San Guido de Pomposa
En Borgo San Domnino, en las cercanías de Parma, san Guido, abad del monasterio de Pomposa, donde recibió a muchos discípulos y restauró los edificios. Se preocupó de modo especial por la oración, la contemplación y el culto divino, y buscó vivir en la soledad, atento sólo a Dios.
Había nacido en Casamari, cerca de Rávena. Se llamaba Guido Strambiati y pertenecía a una buena familia y le encataba la vida en sociedad. Fue muy cuidadoso en su aspecto exterior y en su vestimenta. Sin embargo, una vez, fue severamente castigado por esta forma de vanidad. Fue a Ravena, donde se celebraba la fiesta patronal de San Apolinar, y, despojándose de sus finas ropas, las dio a los pobres y se vistió las más andrajosas que pudo encontrar. Para vergüenza de sus padres, partió hacia Roma con esta indumentaria y, durante su permanencia allí, recibió la tonsura.
Quiso cambiar su vida y se presentó ante el abad de Pomposa, el venerable Martên, que vivía en una ermita; él fue el maestro de sus primeros años. Se hizo benedictino en la abadía de San Severo de Rávena y después se trasladó a la abadía de Pomposa (Ferrara) donde fue abad durante 48 años. Su reputación arrastró a muchos (incluyendo a su padre y a su hermano) a unirse a la comunidad, de suerte que el número de monjes fue duplicado y se hizo necesario que Guido construyera otro monasterio para acomodarlos a todos. Después de un tiempo, delegó a otros la parte administrativa de su oficio y se concentró en el aspecto puramente espiritual, especialmente en la dirección de las almas.
En ciertas épocas del año, acostumbraba retirarse a una celda, distante aproximadamente cinco kilómetros de la abadía, donde llevaba una vida de tan intensa devoción e inquebrantable abstinencia, que parecía sostenerse con el ayuno y la oración. Especialmente durante la Cuaresma, trataba su cuerpo con tal severidad, que sus torturas podrían difícilmente superarse y aún así, era extraordinariamente tierno con los monjes, que le tenían gran devoción.
Convirtió aquel cenobio en centro de cultura y, san Pedro Damián, que a petición suya, dio lecciones de Sagrada Escritura en la abadía de Pomposa durante dos años, dedicó a Guido su libro “De Perfectio ne Monachorum”.
Guido no escapó a la persecución. Por alguna razón, Heriberto, arzobispo de Ravena, concibió un odio acerbo contra él y se decidió en verdad a destruir su monasterio. Advertido del ataque que se aproximaba, la única medida de defensa del abad fue un ayuno de tres días en compañía de toda su comunidad. Cuando el arzobispo y sus soldados llegaron a las puertas de la abadía, Guido salió a recibirlos, y con el mayor respeto y humildad, los condujo a la iglesia. El corazón de Heriberto se conmovió: pidió perdón al abad, y prometió protegerlo de allí en adelante.
Al final de su vida, Guido se retiró a la soledad, pero fue llamado a Piacenza por el emperador Enrique III, que había llegado a Italia y deseaba consultar al abad, de cuya santidad y sabiduría tenía grandes referencias. El anciano obedeció muy a su pesar y se despidió tiernamente de sus hermanos, diciéndoles que nunca más vería sus rostros. Había llegado a Borgo San Donino, cerca de Parma, cuando fue atacado repentinamente por una enfermedad, de la que murió al tercer día. Se originó una disputa por la custodia de su cuerpo entre Pomposa y Parma. El emperador dirimió la cuestión, haciendo llevar las reliquias a la iglesia de San Juan Evangelista, en Speyer, que más tarde fue rebautizada con el nombre de San Guido-Stift.
Había nacido en Casamari, cerca de Rávena. Se llamaba Guido Strambiati y pertenecía a una buena familia y le encataba la vida en sociedad. Fue muy cuidadoso en su aspecto exterior y en su vestimenta. Sin embargo, una vez, fue severamente castigado por esta forma de vanidad. Fue a Ravena, donde se celebraba la fiesta patronal de San Apolinar, y, despojándose de sus finas ropas, las dio a los pobres y se vistió las más andrajosas que pudo encontrar. Para vergüenza de sus padres, partió hacia Roma con esta indumentaria y, durante su permanencia allí, recibió la tonsura.
Quiso cambiar su vida y se presentó ante el abad de Pomposa, el venerable Martên, que vivía en una ermita; él fue el maestro de sus primeros años. Se hizo benedictino en la abadía de San Severo de Rávena y después se trasladó a la abadía de Pomposa (Ferrara) donde fue abad durante 48 años. Su reputación arrastró a muchos (incluyendo a su padre y a su hermano) a unirse a la comunidad, de suerte que el número de monjes fue duplicado y se hizo necesario que Guido construyera otro monasterio para acomodarlos a todos. Después de un tiempo, delegó a otros la parte administrativa de su oficio y se concentró en el aspecto puramente espiritual, especialmente en la dirección de las almas.
En ciertas épocas del año, acostumbraba retirarse a una celda, distante aproximadamente cinco kilómetros de la abadía, donde llevaba una vida de tan intensa devoción e inquebrantable abstinencia, que parecía sostenerse con el ayuno y la oración. Especialmente durante la Cuaresma, trataba su cuerpo con tal severidad, que sus torturas podrían difícilmente superarse y aún así, era extraordinariamente tierno con los monjes, que le tenían gran devoción.
Convirtió aquel cenobio en centro de cultura y, san Pedro Damián, que a petición suya, dio lecciones de Sagrada Escritura en la abadía de Pomposa durante dos años, dedicó a Guido su libro “De Perfectio ne Monachorum”.
Guido no escapó a la persecución. Por alguna razón, Heriberto, arzobispo de Ravena, concibió un odio acerbo contra él y se decidió en verdad a destruir su monasterio. Advertido del ataque que se aproximaba, la única medida de defensa del abad fue un ayuno de tres días en compañía de toda su comunidad. Cuando el arzobispo y sus soldados llegaron a las puertas de la abadía, Guido salió a recibirlos, y con el mayor respeto y humildad, los condujo a la iglesia. El corazón de Heriberto se conmovió: pidió perdón al abad, y prometió protegerlo de allí en adelante.
Al final de su vida, Guido se retiró a la soledad, pero fue llamado a Piacenza por el emperador Enrique III, que había llegado a Italia y deseaba consultar al abad, de cuya santidad y sabiduría tenía grandes referencias. El anciano obedeció muy a su pesar y se despidió tiernamente de sus hermanos, diciéndoles que nunca más vería sus rostros. Había llegado a Borgo San Donino, cerca de Parma, cuando fue atacado repentinamente por una enfermedad, de la que murió al tercer día. Se originó una disputa por la custodia de su cuerpo entre Pomposa y Parma. El emperador dirimió la cuestión, haciendo llevar las reliquias a la iglesia de San Juan Evangelista, en Speyer, que más tarde fue rebautizada con el nombre de San Guido-Stift.
martes, 30 de marzo de 2021
Lecturas
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios.
Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi Dios era mi fuerza: «Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.
Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?». Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.
Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde yo voy, vosotros no podéis ir”»
Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde». Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti». Jesús le contestó: «¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».
Palabra del Señor.
San Luis de Casoria
En Nápoles, en Italia, san Luis de Casoria (Arcángel) Palmentieri de Casoria, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, impulsado con el ardor de la caridad hacia los pobres de Cristo, instituyó dos congregaciones: los Hermanos de la Caridad y las Hermanas Franciscanas de Santa Isabel.
Arcángel Palmentieri nació en Casoria (Nápoles). Atraído por los Frailes Menores del vecino convento de San Antonio en Afragola (Nápoles), entró en el convento de San Juan del Palco en Taurano (Avellino) el 17 de junio de 1832. Recibió la ordenación sacerdotal el 4 de junio de 1837.
En 1847, mientras oraba, el Señor le indicó el nuevo camino que debía recorrer, al servicio de los pobres y los enfermos. A ellos, convertido en hombre nuevo, dedicó sus primeros cuidados: en su celda del convento de San Pedro en Aram, Nápoles, montó una farmacia para los frailes enfermos. Más tarde adquirió una quinta, llamada La Palma, donde creó una enfermería para los frailes. Allí quiso que estuviera también la sede de la Obra de los "Moretti", que, en sus planes de evangelización misional, debía servir para educar a los jóvenes africanos y hacerlos apóstoles de África (África convertirá al África). Con la misma finalidad misionera, dio vida después a la Obra de las "Morette", que encomendó a las Hermanas Estigmatinas de la sierva de Dios Anna Fiorelli Lapini.
Creó diversas obras asistenciales: asilos para ancianos, convictorios, escuelas, colonias agrícolas, hospicios, montes de piedad, tipografías... En su inmenso deseo de hacer el bien, promovió también la cultura, que consideraba como la vía para la fe y medio de promoción humana, poniendo en marcha modernas iniciativas culturales, como un observatorio meteorológico, cinco revistas, la traducción al italiano de las "Obras" de san Buenaventura, una edición de bolsillo de la Biblia, etc.
Circundado de gran fama de santidad, el padre Ludovico concluyó su misión terrena en Nápoles, en el Hospicio Marino (último creada por él, en pro de los marineros ancianos). Allí reposan sus restos mortales desde 1887, bajo la custodia de sus hijas espirituales, las Hermanas Elisabetinas Grises ("Elisabettine Bigie"), que había fundado en 1862. Fue canonizado por el papa Francisco el 23 de noviembre de 2014.
Arcángel Palmentieri nació en Casoria (Nápoles). Atraído por los Frailes Menores del vecino convento de San Antonio en Afragola (Nápoles), entró en el convento de San Juan del Palco en Taurano (Avellino) el 17 de junio de 1832. Recibió la ordenación sacerdotal el 4 de junio de 1837.
En 1847, mientras oraba, el Señor le indicó el nuevo camino que debía recorrer, al servicio de los pobres y los enfermos. A ellos, convertido en hombre nuevo, dedicó sus primeros cuidados: en su celda del convento de San Pedro en Aram, Nápoles, montó una farmacia para los frailes enfermos. Más tarde adquirió una quinta, llamada La Palma, donde creó una enfermería para los frailes. Allí quiso que estuviera también la sede de la Obra de los "Moretti", que, en sus planes de evangelización misional, debía servir para educar a los jóvenes africanos y hacerlos apóstoles de África (África convertirá al África). Con la misma finalidad misionera, dio vida después a la Obra de las "Morette", que encomendó a las Hermanas Estigmatinas de la sierva de Dios Anna Fiorelli Lapini.
Creó diversas obras asistenciales: asilos para ancianos, convictorios, escuelas, colonias agrícolas, hospicios, montes de piedad, tipografías... En su inmenso deseo de hacer el bien, promovió también la cultura, que consideraba como la vía para la fe y medio de promoción humana, poniendo en marcha modernas iniciativas culturales, como un observatorio meteorológico, cinco revistas, la traducción al italiano de las "Obras" de san Buenaventura, una edición de bolsillo de la Biblia, etc.
Circundado de gran fama de santidad, el padre Ludovico concluyó su misión terrena en Nápoles, en el Hospicio Marino (último creada por él, en pro de los marineros ancianos). Allí reposan sus restos mortales desde 1887, bajo la custodia de sus hijas espirituales, las Hermanas Elisabetinas Grises ("Elisabettine Bigie"), que había fundado en 1862. Fue canonizado por el papa Francisco el 23 de noviembre de 2014.