lunes, 5 de septiembre de 2016

San Lorenzo Justiniano

(Arzobispo- Año 1455) Nació en Venecia (Italia) en 1381, en una familia de alta clase social. Su padre Bernardo murió y dejó a su esposa muy joven y con muchos hijos pequeños. Para librarlo de pensamientos de orgullo, un día la mamá le preguntó: "Hijo, ¿tú no tienes inútiles deseos de vanidad y de aparecer?" Y el jovencito le respondió: "Mamá, mi único deseo es ser un santo y tener siempre contento a Dios".

Sueño aleccionador. 

A los 19 años oyó en sueños que una voz como venida del cielo le decía: "No busques tus ideales en cosas materiales o en honores y dignidades. Busca sólo tener contento a Dios, y verás qué consuelo y qué paz llegarán a tu alma". Con esto se reafirmó más y más en su propósito de tener por único fin de su existencia el agradar a nuestro señor, en todo.

El consejo de su director. 

Consultando con un santo sacerdote acerca de cómo debía comportarse, este le dijo: “Mire un crucifijo y dígase: Sí me domino a mi mismo y a mis pasiones e instintos, tendré aquí en la tierra una vida dura, como la tuvo Jesús, pero en la eternidad tendré alegría y gloria y paz como la tiene El". Desde que oyó ese Consejo, Lorenzo miraba frecuentemente a Jesús crucificado y se proponía vencerse en todo y llevarles la contraria a sus pasiones, y se dedicó a hacer fuertes penitencias.

Su madre, temerosa de que sus demasiadas penitencias dañaran su salud, le recomendó que se casara, pero él prefirió más adherirse a una asociación religiosa y pidió ser admitido como religioso en el monasterio de San Jorge en Venecia.

Pruebas de humildad. 

En el monasterio le pusieron una prueba: salir por las casas pidiendo limosna. Debía Conseguir cada día cierta cantidad de víveres. Y esto era muy humillante para él que había pertenecido a una de las familias más prestigiosas de la ciudad. Y se dedicó con tal generosidad a este oficio que lo humillaba, que un día una señora, para que no tuviera que andar de casa en casa pidiendo, mandó que llenaran todo su morral con pan, pero él sólo aceptó tres panes, para tener así oportunidad de humillarse yendo a otras casas a pedir.

Dominio completo. 

Recién llegado a la comunidad sentía una gran inclinación a defenderse y excusarse cuando lo regañaban injustamente. Pero después se convenció de que era necesario no defender su orgullo e imitar a Cristo Jesús que se callaba cuando lo acusaban injustamente, y empezó a callar cada vez que lo reprendían sin razón y sin causa, y muchas veces tuvo que morderse los labios, para no responder. Al fin obtuvo de Dios la gracia de no volver nunca a contestar a las ofensas ni a defenderse cuando lo regañaban.

Cazador cazado. 

Un caballero rico dispuso ir al convento a persuadir a Lorenzo de que dejara esa vida de penitencias y volviera a la vida del mundo. Pero al verlo tan alegre y al oírle ponderar la gran paz que se goza en la vida religiosa, pidió él también entrar en el convento, y así Justiniano consiguió para la vida religiosa a uno que se había propuesto sacarlo a él de ese modo de vivir.

Sacerdote cien por cien.

En 1406 fue ordenado de sacerdote y en adelante su gran amor será la Sagrada Eucaristía, la Santa Misa. Frecuentemente estallaba en llanto de emoción mientras celebraba, o se quedaba en éxtasis. La gente se enfervorizaba con sólo verlo celebrar.

Consejo a los que mandan. 

Nuestro santo tenía gran ascendiente sobre las gentes de Venecia, las cuales le escuchaban con especial admiración. En una ocasión en que la ciudad pasaba por situaciones en extremo difíciles, él reunió a los que gobernaban la ciudad y les dijo: “Lo primero que tienen que hacer para que Nuestro Señor se apiade y tenga misericordia de la ciudad en estas calamidades públicas, es convencerse cada uno de que no es nada, porque sin esta humildad de espíritu nunca podremos merecer las ayudas divinas". Y esta era la recomendación que repetía siempre a quienes le pedían consejos para tener contento a Dios y conseguir sus bendiciones: ser humildes, muy humildes, siempre y en todo.

Arzobispo ejemplar. 

En 1433 el Papa Eugenio IV nombró a San Lorenzo como Arzobispo Patriarca de Venecia. El hizo cuanto pudo para que no lo nombraran, pero al fin tuvo que aceptar. Y en su nuevo cargo siguió siendo el mismo de siempre: humilde, mortificado, silencioso, limosnero, servidor de todos. La gente decía que era tanto el fervor que inculcaba a sus sacerdotes y a los fieles, que su ciudad parecía un convento.

Algunos le recomendaban que siendo de familia tan importante y ocupando un cargo tan elevado debía usar ciertos lujos y tener muchos servidores. Y él respondía: "el mejor adorno de un obispo es tener mucho amor a Dios y una gran caridad para con todos". Y en esto sí que era admirable. A todos amaba y todos lo querían.

Palacio concurrido. 

Su palacio arzobispal era visitado cada día por centenares de personas. Unos para pedirle consejos y otros para recibir sus limosnas. Casi nunca daba limosnas en dinero, por temor a que lo gastaran mal. Pero en cambio repartía mercados, ropas, medicinas, y demás ayudas, en cantidades impresionantes. Casi no llevaba cuentas de los gastos que hacía. Y repetía que era indigno de un obispo el gastar su tiempo en hacer cuentas de dineros. Los Papas lo admiraban. Eugenio IV lo saludaba diciendo: "Salve modelo de obispos". Nicolás V decía en público que el Arzobispo Lorenzo era un verdadero imitador de los apóstoles.

Un santo religioso que tenía fama de recibir mensajes del cielo, proclamó que la ciudad de Venecia se había librado de muchos castigos que le iban a llegar y que se había visto libre de esos males por las oraciones de su Santo Arzobispo.

Concurrida despedida. 

Al terminar de escribir su último libro titulado “Los grados de la perfección", fue invadido por la fiebre y sintió que se iba a morir. Se recostó sobre una cama dura, diciendo que Jesús también había muerto sobre un duro leño. Al saber que su Arzobispo se moría, empezó a desfilar por frente a él toda la gente de Venecia. Ricos y pobres, sabios e ignorantes. Todos querían despedirse de quien los había tratado como un padre cariñoso.

A su secretario que lloraba por tener que separarse de él, le dijo: "No te afanes que en la próxima Pascua nos volveremos a ver". Y así sucedió. En la cuaresma el joven se enfermó y en la pascua se murió.

San Lorenzo Justiniano murió en 1455, a los 74 años. Fue canonizado en 1690.

Quiera Dios enviarnos muchos obispos tan santos como San Lorenzo Justiniano.

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