martes, 31 de marzo de 2020
Lecturas
En aquellos días, desde el monte Hor se encaminaron los hebreos hacia el mar Rojo, rodeando el territorio de Edón.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros».
Palabra del Señor.
El pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés: « ¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia».
El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían, y murieron muchos de Israel.
Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».
Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: «Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla».
Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros».
Y los judíos comentaban: « ¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”?».
Y él les dijo: «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que “Yo soy”, moriréis por vuestros pecados».
Ellos le decían: « ¿Quién eres tú?» Jesús les contestó:
«Lo que os estoy diciendo. Desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él».
Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre.
Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada».
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.
Palabra del Señor.
Beato Buenaventura de Forli
En Udine, en el territorio de Venecia, beato Buenaventura de Forli, presbítero de la Orden de los Siervos de María, que con su predicación por diversas regiones de Italia movió al pueblo a la penitencia, falleciendo ya octogenario, mientras predicaba un sermón cuaresmal.
Nació en Forli, y perteneció a una familia acomodada. Ingresó en la Orden de los Siervos de María en su ciudad natal, terminado el noviciado en el año 1448, fue enviado a Venecia, en donde pasó seis años entregado al estudio de las ciencias sagradas, obteniendo el grado de maestro.
Buenaventura se dedicó intensamente a la predicación. En efecto, consta por varios documentos que predicó innumerables sermones, principalmente cuaresmales, en Venecia, Florencia, Bolonia, Brescia y Perusa, con una asistencia masiva de fieles. Pues –como refiere fray Felipe Albrizzi en su obra titulada “Institución de la Congregación de los frailes Observantes Siervos de santa María” era, como el Apóstol, “admirable por la eficacia de su predicación y por su santidad”. Es digna de recuerdo su predicción en Perusa, cuando una gravísima epidemia afligía la ciudad; con sus palabras logró que los habitantes impetraran la ayuda de Dios con la oración y la penitencia y que, además se esforzaran en socorrer a los pobres y enfermos. Su fama de predicador creció de tal manera que el papa Sixto IV le dio facultades para predicar en cualquier sitio como predicador apostólico. Desempeñó varios cargos en la Orden; por gestiones suyas pasaron a la Orden el convento de Forlimpópoli Forlí y, en 1488, el de santa María del Paraíso, en Clusone (Bérgamo).
En aquel entonces, movido por el deseo de entregarse plenamente a la penitencia y la contemplación, Buenaventura pidió permiso al papa Sixto IV para hacer vida eremítica. En el año 1483, el sumo pontífice accedió a su petición, y le permitió retirarse a un lugar solitario junto con seis compañeros. No sabemos el lugar preciso en donde se retiró Buenaventura, pero, por algunos documentos del siglo XVII, puede conjeturarse que pasó algún tiempo en el eremitorio de Monte Senario. Poco después, obligado por la caridad o la obediencia, volvió a la vida conventual. Nombrado prior de la provincia romañola, ejerció este cargo con gran prudencia y promovió la observancia de la disciplina regular.
Fray Antonio Alabanti, prior general, abrigó el propósito de restablecer en la Orden una disciplina más rigurosa, para lo cual se valió del consejo y la ayuda de Buenaventura. Fue también este hombre de Dios quien, al surgir serios descontentos entre la Congregación de la Observancia y el prior general, trabajó por restablecer la paz y la concordia. Al año siguiente, en el capítulo de la Congregación de la Observancia, fue elegido vicario general, cargo en el que fue confirmado poco después por el capítulo general de la Orden.
Algunos escritores de nuestra Orden, quienes conocieron la beato Buenaventura, nos describen su amor a la penitencia y a la soledad. Fray Felipe Albrizzi escribe: “Era muy bajo de estatura y de constitución endeble, de mediana cultura. Era religioso de gran santidad, llevaba una barba inculta; soportaba el calor del verano, el frío y las heladas del invierno, sin que se le viera nunca calzado; tanto es así que más de una vez salía sangre de sus pies agrietados. Vestía muy pobremente, nunca comía carne ni bebía vino, dormía sobre el duro suelo o, a veces, sobre unas tablas; practicaba en fin, todas las mortificaciones que él consideraba necesarias para dominar su cuerpo. Con su oración alcanzó de Dios varios milagros, incluso en vida”. Esto mismo, más o menos, es lo que escribió también sobre él fray Gasparino Borro en elegantes versos.
El año 1491, cuando Buenaventura se hallaba en Údine predicando los sermones cuaresmales en la iglesia catedral, cayó enfermo a consecuencia de su avanzada edad y austeridad de vida, muriendo el jueves santo de ese año.
Su cuerpo recibió sepultura en la iglesia de santa María de las Gracias de Údine. El 5 de septiembre de 1911, durante el pontificado de Pío XI, la Sagrada Congregación de Ritos ratificó el culto que ya desde tiempo inmemorial se tributaba a Buenaventura.
Nació en Forli, y perteneció a una familia acomodada. Ingresó en la Orden de los Siervos de María en su ciudad natal, terminado el noviciado en el año 1448, fue enviado a Venecia, en donde pasó seis años entregado al estudio de las ciencias sagradas, obteniendo el grado de maestro.
Buenaventura se dedicó intensamente a la predicación. En efecto, consta por varios documentos que predicó innumerables sermones, principalmente cuaresmales, en Venecia, Florencia, Bolonia, Brescia y Perusa, con una asistencia masiva de fieles. Pues –como refiere fray Felipe Albrizzi en su obra titulada “Institución de la Congregación de los frailes Observantes Siervos de santa María” era, como el Apóstol, “admirable por la eficacia de su predicación y por su santidad”. Es digna de recuerdo su predicción en Perusa, cuando una gravísima epidemia afligía la ciudad; con sus palabras logró que los habitantes impetraran la ayuda de Dios con la oración y la penitencia y que, además se esforzaran en socorrer a los pobres y enfermos. Su fama de predicador creció de tal manera que el papa Sixto IV le dio facultades para predicar en cualquier sitio como predicador apostólico. Desempeñó varios cargos en la Orden; por gestiones suyas pasaron a la Orden el convento de Forlimpópoli Forlí y, en 1488, el de santa María del Paraíso, en Clusone (Bérgamo).
En aquel entonces, movido por el deseo de entregarse plenamente a la penitencia y la contemplación, Buenaventura pidió permiso al papa Sixto IV para hacer vida eremítica. En el año 1483, el sumo pontífice accedió a su petición, y le permitió retirarse a un lugar solitario junto con seis compañeros. No sabemos el lugar preciso en donde se retiró Buenaventura, pero, por algunos documentos del siglo XVII, puede conjeturarse que pasó algún tiempo en el eremitorio de Monte Senario. Poco después, obligado por la caridad o la obediencia, volvió a la vida conventual. Nombrado prior de la provincia romañola, ejerció este cargo con gran prudencia y promovió la observancia de la disciplina regular.
Fray Antonio Alabanti, prior general, abrigó el propósito de restablecer en la Orden una disciplina más rigurosa, para lo cual se valió del consejo y la ayuda de Buenaventura. Fue también este hombre de Dios quien, al surgir serios descontentos entre la Congregación de la Observancia y el prior general, trabajó por restablecer la paz y la concordia. Al año siguiente, en el capítulo de la Congregación de la Observancia, fue elegido vicario general, cargo en el que fue confirmado poco después por el capítulo general de la Orden.
Algunos escritores de nuestra Orden, quienes conocieron la beato Buenaventura, nos describen su amor a la penitencia y a la soledad. Fray Felipe Albrizzi escribe: “Era muy bajo de estatura y de constitución endeble, de mediana cultura. Era religioso de gran santidad, llevaba una barba inculta; soportaba el calor del verano, el frío y las heladas del invierno, sin que se le viera nunca calzado; tanto es así que más de una vez salía sangre de sus pies agrietados. Vestía muy pobremente, nunca comía carne ni bebía vino, dormía sobre el duro suelo o, a veces, sobre unas tablas; practicaba en fin, todas las mortificaciones que él consideraba necesarias para dominar su cuerpo. Con su oración alcanzó de Dios varios milagros, incluso en vida”. Esto mismo, más o menos, es lo que escribió también sobre él fray Gasparino Borro en elegantes versos.
El año 1491, cuando Buenaventura se hallaba en Údine predicando los sermones cuaresmales en la iglesia catedral, cayó enfermo a consecuencia de su avanzada edad y austeridad de vida, muriendo el jueves santo de ese año.
Su cuerpo recibió sepultura en la iglesia de santa María de las Gracias de Údine. El 5 de septiembre de 1911, durante el pontificado de Pío XI, la Sagrada Congregación de Ritos ratificó el culto que ya desde tiempo inmemorial se tributaba a Buenaventura.
lunes, 30 de marzo de 2020
Lecturas
En aquellos días, la asamblea condenó a Susana a muerte.
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Palabra del Señor.
Susana dijo gritando: «Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí».
Y el Señor escuchó su voz.
Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios suscitó el espíritu santo en un muchacho llamado Daniel; éste dio una gran voz: «Yo soy inocente de la sangre de esta».
Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron: « ¿Qué es lo que estás diciendo?».
Él, plantado en medio de ellos, les contestó: «Pero, ¿estáis locos, hijos de Israel? ¿Conque, sin discutir la causa ni conocer la verdad condenáis a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque esos han dado falso testimonio contra ella».
La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron: «Ven, siéntate con nosotros e infórmanos, porque Dios mismo te ha dado la ancianidad».
Daniel les dijo: «Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar»
Cuando estuvieron separados el uno del otro, él llamó a uno de ellos y le dijo: « ¡Envejecido en años y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: “No matarás al inocente ni al justo”. Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados».
Él contestó: «Debajo de una acacia».
Respondió Daniel: «Tu calumnia se vuelve contra ti. Un ángel de Dios ha recibido ya la sentencia divina y te va a partir por medio».
Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo: « ¡Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?».
Él contestó: «Debajo de una encina».
Replicó Daniel: «Tu calumnia también se vuelve contra ti. El ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así acabará con vosotros».
Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos ancianos, a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su propia confesión, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían tramado contra el prójimo. Les aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron.
Aquel día se salvó una vida inocente.
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?»
Ella contestó: «Ninguno, Señor».
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor.
Santos Antonio Daveluy, y 5 compañeros, mártires.
En el poblado de Su-Ryong en Corea, santos mártires Antonio Daveluy, obispo, Pedro Aumaítre, Martín Lucas Huin, sacerdotes, José Chang Chu-gi, Tomás Son Cha-son y Lucas Hwang Sok-tu, catequista, que por su fe en Cristo murieron decapitados.
Antonio Daveluy nació en 1818, en Amiens (Francia), en el seno de una familia influyente. Recibió en su familia una esperada educación cristiana, completada en el colegio jesuita de Saint Acheul. Hizo los estudios sacerdotales en los seminarios de Saint Riquier, Issy-les-Moulineauz y San Sulpicio de París, ordenándose en 1841. Destinado de vicepárroco a Roye, maduró su vocación misionera y con licencia de su obispo ingresó en el Instituto de Misiones Extranjeras (1843).
Enviado a Macao, aquí se unió al Vicario Apostólico, monseñor Ferreol y con él entró en Corea. No le sentaba bien el clima ni el tipo de alimentación pero perseveró, sumándose a esto la persecución anticristiana. Trabajó mucho y bien, y esto hizo que el siguiente Vicario Apostólico, san Simeón Francisco Berneux, lo eligiera para coadjutor suyo, siendo consagrado obispo con el título de Akka en 1857. Decidida la partición pastoral del vicariato, eligió la más peligrosa, viniendo ambos obispos a morir mártires con unos días de diferencia, por lo que por sucesión monseñor Daveluy fue Vicario Apostólico de Corea.
Fue capturado en el poblado de Keu-Tori en 1866 con su asistente, Lucas Hwang Sok-du . El propio obispo se entregó a la policía cuando esta llegó al pueblo, para evitar que fueran prendidos multitud de cristianos. El 14 de marzo, junto con otros dos misioneros, los padres Aumaitre y Huin, fueron enviados a la cárcel de Seúl. Los misioneros fueron torturados e interrogados, y el obispo, que podía hablar bien coreano, fue tratado con mayor severidad. Las autoridades querían que dijera los nombres de los cristianos, con cuyo fin fue cruelmente torturado, pero sin que el delatara a ninguno y defendió la fe católica con elocuencia.
Como el rey se iba a casar, se prefirió que el lugar de ejecución no fuera Seúl, sino que una base naval en Su-Ryong, a unos 100 kilómetros de la ciudad. El obispo Daveluy fue decapitado el viernes Santo de 1866, que aquel año cayó 30 de marzo, junto con sus compañeros, el padre Aumaitre y el padre Huin, y tres catequistas, Lucas Hwang Sok-tu, José Chang Chu-gi y Tomás Son Cha-son.
Pedro Aumaítre, nació en Aizecq (Francia) en 1837. Muy pronto se decidió por la carrera eclesiástica, ingresando en el seminario de Notre-Dame de Richemont y concluyendo los estudios en el de Angulema. En 1859 ingresó en el Seminario de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París. En 1862 fue ordenado sacerdote. Enviado a Corea, hubo de pasar en Manchuria una breve temporada, llegando a su destino en 1863 y quedando a las órdenes del obispo san Simeón Francisco Berneux, que lo destinó al poblado de Sonkol, pasando luego al de Naipo. Trabajó con celo y dedicación durante un breve tiempo.
Cuando surge la persecución fue a buscar al obispo Antonio Daveluy para consultarle la conducta a seguir, y es entonces cuando es apresado en Kentori en 1866 y llevado a la cárcel de Seúl, donde le aguardaban tormentos previos a su muerte martirial.
Martín Lucas Huin, nació en Guypmvelle (Francia) en 1836. Había realizado los estudios eclesiásticos en el seminario diocesano de Langres, fue ordenado sacerdote en 1861. Destinado como vicario a la parroquia de Voisey, se distinguió por su celo apostólico y entrega pastoral, que le atrajeron el amor de los fieles, entre los que cultivó el espíritu misional, introduciendo la Obra de la Santa Infancia. En 1863 ingresó en la Sociedad de Misiones Extranjeras de Paris.
Destinado a Corea, llegaba a esta nación en 1865. Lo recibió el obispo Antonio Daveluy y lo destinó a la comunidad cristiana de Hoangmonil, donde seguidamente se entregó con alegría y celo a su labor misionera. Fue apresado y conducido a Seúl, donde fue encarcelado junto con los que iban a ser sus compañeros de martirio.
José Chang Chu-gi, nació en Corea en 1802, en el seno de una familia cristiana. Catequista celoso y fervoroso durante muchos años. Tenía 64 años cuando fue arrestado y atormentado para que apostatase.
Lucas Hwang Sok-tu, nació en Corea en 1814, en el seno de una familia cristiana rica. Estaba casado y era padre de familia. Logró la conversión al cristianismo de su mujer, su hijo y su padre. Prestó ayuda a los obispos Simón Francisco Berneux y Antonio Daveluy, sobre todo como traductor de libros. Catequista. Fue arrestado y confesó abiertamente su fe; quiso convertir a sus carceleros lo que le valió mayores tormentos. Tenía 52 años.
Tomás Son Cha-son. Casado, era un cristiano muy intrépido. Fue apresado y torturado para que apostatase, pero se mantuvo firme en su fe. Fueron canonizados por san Juan Pablo II, el 6 de mayo de l984 en el grupo de los 103 mártires de Corea, capitaneados por san Andrés Kim.
Antonio Daveluy nació en 1818, en Amiens (Francia), en el seno de una familia influyente. Recibió en su familia una esperada educación cristiana, completada en el colegio jesuita de Saint Acheul. Hizo los estudios sacerdotales en los seminarios de Saint Riquier, Issy-les-Moulineauz y San Sulpicio de París, ordenándose en 1841. Destinado de vicepárroco a Roye, maduró su vocación misionera y con licencia de su obispo ingresó en el Instituto de Misiones Extranjeras (1843).
Enviado a Macao, aquí se unió al Vicario Apostólico, monseñor Ferreol y con él entró en Corea. No le sentaba bien el clima ni el tipo de alimentación pero perseveró, sumándose a esto la persecución anticristiana. Trabajó mucho y bien, y esto hizo que el siguiente Vicario Apostólico, san Simeón Francisco Berneux, lo eligiera para coadjutor suyo, siendo consagrado obispo con el título de Akka en 1857. Decidida la partición pastoral del vicariato, eligió la más peligrosa, viniendo ambos obispos a morir mártires con unos días de diferencia, por lo que por sucesión monseñor Daveluy fue Vicario Apostólico de Corea.
Fue capturado en el poblado de Keu-Tori en 1866 con su asistente, Lucas Hwang Sok-du . El propio obispo se entregó a la policía cuando esta llegó al pueblo, para evitar que fueran prendidos multitud de cristianos. El 14 de marzo, junto con otros dos misioneros, los padres Aumaitre y Huin, fueron enviados a la cárcel de Seúl. Los misioneros fueron torturados e interrogados, y el obispo, que podía hablar bien coreano, fue tratado con mayor severidad. Las autoridades querían que dijera los nombres de los cristianos, con cuyo fin fue cruelmente torturado, pero sin que el delatara a ninguno y defendió la fe católica con elocuencia.
Como el rey se iba a casar, se prefirió que el lugar de ejecución no fuera Seúl, sino que una base naval en Su-Ryong, a unos 100 kilómetros de la ciudad. El obispo Daveluy fue decapitado el viernes Santo de 1866, que aquel año cayó 30 de marzo, junto con sus compañeros, el padre Aumaitre y el padre Huin, y tres catequistas, Lucas Hwang Sok-tu, José Chang Chu-gi y Tomás Son Cha-son.
Pedro Aumaítre, nació en Aizecq (Francia) en 1837. Muy pronto se decidió por la carrera eclesiástica, ingresando en el seminario de Notre-Dame de Richemont y concluyendo los estudios en el de Angulema. En 1859 ingresó en el Seminario de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París. En 1862 fue ordenado sacerdote. Enviado a Corea, hubo de pasar en Manchuria una breve temporada, llegando a su destino en 1863 y quedando a las órdenes del obispo san Simeón Francisco Berneux, que lo destinó al poblado de Sonkol, pasando luego al de Naipo. Trabajó con celo y dedicación durante un breve tiempo.
Cuando surge la persecución fue a buscar al obispo Antonio Daveluy para consultarle la conducta a seguir, y es entonces cuando es apresado en Kentori en 1866 y llevado a la cárcel de Seúl, donde le aguardaban tormentos previos a su muerte martirial.
Martín Lucas Huin, nació en Guypmvelle (Francia) en 1836. Había realizado los estudios eclesiásticos en el seminario diocesano de Langres, fue ordenado sacerdote en 1861. Destinado como vicario a la parroquia de Voisey, se distinguió por su celo apostólico y entrega pastoral, que le atrajeron el amor de los fieles, entre los que cultivó el espíritu misional, introduciendo la Obra de la Santa Infancia. En 1863 ingresó en la Sociedad de Misiones Extranjeras de Paris.
Destinado a Corea, llegaba a esta nación en 1865. Lo recibió el obispo Antonio Daveluy y lo destinó a la comunidad cristiana de Hoangmonil, donde seguidamente se entregó con alegría y celo a su labor misionera. Fue apresado y conducido a Seúl, donde fue encarcelado junto con los que iban a ser sus compañeros de martirio.
José Chang Chu-gi, nació en Corea en 1802, en el seno de una familia cristiana. Catequista celoso y fervoroso durante muchos años. Tenía 64 años cuando fue arrestado y atormentado para que apostatase.
Lucas Hwang Sok-tu, nació en Corea en 1814, en el seno de una familia cristiana rica. Estaba casado y era padre de familia. Logró la conversión al cristianismo de su mujer, su hijo y su padre. Prestó ayuda a los obispos Simón Francisco Berneux y Antonio Daveluy, sobre todo como traductor de libros. Catequista. Fue arrestado y confesó abiertamente su fe; quiso convertir a sus carceleros lo que le valió mayores tormentos. Tenía 52 años.
Tomás Son Cha-son. Casado, era un cristiano muy intrépido. Fue apresado y torturado para que apostatase, pero se mantuvo firme en su fe. Fueron canonizados por san Juan Pablo II, el 6 de mayo de l984 en el grupo de los 103 mártires de Corea, capitaneados por san Andrés Kim.