miércoles, 31 de enero de 2018
Lecturas
En aquellos días, el rey David mandó a Joab, jefe del ejército, que estaba a su lado:
«Recorre todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a haz el censo del pueblo, para que sepa su número»
Joab entregó al rey el número del censo del pueblo: Israel contaba con ochocientos mil guerreros, que podían empuñar la espada y en Judá con quinientos mil hombres.
Pero después, David sintió remordimiento por haber hecho el censo del pueblo. Y dijo al Señor:
«He pecado gravemente por lo que he hecho. Ahora, Señor, perdona la falta de tu siervo, que ha obrado tan neciamente» Al levantarse David por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió esta palabra del Señor:
«Ve y di a David: así dice el Señor: “Tres cosas te propongo. Elige una de ellas y la realizaré”» Gad fue a ver a David y le notificó:
«¿Prefieres que vengan siete años de hambre en tu país?, o que tengas que huir durante tres meses ante tus enemigos, los cuales te perseguirán, o que haya tres días de peste en tu país? Ahora reflexiona y decide qué he de responder al que me ha enviado?» David respondió a Gad:
«¡Estoy en un gran apuro! Pero pongámonos en manos del Señor, cuya misericordia es enorme, y no en manos de los hombres».
Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El Señor mandó la peste a Israel desde la mañana hasta el plazo fijado. Murieron setenta y siete mil hombres del pueblo desde Dan hasta Berseba
El ángel del Señor extendió su mano contra Jerusalén para asolarla. Pero el Señor se arrepintió del castigo y ordenó al ángel que asolaba al pueblo:
«¡Basta! Retira ya tu mano»
El ángel del Señor se encontraba junto a la era de Arauná, el jebuseo. Al ver al ángel golpeando al pueblo, David suplicó al Señor:
« Soy yo el que ha pecado y el que ha obrado mal. Pero ellos, las ovejas, ¿qué han hecho? Por favor, carga tu mano contra mí y contra la casa de mi padre».
En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él.
Les decía:
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor.
Beata Madre Candelaria de San José
Susana Paz Castillo Ramírez, tercera hija del matrimonio de Francisco de Paula Paz Castillo y María del Rosario Ramírez, nació en Altagracia de Orituco (Estado Guárico, Venezuela), el 11 de agosto de 1863.
Su padre era un hombre recto y honrado, de gran corazón y profundamente cristiano; gozaba del aprecio y estima de todos los habitantes; poseía conocimientos de medicina naturista y los empleaba para ayudar a mucha gente que solicitaba sus servicios. Su madre era una persona piadosa, trabajadora y honrada.
Tanto ella como don Francisco brindaron a sus hijos una educación tan esmerada como lo permitían las circunstancias de su tiempo. En el aspecto cristiano fue óptima: les infundieron el ejemplo y la palabra, la solidaridad y la responsabilidad en las prácticas de la fe cristiana y valores humanos.
Su instrucción académica, aunque escasa y deficiente, propia de la época que le tocó vivir, no fue un impedimento para su formación integral: frecuentó una escuela particular donde dio sus primeros pasos en la escritura y el cultivo de su apasionamiento por la lectura. Además, aprendió corte y confección y toda clase de labores, especialmente bordados. Este aprendizaje fue un valioso recurso para su posterior servicio a los más necesitados.
Su padre murió el 23 de noviembre de 1870, cuando Susana contaba con 7 años de edad. Cuando murió su madre, el 24 de diciembre de 1887, Susana, que tenía 24 años, asumió las responsabilidades de diligente ama de casa. A la vez, se encargaba de practicar la caridad con los enfermos y heridos que recogía y cuidaba en una casa semi-abandonada, adjunta a la iglesia parroquial.
Junto con otras jóvenes de su pueblo y con el apoyo de un grupo de médicos y del padre Sixto Sosa, párroco de Altagracia de Orituco, fundó un hospital para atender a todos los necesitados. Allí, en hamacas y catres de lona, que ella misma confeccionaba, los atendía.
Con la fundación de este centro de salud, en 1903, se dio inicio a la familia religiosa de las Hermanitas de los Pobres de Altagracia, actualmente denominada Hermanas Carmelitas de la Madre Candelaria. El 13 de septiembre de 1906, con autorización del obispo diocesano, la madre Susana hizo su profesión religiosa tomando el nombre de Candelaria de San José.
El 31 de diciembre de 1910 nació oficialmente la congregación de las Hermanitas de los Pobres de Altagracia con la profesión de las primeras seis hermanas, en manos de mons. Felipe Neri Sendrea, quien confirmó a la madre Candelaria como superiora general. En diciembre de 1916 emitió sus votos perpetuos en Ciudad Bolívar.
Su vida transcurrió entre los pobres; se distinguió por una profunda humildad, una inagotable caridad con ellos, y una profunda vida de fe, oración y amor a la Iglesia. Además de su esmerada atención por los enfermos, se preocupó por la educación de los niños, tarea que dejó como legado a sus hijas carmelitas.
La madre Candelaria era una religiosa de carácter afable, recogida, de baja y modesta mirada; siempre dejaba suavidad en cuantos la escuchaban cuando departía su cordial y amena conversación.
Dos cosas llamaban poderosamente la atención en ella: su profunda humildad y su inagotable caridad. Tenía una gran sensibilidad ante las desgracias ajenas; nunca decía "no" a nadie, sobre todo cuando se trataba de enfermos pobres y abandonados.
Otra característica de su entrega era la alegría; todo lo hacía con amor y una confianza sin límites en la divina Providencia. Sus grandes amores fueron Jesús crucificado y la santísima Virgen. Recorrió muchos kilómetros en busca de recursos para el sostenimiento de sus obras y fundando nuevas comunidades que respondieran a las necesidades del momento.
Gobernó la congregación durante 35 años, desde su fundación hasta el capítulo general de 1937, en el que le sucedió en el cargo la madre Luisa Teresa Morao.
Los últimos años de la madre Candelaria estuvieron marcados por el dolor y la enfermedad. No obstante, después de dejar el cargo de superiora general, aceptó seguir prestando sus servicios a la congregación como maestra de novicias.
Tenía plena conciencia de su enfermedad, pero con increíble paciencia soportaba los dolores y daba pruebas de conformidad con la voluntad de Dios. Pedía al Señor poder morir con el nombre de Jesús en los labios, y así fue.
En la madrugada del 31 de enero de 1940 tuvo un vómito de sangre. Tras pronunciar tres veces el nombre de Jesús, entregó su alma al Creador.
El 22 de marzo de 1969 se inició en la ciudad de Caracas su proceso de beatificación y canonización. Benedicto XVI firmó el decreto de beatificación el 6 de julio de 2007.
Su padre era un hombre recto y honrado, de gran corazón y profundamente cristiano; gozaba del aprecio y estima de todos los habitantes; poseía conocimientos de medicina naturista y los empleaba para ayudar a mucha gente que solicitaba sus servicios. Su madre era una persona piadosa, trabajadora y honrada.
Tanto ella como don Francisco brindaron a sus hijos una educación tan esmerada como lo permitían las circunstancias de su tiempo. En el aspecto cristiano fue óptima: les infundieron el ejemplo y la palabra, la solidaridad y la responsabilidad en las prácticas de la fe cristiana y valores humanos.
Su instrucción académica, aunque escasa y deficiente, propia de la época que le tocó vivir, no fue un impedimento para su formación integral: frecuentó una escuela particular donde dio sus primeros pasos en la escritura y el cultivo de su apasionamiento por la lectura. Además, aprendió corte y confección y toda clase de labores, especialmente bordados. Este aprendizaje fue un valioso recurso para su posterior servicio a los más necesitados.
Su padre murió el 23 de noviembre de 1870, cuando Susana contaba con 7 años de edad. Cuando murió su madre, el 24 de diciembre de 1887, Susana, que tenía 24 años, asumió las responsabilidades de diligente ama de casa. A la vez, se encargaba de practicar la caridad con los enfermos y heridos que recogía y cuidaba en una casa semi-abandonada, adjunta a la iglesia parroquial.
Junto con otras jóvenes de su pueblo y con el apoyo de un grupo de médicos y del padre Sixto Sosa, párroco de Altagracia de Orituco, fundó un hospital para atender a todos los necesitados. Allí, en hamacas y catres de lona, que ella misma confeccionaba, los atendía.
Con la fundación de este centro de salud, en 1903, se dio inicio a la familia religiosa de las Hermanitas de los Pobres de Altagracia, actualmente denominada Hermanas Carmelitas de la Madre Candelaria. El 13 de septiembre de 1906, con autorización del obispo diocesano, la madre Susana hizo su profesión religiosa tomando el nombre de Candelaria de San José.
El 31 de diciembre de 1910 nació oficialmente la congregación de las Hermanitas de los Pobres de Altagracia con la profesión de las primeras seis hermanas, en manos de mons. Felipe Neri Sendrea, quien confirmó a la madre Candelaria como superiora general. En diciembre de 1916 emitió sus votos perpetuos en Ciudad Bolívar.
Su vida transcurrió entre los pobres; se distinguió por una profunda humildad, una inagotable caridad con ellos, y una profunda vida de fe, oración y amor a la Iglesia. Además de su esmerada atención por los enfermos, se preocupó por la educación de los niños, tarea que dejó como legado a sus hijas carmelitas.
La madre Candelaria era una religiosa de carácter afable, recogida, de baja y modesta mirada; siempre dejaba suavidad en cuantos la escuchaban cuando departía su cordial y amena conversación.
Dos cosas llamaban poderosamente la atención en ella: su profunda humildad y su inagotable caridad. Tenía una gran sensibilidad ante las desgracias ajenas; nunca decía "no" a nadie, sobre todo cuando se trataba de enfermos pobres y abandonados.
Otra característica de su entrega era la alegría; todo lo hacía con amor y una confianza sin límites en la divina Providencia. Sus grandes amores fueron Jesús crucificado y la santísima Virgen. Recorrió muchos kilómetros en busca de recursos para el sostenimiento de sus obras y fundando nuevas comunidades que respondieran a las necesidades del momento.
Gobernó la congregación durante 35 años, desde su fundación hasta el capítulo general de 1937, en el que le sucedió en el cargo la madre Luisa Teresa Morao.
Los últimos años de la madre Candelaria estuvieron marcados por el dolor y la enfermedad. No obstante, después de dejar el cargo de superiora general, aceptó seguir prestando sus servicios a la congregación como maestra de novicias.
Tenía plena conciencia de su enfermedad, pero con increíble paciencia soportaba los dolores y daba pruebas de conformidad con la voluntad de Dios. Pedía al Señor poder morir con el nombre de Jesús en los labios, y así fue.
En la madrugada del 31 de enero de 1940 tuvo un vómito de sangre. Tras pronunciar tres veces el nombre de Jesús, entregó su alma al Creador.
El 22 de marzo de 1969 se inició en la ciudad de Caracas su proceso de beatificación y canonización. Benedicto XVI firmó el decreto de beatificación el 6 de julio de 2007.
martes, 30 de enero de 2018
Lecturas
En aquellos días, Absalón se encontró frente a los hombres de David.
Montaba un mulo y, al pasar el mulo bajo el ramaje de una gran encina, la cabeza se le enganchó en la encina y quedó colgando entre el cielo y la tierra, mientras el mulo que montaba siguió adelante. Alguien lo vio y avisó a Joab:
«He visto a Absalón colgado de una encina».
Cogiendo Joab tres venablos en la mano y los clavó en el corazón a Absalón. David estaba sentado entre las dos puertas.
El vigía subió a la terraza del portón, sobre la muralla. Alzó los ojos y vio que un hombre venía corriendo en solitario. El vigía gritó para anunciárselo al rey.
El rey dijo:
«Si es uno solo, trae buenas noticias en su boca». Cuando llegó el cusita, dijo:
«Reciba una buena noticia el rey, mi señor: El Señor te ha hecho justicia hoy, librándote de la mano de todos los que se levantaron contra ti». El rey preguntó:
«¿Se encuentra bien el muchacho Absalón?». El cusita respondió:
«Que a los enemigos de mi señor, y a todos los que se han levantado contra ti para hacerte mal les ocurra como al muchacho» Entonces el rey se estremeció. Subió a la habitación superior del portón y se puso a llorar.
Decía al subir:
«¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar !¡Absalón, hijo mío, hijo mío!». Avisaron a Joab:
«El rey llora y hace duelo por Absalón».
Así, la victoria de aquel día se convirtió en duelo para todo el pueblo, al decir que el rey estaba apenado por su hijo.
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se fue con él, y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con sólo tocarle el vestido curaré».
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:
«¿Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaban:
«Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”».
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice:
«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas; basta que tengas fe».
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encontra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:
«¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida».
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Palabra del Señor.
Beato Columba Marmión
Dom Columba Marmión fue desde la primera mitad del siglo XX hasta nuestros días un gran maestro de la vida espiritual. Nació en Dublín (Irlanda), el 1 de abril de 1858. Su padre era irlandés y su madre francesa. En primer lugar estudió en un colegio de padres agustinos y más tarde con los jesuitas. Ingresó en el seminario diocesano para seguir los estudios que culminarían con su ordenación sacerdotal. Esto ocurrió en 1881, pero fue en Roma, adonde sus superiores lo enviaron para que continuase allí los estudios eclesiásticos en el centro de estudios de Propaganda Fide, donde tuvo de profesor al futuro cardenal Salotti, de cuyas lecciones de teología salió alumno aventajadísimo.
VOCACIÓN BENEDICTINA
Con un compañero suyo, que sentía cierta vocación a la vida monástica, visitó algunos monasterios benedictinos, entre ellos el de Maredsous (Bélgica). Allí llamó la atención por su piedad y descubrieron que el que tenía verdadera vocación benedictina era José Marmión, que ése fue el nombre que recibió en el bautismo. Después de unos años de ministerio sacerdotal y de profesorado en el seminario de su diócesis, ingresó en la abadía de Maredsous, fundada por el monasterio de Beuron (Alemania) y cuyo abad, dom Plácido Wolter, hermano del abad de Beuron y cofundador con su hermano de esa congregación monástica benedictina, la dirigía con los principios más estrictamente monásticos de la mejor tradición benedictina, muy semejante a la de Solesmes, fundada por dom Próspero Guéranger, del que eran grandes amigos y admiradores.
En Maredsous, al tomar el hábito benedictino recibió el nombre de Columba, en honor de San Columbano (-23 de noviembre), monje irlandés y gran apóstol de Europa. Tuvo por maestro de novicios a un monje muy austero y exigente, llamado Benito. Tuvo que sufrir. Pero lo soportó todo con gran espíritu de generosidad y de amor a Jesucristo, del que hablaría más tarde con gran entusiasmo y muchísimo fruto espiritual. El Señor lo recompensó con grandes gracias interiores que lo hicieron en poco tiempo un gran contemplativo. Ocupó diversos cargos en el monasterio, después de hacer su profesión monástica, sobre todo la enseñanza de la teología.
Cuando se fundó Mont César, cerca de Lovaina, el año 1899, dom Columba fue uno de los que formaron la primera comunidad, bajo la dirección de dom Robert de Kerchove, su primer abad. Dom Columba fue nombrado prior claustral, maestro de estudiantes y profesor. En los tres cargos hizo una labor excelentísima. Sus alumnos estaban encantados. Era normal que los alumnos terminasen las clases orando en la capilla o en el reclinatorio de la celda monacal. Uno de ellos, dom Pío de Hemptinne, fue el que más se distinguió en captar toda la excelente doctrina espiritual y teológica de dom Columba Marmión. Pertenecía a una familia noble de Bélgica y emparentado con insignes benedictinos, como dom Hildebrando de Hemptinne, abad de Maredsous y luego el primer abad primado de la Confederación Benedictina. Su hermano, dom Juan, fue arzobispo en el Congo. Dom Pío murió a los 27 años en Maredsous, dejando una gran fama de santidad. Se ha publicado su precioso diario espiritual. Con razón se dijo que se debería iniciar el proceso de beatificación y canonización de dom Pío.
La fama de dom Columba Marmión sobrepasó los límites de la abadía, sobre todo en Lovaina y muy principalmente en su famosa Universidad. Fueron muchos los que se dirigían y confesaban con dom Marmión, entre ellos el futuro cardenal Mercier, con quien tuvo una gran amistad hasta su muerte. Fueron muchos los que se aprovecharon de la doctrina y celo apostólico de dom Marmión, sobre todo sacerdotes, religiosos y religiosas de varios países, además de Bélgica, como Inglaterra, Irlanda y Francia.
ABAD DE MAREDSOUS, MAESTRO ESPIRITUAL
En 1909 fue elegido abad de Maredsous. Escogió como lema: «Más aprovechar que presidir» (Regla de San Benito, 64, 8) y lo cumplió con toda exactitud. Una de las cargas del abad en todo monasterio benedictino es exponer la doctrina espiritual y monástica a sus monjes. Dom Columba lo hizo maravillosamente. Un monje suyo, dom Ramón Thibaut, tuvo el cuidado de recoger en notas esas conferencias y luego fueron la trilogía marmoniana de Jesucristo, vida del alma; Jesucristo en sus misterios y Jesucristo, ideal del monje, que han tenido multitud de ediciones en Bélgica y se han traducido a las principales lenguas, entre ellas el español, con muchas ediciones también.
El papa Benedicto XV utilizaba las obras de dom Marmión para su vida espiritual. Un día dijo al metropolitano de Lwon, Andrés Szeptickij, mientras le mostraba un ejemplar de jesucristo, vida del alma: «Lea esto; es la doctrina de la Iglesia". Y cuando apareció Jesucristo en sus misterios felicitó al autor por haber mostrado en ambos libros «una singular aptitud para infundir y mantener la llama de la divina caridad».
Los monjes admiraban en su abad su estado de actual benevolencia, de bondad acogedora, no menos que su temperamento cariñoso, expansivo y generoso; una vida exuberante dispuesta siempre a prodigarse, con gran pureza de intención, servicialidad y entrega. Era una delicia en los recreos por su alto sentido del humor, su gran inteligencia, su extremada caridad. Se ha dicho de él que «su imaginación y su charla jovial contagiaba a todo el mundo. El recreo se había convertido en el mejor de los medios para promover la unidad de la comunidad monástica». Tenía un gran corazón. Pero, sobre todo dom Marión fue teólogo, un teólogo de la liturgia y de la vida espiritual, que él vivía antes plenamente. Un teólogo de fe ardiente, que poseía la virtud de convertir la teología en vida sobrenatural, que a todos cuantos le escuchaban encantaba y les hacía un bien inmenso.
CRISTO, CENTRO DE SU VIDA DE ORACIÓN
Toda la teología monástica de dom Marmión, como toda su teología espiritual de la que forma parte, está centrada en Cristo. Cristo es el ejemplar soberano de nuestra filiación adoptiva, el fundamento de todo mérito, la causa eficiente de la plenitud de las gracias. Todo nos viene del Padre por él, y todo vuelve al Padre por él: el culto divino y el esfuerzo ascético del monje, su oración, su trabajo, su caridad.
Tenía una gran devoción por el vía crucis que practicaba todos los días, incluso el Domingo de Pascua de Resurrección. Un monje puritano le dijo que cómo lo hacía en ese día en que todo debía estar polarizado por la Resurrección del Señor. Él le contestó que también el Domingo de Pascua celebraba la misa y ésta es la reactualización sacramental del sacrificio redentor del Calvario.
Solía decir que a Dios hay que buscarlo, tema importante en toda la espiritualidad benedictina, como lo buscaron los santos: infatigablemente, por encima de las arideces del camino, del aparente abandono del cielo, de las luchas incesantes. Con fidelidad, con perseverancia. Ahora bien, se pregunta dom Marmión, ¿cuál es la íntima razón de esta estabilidad en el bien y de dónde la sacaron los santos? ¿Cuál fue su secreto?» La respuesta es tajante: «La vida de oración. El alma que de ella vive, permanece unida a Dios; se adhiere a Dios participando de la inmutabilidad y eternidad divinas».
La oración, según dom Marmión, se reduce esencialmente a un coloquio del Hijo de Dios con su Padre del cielo para adorarle, alabarle, expresarle su amor, aprender a conocer su voluntad. En la oración nos presentamos delante de Dios en nuestra calidad de hijos. En otras palabras, la gracia de adopción anima toda nuestra relación con Dios.
El gran trabajo que siempre había tenido y, ahora, aumentado con su misión de abad de un gran monasterio, iba minando su vida. Después del jubileo de Maredsous en 1922, pensó dimitir de su cargo. La muerte se le adelantó el 30 de enero de 1923. Todos pensaban que había muerto un santo. De todas partes llegaron peticiones para que se iniciase su proceso de beatificación y canonización. Esto sólo pudo hacerse en 1957, en la diócesis de Namur (Bélgica), y concluyó en 1961. En aquella época los procesos de beatificación y canonización eran largos y complicados. Con el Concilio Vaticano II se han simplificado. Dom Columba Marmión fue beatificado el 3 de septiembre del año santo 2000, juntamente con Pío IX y Juan XXIII y otros dos siervos de Dios.
VOCACIÓN BENEDICTINA
Con un compañero suyo, que sentía cierta vocación a la vida monástica, visitó algunos monasterios benedictinos, entre ellos el de Maredsous (Bélgica). Allí llamó la atención por su piedad y descubrieron que el que tenía verdadera vocación benedictina era José Marmión, que ése fue el nombre que recibió en el bautismo. Después de unos años de ministerio sacerdotal y de profesorado en el seminario de su diócesis, ingresó en la abadía de Maredsous, fundada por el monasterio de Beuron (Alemania) y cuyo abad, dom Plácido Wolter, hermano del abad de Beuron y cofundador con su hermano de esa congregación monástica benedictina, la dirigía con los principios más estrictamente monásticos de la mejor tradición benedictina, muy semejante a la de Solesmes, fundada por dom Próspero Guéranger, del que eran grandes amigos y admiradores.
En Maredsous, al tomar el hábito benedictino recibió el nombre de Columba, en honor de San Columbano (-23 de noviembre), monje irlandés y gran apóstol de Europa. Tuvo por maestro de novicios a un monje muy austero y exigente, llamado Benito. Tuvo que sufrir. Pero lo soportó todo con gran espíritu de generosidad y de amor a Jesucristo, del que hablaría más tarde con gran entusiasmo y muchísimo fruto espiritual. El Señor lo recompensó con grandes gracias interiores que lo hicieron en poco tiempo un gran contemplativo. Ocupó diversos cargos en el monasterio, después de hacer su profesión monástica, sobre todo la enseñanza de la teología.
Cuando se fundó Mont César, cerca de Lovaina, el año 1899, dom Columba fue uno de los que formaron la primera comunidad, bajo la dirección de dom Robert de Kerchove, su primer abad. Dom Columba fue nombrado prior claustral, maestro de estudiantes y profesor. En los tres cargos hizo una labor excelentísima. Sus alumnos estaban encantados. Era normal que los alumnos terminasen las clases orando en la capilla o en el reclinatorio de la celda monacal. Uno de ellos, dom Pío de Hemptinne, fue el que más se distinguió en captar toda la excelente doctrina espiritual y teológica de dom Columba Marmión. Pertenecía a una familia noble de Bélgica y emparentado con insignes benedictinos, como dom Hildebrando de Hemptinne, abad de Maredsous y luego el primer abad primado de la Confederación Benedictina. Su hermano, dom Juan, fue arzobispo en el Congo. Dom Pío murió a los 27 años en Maredsous, dejando una gran fama de santidad. Se ha publicado su precioso diario espiritual. Con razón se dijo que se debería iniciar el proceso de beatificación y canonización de dom Pío.
La fama de dom Columba Marmión sobrepasó los límites de la abadía, sobre todo en Lovaina y muy principalmente en su famosa Universidad. Fueron muchos los que se dirigían y confesaban con dom Marmión, entre ellos el futuro cardenal Mercier, con quien tuvo una gran amistad hasta su muerte. Fueron muchos los que se aprovecharon de la doctrina y celo apostólico de dom Marmión, sobre todo sacerdotes, religiosos y religiosas de varios países, además de Bélgica, como Inglaterra, Irlanda y Francia.
ABAD DE MAREDSOUS, MAESTRO ESPIRITUAL
En 1909 fue elegido abad de Maredsous. Escogió como lema: «Más aprovechar que presidir» (Regla de San Benito, 64, 8) y lo cumplió con toda exactitud. Una de las cargas del abad en todo monasterio benedictino es exponer la doctrina espiritual y monástica a sus monjes. Dom Columba lo hizo maravillosamente. Un monje suyo, dom Ramón Thibaut, tuvo el cuidado de recoger en notas esas conferencias y luego fueron la trilogía marmoniana de Jesucristo, vida del alma; Jesucristo en sus misterios y Jesucristo, ideal del monje, que han tenido multitud de ediciones en Bélgica y se han traducido a las principales lenguas, entre ellas el español, con muchas ediciones también.
El papa Benedicto XV utilizaba las obras de dom Marmión para su vida espiritual. Un día dijo al metropolitano de Lwon, Andrés Szeptickij, mientras le mostraba un ejemplar de jesucristo, vida del alma: «Lea esto; es la doctrina de la Iglesia". Y cuando apareció Jesucristo en sus misterios felicitó al autor por haber mostrado en ambos libros «una singular aptitud para infundir y mantener la llama de la divina caridad».
Los monjes admiraban en su abad su estado de actual benevolencia, de bondad acogedora, no menos que su temperamento cariñoso, expansivo y generoso; una vida exuberante dispuesta siempre a prodigarse, con gran pureza de intención, servicialidad y entrega. Era una delicia en los recreos por su alto sentido del humor, su gran inteligencia, su extremada caridad. Se ha dicho de él que «su imaginación y su charla jovial contagiaba a todo el mundo. El recreo se había convertido en el mejor de los medios para promover la unidad de la comunidad monástica». Tenía un gran corazón. Pero, sobre todo dom Marión fue teólogo, un teólogo de la liturgia y de la vida espiritual, que él vivía antes plenamente. Un teólogo de fe ardiente, que poseía la virtud de convertir la teología en vida sobrenatural, que a todos cuantos le escuchaban encantaba y les hacía un bien inmenso.
CRISTO, CENTRO DE SU VIDA DE ORACIÓN
Toda la teología monástica de dom Marmión, como toda su teología espiritual de la que forma parte, está centrada en Cristo. Cristo es el ejemplar soberano de nuestra filiación adoptiva, el fundamento de todo mérito, la causa eficiente de la plenitud de las gracias. Todo nos viene del Padre por él, y todo vuelve al Padre por él: el culto divino y el esfuerzo ascético del monje, su oración, su trabajo, su caridad.
Tenía una gran devoción por el vía crucis que practicaba todos los días, incluso el Domingo de Pascua de Resurrección. Un monje puritano le dijo que cómo lo hacía en ese día en que todo debía estar polarizado por la Resurrección del Señor. Él le contestó que también el Domingo de Pascua celebraba la misa y ésta es la reactualización sacramental del sacrificio redentor del Calvario.
Solía decir que a Dios hay que buscarlo, tema importante en toda la espiritualidad benedictina, como lo buscaron los santos: infatigablemente, por encima de las arideces del camino, del aparente abandono del cielo, de las luchas incesantes. Con fidelidad, con perseverancia. Ahora bien, se pregunta dom Marmión, ¿cuál es la íntima razón de esta estabilidad en el bien y de dónde la sacaron los santos? ¿Cuál fue su secreto?» La respuesta es tajante: «La vida de oración. El alma que de ella vive, permanece unida a Dios; se adhiere a Dios participando de la inmutabilidad y eternidad divinas».
La oración, según dom Marmión, se reduce esencialmente a un coloquio del Hijo de Dios con su Padre del cielo para adorarle, alabarle, expresarle su amor, aprender a conocer su voluntad. En la oración nos presentamos delante de Dios en nuestra calidad de hijos. En otras palabras, la gracia de adopción anima toda nuestra relación con Dios.
El gran trabajo que siempre había tenido y, ahora, aumentado con su misión de abad de un gran monasterio, iba minando su vida. Después del jubileo de Maredsous en 1922, pensó dimitir de su cargo. La muerte se le adelantó el 30 de enero de 1923. Todos pensaban que había muerto un santo. De todas partes llegaron peticiones para que se iniciase su proceso de beatificación y canonización. Esto sólo pudo hacerse en 1957, en la diócesis de Namur (Bélgica), y concluyó en 1961. En aquella época los procesos de beatificación y canonización eran largos y complicados. Con el Concilio Vaticano II se han simplificado. Dom Columba Marmión fue beatificado el 3 de septiembre del año santo 2000, juntamente con Pío IX y Juan XXIII y otros dos siervos de Dios.
lunes, 29 de enero de 2018
Lecturas
En aquellos días, alguien llego a David con esta información:
«El corazón de la gente de Israel sigue a Absalón».
Entonces David dijo a los servidores que estaban con él en Jerusalén:
«Levantaos y huyamos, pues no tendremos escapatoria ante Absalón. Vámonos rápidamente no sea que se apresure, nos de alcance, precipite sobre nosotros la ruina sobre nosotros y pase la ciudad a afilo de espada».
David subía la cuesta de los Olivos llorando con la cabeza cubierta y descalzo. Los que le acompañaban llevaban cubierta la cabeza y subían llorando.
Al llegar el rey David a Bajurin, salió de allí uno de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá. Iba caminando y lanzando maldiciones. Y arrojaba piedras contra David y todos sus servidores. El pueblo y los soldados protegían a David a derecha e izquierda. Semeí decía al maldecirlo:
«Fuera, fuera, hombre sanguinario, hombre desalmado. El Señor ha hecho recaer sobre ti la sangre de la casa de Saúl, cuyo reino has usurpado. Y el Señor ha puesto el reino en manos de tu hijo Absalón. Has sido atrapado por tu maldad, pues eres un hombre sanguinario». Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey:
«¿Por qué maldice este perro muerto al rey, mi señor? Deja que vaya y le corte la cabeza». El rey contesto:
«¿Qué hay entre vosotros y yo, hijo de Seruyá? Si maldice y si el Señor le ha ordenado maldecir a David,
¿Quién le va a preguntar: “Por qué actúas así?». Luego David se dirigió a Abisay y a todos sus servidores:
« Un hijo mío, salido de mis entrañas, busca mi vida. Cuánto más este benjaminita. Dejadle que me maldiga, si se lo ha ordenado el Señor. Quizá el Señor vea mi humillación y me pague con bendiciones la maldición de este día».
David y sus hombres subían por el camino.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.
Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente:
«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes». Porque Jesús le estaba diciendo:
«Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó:
«¿Cómo te llamas?». El respondió:
«Me llamo Legión, porque somos muchos».
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron:
«Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».
Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar. Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado.
Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron.
Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca. Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti».
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.
Palabra del Señor.
Beato Bronislao Markiewicz
Bronislao Markiewicz nació el 13 de julio de 1842 en Pruchnik, Polonia, en la actual archidiócesis de Przemyśl de la Iglesia latina, sexto de once hijos de Juan Markiewicz, burgomaestre de la ciudad, y Marianna Gryziecka. Recibío en su familia una sólida formación religiosa. Más tarde, durante sus estudios clásicos en Przemyśl, experimentó una cierta vacilación en la fe debido, en gran parte, al ambiente fuertemente antirreligioso que reinaba en la escuela. Logró, sin embargo, superarla pronto recobrando serenidad y paz interior.
El joven Bronislao, conseguido el diploma de licenciatura y sintiéndose llamado por Dios al sacerdocio, en 1863, entró en el Seminario Mayor de Przemyśl. Al acabar los estudios, fue ordenado sacerdote el 15 de septiembre de 1867. Después de seis años de trabajo pastoral, en calidad de vicario, en la parroquia de Harta y en la Catedral de Przemyśl, con el deseo de prepararse aún más para trabajar con la juventud, estudió durante dos años pedagogía, filosofía e historia en la Universidad de Leópolis y de Cracovia. En 1875 fue nombrado párroco en Gac y en 1877 en Blazowa. En 1882 le fue confiada la enseñanza de teología pastoral en el Seminario Mayor de Przemyśl.
Sintiéndose llamado también a la vida religiosa, en el mes de noviembre de 1885, partió hacia Italia y entró en los Salesianos, donde tuvo la alegría de encontrar a San Juan Bosco, en cuyas manos hizo los votos religiosos el 25 de marzo de 1887.
Como salesiano desarrolló diversos encargos confiados por sus Superiores y trató de realizarlos con dedicación y celo. Debido a la austeridad de vida y a la diversidad del clima, en 1889 P. Bronislao enfermó gravemente de tisis, estando al borde de la muerte. Recuperado de la enfermedad, transcurrió la convalecencia, siempre en Italia, hasta que, el 23 de marzo de 1892, con el permiso de sus Superiores, regresó a Polonia donde asume el encargo de párroco de Miejsce Piastowe, en la diócesis de origen Przemyśl.
Además de la actividad parroquial ordinaria, Padre Bronislao Markiewicz se dedicó, en el espíritu de San Juan Bosco, a la formación de la juventud pobre y huérfana. Para ella abrió en Miejsce Piastowe un Instituto, en el que ofrecía a sus educandos tanto ayuda material como espiritual, preparándolos para la vida con la formación profesional en las escuelas abiertas en el mismo Instituto. En 1897 decide fundar, con tal objetivo, dos nuevas Congregaciones religiosas basadas en la espiritualidad de San Juan Bosco, adaptando sus reglas a lo específico del propio carisma. Recibido nuevamente entre el clero de la diócesis de Przemyśl Padre Markiewicz continuó la actividad de párroco y de director del Instituto (Sociedad) al que puso por nombre Templanza y trabajo (erigido en 1898), tratando de obtener su aprobación como Congregación religiosa, bajo la protección de San Miguel Arcángel, con una rama masculina y otra femenina. La aprobación fue concedida sólo algún año después de su muerte: en 1921 a la rama masculina y en 1928 a la femenina.
Padre Bronislao continuó, siempre con la aprobación y la bendición del Obispo, san José Sebastián Pelczar, su actividad de formador de los jóvenes y de muchachos huérfanos y abandonados, sirviéndose de la ayuda de colaboradores a cuya preparación y formación contribuyó él mismo constantemente. Ya en Miejsce Piastowe había ofrecido casa y formación a centenares de muchachos dándose a ellos enteramente. Deseoso de hacer aún más en su favor, en el mes de agosto de 1903, P. Markiewicz abrió una nueva casa en Pawlikowice, cerca de Cracovia, donde encontraron casa y posibilidades de formación espiritual y profesional más de 400 huérfanos.
La dedicación total a los muchachos, la abnegación heroica de sí mismo, el trabajo enorme por realizar, llegaron a consumir bien pronto las fuerzas de Padre Markiewicz minando su salud, ya muy comprometida por las molestias sufridas en Italia. Todo ello le condujo rápidamente al final de su peregrinación terrena, acaecida el 29 de enero de 1912.
Antes y después de su muerte, fue considerado un hombre fuera de lo común. Creciendo cada vez más la fama de santidad de padre Bronislao, los Superiores de los dos Institutos religiosos de San Miquel Arcángel, fundados por él, pidieron al Obispo de Przemyśl formalizar el proceso de beatificación de su Fundador que tuvo inicio en 1958. Acabado el iter de la Causa, el 2 de julio de 1994, en presencia del Santo Padre Juan Pablo II, fue promulgado el decreto de heroicidad de las virtudes de Padre Bronislao Markiewicz y diez años después, precisamente el 20 de diciembre de 2004, el decreto sobre el milagro obrado por Dios por intercesión de Padre Bronislao. Se abría así el camino para su beatificación.
El joven Bronislao, conseguido el diploma de licenciatura y sintiéndose llamado por Dios al sacerdocio, en 1863, entró en el Seminario Mayor de Przemyśl. Al acabar los estudios, fue ordenado sacerdote el 15 de septiembre de 1867. Después de seis años de trabajo pastoral, en calidad de vicario, en la parroquia de Harta y en la Catedral de Przemyśl, con el deseo de prepararse aún más para trabajar con la juventud, estudió durante dos años pedagogía, filosofía e historia en la Universidad de Leópolis y de Cracovia. En 1875 fue nombrado párroco en Gac y en 1877 en Blazowa. En 1882 le fue confiada la enseñanza de teología pastoral en el Seminario Mayor de Przemyśl.
Sintiéndose llamado también a la vida religiosa, en el mes de noviembre de 1885, partió hacia Italia y entró en los Salesianos, donde tuvo la alegría de encontrar a San Juan Bosco, en cuyas manos hizo los votos religiosos el 25 de marzo de 1887.
Como salesiano desarrolló diversos encargos confiados por sus Superiores y trató de realizarlos con dedicación y celo. Debido a la austeridad de vida y a la diversidad del clima, en 1889 P. Bronislao enfermó gravemente de tisis, estando al borde de la muerte. Recuperado de la enfermedad, transcurrió la convalecencia, siempre en Italia, hasta que, el 23 de marzo de 1892, con el permiso de sus Superiores, regresó a Polonia donde asume el encargo de párroco de Miejsce Piastowe, en la diócesis de origen Przemyśl.
Además de la actividad parroquial ordinaria, Padre Bronislao Markiewicz se dedicó, en el espíritu de San Juan Bosco, a la formación de la juventud pobre y huérfana. Para ella abrió en Miejsce Piastowe un Instituto, en el que ofrecía a sus educandos tanto ayuda material como espiritual, preparándolos para la vida con la formación profesional en las escuelas abiertas en el mismo Instituto. En 1897 decide fundar, con tal objetivo, dos nuevas Congregaciones religiosas basadas en la espiritualidad de San Juan Bosco, adaptando sus reglas a lo específico del propio carisma. Recibido nuevamente entre el clero de la diócesis de Przemyśl Padre Markiewicz continuó la actividad de párroco y de director del Instituto (Sociedad) al que puso por nombre Templanza y trabajo (erigido en 1898), tratando de obtener su aprobación como Congregación religiosa, bajo la protección de San Miguel Arcángel, con una rama masculina y otra femenina. La aprobación fue concedida sólo algún año después de su muerte: en 1921 a la rama masculina y en 1928 a la femenina.
Padre Bronislao continuó, siempre con la aprobación y la bendición del Obispo, san José Sebastián Pelczar, su actividad de formador de los jóvenes y de muchachos huérfanos y abandonados, sirviéndose de la ayuda de colaboradores a cuya preparación y formación contribuyó él mismo constantemente. Ya en Miejsce Piastowe había ofrecido casa y formación a centenares de muchachos dándose a ellos enteramente. Deseoso de hacer aún más en su favor, en el mes de agosto de 1903, P. Markiewicz abrió una nueva casa en Pawlikowice, cerca de Cracovia, donde encontraron casa y posibilidades de formación espiritual y profesional más de 400 huérfanos.
La dedicación total a los muchachos, la abnegación heroica de sí mismo, el trabajo enorme por realizar, llegaron a consumir bien pronto las fuerzas de Padre Markiewicz minando su salud, ya muy comprometida por las molestias sufridas en Italia. Todo ello le condujo rápidamente al final de su peregrinación terrena, acaecida el 29 de enero de 1912.
Antes y después de su muerte, fue considerado un hombre fuera de lo común. Creciendo cada vez más la fama de santidad de padre Bronislao, los Superiores de los dos Institutos religiosos de San Miquel Arcángel, fundados por él, pidieron al Obispo de Przemyśl formalizar el proceso de beatificación de su Fundador que tuvo inicio en 1958. Acabado el iter de la Causa, el 2 de julio de 1994, en presencia del Santo Padre Juan Pablo II, fue promulgado el decreto de heroicidad de las virtudes de Padre Bronislao Markiewicz y diez años después, precisamente el 20 de diciembre de 2004, el decreto sobre el milagro obrado por Dios por intercesión de Padre Bronislao. Se abría así el camino para su beatificación.
domingo, 28 de enero de 2018
Lecturas
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharéis.
Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb el día de la asamblea: “No quiero volver a escuchar la voz del Señor mi Dios, ni quiero ver más ese gran fugo, para no morir”.
El Señor me respondió: “Está bien lo que han dicho. Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú.
Pondré mis palabras en su boca, y les dirá todo lo que yo le mande. Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá” ».
Hermanos:
Quiero que os ahorréis preocupaciones: el no casado se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. También la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, de ser ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido.
Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.
En la ciudad de Cafarnaún, y el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.
Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó:
«¡Cállate y sal de él!».
El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos:
«¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad es nuevo. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen». Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Palabra del Señor.