sábado, 31 de octubre de 2015

Reflexión de hoy

Lecturas


Hermanos:
¿Habrá Dios desechado a su pueblo? De ningún modo. También yo soy israelita, descendiente de Abrahán, de la tribu de Benjamín. Dios no ha desechado al pueblo que él eligió.
Pregunto ahora: ¿Han caído para no levantarse? Por supuesto que no. Por haber caído ellos, la salvación ha pasado a los gentiles, para dar envidia a Israel.
Por otra parte, si su caída es riqueza para el mundo, es decir, si su devaluación es la riqueza de los gentiles, ¿qué será cuando alcancen su pleno valor?
Hay aquí una profunda verdad, hermanos, y, para evitar pretensiones entre vosotros, no quiero que la ignoréis: el endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que entren todos los pueblos; entonces todo Israel se salvará, según el texto de la Escritura:
«Llegará de Sión el Libertador, para alejar los crímenes de Jacob; así será la alianza que haré con ellos cuando perdone sus pecados.»
Considerando el Evangelio, son enemigos, y ha sido para vuestro bien; pero considerando la elección, Dios los ama en atención a los patriarcas, pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables.

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
-«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá:
“Cédele el puesto a éste.”
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba.”
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Palabra del Señor.

San Alonso Rodríguez

Alonso significa: "pronto para hacer el bien" (del germano al: el bien. Ons: prontitud).

El santo de hoy es un caso típico. Viudo, comerciante, portero por 45 años de un colegio. Poco instruido en las ciencias del mundo, pero un verdadero místico.

San Alonso nació en Segovia (España) en 1533, hijo de un comerciante acaudalado.

Cuando nuestro santo aún era un niño, tuvo la suerte de que llegó a su ciudad a predicar el Beato Pedro Fabro (discípulo muy amado de San Ignacio de Loyola) y se hospedó en la casa de los padres de Alonso y luego en compañía del jovencito se fue a una finca que poseía la familia Rodríguez, y allá lo preparó a la Primera Comunión. Esta amistad con un gran apóstol le fue de enorme provecho para su santificación.

Alonso fue después a estudiar en un colegio de los Padres Jesuitas, pero al morir su padre tuvo que volverse a casa para administrar los negocios. Sin embargo el destino que Dios le tenía preparado no era el de negociante y como no poseía las suficientes cualidades para ese oficio, sus negocios fueron decayendo poco a poco. Era como una llamada que Dios le hacía para que se dedicara a otra labor donde sí iba a conseguir la santidad.

Alonso se casó con una mujer muy buena y piadosa y tuvieron un hijo. Pero luego cuando iba a nacer el segundo niño, la esposa murió, dejándolo viudo y con un hijito muy pequeño. En seguida murió también su madre y los negocios empezaron a quebrar. Esta serie de infortunios hizo pensar a Alonso si no sería que Dios quería de él otro modo de vivir. Hasta entonces había sido un honrado comerciante, pero le faltaba todavía ser un creyente fervoroso y heroico

Vendió entonces los pocos bienes que le quedaban y se fue con su hijito a vivir junto a dos hermanas suyas que eran extraordinariamente piadosas, las cuales le enseñaron el arte de rezar bien, y de hacer meditación y oración mental. Las enseñanzas de estas dos sencillas mujeres le fueron de inmensa importancia para su vida. Alonso meditaba dos horas diarias por la mañana, y por la tarde rezaba el rosario pensando en los misterios. Pronto empezó a descubrir la imperfección de su vida pasada, viéndola a la luz de las enseñanzas de Jesucristo. En un momento de meditación alcanzó a contemplar un poco los goces que nos esperan en el cielo, y en esos días hizo una confesión general de toda su vida y empezó una existencia totalmente dedicada a la oración, a la mortificación, a la meditación y a obras de caridad a favor de los pobres.

Luego murió su único hijo. Alonso sintió una agonía de muerte, pero en seguida Nuestro Señor le iluminó con la lectura de una página del Libro de la Sabiduría en la S. Biblia (Capítulo 4) que dice que a muchos jóvenes se los lleva Dios a la otra vida para evitarles terribles peligros que les podían llegar en esta vida contra su santidad y su salvación. Con esto Alonso se consoló inmensamente porque comprendía que su hijito tan amado, al morir tan joven se había librado de muchos peligros de ofender a Dios. Y esa muerte tan dolorosa lo movió a renunciar a todo e irse de religioso.

Alonso pidió a los padres jesuitas que lo aceptaran en su comunidad, pero nadie quería recibirlo porque tenía ya casi 40 años, no había hecho estudios y además era viudo. No se acostumbraba recibir gente de esa clase. Pero de pronto el superior sin saber por qué, cambió de parecer, y lo aceptó como hermano lego. Esa iba a ser la profesión que lo iba a llevar a la santidad.

Los superiores lo enviaron a la isla de Mallorca como portero del colegio de los jesuitas de Montesión. Allí en ese cargo se ganará la gloria del cielo atendiendo durante 45 años con la más exquisita bondad a toda clase de huéspedes y transeúntes.

Ser portero en un gran colegio no es tarea fácil, y menos lo era en aquellos tiempos en los que no había ni teléfono, ni otros medios de fácil comunicación de que disponemos hoy en día. Y los que lo conocieron y trataron dejaron constancia de que jamás alguien recibió del hermano Alonso un trato hosco o maleducado o frío, sino que por el contrario, todos se sentían tratados como si fueran grandes personajes. Allí llegaban montones de alumnos (con su algarabía juvenil), padres de familia, proveedores del colegio, religiosos viajeros que venían a pedir hospedaje por unos días, visitantes, médicos, obispos, militares, empleados del gobierno, vendedores y multitud de pordioseros y cada cual se sentía tratado por el hermano Alonso con una amabilidad que no estaban acostumbrados a recibir en otras partes.

Alonso Rodríguez se propuso ver a Jesús en cada visitante que llegaba, y tratar muy bien a Jesús que llegaba disfrazado de prójimo. Cuando alguien le preguntaba por qué no era más duro y áspero con ciertos tipos inoportunos, le respondía: "Es que a Jesús que se disfraza de prójimo, nunca lo podemos tratar con aspereza o mala educación". Seguramente que Nuestro Señor al llegar al cielo le habrá repetido aquello que en el Evangelio prometió que dirá a quienes tratan bien a los demás: "Ven siervo bueno y fiel. Entra en el gozo de tu Señor, porque cuando me disfracé de huésped me tratase sumamente bien. El buen trato que les diste a los demás, aún a los más humildes, lo recibo como si me lo hubieras dado a Mí en persona" (Mt. 25, 40).

Sus compañeros jesuitas dejaron escrita esta observación verdaderamente admirable: "Declaramos que jamás vimos en el hermano Alonso Rodríguez un comportamiento que no fuera el de un verdadero santo". Algo admirable en verdad.

De entre tantísimos amigos que Alonso trató en su oficio de portero en los 45 años en Montesión, el más santo e importante de todos fue San Pedro Claver. Este gran apóstol vivió tres años con Alonso en aquella casa, y una noche el fervoroso portero oyó en visión que le decían: "Pedro Claver está destinado a hacer un gran bien en Sudamérica". Desde entonces el santo portero se propuso animar a Pedro a que viajara como misionero a América, y lo logró. Pedro Claver bautizó a más de 300,000 negros en Cartagena, y nunca pudo olvidar los buenísimos consejos que le dio su fiel amigo Alonso, en Mallorca.

San Pablo decía que para que no se llenara de orgullo Dios le permitió ataques terribles en su carne. Y así le sucedió también al buen Alonso. De vez en cuando le llegaban sequedades tan espantosas en la oración que para él, rezar era un verdadero tormento. Todo lo que fuera piedad le producía repulsión. Pero así y con esas sequedades seguía rezando. Rezaba todo el día, viajando de un sitio a otro de la casa llevando razones y mensajes, o atendiendo en su portería a todo el que llegaba. Alonso rezaba siempre.

Un día cuando sus tentaciones impuras se le habían vuelto casi enloquecedoras, al pasar por frente a una imagen de la Sma. Virgen le gritó en latín: "Sancta Maria, Mater Dei, memento mei" (Santa María Madre de Dios, acuérdate de mí) e inmediatamente sintió que las tentaciones desaparecían. Desde entonces se convenció de que la Santísima Virgen tiene gran poder para alejar a los espíritus impuros, y se dedicó a encomendase a Ella con mayor fervor. Le rezaba varios rosarios cada día y en honor de la Madre de Dios rezaba salmos diarios. Y la Virgen María fue su gran Protectora y defensora hasta la hora de su muerte y se le apareció varias veces, llenándolo de increíble felicidad.

En sus dolorosas enfermedades se sentía asistido por Jesús y María y decía que había días en que los sentía tan presentes junto a él como si hubiera vivido en Nazaret cuando ellos los dos estaban viviendo allá. Esto le producía intensas alegrías espirituales.

Con autorización de sus superiores fue escribiendo todo lo que recordaba de sus experiencias espirituales, y en esa su autobiografía hay detalles que demuestran cómo este sencillo e ignorante porterito de un colegio llegó a altísimos grados en la vida mística. Con razón las gentes de toas las clases sociales iban al colegio a pedirle sus consejos, a consultarle sus dudas y a recibir consuelos para sus penas.

Cuando ya era muy anciano y estaba sumamente enfermo, un día el superior para ver qué tanta era su obediencia le dijo: "Le ordeno que se vaya de misionero a América del Sur". Inmediatamente Alonso empacó sus pocas ropas y salió por la portería, listo a embarcarse en el primer barco que llegara. El superior tuvo que mandarle otra vez que se volviera a su puesto.

Otro día el superior, que sufría de un reumatismo sumamente doloroso le dijo: " Hermano Alonso, pídale a Dios y a la Virgen que me curen de este mal tan molesto". El santo estuvo toda la noche rezando, y no dejó de rezar pidiendo aquel favor, sino cuando al amanecer supo que el Padre Superior había amanecido totalmente curado.

El 29 de octubre de 1617 sintiéndose sumamente lleno de dolores y de angustias, al recibir la Sagrada Comunión, inmediatamente se llenó de paz y de alegría, y quedó como en éxtasis. Dos días estuvo casi sin sentido y el 31 de octubre despertó, besó con toda emoción su crucifijo y diciendo en alta voz: "Jesús, Jesús, Jesús" expiró.

viernes, 30 de octubre de 2015

Reflexión de hoy

Lecturas


Hermanos: Digo la verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo.
Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén.

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.
Se encontró delante un hombre enfermo de hidropesía y, dirigiéndose a los maestros de la Ley y fariseos, preguntó:
-«¿Es lícito curar los sábados, o no?»
Ellos se quedaron callados.
Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió.
Y a ellos les dijo:
-«Si a uno de vosotros se le cae al pozo el hijo o el buey, ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?»
Y se quedaron sin respuesta.

Palabra del Señor.

Beata María Purísima de la Cruz Salvat y Romero

Martirologio Romano: En Sevilla, España, Beata María Purísima de la Cruz (en el siglo Isabel Salvat y Romero), quien fuera superiora general de la congregación de las hermanas de la Compañía de la Cruz. († 1998)

Fecha de beatificación: 18 de septiembre de 2010, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI. La Sierva de Dios nació el 20 de febrero de 1926 en Madrid en el seno de una familia acomodada. Al día siguiente, fue llevada a la fuente bautismal en la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, recibiendo el nombre de María Isabel. En su ambiente familiar, fuertemente motivado en sentido religioso, junto con la primera educación asimiló también los valores cristianos, que profundizó con creciente conocimiento frecuentando desde niña el colegio madrileño de la Virgen María, gestionado por las Religiosas Irlandesas. En el ámbito de su itinerario formativo, recibió la Primera Comunión, la Confirmación y completó el currículo normal de los estudios. En el 1936, al estallar la guerra civil, la familia se trasladó a Portugal; pero, después de dos años, regresó a la patria, escogiendo como residencia, en un primer momento, la ciudad vasca de San Sebastián y luego nuevamente Madrid.

A lo largo de estos años Maria Isabel fue madurando en todas las cualidades personales y culturales para poder proyectar una vida social llena de satisfacciones, revalorizada posteriormente por su procedencia alto burguesa. Ella, sin embargo, comenzó a percibir con mucha claridad la vocación a la vida religiosa, de manera que, una vez presentada la solicitud, en el 1944 fue acogida como postulante en el Instituto de las Hermanas de la Compañía de la Cruz de Sevilla. Al año siguiente recibió el hábito religioso, asumiendo el nombre de Sor María de la Purísima de la Cruz, y fue admitida al noviciado.

Ya durante este periodo de formación, la Sierva de Dios se distinguió por su compromiso, espíritu de sacrificio y ejemplaridad. De modo particular se manifiestan en ella, con admirable sencillez, el amor a la pobreza, un comportamiento humilde y un espíritu de obediencia desinteresada y convencida. En el 1947 emitió los votos temporales. Reconociendo en ella la preparación humana y espiritual, a la joven hermana se le confió la dirección del colegio de Lopera, cerca de Jaén, compromiso al que siguieron otros cargos de responsabilidad en Valladolid y Estepa. En 1966 fue llamada a la Casa Madre de Sevilla, primero como auxiliar del Noviciado, luego como Maestra de novicias. Dos años más tarde fue nombrada Provincial, luego Consejera General, después aún Superiora de la comunidad de Villanueva del Río y Minas (Sevilla) y en el 1977 fue elegida Madre General del Instituto. Sería reelegida, con permiso de la Santa Sede, otras tres veces para este oneroso cargo, particularmente delicado en los difíciles años que siguieron al Concilio Vaticano II y que vieron a la Sierva de Dios comprometida en la actualización de las Constituciones del Instituto dentro de la óptica de la salvaguardia y de la revalorización del carisma original, a través de una renovada fidelidad al Evangelio y al Magisterio eclesial, una intensa dimensión eucarística y mariana, una inteligente adaptación de la tradición a las nuevas perspectivas de la Iglesia y de la sociedad. Su actitud fundamental fue de un equilibrio dinámico: Sor María no vivió la fidelidad como una cansada repetición de fórmulas ensayadas, sino como un deseo de creatividad para ir al encuentro de las exigencias que el Señor le iba haciendo comprender. En cada circunstancia miró a Santa Ángela de la Cruz, Fundadora de la Congregación, como a un manantial perenne de continuidad coherente dentro de la necesaria renovación.

Tuvo una solicitud particular por la formación permanente de las Hermanas, sobre todo por las que atravesaban momentos de crisis y de desorientación, de modo que en aquellos años de experiencias y de no pocas incertidumbres su testimonio de vida constituyó un punto seguro de referencia para muchas de ellas. Cuidó con amor la animación vocacional, cuyos frutos maduraron incluso de modo visible, hasta el punto de que la Sierva de Dios tuvo que dedicarse a abrir nuevas casas religiosas en otras ciudades de España, como Puertollano, Huelva, Cádiz, Lugo, Linares, Alcázar de S. Juan. Incluso en Reggio Calabria, en Italia, en el 1984 realizó la fundación de una casa. Su personalidad serena y jovial contribuía a crear un clima de confianza y de comunión, pero era sobre todo su sólida espiritualidad la que motivaba sus intenciones y sus acciones. En ella, efectivamente, se pone de manifiesto una intensa experiencia religiosa, vivida con clara conciencia de la presencia de Dios y en la constante búsqueda de su voluntad, y alimentada en las fuentes de la oración y de la contemplación; una sincera disponibilidad a las exigencias del prójimo, de manera particular para con los más necesitados, y una sagaz apertura hacia los problemas contemporáneos; una tendencia hacia la perfección, hasta llegar a conseguir un asiduo y fervoroso ejercicio de las virtudes humanas e cristianas.

En el 1994 le diagnosticaron un tumor, por el que tuvo que ser operada. Afrontó la enfermedad con gran docilidad a la voluntad de Dios y con fortaleza de ánimo y durante cuatro años continuó generosamente con su actividad. En los últimos días de vida, cuando el sufrimiento fue más doloroso, renovó su confianza en la bondad de Dios, preparándose para el momento del encuentro con el Esposo.

El 31 de octubre 1998 se durmió piadosamente en la Casa Madre de Sevilla. En su funeral participaron numerosos sacerdotes y religiosas, junto con un grandísima asistencia de fieles, testimonio de una fama de santidad que ya en vida había acompañado a la Sierva de Dios.

El sábado 27 de marzo de 2010, S.S. Benedicto XVI firmó el decreto referente a un milagro atribuido a la intercesión de la venerable María Purísima de la Cruz Salvat.

jueves, 29 de octubre de 2015

Reflexión de hoy

Lecturas


Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por tu causa nos deguellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza.»
Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle:
-«Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte.»
Él contestó:
-«ld a decirle a ese zorro: “Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término.” Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!
¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas!
Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: “Bendito el que viene en nombre del Señor.” »

Palabra del Señor.

Beato Cayetano Errico

Cayetano Errico, fundador de los Misioneros de los Sagrados Corazones, ha nacido el 19 de octubre de 1791 en Secondigliano, antigua aldea al Norte de la ciudad de Nápoles (Italia). Es el tercero de los diez hijos de Pascual y María Marseglia.El padre dirige una modesta fábrica artesanal para la producción de pasta; la madre teje felpa. Fue bautizado al día siguiente de su nacimiento en la iglesia parroquial de los santos Cosme y Damián con los nombres de Cayetano Cosme Damián. Asiste a la escuela comunal con dos maestros sacerdotes, Tagliamonte y Vitagliano. A los siete años recibe la primera comunión, y a los once, el sacramento de la confirmación. A los catorce años pide ingresar primero entre los Capuchinos y después entre los Redentoristas; pero el pedido es rechazado debido a la edad.

A los dieciséis años pide ser admitido en el seminario arzobispal de Nápoles.En enero de 1808 viste el hábito talar. La familia no puede sostener los gastos para su mantenimiento como alumno interno por lo que realiza los estudios como externo, yendo a pie al seminario. Todos los días, entre ida y vuelta, son ocho kilómetros, con frío, calor y lluvia, provocando la admiración de la gente que, al verlo pasar exclama: «¡Ahí pasa San Cayetano!».

En el tiempo de su formación seminarística frecuenta la escuela con gran provecho, participa a la misa todas las mañanas, recibe la comunión, ayuda en la casa, visita todos los jueves a los pacientes del hospital de «Incurables» de Nápoles llevándoles algún regalo fruto de sus ahorros semanales, y el domingo recorre las calles con el crucifijo recogiendo a los niños para el catecismo.

Fue ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1815 por el Cardenal Ruffo Scilla en la Capilla de Santa Restituta, en la Catedral de Nápoles.

Ordenado sacerdote, inmediatamente se le asigna a Don Cayetano la tarea de maestro comunal, cargo que ejerce por casi veinte años con diligencia, atención y celo, preocupándose por enseñar, junto con la cultura, sobre todo los principios cristianos. Se dedica con amor al servicio pastoral en la iglesia parroquial de los Santos Cosme y Damián.

Desarrolla su actividad apostólica en cuatro direcciones: anuncio de la Palabra, ministerio de la reconciliación, asistencia material y espiritual de los enfermos, servicio de la caridad. Cuatro maneras distintas para decir a los hombres que Dios es Padre y los ama.

Tiene una vida de intensa oración y de rigurosa penitencia, de tal manera que hace decir a la madre que lava las camisas manchadas de sangre: «Ahora me haces sentir el dolor que no tuve cuando te llevé en el vientre y te di a luz».

Siendo sacerdote, se retira todos los años a Pagani (Salerno), en la casa de los padres Redentoristas, para los ejercicios espirituales.En el año 1818, mientras reza en el coro, acontece un hecho destinado a marcar y cambiar el curso de su vida: se le aparece San Alfonso para comunicarle que Dios lo quiere fundador de una Congregación religiosa, dándole como «señal» la construcción de una Iglesia en honor de la Virgen Dolorosa en Secondigliano. El anuncio de que es Dios quien quiere la construcción de una Iglesia en honor de la Dolorosa, es acogido con entusiasmo en Secondigliano por la mayor parte del pueblo; pero está también quien se muestra desconfiado y hostil. Los adversarios, pocos pero muy aguerridos y combativos, juran que impedirán la construcción de la Iglesia. Cuando el proyecto parece definitivamente destinado a fracasar, don Cayetano continúa creyendo en él y asegura a la gente: «La Iglesia se hará, porque es Dios quien la quiere». El 9 de diciembre de 1830 la Iglesia es bendecida.

Terminada la construcción, Cayetano Errico encarga a Francisco Verzella, escultor napolitano, una estatua de madera de la Virgen Dolorosa. Una tradición refiere que ha hecho rehacer varias veces el rostro, exclamando al final: «Así era». ¿La había visto en una visión?

La estatua hace su entrada en Secondigliano en mayo de 1835, y desde entonces continúan ininterrumpidamente la peregrinación y la devoción de los fieles hacia la Dolorosa de Cayetano Errico.

En los años siguientes, mientras don Cayetano reza delante del Santísimo Sacramento en el mismo coro de Pagani, el Señor le manifiesta que la nueva Congregación «debe ser fundada en honor de los Sagrados Corazones de Jesús y de María».

Desde entonces los Sagrados Corazones se transforman en el centro de la acción apostólica y misionera de Cayetano Errico, y él, en el apóstol de su amor misericordioso en todo el Sur de Italia. El amor de los Sagrados Corazones lo impulsa a buscar al hermano pecador para llevarlo al Padre, incluso a costo de la vida, y a entregarse sin descanso ni medida, particularmente a los hermanos de los grupos más desprotegidos: enfermos, obreros, artesanos, campesinos, analfabetos, muchachas sin dote y extraviadas, encarcelados.Se propone hacer sentir a todos la presencia de un Padre amoroso, dispuesto al perdón y lento para el enojo.

Terminada la iglesia, don Cayetano comienza a construir, en un lugar adyacente, la casa que tendrá que alojar a los futuros religiosos, los Misioneros de los Sagrados Corazones. Primeramente construye una pequeña casa, en donde se retira, en 1833, para vivir junto a un laico que atiende el servicio de la iglesia.

Con el traslado desde la casa paterna, comienza «oficialmente» la realización del encargo más importante recibido de Dios: la fundación de la Congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones.

Ampliada la casa, funda el «Retiro sacerdotal de los Sagrados Corazones», para acoger a los sacerdotes dispuestos a empeñarse sobre todo en el trabajo de las misiones populares.

Don Cayetano es un hombre de Dios, es un «santo».¿Qué ha hecho para llegar a serlo?

El primer secreto de su santidad es «consumir las rodillas en la oración y... también en el suelo». Que Don Cayetano es un hombre de oración lo testifican tantas personas que lo han conocido y los dos «pocitos» en el piso de su habitación, excavados por sus rodillas.

La penitencia es el segundo secreto de su «santidad». Los viernes y los sábados limita sus comidas a un solo plato de sopa. Todos los miércoles y en la vigilia de muchas fiestas ayuna a pan y agua.A menudo duerme en el suelo. Lleva «un cilicio que ciñe su cuerpo: pecho, brazos y piernas». «Usaba disciplinas de cuerdas y de hierro de diversos tipos».

En 1833 don Cayetano presenta al Rey el pedido de reconocimiento de un Retiro, que es aprobado junto con el reglamento el 14 de marzo de 1836. El 1o de octubre de 1836 abre el noviciado, admitiendo a nueve jóvenes. En mayo de 1838 solicita el reconocimiento pontificio de la Congregación, y el 30 de junio recibe de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares el decreto de elogio. El 6 abril de 1839, con el propósito de consolidar el desarrollo de la Congregación, pide el reconocimiento gubernamental, que el Rey concede el 13 de mayo, declarando «la Congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones legítimamente existente y capaz de gozar de los correspondientes efectos civiles y canónicos».

En abril de 1846 regresa a Roma para solicitar la aprobación definitiva. La Congregación ha crecido: el número de los congregados ha aumentado y han sido abiertas varias casas. El 7 de agosto de 1846 el Papa Pío IX emite el decreto de aprobación, y el 15 de septiembre el Breve apostólico.

Cayetano Errico, elegido unánimemente como Superior General después de la aprobación, trabaja hasta la muerte para el desarrollo de la Congregación, cuidando de modo particular la formación de los individuos.

Se empeña en la actividad misionera, en la predicación al pueblo y de los ejercicios espirituales en numerosos conventos de religiosas, en la dirección espiritual y, especialmente, en la administración del sacramento de la reconciliación.

Muere en Secondigliano, a los 69 años de edad, el 29 de octubre de 1860 a las diez de la mañana.

«Ámense mutuamente y sean observantísimos de las Reglas».Es el testamento que deja a sus congregados. «Ha muerto un santo», es el comentario unánime de todo el pueblo. El eco de estas expresiones continúa todavía. Para los secondiglianeses y para todos sus devotos, Cayetano Errico, llamado y conocido como «O Superiore» El Superior, continúa siendo un «santo», esto es un ejemplo, un punto de referencia, un intercesor, una señal que indica a todos el camino de Dios, que los Sagrados Corazones, por amor, han vivido y trazado.

En 1866 el Cardenal Riario Sforza introdujo el proceso diocesano ordinario. En diciembre de 1884 el Papa León XIII lo declaró Venerable, y el 4 de octubre de 1974 el Papa Pablo VI emitió el decreto de la heroicidad de sus virtudes.El 24 de abril de 2001 Juan Pablo II firmó el Decreto de aprobación del milagro obtenido por el señor Salvatore Cacciappoli por intercesión de Cayetano Errico.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Reflexión de hoy

Lecturas


Hermanos:
Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.
Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.

En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles:
Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

Palabra del Señor.

San Rodrigo Aguilar Alemán

«Este sacerdote, talentoso escritor y poeta, enamorado de Cristo y devoto de María, engrosa el importante número de mártires de la Cristiada que sacudió México entre los años 1926 y 1929»

Este valeroso mártir de la fe nació en la localidad mejicana de Sayula, Jalisco, el 13 de marzo de 1875. Era el mayor de una numerosa prole compuesta por doce hermanos. En 1888 ingresó en el seminario auxiliar de Zapotlán el Grande, (actual Ciudad Guzmán). Estudioso y ejemplar en su forma de vida, mostraba también sus dotes como literato y, de hecho, cultivó la prosa y la poesía con acierto. Sus reflexiones tenían un sesgo apostólico y la prensa de Ciudad Guzmán no tenía reparos en insertar en sus páginas artículos que versaban sobre el Santísimo Sacramento, la Virgen María, y otros temas eclesiales y pastorales que reportaban gran bien a los lectores. Fue consagrado diácono en enero de 1903 en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, de Guadalajara. Y a la Virgen se encomendaría siempre.

Ordenado sacerdote ese mismo enero de 1903 por el arzobispo de la capital, Mons. José de Jesús Ortiz, depositó en el regazo de la Virgen de Guadalupe su consagración. Emprendió una labor pastoral por diversos lugares, entre los que se hallaban Atotonilco, Lagos de Moreno, La Yesca y Nayarit, donde evangelizó y bautizó a indios huicholes, algunos de avanzadísima edad (superaban el centenar de años) que escuchaban por vez primera el nombre de Jesús. Sucesivamente fue párroco y capellán de distintas parroquias y haciendas; vicario cooperador en Sayula y en Zapotiltic, hasta que en julio de 1923, a la muerte del párroco, fue designado para sucederle. En todas los lugares por los que pasó iba dejando su impronta apostólica de paciencia y caridad en las gentes, lo que ponía de relieve la autenticidad de su vocación sacerdotal. Incrementaba el apostolado de la oración, fomentaba círculos de estudio y fortalecía los existentes, además de poner en marcha asociaciones dirigidas a los laicos.

En una ocasión peregrinó a Tierra Santa plasmando la honda impresión espiritual que le causó en la obra Mi viaje a Jerusalén. Sintió entonces un profundo anhelo de morir mártir. El 20 de marzo de 1925 fue nombrado párroco de Unión de Tula, y ese mismo afán de derramar su sangre por Cristo estuvo presente en sus oraciones. Es como si tuviese el secreto presentimiento de que se cumpliría esa súplica. Quizá por eso, rogó a sus más cercanos que lo encomendaran ante Dios en sus peticiones uniendo a las suyas ese ardiente deseo martirial que compartió con ellos. Pronto serían escuchadas.

En efecto, el estío de 1926 trajo las primeras turbulencias con la suspensión del culto decretado por las autoridades civiles. Y el 12 de enerode 1927 sufrió persecución simplemente por su condición sacerdotal. Busco refugio en un rancho, pero fue delatado por el propietario. Se fugó nuevamente y llegó a Ejutla el 26 de enero.Durante unos meses pudo permanecer a resguardo, acogido por las adoratrices de Jesús Sacramentado en el colegio de San Ignacio; incluso llegó a administrar los sacramentos y oficiar la misa. Previendo cómo iba a ser el fin de sus días, había dicho: «Los soldados nos podrán quitarla vida, pero la fe nunca».

El 27 de octubre de ese año 1927 un ejército compuesto por 600 federales al mando del general Izaguirre y otros agradistas capitaneados por Donato Aréchiga invadieron Ejutla y asaltaron el convento. Ni Rodrigo ni otros sacerdotes y seminaristas pudieron escapar. Cuando uno de los estudiantes, que después logró huir, intentó ayudarle, le dijo: «Se me llegó mi hora, usted váyase».Aún a costa de su vida, poco antes de ser apresado logró destruir expedientes de seminaristas. Fue por eso que quedó a merced de los soldados que le detuvieron, aunque no hubiera podido llegar lejos porque tenía lastimados los pies. Dispuesto a todo, cuando le pidieron que se identificase, respondió: «¡Soy sacerdote!». Tal como supuso, esta respuesta desencadenó una turba de injurias y chanzas soeces que le acompañaron al lugar de su martirio. La venganza de un cabecilla al que vetó un matrimonio ilegítimo estaba en marcha.

Poco después se despedía de otros seminaristas y religiosas con un emocionante y esperanzador: «Nos veremos en el cielo». Lo decía porque todos ellos habían sido apresados como él, aunque iban a ser conducidos a lugares distintos para ser ajusticiados. El P. Aguilar afrontaba su destino serenamente, rogando: «Señor, danos la gracia de padecer en tu nombre, de sellar nuestra fe con nuestra sangre y coronar nuestro sacerdocio con el martirio ¡Fiat voluntas tua!». El 28 de octubre, de madrugada, fue conducido a la plaza de Ejutla. Lo dispusieron para morir ahorcado mientras bendecía y perdonaba a sus verdugos, incluso a uno de ellos le obsequió con su rosario. Este es el talante de los mártires, sin excepción. Bondadosos, generosísimos, inundados de fe y de caridad, llenos de esperanza, sin emitir juicio alguno contra nadie, dispuestos a unirse a la Pasión redentora de Cristo en rescate de quienes se han dejado atrapar en las viscosas redes del odio. De otro modo, hubieran renegado de su creencia.

Con la soga en el cuello, instrumento de su martirio que antes había bendecido, Rodrigo respondió a la pregunta «¿Quién vive?»... que le formularon en tres ocasiones mientras iban tensando la gruesa cuerda: «Cristo Rey y Santa María de Guadalupe». Este fue su último testimonio de fe. Pronunció por tercera vez estas palabras cuando apenas tenía aliento, entregando su alma a Dios. Luego lo abandonaron dejando que su cuerpo pendiese del corpulento árbol de mango durante horas. Fue beatificado por Juan Pablo II el 22 de noviembre de 1992, quien lo canonizó el 21 de mayo del año 2000.

martes, 27 de octubre de 2015

Reflexión de hoy

Lecturas


Hermanos:
Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.
Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto.
Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.
Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que ve?
Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia.

En aquel tiempo, decía Jesús:
- ¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé?
Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas. »
Y añadió:
-¿ A qué compararé el reino de Dios?
Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.»

Palabra del Señor.

Beato Bartolomé de Vicenza

«Dominico, recibió el hábito de manos de su fundador. Gran pacificador y creador de la Milicia de Jesucristo. Mando erigir la iglesia de la Santa Corona en Vicenza, donde se venera la espina de la corona de Cristo»

Nació hacia el año 1200 en la ciudad italiana de Vicenza. Integrante de la familia de los condes de Bragança, fue formado en consonancia con su alcurnia. Estudió en Padua y tuvo la fortuna de conocer en plena juventud a santo Domingo de Guzmán, quien acababa de fundar en Vicenza. Tenía alrededor de 20 años cuando él le impuso personalmente el hábito dominico. Después de haber sido ordenado sacerdote, a Bartolomé le encomendaron sucesivas e importantes misiones. Una de sus cualidades destacadas era la predicación. Hábil y certero en sus argumentos, salía victorioso en su lucha contra los herejes. Por eso, aunque inicialmente había impartido Sagradas Escrituras, conociendo su inteligencia y virtud fue enviado a diversos lugares.

Celoso defensor de la paz y artífice de reconciliación, que ya había instaurado en zonas habitadas por la discordia como las regiones italianas de Lombardía y Emilia, aún dio un paso más. Y en 1233, mientras predicaba junto al P. Juan de Vicenza en Bolonia, fundó la Milicia de Jesucristo (conocida también como «fratres gaudentes») con el objetivo de restaurar la paz y defender la fe y libertad eclesiales. Inspirada en ella, hacia mediados de siglo un grupo de laicos perteneciente a la aristocracia, que procedían de las ciudades de Parma, Bolonia, Reggio Emilia y Modena, ante la urgente necesidad detectada de contrarrestar el empuje de movimientos como la Congregación de los Devotos (flagelantes), revitalizaron la Milicia retomándola con el nombre de Orden de los Caballeros de Santa María Gloriosa. Fue confirmada por Urbano IV en 1261 a través de una bula, y suprimida por Sixto V en 1559. En ella se integraron los miembros de la Milicia. Es decir que Bartolomé fue artífice indirecto de esta Orden. Él fue quien redactó los estatutos de esta fundación que fue aprobada por Gregorio IX en 1234 y se escindió en torno a 1260. El beatofue maestro regente de teología y consejero de este pontífice.

En 1235, dos años despuésde haber fundado la Milicia, el capítulo general de la Orden efectuado en Bolonia lo designó Maestro del Sacro Palacio como sucesor de Domingo de Guzmán. Fue prior en distintos conventos que dirigió con sabiduría y prudencia.Al igual que había hecho Gregorio IX, el papa Inocencio IV también contó con él, eligiéndole para acompañarle como teólogo al Concilio de Lyon en 1245.En 1248, siendo en esos momentos confesor del rey san Luís IX de Francia, este Santo Padre lo nombró obispo Nicosia, Chipre, juzgando esencial su presencia de hombre virtuoso allí, dado el conflicto existente en los Santos Lugares. Precisamente en esa época, el monarca francés encabezaba una expedición para combatir a los opositores de la fe en defensa de Tierra Santa, y Bartolomé le visitó en Palestina. Regresó con la invitación del rey para volver a verse en Francia.

En 1254 el pontífice Alejandro IV lo designó prelado de Vicenza. Pero a causa de la persecución antirreligiosa impulsada por el violento Ezzelino III da Romano, que lideraba el movimiento gibelino pro imperial del norte de Italia, contrario al papa, no pudo asumir la misión plenamente ya que por defender a los aterrados ciudadanos frente a este sanguinario dictador, tuvo que dejar la ciudad. A finales de ese año viajó a Inglaterra como legado pontificio. Reinaba entonces Enrique III que tenía la sede en Aquitania, y Bartolomé le acompañó a él y a la reina, en su viaje a París; entonces visitaron al rey Luís. En el transcurso de este encuentro, el santo monarca obsequió al beato con una preciadísima reliquia: una espina de la corona del Salvador. En 1256 Alejandro IV volvió a encomendarle la sede de Vicenza. Pero Ezzelino continuaba su particular cruzada en contra de la Iglesia, y aunque Bartolomé se incorporó a la diócesis, el jefe de los gibelinos le obligó a abandonarla. A finales de 1259 murió Ezzelino, y unos meses más tarde, entrado ya el año 1260, pudo regresar a su sede.

Con redoblados bríos ejerció su misión pastoral. Restituyó la paz en la región del Véneto, levantó las iglesias que habían sido destruidas y confirmó a todos en la fe. En ese tiempo mandó erigir la conocida iglesia de la Santa Corona, donde se venera la espina de la corona de Cristo que le regaló el monarca francés. En medio de tanto quehacer, Bartolomé escribió varios textos entre los cuales se conservan Expositio Cantici Canticorum y De venatione divini amoris, que tiene como trasfondo el pensamiento del Pseudo-Dionisio. Tuvo la gracia de participar en la segunda traslación de los restos de santo Domingo, que se produjo en 1267, dedicándole un panegírico. Y unos cuatro años más tarde de la misma, a finales de 1270 o a mediados de 1271, falleció en Vicenza con fama de santidad. Pío VI confirmó su culto el 11 de septiembre de 1793.

lunes, 26 de octubre de 2015

Reflexión de hoy

Lecturas


Hermanos, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.
Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).
Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga.
Había una mujer que desde hacia dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar.
Al verla, Jesús la llamó y le dijo:
-«Mujer, quedas libre de tu enfermedad.»
Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha.
Y glorificaba a Dios.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente:
-«Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.»
Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo:
-«Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado?
Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado?»
A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía.

Palabra del Señor.

Santa Paulina Jaricot

En cada parroquia del mundo, el tercer domingo de octubre se celebra el Día de las Misiones, una fecha para ofrecer oraciones, sacrificios y limosnas por las misiones y los misioneros de todo el mundo. Hoy vamos a hablar de la joven a la cual se le ocurrió esa idea.

La idea feliz nació de una simple charla con la sirvienta de la casa. Un día llegó Paulina Jaricot de su trabajo, cansada y con deseos de escuchar alguna narración que le distrajera amenamente. Y se fue a la cocina a pedirle a la sirvienta que le contara algo ameno y agradable. La buena mujer le respondió: "si me ayuda a terminar este trabajito que estoy haciendo, le contaré luego algo que le agradará mucho". La muchacha le ayudó de buena gana, y terminando el oficio la cocinera se quitó el delantal y abriendo una revista de misiones se puso a leerle las aventuras de varios misioneros que en lejanas tierras, en medio de terribles penurias económicas, y con grandes peligros y dificultades, escribían narrando sus hazañas, y pidiendo a los católicos que les ayudaran con sus oraciones, limosnas y sacrificios, para poder continuar con éxito su difícil labor misionera.

En ese momento pasó por la mente de Paulina una idea luminosa: ¿por qué no reunir personas piadosas y obtener que cada cual obsequie dinero y ofrezca algunas oraciones y algún pequeño sacrifico por las misiones y los misioneros, y enviar después todo esto a los que trabajan evangelizando en tierras lejanas? Y se propuso empezar a llevar a cabo esa mima semana tan bella idea.

Paulina había nacido en la ciudad de Lyon (Francia) y desde muy niña había demostrado un gran espíritu religioso. Su hermano mayor sentía inmensos deseos de ser misionero y (quizás por falta de suficiente información) le pintaban las misiones como algo terrorífico donde los misioneros tenían que viajar por los ríos sobre el cuello de terribles cocodrilos y por las selvas en los hombros de feroces tigres. Esto la emocionaba a ella pero le quitaba todo deseo de irse de misionera. Sin embargo sentía una gran inclinación a ayudar a los misioneros de alguna manera, y pedía a Dios que la iluminara. Y el Señor la iluminó por medio de una simple lectura hecha por una sirvienta.

De pequeñita aprendió que un gran sacrificio que sirve mucho para salvar almas es el vencer las propias inclinaciones a la ira, a la gula y al orgullo y la pereza, y se propuso ofrecer cada día a Nuestro Señor alguno de esos pequeños sacrificios.

Cuando en 1814 el Papa Pío VII quedó libre de la prisión en la que lo tenía Napoleón, el pueblo entero salió en todas partes a aclamarlo triunfalmente en su viaje hacia Roma. Paulina tuvo el gusto de que el Santo Padre al pasar por frente a su casa la bendijera y le pusiera las manos sobre su pequeña cabecita. Recuerdo bellísimo que nunca olvidó.

De joven se hizo amiga de una muchacha sumamente vanidosa y ésta la convenció de que debía dedicarse a la coquetería. Por varios meses estuvo en fiestas y bailes y llena de adornos, de coloretes y de joyas (pero nada de esto la satisfacía). Su mamá rezaba por su hija para que no se fuera a echar a perder ante tanta mundanidad. Y Dios la escuchó.

Un día en una fiesta social resbaló con sus altas zapatillas por una escalera y sufrió un golpe durísimo. Quedó muda y con grave peligro de enloquecerse. Entonces la mamá le hizo este ofrecimiento a Dios: "Señor: yo ya he vivido bastante. En cambio esta muchachita está empezando a vivir. Si te parece bien, llévame a mí a la eternidad, pero a ella devuélvele la salud y consérvale la vida".

Y Dios le aceptó esta petición. La mamá se enfermó y murió, pero Paulina recuperó el habla, y la salud física y mental y se sintió llena de vida y de entusiasmo.

Poco después, un día entró a un templo y oyó predicar a un santo sacerdote acerca de lo pasajeros que son los goces de este mundo y de lo engañosas que son las vanidades de la vida. Después del sermón fue a confesarse con el predicador y éste le aconsejó: "Deje las vanidades y lo que la lleva al orgullo y dedíquese a ganarse el cielo con humildad y muchas buenas obras". Desde aquel día ya nunca más Paulina vuelve a emplear lujosos adornos de vanidad, ni a gastar dinero en lo que solamente lleva a aparecer y deslumbrar. Sus vestidos son sumamente modestos, hasta el extremo que las antiguas amigas le critican por ello. Ahora en vez de ir a bailes se va a visitar enfermos pobres en los hospitales.

Y es entonces cuando nace la nueva obra llamada Propagación de la fe. Son grupitos de 10 personas, las cuales se comprometen a dar cada una alguna limosna para los misioneros, y ofrecer oraciones y pequeños sacrificios por ellos. Paulina va organizando numerosos grupos (llamados coros) entre sus amistades y las gentes de su alrededor y pronto empiezan ya a recoger buenas ayudas para enviar a lejanas tierras.

Su hermano, que se acaba de ordenar de sacerdote, propone la idea de Paulina a otros sacerdotes en París y a muchos les agrada y empiezan a fundar coros de Propagación de la Fe. La idea se extendió rapidísimo por toda la nación y las ayudas a los misioneros se aumentaron inmensamente. Casi nadie sabía quién había sido la fundadora de este movimiento, pero lo importante era ayudar a extender nuestra santa religión.

Para poder conseguir más oraciones con menos dificultad, Paulina formó grupitos de 15 personas, de las cuales cada una se comprometía a rezar un misterio del rosario al día por los misioneros. Así entre todos rezaban cada día un rosario completo por las misiones. Fue una idea muy provechosa.

Paulina se fue a Roma a contarle al Santo Padre Gregorio XVI su idea de la Propagación de la Fe. El Sumo Pontífice aprobó plenamente tan hermosa idea y se propuso recomendarla a toda la Iglesia Universal.

Al volver a Francia fue a confesarse con el más famoso confesor de ese tiempo, el Santo Cura de Ars. El santo le dijo proféticamente: "Sus ideas misioneras son muy buenas, pero Dios le va a pedir fuertes sacrificios, para que logren tener más éxito". Esto se le cumplió a la letra, porque en adelante los sufrimientos e incomprensiones que tuvo que sufrir nuestra santa fueron enormes.

Al principio recogía ella misma las limosnas para las misiones, pero varios avivados le robaron descaradamente. Entonces se dio cuenta de que debía dejar esto a sacerdotes y laicos especializados que no se dejaran estafar tan fácilmente.

Después recibió ayudas para fundar obras sociales en favor de los obreros pobres, pero varios negociantes sin escrúpulos la engañaron y se quedaron con ese dinero. Paulina se dio cuenta de que Dios la llamaba a dedicarse a lo espiritual, y que debía dejar la administración de lo material a manos de expertos que supieran mucho de eso.

En 1862, después de haber perdonado generosamente a todos los que la habían estafado y hecho sufrir, y contenta porque su obra de la Propagación de la Fe estaba ya muy extendida murió santamente y satisfecha de haber podido contribuir eficazmente a favor de las misiones católicas.

Veinte años después, en 1882, el Papa León XIII extendió la Obra de la Propagación de la Fe a todo el mundo, y ahora cada año, el mes de octubre (y especialmente en el tercer domingo de este mes) los católicos fervorosos ofrecen oraciones, sacrificios y limosnas por las misiones y los misioneros del mundo entero.

domingo, 25 de octubre de 2015

Domingo 25/11/2015 30º de T.Ordinario

Reflexión de hoy

Lecturas


Así dice el Señor:
«Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid:
El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel.
Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra.
Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna.
Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán.
Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.»

Hermanos:
Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.
Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades.
A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo.
Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco
Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.»

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: - «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: - «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: - «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: - «Ánimo, levántate, que te llama.»
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: - «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: - «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: - «Anda, tu fe te ha curado.»
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor.

Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.

Homilía

“El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Salmo 125, 3).

Esta es la exclamación del pueblo que retorna a Jerusalén después de un largo destierro en Babilonia.

El profeta Jeremías considera este acontecimiento, en el que participa la gente más marginada de la sociedad (ciegos, cojos, lisiados…) como un anuncio gozoso de salvación para el pueblo “recogido de los confines de la tierra” y de reconocimiento al “Reino de Israel” (Jeremías 31, 7) que ha mantenido la fe en medio de múltiples dificultades.

Han pasado los años duros y ahora se abre un horizonte de esperanza con el cultivo de los campos, la instauración de las fiestas y el seguimiento multitudinario a Yahvé a través del culto en el templo.

El evangelio evoca este acontecimiento salvador y se centra en Jesús de Nazaret, el emisario de Dios, a quien sigue una gran multitud orgullosa de su doctrina y de sus milagros.

El escenario de la acción de Jesús no es Jerusalén, sino Jericó, la ciudad del desierto, en la que confluyen las caravanas venidas de Egipto y de Arabia como lugar de descanso y de aprovisionamiento para hombres y animales.

Al igual que ocurre hoy, los pobres acuden donde hay dinero en busca de auxilio.

Aquí, Bartimeo, el hijo de Timeo, sentado al borde del camino, pide limosna mientras aguarda el paso de Jesús.

La escena, plagada de simbolismos, nos transmite un mensaje esclarecedor sobre las necesidades humanas, la vocación y el compromiso.

Analicémoslas por partes:

El término “ciego” no se refiere únicamente a una carencia física, sino a la ceguera moral.

Hay quienes huyen de la luz, porque no quieren que sean vistas sus malas obras; algunos no se acercan a ella, porque prefieren alumbrarse con las tenues farolas del egoísmo; otros están metidos de lleno en la luz, pero no la saben apreciar y, finalmente, aquellos que están sumidos en la oscuridad y la anhelan fervientemente terminan viendo.

Es el caso de Bartimeo que, al ser iluminado por la fe, reconoce a Jesús como Mesías, “Hijo de David” (Marcos 10, 47) y recupera la vista.

Ciegos somos todos cuando desviamos la mirada para no ver lo que no nos interesa o puede involucrarnos en compromisos que modifiquen las comodidades de nuestra vida.

Somos ciegos al no valorar a tantas y tantas personas de bien que con la luz de su testimonio diario cuestionan nuestro “pasotismo”.

Rechazamos, a menudo, lo que necesitamos, y lo que necesitamos no lo pedimos insistentemente como Bartimeo, que clama a gritos la compasión de Jesús y provoca la respuesta de Dios.

Abundan en el evangelio los pasajes que nos aleccionan sobre el valor de la oración y de no desmayar en nuestros ruegos a Dios, que siempre son escuchados.

Necesitamos la Luz, somos mendigos de la Luz en busca de la limosna que nos permita ver las personas y la historia humana con los “ojos” de Dios.

Dicen que San Francisco dictó su “Cántico al sol” cuando quedó ciego.

San Juan de la Cruz escribió el “Cántico espiritual” sobre las maravillas de la naturaleza desde la oscuridad de su celda.

Beethoven compuso la “Novena Sinfonía” siendo sordo.

Es admirable cómo el hombre puede alcanzar cotas tan altas cuando se deja guiar por Dios

El término “sentado al borde del camino” (Marcos 10, 47) o, si queremos, de la encrucijada, lo podemos aplicar a la vocación de cada uno(a).

El Señor pasa y nos invita, como al ciego, a levantarnos y a dejar los lamentos y las quejas de lado para emprender una dinámica nueva que nos hace diferentes y únicos.

No somos tullidos, sino sencillamente ciegos.

No necesitamos que Jesús nos coja de la mano para levantarnos.

Depende de nosotros dar el salto y responder a su llamada.

Seguir sus huellas nos libera de todo el “lastre” que arrastramos y de los apegos a cosas materiales que nos impiden ser felices.

En el camino por el que transita Jesús, encontramos a mucha gente que le sigue con distintas intenciones.

Unos, cristianos rancios de toda la vida y con “derechos adquiridos”, intentan callar la voz de los principiantes, porque molestan y entorpecen la marcha.

Son los que dan lecciones de cómo comportarse, pero no respetan a los hambrientos de amor y comprensión, que piden auxilio gritando su desgracia.

Les gusta que entren en la Iglesia los privilegiados, no los marginados. De esta manera, espantan a los que se acercan en lugar de abrir el corazón y ayudar.

Otros, sin embargo, sienten la llamada de Dios y la hacen extensiva a cuantos emprenden el camino mediante palabras, gestos y hechos que infunden aliento.

Es grato, cuando uno se halla en depresión, abatido y hundido, tener al lado a alguien que te grita: “¡Animo!, levántate que el Señor te llama” (Marcos 10, 49).

“Dejar el manto” (Marcos 10,50) es para el ciego romper las barreras, las cadenas de su esclavitud, con el fin de acceder a la libertad del que se siente amado y reconocido.

Encuentra en Jesús la razón de ser de su vida y nadie podrá apartarle de su destino, del milagro que se ha operado en él; ni siquiera los protocolos de los justos o los convencionalismos hipócritas, fruto de una espiritualidad acartonada y vacía.

¿Seremos capaces, al igual que Bartimeo, de dar un paso adelante y sin complejos?

¿Soportaremos las risas, los comentarios despectivos y las burlas de los que viven al margen de Dios?

¿Sabremos escuchar a Jesús, que nos dice: “¿Qué quieres que haga por ti? (Marcos 10, 51)

Son preguntas para estimular nuestra fe y meditar acerca de dónde nos encontramos en el proceso de nuestra vocación cristiana, si en el de los sentados al borde del camino, de los que obstaculizan el caminar de los demás o de los que dan un salto en el vacío para seguirle.

Quizás no tengamos una respuesta y debamos que exclamar desde nuestra ceguera: “Maestro, que vea otra vez” (Marcos 10, 51).

San Bernardo Calvó

Ya entrada la segunda mitad del siglo Xll, después de la reconquista de Tortosa de manos de los árabes, uno de los caballeros repobladores del campo de Tarragona, de aquellos que contribuyeron en la obra de la Reconquista, recibe una masía (manso) no lejos de Reus, conocida aún hoy con el nombre de Calvó, que perpetúa el de la familia de un santo. En esa masía, e hijo del caballero Calvó y de su mujer Beatriz, nacía en 1180 un tercer hijo varón, Bernardo. Eso ocurre bajo el reinado de Alfonso II el Casto, hijo de los que han vinculado Aragón y Cataluña, Ramón Berenguer IV el Santo y Petronila, Tiene tres hermanos y una hermana, y la situación familiar de abolengo de caballeros ha permitido a Bernardo estudiar Leyes, posiblemente en la Universidad de Bolonia, muy frecuentada por estudiantes catalanes. Su compatricio y contemporáneo Raimundo de Peñafort verificará allá sus estudios de Derecho. Con ello reconocemos en él, hecho ya un mozo, ese doble carácter, el de caballero, que heredó de su padre, y el de jurista. No es extraño, pues, que lo encontremos ejerciendo funciones jurídicas y administrativas en la curia del arzobispo de Tarragona, junto a su baile y acompañado también de su escudero. Eso refleja el alerta constante con que vive un hombre de las condiciones de Bernardo, y más aún en ese territorio tarraconense, cercano al peligro amenazador de los árabes. La victoria de las Navas de Tolosa (1212) viene a atenuar la tensión de ese alerta, cerrando el paso a los almohades y cambiando la faz de la dominación árabe en España. Bregado en el quehacer jurídico se ve en Bernardo a un hombre que entra a menudo en litigio con otras personas y que deja entrever la conciencia poco lúcida en su ajetreo administrativo. En él se descubre al hombre de pocos escrúpulos. Sin embargo, un acontecimiento va a señalarle a ese mozo, que ha cumplido ya los treinta y dos años, una nueva senda en su vida. Pedro II de Aragón acababa de morir en la batalla de Muret (12 de septiembre de 1213), cuando Bernardo caía, a fines del mismo año, gravemente enfermo. El frente a frente con la muerte, que atestigua una disposición testamentaria de Bernardo, cambió el rumbo de su vida. Ha descubierto los planes del Señor y' ha visto en el claustro cisterciense de Santes Creus (Tarragona) el nuevo hogar para su alma. Allí entró el 30 de marzo de 1214, festiividad de Pascua de Resurrección. Su madre, Beatriz, presencia esa transformación de su Bernardo, pero su padre ha muerto ya. En ese momento de su retiro al claustro Francisco de Asís pasa por las veredas del campo de Vich y del Vallés como peregrino, camino de Santiago de Compostela. La capilla de Sant-Francese Salmuniá (popularizada con la expresión s'hi moría, es decir, "allá moría") recuerda aún hoy, en el llano de Vich, uno de los éxtasis que experimentó el poverello de Asís.

Pasa Bernardo un año de noviciado bajo la regla de los cistercienses y en ella bebe aún el frescor del nuevo espíritu reformador que ha dejado la obra de San Bernardo de Claraval entre esos benedictinos blancos. Con un nuevo testamento fechado el 21 de junio de 1215 atestigua el desprendimiento definitivo de sus bienes y propiedades, entregado de lleno al espíritu de pobreza de la regla cisterciense. Con ese despojo de sí y de los suyos va a ir al encuentro y en pos de Jesús, el Maestro. En la soledad y en el silencio transcurre la vida monástica de Bernardo en Santes Creus. La lectura del abad de Claraval, San Bernardo, puede forjar su alma cisterciense. La teología dc la caridad, que San Bernardo crea, se centra en la explicación del capítulo séptimo de la regla de San Benito. Para San Bernardo la ley del Señor es la caridad, aquella caridad que "mantiene el lazo de unión substancial en la Trinidad de las Personas divinas", y en él puede leer el monje Calvó, ahora que cala hondo por doquier el espíritu de reforma del Cister, estas consideraciones sobre el amor: "Cuando Dios ama no quiere más que una cosa, ser amado, y sólo ama para ser amado, sabiendo que el amor hará dichosos a cuantos le amen" (In Cant. I, 11). Unos doce años de vida austera en el claustro vienen a imponer la figura del monje Bernardo, por su rectitud y ejemplaridad, como futuro abad del monasterio de Santes Creus.

Cuando, pues, allá por 1225, la muerte del abad Ramón deja huérfana la comunidad de Santes Creus, Bernardo es elegido para dirigir e impulsar con el espíritu del abad de Claraval aquella comunidad monástica cisterciense. Ese espíritu se revela en su obra de cofundador y director espiritual de las monjas cistercienses de Valldonzella, en Barcelona. Su labor profunda y paternal contribuye a que aquella comunidad de religiosas conozca un florecimiento de vida y de vocaciones. Esa fecha de 1225, que marca un punto de avance para la expansión en Cataluña de las tres Ordenes mendicantes, dominicos, franciscanos y mercedarios, es la de la fundación de las bernardas cistercienses de Vallvidrera, que dará origen al monasterio de Valldonzella. Llevaba Bernardo apenas tres años de abad en Santes Creus cuando en 1228 tuvo una entrevista larga y tendida con los señores Montcada, que partían para la conquista de Mallorca y serán dos figuras célebres en aquella empresa contra los árabes y muy estimados de Jaime I el Conquistador. Fue un adiós al benamat ("muy amado") abad, con el que se entretuvieron varias horas en coloquio íntimo para dejar en paz su conciencia antes de emprender la campaña. De ese encuentro con Bernardo salieron los Montcada con "el rostro pálido y el corazón conmovido", después de haber recibido de él un abrazo 'efusivo". Uno de los Montcada, Guillermo, iba a dirigir el primer navío de las fuerzas de Jaime I que zarpó de Salou para Mallorca. Desembarcados ya en la isla llevan los Montcada el combate contra la sierra del puerto de Portopí, y allá encuentran la muerte. Cuando a Jaime I le llega la noticia de que los Montcada han muerto "derrama abundantes lágrimas", según atestigua su misma Crónica, ante el cadáver de los dos héroes. El abad Bernardo recibirá los restos de los Montcada para darles sepultura en la tumba que tenían ya preparada bajo la bóveda acogedora del monasterio de Santes Creus.

La sobriedad, disciplina y el silencio cisterciense no reinan en todos los monasterios. El espíritu de reforma de San Bernardo sigue vitalizando la observancia en el claustro, y el abad Calvó, que lo convive, viene encargado de aportar e infundir ese espíritu en la comunidad de la abadía cisterciense de Ager (Lérida). La observancia estricta de la regla y de la clausura para guardar la castidad y el silencio en el alma, morada de la gracia, viene propugnado por Bernardo, y por eso afirma que, "siendo como es el silencio la salvaguardia de la vida de un religioso, lo exhortamos y lo mandamos en el Señor". En noviembre de 1230 el abad Bernardo viene a formar parte del grupo de varones "buenos" que deben escoger con el arzobispo de Tarragona al obispo de la sede de Mallorca, recién conquistada. Rasgos de caridad paternal se van recogiendo al observar el cuidado que reserva a las viudas y a los hijos de aquellos caballeros que van cayendo en las campañas de la Reconquista. Además, su caridad se refleja en el gobierno del convento que él rige, por el cuidado esmerado que prodiga a los enfermos. Mientras el abad de Santes Creus despliega esa caridad pastoral queda vacante la sede episcopal de Vich. El Cabildo de aquella sede ha visto en el abad Bernardo "al varón prudente y discreto, tanto en los asuntos espirituales como en los temporales, a quien la madurez de edad, la honestidad de su conducta, una formación teológica competente y su exquisito trato le hacen idóneo con creces para asumir tan santa dignidad", a saber, la de obispo y pastor de la grey vicense. El abad se resiste a aceptar la nueva carga, ya que el retiro del claustro enmarca su afán de mantener viva la conversación con Dios. Sin embargo, al reconocer que era voluntad del Señor deja el claustro por el báculo de obispo y pastor. Antes de tomar ese báculo podía recordar el abad las advertencias y recomendaciones que San Bernardo dirigía a su discípulo, el papa Eugenio III, en un tratado que le había dedicado: "Vas a presidir para velar, para atender, para cuidar, para servir... Además no dejes de considerar que tú debes ser la figura de la rectitud, el que afirma la verdad, el defensor de la fe, el guía de los cristianos, el pastor de la grey, el maestro de los ignorantes, el refugio de los oprimidos, el vicario de Cristo" (De considerat., 1.4 c.7).

El espíritu benedictino comunitario que Bernardo vivía en Santes Creus dejó huella profunda en su vida. Aquel ambiente cisterciense le acompaña en su palacio episcopal de Vich. Junto al obispo Bernardo vive una pequeña comunidad de unos cuatro monjes cistercienses de Santes Creus, que permanece a su lado hasta su muerte. Aquellos monjes le acompañan en sus tareas pastorales por la diócesis y en las funciones litúrgicas, siendo testimonio del espíritu monacal y apostólico de Bernardo. En ello reflejaba el cumplimiento de aquella recomendación de San Bernardo cuando decía al obispo de Roma: "No te entregues siempre a la actividad, sino que debes reservarte tiempo para la consideración de aquello que toca a tu interés espiritual" (De considerat., 1.1 c.7). Por eso, llevado por un elevado sentido de la vida sobrenatural, jerarquiza sus funciones episcopales: primero y sobre todo la misión espiritual y pastoral, y luego la función de administrador temporal en lo que concierne al uso de sus prerrogativas feudales. Tanto en lo espiritual como en lo temporal aquellos monjes son los testigos de sus virtudes y de su caridad.

La presencia del nuevo obispo, Bernardo, aporta en la diócesis un mensaje de paz efectivo, ya que la aversión que reinaba entre algunas familias señoriales y la ciudad va extinguiéndose gracias a su tacto personal, unido al atractivo de su persona. En él aparece el hombre adoctrinado por la "ciencia" del bien común. En aquella doble fisonomía religioso-política que tiene el obispo en esa plena Edad Media aparece como el que vela por el bien de cuantos forman su grey. Su primer cuidado está dirigido al culto divino y a la administración de los sacramentos; para ello vela por la buena formación del sacerdote y por la dignidad de los templos. Al sacerdote le exige la sencillez en el vestir y la ejemplaridad en su conducta, y para mantener firme ese su carácter obra paternalmente, pero de un modo enérgico cuando se trata de salvaguardar la dignidad del sacerdocio. Facilita un complemento de la formación sacerdotal a quien lo merece, abriendo camino para que algunos la completen en universidades del extranjero, sobre todo en la de Bolonia. Los numerosos templos consagrados durante su episcopado atestiguan el fruto de su labor pastoral. Al lado de eso participa Bernardo, al igual que Raimundo de Peñafort, del entusiasmo que ha levantado Jaime I en pro de la conquista de Valencia y acude a las Cortes de Monzón (1236), en que se determina aquella empresa. Fiel al compromiso allí contraído y a la bula del papa Gregorio IX (2 de febrero de 1237), que estimulaba a prestar auxilio al rey "que había ya tomado la cruz contra los infieles de Valencia", estimula la cruzada en la diócesis y son numerosos los caballeros que toman parte en ella. El mismo obispo Bernardo parte para Valencia el 31 de mayo de 1238; actúa allá en su doble misión de consejero y pastor, y junto al rey, y con otros signatarios, firma el 3 de octubre de 1238 en el acta de capitulación de Valencia. Con ello ha convivido dos acontecimientos históricos del reinado de Jaime I: la toma de Mallorca y la de Valencia.

Como ayer en Santes Creus, una nota singular señala el pontificado de Bernardo en la sede de Vich: el ejercicio de su caridad. Lo profesa su testamento, que viene a ser un legado de espíritu de desprendimiento. En su quehacer cotidiano tuvo en cuenta aquella recomendación de San Bernardo: "Considera ante todo que tú eres quien debes cuidar de los pobres, tú eres la esperanza de los que sufren la miseria y el tutor de los huérfanos" (De considerat., 1.3 c.3). El obispo Bernardo Calvó "entregó felizmente su alma al Señor" el día 26 de octubre de 1243 y canceló su vida con un testamento propio del pastor y del padre de los suyos. Bernardo de Claraval (1090-1153), que le precedió casi un siglo, creó la fisonomía que tomaría la vida religiosa en muchos monasterios de Europa y la vida de piedad popular en la segunda mitad de la Edad Media. Bernardo Calvó vino a ser uno de sus hijos que difundirá aquella fisonomía de la vida monástica en Cataluña y aquella forma de piedad popular en su diócesis de Vich, sellándolo todo con el título de apóstol de la caridad.

Esos trazos que hemos entresacado de los documentos y crónicas van tejiendo la semblanza de un "hombre justo", bueno y prudente, que en la rectitud de su vida y en su obra de pastor refleja aquel "hombre santo" aclamado por el juicio popular de los fieles. No habían transcurrido los seis meses de su muerte cuando ya estaba creada una comisión de canónigos destinada a recopilar y examinar los hechos prodigiosos que había obrado el santo obispo. No han pasado veinticinco años de la muerte del obispo Bernardo cuando uno de sus sucesores, al dirigirse a los fieles para restaurar la catedral, pone la obra bajo su advocación, recordando que en ella "está sepultado el cuerpo del Beato Bernardo, por mediación del cual el Señor obra muchos milagros", y unos quince años más tarde el Cabildo catedral recuerda a Bernardo y lo designa como "varón santo y beato de santa memoria", que fue "columna firme que cumplió las obras que le eran propias del amor y de la caridad"; por ello rec]ama que se levante un altar en "honor y reverencia de dicho santo" y que se celebre su fiesta todos los años el día 26 de octubre. )

No ha pasado el siglo de la muerte de San Bernardo cuando el abad de Santes Creus escribe al obispo de Vich que "el Beato Bernardo, oriundo de la masía Calvó, de la diócesis de Tarragona, es tenido en gran devoción y reverencia por la gente debido a los muchos milagros que el Señor Jesucristo obra allí gracias a sus méritos", y para que él mismo pueda comprobar la verdad de algunos de esos hechos milagrosos extrae el abad "un cuaderno papiráceo antiguo" de un libro de sermones sobre la Virgen y se lo envía. Finalmente, un breve apostólico de Clemente XI (26 de septiembre de 1710) coloca la festividad de San Bernardo Calvó entre las fiestas propias del Cister.