardía.

Su humildad y su generosidad se convirtieron casi en proverbiales entre la grey confiada a sus cuidados pastorales, que pronto comenzó a llamarlo cariñosa y afectuosamente Juan «el bueno». Un poema lo recuerda así: «Solícito en confortar y consolar a los pobres, alimentar al hambriento, vestir al desnudo, dar de beber al sediento, visitar a los enfermos y los presos, ofrecer hospitalidad a los viajeros. Lleno de gracia, fe y buenas costumbres, agradable a Dios y a los hombres, brilló en sus acciones. Juan se mostraba tan humilde ante todos que, por esa humildad, era difícil discernir si realmente era el obispo». 

El único episodio históricamente bien señalado en su vida fue un viaje a Roma que hizo a finales del 649, para asistir a un sínodo convocado por el papa Martín I, que se celebró en la basílica lateranense. Trabajó con éxito contra el arrianismo y el monotelismo. 

Murió en Milán después de al menos diez años de episcopado y sus restos mortales fueron sepultados en la actual iglesia de San Miguel in Duomo. Cuatro siglos después el obispo Ariberto reavivó el culto en toda la diócesis, tras el descubrimiento del cuerpo que se creía perdido. Pero fue san Carlos Borromeo quien trasladó las reliquias a la catedral, en 1582, y erigió un altar en su honor. En 1951, el beato cardenal Ildefonso Schuster ordenó un nuevo reconocimiento de los restos del santo, que resultó medir 190 centímetros de altura, y los hizo colocar en una nueva urna metálica.

miércoles, 1 de enero de 2025

01 de Enero 2025 – Santa María, Madre de Dios

Vamos a caminar hacia Dios. Vamos a remontarnos hasta el corazón de Dios. No hay miedo a perdernos en el peregrinar. Hubo alguien que tuvo el privilegio de abrevar la sed de lo divino, que inconscientemente late en todos los humanos corazones, precisamente en el corazón mismo de Dios, reclinando su cabeza sobre el pecho -fuerte, ardiente de incontenible latir, estremecido de las más intensas emociones en la noche de la total entrega- del Verbo encarnado, de Cristo señor nuestro. El secreto de Dios es un secreto maravilloso, dulcísimo; incomprensible por lo intenso de su maravilla y lo delicado de su dulzura. Nos lo reveló San Juan: Dios es amor.

Y, como Dios es amor, he aquí que, desde la eternidad, determinó darse. Y el fruto de esta donación fue la existencia de los espíritus, ángeles y almas capaces de reflejar, como imágenes y semejanzas, las divinas perfecciones, la celeste hermosura, cantando así la gloria divina: capaces de pagar amor con amor, rindiendo a la divinidad el homenaje de reconocerse criaturas, pero libremente, voluntariamente, con una entrega perfecta; capaces de darse. Se volcó más: quiso hacerles participantes, en la gloria del cielo, del misterio inefable de su vida trinitaria. Pero no bastó a la potencia infinita de entrega que es el corazón de Dios y quiso que una criatura se uniese a Él en la comunión más perfecta imaginable, en comunión de naturaleza, con unidad de persona. El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. Quiso Dios saber de los humanos latidos, de los humanos dolores, de los humanos goces; quiso Dios atraernos con lazos de carne y sangre (Os. 11,4) hasta el punto de llegar a derramar la suya en una cruz por salvarnos de nuestros pecados. Y así Cristo quedó constituido en perfecto amador y glorificador del Padre. Pero aún no fue a Dios suficiente. Quiso darse a una criatura de la manera más estrecha posible, aun sin llegar a comunicarle personalmente su divinidad, y entonces...

Era la plenitud de los tiempos. En una pobre casita palestinense una humilde mujer tenía un niño en brazos. De pronto sonrió el niño. El coro de invisibles ángeles que rodeaba la escena se ciñó apretadamente alrededor de la mujer para no perder de vista la sonrisa. Sonrió el niño y sus labios entreabiertos pronunciaron por vez primera una palabra: "¡Madre!" Se postraron los ángeles al oír la palabra, silentes, alfombrando el pobre suelo con sus alas de celeste raso. El Verbo hecho carne acababa de llamar a su Madre. María era Madre de Dios.

No, claro está que la Virgen no dio al Verbo la naturaleza divina. Esta la recibe el Verbo desde la eternidad, misteriosamente, del Padre, primera persona de la Trinidad santísima. La Virgen es Madre de Dios por haber dado a luz un hijo que es Dios. Así como nuestras madres son verdaderamente madres nuestras por el solo hecho de darnos el cuerpo, ya que el alma la recibimos directamente de Dios, así la Virgen no comunicó a Cristo la divinidad, pero al concebir una naturaleza que había sido asumida personalmente por la divinidad, al ser Madre de alguien que era Dios, ella quedaba constituida propiamente Madre de Dios.

Cristo es Dios; María es Madre de Cristo, luego María es Madre de Dios. El razonamiento, escueto, corre limpio del pensamiento al corazón del creyente y mueve sus labios a una perpetua alabanza hacia aquella que, sola y sin ejemplo, mereció llevar en su seno y llamar con verdad hijo suyo al Verbo del Padre.

Solamente quien niegue a Cristo su categoría de Hijo de Dios, como hizo Nestorio, podrá negar que la Virgen sea Madre de Dios.

Entre los humanos no puede imaginarse lazo más dulce, lazo más apretado, lazo más unitivo que el que resulta entre dos seres, uno de los cuales ha dado al otro su sangre, su vida, sus sentimientos, sus ideales; uno de los cuales se prolonga realmente, vitalmente, en el otro. Entre una madre y un hijo. Ningún amor tan fuerte, desinteresado, entrañable, como el de una madre a un hijo. Por eso quiso Dios tener Madre en la tierra. María vino al mundo para ser Madre de Dios, para amar a Dios, para estar unida a Dios de la manera más estrecha imaginable en pura criatura.

De aquí que la dignidad de la Virgen sea sobre todo lo creado. Es casi infinita. Su Hijo le comunica la suya propia de la forma y en la medida que es posible recibirla a humana y limitada criatura. Si no le puede comunicar su dignidad divina, haciéndola su Madre le concede participar de ella en el mayor grado posible, de forma que no pueda concebirse otra mayor, que solamente el entendimiento divino sea capaz de abarcarla en toda su extensión y profundidad. Ella, la Madre, sobre todas las criaturas: sobre los ángeles y los serafines, sobre los bienaventurados todos, sobre toda la creación.

Se complació Dios en ella sobre todas las criaturas del universo.

Era su Madre.

Porque iba a llamarla Madre, los méritos de su pasión, previstos desde la eternidad, le alcanzaron que, a diferencia de los demás mortales, fuera concebida sin culpa, llena de gracia desde el primer instante de su ser.

Al hacerla su Madre puso en ella una radical e inexhaurible exigencia de santidad, de gracia. Hasta hay quienes piensan que el mismo hecho de ser Madre de Dios la hace formalmente santa, con una santidad peculiar, misteriosa puesto que la hace agradable a Dios, la une a Dios inefable y estrechísimamente, la santidad de la maternidad divina.

Por ser su Madre—la Madre del Rey del universo— ella sería la Reina y Señora de todo lo creado, ante cuyo nombre temblarían incluso las potestades del infierno.

Por ser su Madre—la Madre de un Dios redentor— ella sería corredentora y quedaría asociada a su Hijo en la obra de rescatar al género humano de la esclavitud del pecado, y sus méritos—recibidos del Hijo, dignificados por el ser del Hijo—tendrían potencia suficiente para alcanzarnos la gracia de la salvación.

Por ser su Madre--la Madre de un Dios que se hizo hombre para ser hermano mayor nuestro—ella quedaría constituida Madre nuestra y, con ello, toda la razón de nuestra esperanza; porque desde el momento en que podemos decir con verdad, como aquel santo, "la Madre de Dios es mi Madre", no tenemos nada que temer y todo lo podemos esperar. Quien nos dio a su Madre al pie de la cruz, ¿cómo podrá negarnos cualquier cosa que en nombre de nuestra Madre común le pidamos?

Dios ha querido unirse a nosotros inefablemente: ha querido tener una carne y una sangre como las nuestras; ha querido fundirlas con las nuestras en la comunión; ha querido, desvelando el más íntimo secreto de la divina ternura, llamar con nosotros Madre a la misma mujer, unirse a nosotros en su seno, darse a nosotros en sus brazos.

De la maternidad divina se derivan para María todos sus atributos, toda su gloria. De la maternidad divina de María se derivan para nosotros las fuentes del consuelo y de la esperanza. Al saberla tan alta, tan pura, de tanta santidad, reconocemos instintivamente nuestra indignidad y bajeza, lo horrido de nuestra culpa. Por eso hemos aprendido desde niños a balbucir emocionadamente: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores. Ante la Madre de Dios nos sentimos pecadores, indignos, malos; pero, como hemos aprendido también que es Madre nuestra, nos enseñaron a decirle, con la conciencia de hallarnos encerrados en el valle obscuro de la culpa, desterrados en el lugar de las lágrimas: ¡Salve, Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra!...

Al saber que nuestra Madre es Madre de Dios sentimos brotar en nuestros pechos irresistible añoranza de los eternos bienes, deseo firmísimo del mismo Dios, de nuestro hermano Dios. Conocemos que nuestra patria es el cielo y caminamos seguros hacia él, porque en manos de nuestra Madre están todos sus tesoros y ella está pronta a dispensárnoslos si nosotros nos reconocemos hijos suyos.

Era en el año 431. Nestorio, obispo de Constantinopla, propagando las doctrinas de Teodoro de Mopsuestia, había negado que Cristo fuese propiamente Hijo de Dios, enseñando que en él había dos personas, una humana y otra divina, y no una sola persona, la divina, como enseña la fe verdadera. En consecuencia sostenía que la Virgen era madre de Cristo, de la persona humana de Cristo, y así de ninguna manera se la podría llamar Madre de Dios, ya que Cristo no era Dios. Se habían sucedido las condenaciones de Roma: le había combatido el obispo de Alejandría San Cirilo; pero, ante la contumacia de Nestorio, los emperadores Teodosio y Valentiniano convocaron un concilio, presidido por los legados del papa Celestino, en la ciudad de Éfeso. El concilio condenó como hereje a Nestorio y declaró dogma de fe que la Virgen María es Madre de Dios. Fue tanto el regocijo de los efesinos, que profesaban intensísima devoción a la Virgen, al enterarse de la decisión de los Padres del concilio, que, congregándose en inmensa muchedumbre, los saludaron con grandes aclamaciones de gozo y les acompañaron procesionalmente hasta sus casas con antorchas encendidas. Y el papa Pío Xl, queriendo conmemorar dignamente el XV centenario de este concilio e intensificar en los sacerdotes y en el corazón de todos los fieles la devoción hacia la Madre de Dios, instituyó una fiesta litúrgica, con oficio y misa propios, para el 12 de octubre.

Que en estos tiempos difíciles sea ella para nosotros faro de fe, columna de esperanza, recuerdo de que pertenecemos a lo alto y hemos nacido para mayores cosas, invitación a vivir como hijos de tal Madre y hermanos del Verbo que un día quiso hacerse carne en sus entrañas para morir por nuestro amor y abrirnos las puertas del cielo.