martes, 6 de septiembre de 2016

Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura

Sucedió, según cuenta el hecho una sencilla leyenda rimada, allá mediado el siglo XIII. Nos hallamos en una región agreste, corazón de Extremadura, en los repliegues de los montes de Toledo vecinos al pico de las Villuercas, en la aldea de Alía. Un pastor, recontando el ganado a la hora del encierro, echó de menos una vaca. Partió a buscarla. Internóse por aquellos montes, robledales bravíos, buenos para la caza de osos en verano al decir del libro de La Montería, hasta llegar a un riachuelo de arábigo nombre, el Guadalupejo (río escondido). Remontóle. A la derecha, desviándose de su curso y siguiendo probablemente los restos de una calzada romana, encontró, luego de pasados tres días, la vaca, muerta pero intacta, respetada por las fieras. Sacó de la vaina un cuchillo de monte y se dispuso a desollarla. Comenzó, según costumbre, haciéndole en el pecho dos incisiones en forma de cruz. Y entonces...

 El pastor vio a la Señora. La Señora Santa María le dijo:

 —Ve a comunicar a los clérigos de Cáceres que en el sitio donde yace tu vaca hay enterrada una gloriosa imagen mía. Quiero la desentierren, le erijan una capilla y le tributen el culto debido, porque mediante ella yo derramaré misericordias. Vendrán gentes de todas las tierras y haré innumerables milagros. Que se dé a todos cuantos vengan a visitarme comida y hospedaje gratuitos. Y será edificado un pueblo.

 Desaparecida la visión y preso de la emoción consiguiente, contempló el pastor con asombro que la vaca, resucitada, pacía quieta a la sombra de un roble, conservando entre las patas delanteras una cicatriz en forma de cruz.

 Marchó a la ciudad. La Virgen quiso confirmar su mensaje resucitando a un hijo del pastor que acababa de morir. Con ello consiguió persuadir a los clérigos, que se encaminaron en algún número al lugar del prodigio. Allí, efectivamente, encontraron enterrada una antiquísima imagen. Le construyeron con premura una capilla de ramaje y cortezas de alcornoques.

 Dice la leyenda que junto a la imagen se conservaba un pergamino declarando su procedencia:

 Había pertenecido al papa San Gregorio, quien le profesaba suma devoción. Un día la peste asoló a Roma y el Papa determinó sacarla en procesión de rogativas. Durante ella el Papa vio aparecer un ángel sobre el sepulcro de Adriano (llamado luego por esto castillo de Sant'angelo) envainando una espada ensangrentada, y un coro de ángeles cantando, como señal de que el azote de Dios cesaba por la intercesión de María, la antífona Regina coeli laetare...

 El Papa envió la imagen a San Isidoro de Sevilla, por medio de su hermano San Leandro, para que presidiera los destinos de la España recién convertida y unificada. Y cuando la invasión sarracena amenazó Sevilla, los cristianos huyeron, llevándose nuestra imagen con las reliquias de aquella familia de santos, para enterrarla en lugar seguro, como hicieron cerca del Guadalupejo en el lugar que mejor les pareció.

 Inmediatamente comenzaron los milagros y el afluir de las gentes. Ya en 1329 consta históricamente de la existencia de una capilla, dotada con algunas tierras, junto a la que se levantaban hospitales para peregrinos y enfermos. Entre aquellas gentes piadosas, no era el menos devoto Alfonso Onceno, rey de Castilla.

 Viendo este rey que la ermita amenazaba ruina, mandó construir el hermoso templo que hoy se conserva (1330-1335). Poco después, habiéndose encomendado a Nuestra Señora en la batalla del Salado, le atribuyó su victoria y en agradecimiento declaró al monasterio de patronato real y lo constituyó en priorato. Como dice un historiador. "Desde entonces quedó consagrada esta santa casa como santuario real y las glorias españolas, lo mismo que sus desgracias, comenzaron de consuno a girar en torno del hermoso trono de la reina de Altamira, de la Morenita de las Villuercas".

 En 1346 el segundo prior del monasterio lo transforma en un impresionante castillo a fin de protegerlo de las incursiones de las ciudades vecinas. Y ya en l383 es tan grande la afluencia de peregrinos, procedentes de todas partes, que el arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, se ve compelido a construir el famoso puente sobre el Tajo que lleva su nombre (Puente del Arzobispo) con objeto de facilitarles el paso.

 Pocos años después, en 1389, viendo el rey que la importancia del santuario crecía sin cesar y que la afluencia de los peregrinos y el correr de los milagros aumentaban continuamente, comprendió la necesidad de una comunidad religiosa que lo sostuviese y se dedicara exclusivamente al culto de Nuestra Señora. Así en el año 1389 llegaron al monasterio 31 monjes de la recién nacida Orden de San Jerónimo, llevando al frente a uno de sus cofundadores, el padre Yáñez, a quien Enrique III quiso para arzobispo de Toledo, sin poderlo recabar de su modestia.

 Desde estos momentos la Virgen no parece cansarse de prodigar sus gracias desde el monasterio. A sus pies encontraron los grandes hombres y mujeres de la España de oro el aliento y el espíritu cristiano y caballeresco que les impulsó en sus empresas. Todas las grandezas de España se forjaron a sus pies.

 Sería imposible enumerarlas. Recordemos solamente algunos de los nombres más ilustres y hechos más significativos:

 La casa de Trastamara tuvo extraordinaria devoción a la Virgen. Para ayudar a Juan I en la batalla de Aljubarrota se vendió su primer trono. Juan II se buscó entre los monjes del monasterio un consejero, a la muerte del valido don Alvaro de Luna. Doña María de Aragón y Enrique IV (enterrados en el monasterio) tuvieron por confesor al extático padre Cabañuelas, de quien se cuenta uno de los milagros eucarísticos más célebres de España.

 La vida de los Reyes Católicos dice estrechísima relación con Guadalupe. En 1464, teniendo Isabel trece años, se celebra en el santuario su primer concierto matrimonial con el portugués Alfonso V, y el segundo en 1469. Más de veinte veces vino ella al monasterio con diversos motivos, y siempre en busca de la sombra de la Virgen, ordenando por último que su testamento fuese conservado siempre en el monasterio. Yendo a Guadalupe visitó la muerte a su esposo don Fernando, quien ya había sido librado por intercesión de la Virgen del atentado que sufrió en Barcelona el 1492.

 Bien es sabido que durante el reinado de Fernando e Isabel se realizan dos gestas que van a definir para siempre el perfil y la misión histórica de España en el mundo: la integración nacional y unidad religiosa por la toma de Granada y la conquista y cristianización de América.

 Devotamente se encomendó a Nuestra Señora la reina Isabel, mediante las oraciones de los monjes, cuando la guerra de Granada. Una vez conquistada la ciudad, en el mismo día, se apresuró a enviar la siguiente carta que se conserva en el archivo de la casa

"Devoto Prior: Ya sabéis cómo vos hice saber muchas veces la entrada del Rey mi Señor a conquistar el reino de Granada, porque rogásedes a Dios Nuestro Señor le diese la victoria de aquellos enemigos de nuestra Santa Fe Católica. Agora vos hago saber cómo ya, bendito Nuestro Señor, le plugo dar al Rey mi Señor esta victoria que hoy dos días de este mes de enero, se nos entregó la ciudad de Granada con todas sus fuerzas y sus tierras. Lo que vos escribo solamente para que hagáis gracias a Dios Nuestro Señor que tuvo por bien de vos oír, y dar en esto el fin deseado.— De la ciudad de Granada, dos días de enero de 92 años. Yo, la Reina." Y el 9 de junio vinieron los dos reyes a dar personalmente gracias a la Virgen trayéndole innumerables trofeos de la batalla.

En Guadalupe se firmaron en 20 de junio de 1488 las cartas reales a Juan de Peñalosa, dándole facultades para que "constriñades a los maestres y gentes dellas (las carabelas) que fueren menester, que vayan con él (Colón) para que las puedan llevar a donde por vos le ha sido mandado".

Si por la Virgen pudo comenzarse el viaje, por la Virgen se pudo terminar, porque, cuando al regreso les asaltó durísima tempestad en las islas Azores, se encomendaron a Santa María de Guadalupe, prometiendo ir, aquél a quien designare la suerte, a llevarle un grueso cirio a su casa, siendo el mismo almirante el designado para traerlo. Por eso en el segundo viaje puso el nombre de Guadalupe a la primera isla descubierta —Turuqueira— y a los pies de la imagen (29 de julio de 1496) consagró las primicias espirituales del Nuevo Mundo, ya que hizo bautizar a los dos primeros indios que recibieron este sacramento en España.

Si a ello añadimos que los grandes conquistadores de América, nacidos al amparo de la Virgen de Guadalupe en la región extremeña (Pizarro, Cortés, Ovando, etc.) aprendieron desde niños a encomendarse a Ella, no nos extrañará que llevasen su devoción al Nuevo Mundo y acudiesen a Ella en sus momentos difíciles, como hizo señaladamente Cortés, quien, cual prenda de agradecimiento, le envió en una ocasión una hermosa lámpara y un alacrán de oro. Así encontramos el nombre de la Virgen de Guadalupe extendido por toda la geografía americana, desde el Tepeyac, en Méjico, hasta Lima, pasando por Guápulo (Quito), Potosí, Sucre, Pacasmayo, Ica, Chuquiabo, Misque, Trujillo, Cochabamba y Oruro.

Cuando el último rey de España, Alfonso XIII, le ciñó hermosísima corona, como representante de tantos antecesores suyos en el trono y en la devoción, pudo leerse en ella: Regina Hispaniarum, ora pro nobis (Reina de las Españas, ora por nosotros): reconocimiento de esta atribución suya de realeza sobre toda la Hispanidad.

Porque no fue solamente América, sino todo lugar donde lo español puso su planta. El Gran Capitán, su devotísimo, la llevó por Nápoles, Palermo, Mesina. Ella ayudó a Cisneros en la conquista de Orán y Cisneros, en buena ley de caballería andante a lo divino, le envió 300 cautivos por él libertados para que le dieran gracias, viniendo luego también él para hacerlo personalmente.

Estuvo presente en Lepanto con don Juan de Austria; con Felipe II en la guerra contra los moriscos de Granada; con don Sebastián de Portugal en la guerra de Marruecos (precisamente fue en Guadalupe donde Felipe II le negó ayuda militar y la mano de su hija Isabel Clara): presidió las negociaciones que llevaron a la unidad ibérica en tiempo de este rey.

La invocó el conde-duque de Olivares en la batalla de Fuenterrabía; Alvarez de Sotomayor en la batalla de Budapest contra los turcos (1686), y le envió su corazón para que yaciera siempre a sus pies; el conde de Alcaudete en las batallas de Temeswar (1716) y de Belgrado (1717). La llevaron a Flandes el duque de Alba e Isabel Clara Eugenia, a Hungría el emperador Fernando: Carlos V a Alemania; a Inglaterra la desgraciada María Tudor. Todo el esplendor de la España de los Austrias, cuyos reyes la visitaron innúmeras veces, le ofrecieron sus mejores exvotos, propagaron su devoción por el mundo. Hasta Polonia, el Congo, Grecia, conocieron y rezaron al Señor por intercesión de la Virgen de Guadalupe; hasta la lejana India a donde la llevaron los portuegueses.

Brilló peculiarmente el Poder de Nuestra Señora en la liberación de cautivos, de forma tal que a sus devotos se les daba trato de especial vigilancia en los mercados de esclavos de Berbería, por la presteza con que alcanzaban libertad. Cautivo insigne que supo esto por experiencia fue Miguel de Cervantes, quien vino a ofrecerle sus cadenas después del cautiverio de Argel. Ya en el siglo XV daba testimonio un viajero alemán de que colgaban de las paredes del templo cadenas de cautivos libertados en cantidad tal, que no se podrían transportar ni con 200 carros.

Muchos de ellos servían como agradecimiento, a las obras del monasterio. Hubo quienes, imitados luego por gentes de toda condición y estilo, se consagraban al servicio de la Virgen de por vida, mediante voto de esclavitud perpetua primer forma de esclavitud mariana conocida en la Iglesia.

Y fue San Juan de Dios quien escuchó en Guadalupe de labios de la Virgen la orden de consagrarse al cuidado de los enfermos, que eran atendidos, por otra parte, en el monasterio con tanto esmero, que llegaron a ser mundialmente famosas sus escuelas de medicina, donde se practicó por vez primera en Europa la autopsia.

La casa de Borbón, menos afecta al santuario, recibió también muchos beneficios de la Virgen. El monasterio ayudó mucho a Carlos III en la guerra contra Inglaterra; a Carlos IV contra la Revolución Francesa; a Godoy contra Inglaterra. Y cuando la invasión francesa asoló España, el monasterio se volcó exhaustivamente en ayuda de los patriotas empeñando todas las alhajas de la Virgen.

Luego vinieron los años negros. En 1835 la exclaustración terminó con lo poco que dejaron los franceses y poco a poco la inmensa mayoría de los españoles olvidaron a la Virgen de Guadalupe. Su monasterio fue en gran parte destruido; sus riquezas aventadas; sirvió hasta de cuartel...

En 1908 comenzó su restauración material y espiritual. Se hicieron cargo de la empresa los hijos de San Francisco de Asís, que tanto habían propagado su devoción por América. Alfonso XIII y el Primado de las Españas quisieron reparar tanta ingratitud, coronándola solemnemente en 1928. Luego Ella volvió a proteger a sus hijos y de nuevo tornó a difundirse su devoción y sus milagros. Fue decisiva su milagrosa intervención en la guerra de 1936 y desde entonces su culto fue aumentando más y más, porque Ella es aquí, en Guadalupe, reina y madre de misericordia, sanadora de almas y cuerpos.

No cabe duda de que la Virgen se ha manifestado en Guadalupe como Reina de las grandezas de España, Reina de la Hispanidad. Ella templó espíritus para obras grandes —reconquista, unidad hispana político-religiosa, conquista de América, Imperio español, lucha contra los turcos—, imprimiendo a los momentos más esplendorosos de nuestra historia un sello espiritual, católico, mariano. Ahora bien, el recuerdo de las glorias pretéritas sólo debe servirnos para incitarnos al hacer.

Pensar lo que significa la Virgen de Guadalupe en la historia espiritual de España y del mundo debe enseñarnos a acudir a Ella, para adquirir a sus plantas ese espíritu caballeresco y cristiano indispensable a la gran tarea que llama a nuestros corazones. Cada uno de nosotros debe ser un conquistador, un misionero. Y todos podemos serlo si confiamos en su ayuda y nos apoyamos en su intercesión.

No se trata de que volvamos a soñar con pasadas grandezas imperiales estilo siglo XVI —la historia no suele volver—. Hemos de ser más generosos, más espirituales, vivir nuestra hora: se trata de un quehacer más amplio y de mayor ambición: ganar el mundo —el mundo de hoy, el mundo del porvenir sobre todo— para Cristo.

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