lunes, 31 de octubre de 2011
Lecturas
Hermanos:
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
Vosotros, en otro tiempo, erais rebeldes a Dios; pero ahora, al rebelarse ellos, habéis obtenido misericordia.
Así también ellos, que ahora son rebeldes, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia.
Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos.
¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva?
Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos.
Amén.
En aquel tiempo, dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado:
-«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.
Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Palabra del Señor.
San Wolfgango
El del extraño nombre, del que ya se reían sus compañeros en la escuela, y que resulta aún más llamativo cuando se sabe lo que significa: el que anda como un lobo. El se lo latinizó en Lupámbulo, y recordemos a modo de anécdota que fue uno de los nombres que se impusieron a Goethe.
Era de noble familia suaba, en la Alemania del sur, se educó en la abadía de Reichenau, junto al lago de Constanza, y en el 956, ya famoso por su saber, fue nombrado director de las escuelas de la catedral de Tréveris. En este oscuro período de la cultura de Occidente es una de las luminarias de Europa.
Wolfgango dejó atrás la luz de la fama para encerrarse en un monasterio benedictino, el de Einsiedeln, pero unos años después se le encomiendan tareas misionales, primero en la Panonia, entre los feroces húngaros paganos, y luego, como obispo de Ratisbona, tiene que ponerse al frente de una inmensa diócesis gran parte de cuyos habitantes están aún por cristianizar.
Así, el recuerdo que nos deja no es ni de sabio ni de monje, sino de misionero, de organizador - lo cual incluía también la construcción de fortalezas militares -, de obispo que ha de mandar, predicar ante multitudes, reprimir abusos y proveer a mil necesidades de orden práctico.
Su actividad se funda en un criterio de puro sentido común: para evangelizar a las gentes hay que asegurarse primero que están evangelizados los monjes, y en consecuencia la reforma monástica y la rigurosa sujeción a la regla de san Benito es su punto de partida. Cristianizar a los cristianizadores puede ser aún el primer paso para cualquier empeño de que el mundo se parezca un poco más a Jesucristo.
Era de noble familia suaba, en la Alemania del sur, se educó en la abadía de Reichenau, junto al lago de Constanza, y en el 956, ya famoso por su saber, fue nombrado director de las escuelas de la catedral de Tréveris. En este oscuro período de la cultura de Occidente es una de las luminarias de Europa.
Wolfgango dejó atrás la luz de la fama para encerrarse en un monasterio benedictino, el de Einsiedeln, pero unos años después se le encomiendan tareas misionales, primero en la Panonia, entre los feroces húngaros paganos, y luego, como obispo de Ratisbona, tiene que ponerse al frente de una inmensa diócesis gran parte de cuyos habitantes están aún por cristianizar.
Así, el recuerdo que nos deja no es ni de sabio ni de monje, sino de misionero, de organizador - lo cual incluía también la construcción de fortalezas militares -, de obispo que ha de mandar, predicar ante multitudes, reprimir abusos y proveer a mil necesidades de orden práctico.
Su actividad se funda en un criterio de puro sentido común: para evangelizar a las gentes hay que asegurarse primero que están evangelizados los monjes, y en consecuencia la reforma monástica y la rigurosa sujeción a la regla de san Benito es su punto de partida. Cristianizar a los cristianizadores puede ser aún el primer paso para cualquier empeño de que el mundo se parezca un poco más a Jesucristo.
domingo, 30 de octubre de 2011
Lecturas
Yo soy el Gran Rey, y mi nombre es respetado en las naciones -dice el Señor de los ejércitos-.
Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes.
Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición.
Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví -dice el Señor de los ejércitos-.
Pues yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley.
¿No tenemos todos un solo padre? ¿No nos creó el mismo Señor?
¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo, profanando la alianza de nuestros padres?»
Hermanos:
Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos.
Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habláis ganado nuestro amor.
Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios.
Ésa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: -«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.
Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Palabra del Señor.
Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
Homilía
El fariseísmo.
Tanto el profeta Malaquías como el evangelista San Mateo, insisten en las falsas actitudes de algunos de los principales dirigentes religiosos del pueblo, por no hacer lo que predican.
Esta actitud ha venido a llamarse “fariseísmo”, porque las diatribas de Jesús van directamente contra los fariseos, el grupo religioso de más prestigio y mejor observante de la Ley, que además se había convertido en árbitro de la moral de los fieles judíos. Era tal la profusión de normas existentes por entonces que era prácticamente imposible cumplirlas. Muchas de ellas se relacionaban con cuestiones secundarias e intranscendentes para la fe, como: lavarse las manos antes de comer, caminar determinada distancia... Normas que terminaron convirtiéndose en controles para diferenciar los buenos de los malos. Jesús condenó este “juego de apariencias”, que no va acompañado de la autocrítica y de la conversión del corazón: “Todo lo que hacen es para que los vea la gente” (Mateo 23, 5).
Ya los primeros cristianos padecieron en sus carnes la intransigencia de este puritanismo severo, y San Pablo, que desde su más tierna infancia y juventud perteneció a la secta de los fariseos y fue perseguidor de los cristianos, se separó de esta corriente religiosa, a partir de su conversión, para adherirse a Cristo y ser fuente de misericordia, de perdón y de apertura al paganismo.
La crítica de Jesús: “Haced y cumplid lo que os digan, pero no imitéis su conducta” (Mateo 23, 3), la podemos aplicar a cada uno de nosotros y a la sociedad en la que vivimos, donde el fariseísmo campa a sus anchas en el amplio abanico del marketing, las apariencias engañosas y el cultivo de la imagen.
“Así como te ven, te juzgan”. Este slogan lo he oído a menudo desde mi infancia.
Vestir bien, hablar con moderación, mantener la seguridad en sí mismo, presentarse como persona responsable y juiciosa... se ha convertido en una necesidad para encontrar un trabajo digno. Poco importa la calidad de la persona. Todo vale con tal de hacer atractivo lo que vendemos, sea nuestra propia imagen, sea el producto mercantil.
Se “adora” así a los triunfadores en el deporte, en la canción, en la moda...mientras se silencia a la gente cumplidora, leal y humilde.
Pero lo fundamental del hombre, como en el iceberg, está oculto a los ojos y no tiene memoria histórica. Y es aquí donde se abriga la vida cristiana con el ejercicio de “ la misericordia, la justicia y la buena fe”.
El fariseísmo en la Iglesia.
Esta concepción mercantil y artificial de la vida, que empapa todo el tejido social, está también presente en la Iglesia desde el momento en que se buscan privilegios y prebendas. En este sentido, el afán de ascender de categoría en el escalafón religioso y de ser distinguidos con títulos de Monseñor, Su reverencia, Eminencia, Padre...para ser reconocidos por los demás, es siempre condenable. Hay quien ostenta títulos, no para destacar, sino para servir más y mejor al Pueblo de Dios. De todo abunda en la “viña del Señor”.
Pero, si realmente queremos formar parte del Reino de Dios, hemos de dar paso a la sencillez y sentir que no somos tan importantes, que otros muchos nos dan lecciones de fe cristiana y de cómo actuar con buena voluntad, sin buscar honores.
San Francisco de Asís asombró por su comportamiento humilde y pobre.
San Francisco de Borja, Duque de Gandía y Grande de España, fue escogido por el Emperador Carlos V para acompañar a la catedral de Granada el féretro, con los restos mortales de su esposa, Isabel de Portugal, considerada por entonces la mujer más bella del mundo. Debía dar fe, antes de sepultar el cuerpo, que el cadáver, ya en descomposición, era el de la Reina. Quedó tan profundamente impresionado que decidió, desde ese momento, renunciar a todos sus títulos de nobleza para consagrarse al servicio de los pobres en la Compañía de Jesús.
Charles de Foucauld, se retiró al sur de Argelia, después de su conversión, para compartir su vida con los tuaregs en el desierto del Sahara. Decía que “la obediencia es la medida del amor.”
Chiara Lucce, una joven fokolar, beatificada hace poco tiempo, encontró junto al lecho de dolor y luchando contra la enfermedad el sentido último de su vida junto a Jesús Crucificado.
“ No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros sea vuestro servidor” (Mateo 23, 12).
¡Cuántos fieles han abandonado la comunidad cristiana, porque no han encontrado en ella la acogida fraterna y compasiva que estaban buscando!
¡ Y cuántos sacerdotes, religiosos y religiosas se han quedado solos y apesadumbrados en su ministerio por la inconstancia y el desinterés de los laicos “comprometidos!
Hoy, más que nunca, necesitamos testigos fidedignos, no palabreros.
¡Ojalá que ahora, conscientes de lo dañina que resulta la contaminación ambiental, desintoxiquemos nuestra atmósfera personal de malos “rollos”.
Examinémonos cada uno y veamos hasta dónde llega nuestra actitud farisaica y las consecuencias a que nos lleva el afán de poder en la Iglesia. Nos urge una revisión permanente de nuestra forma de entender y vivir la fe, para desenmascarar la falsa religiosidad que amenaza a todos los creyentes.
Hay dos hechos de los que nos debemos sentir orgullosos: el primero es del nombre que recibimos el día de nuestro bautismo, que imprimió carácter a nuestra identidad cristiana. Y el segundo, de los apellidos que llevamos, frutos del amor, entrega y generosidad de nuestros padres.
Sobran todos los demás títulos, porque son como máscaras añadidas a una falsa personalidad.
San Alonso Rodríguez
San Alonso nació en Segovia (España) en 1533. Al quedarse viudo, el santo solicitó a los padres jesuitas que lo aceptaran en su comunidad, pero no fue admitido debido a que ya bordeaba los 40 años de edad, y tampono tenía estudios en las ciencias y las humanidades. Sin embargo, el superior cambió de parecer, y lo aceptó como hermano lego, y sería ésta la profesión que lo llevaría a la santidad.
Los superiores lo enviaron a la isla de Mallorca como portero del colegio de los jesuitas de Montesión, y de todos los amigos que San Alonso tuvo mientras fue portero, el más santo e importante de todos fue San Pedro Claver. Este gran apóstol vivió tres años con San Alonso en aquella casa, y una noche, por revelación divina, San Alonso supo que su amigo estaría destinado a la evangelización en Sudamérica. Al poco tiempo, San Pedro Claver viajó a Colombia, donde bautizó a más de 300,000 esclavos negros en Cartagena, además de protegerlos y velar por ellos.
El santo portero también sufrió terribles ataques en su cuerpo; de vez en cuando, por ejemplo, sufría de sequedades tan espantosas en la oración; pero San Alonso poseyó el don de la curación.
El 29 de octubre de 1617 sintiéndose sumamente lleno de dolores y de angustias, al recibir la Sagrada Comunión, inmediatamente se llenó de paz y de alegría, y quedó como en éxtasis. Dos días estuvo casi sin sentido y el 31 de octubre despertó, besó con toda emoción su crucifijo y diciendo en alta voz: "Jesús, Jesús, Jesús", expiró.
Los superiores lo enviaron a la isla de Mallorca como portero del colegio de los jesuitas de Montesión, y de todos los amigos que San Alonso tuvo mientras fue portero, el más santo e importante de todos fue San Pedro Claver. Este gran apóstol vivió tres años con San Alonso en aquella casa, y una noche, por revelación divina, San Alonso supo que su amigo estaría destinado a la evangelización en Sudamérica. Al poco tiempo, San Pedro Claver viajó a Colombia, donde bautizó a más de 300,000 esclavos negros en Cartagena, además de protegerlos y velar por ellos.
El santo portero también sufrió terribles ataques en su cuerpo; de vez en cuando, por ejemplo, sufría de sequedades tan espantosas en la oración; pero San Alonso poseyó el don de la curación.
El 29 de octubre de 1617 sintiéndose sumamente lleno de dolores y de angustias, al recibir la Sagrada Comunión, inmediatamente se llenó de paz y de alegría, y quedó como en éxtasis. Dos días estuvo casi sin sentido y el 31 de octubre despertó, besó con toda emoción su crucifijo y diciendo en alta voz: "Jesús, Jesús, Jesús", expiró.
sábado, 29 de octubre de 2011
Lecturas
Hermanos:
¿Habrá Dios desechado a su pueblo? De ningún modo. También yo soy israelita, descendiente de Abrahán, de la tribu de Benjamín. Dios no ha desechado al pueblo que él eligió.
Pregunto ahora: ¿Han caído para no levantarse? Por supuesto que no. Por haber caído ellos, la salvación ha pasado a los gentiles, para dar envidia a Israel.
Por otra parte, si su caída es riqueza para el mundo, es decir, si su devaluación es la riqueza de los gentiles, ¿qué será cuando alcancen su pleno valor?
Hay aquí una profunda verdad, hermanos, y, para evitar pretensiones entre vosotros, no quiero que la ignoréis: el endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que entren todos los pueblos; entonces todo Israel se salvará, según el texto de la Escritura: «Llegará de Sión el Libertador, para alejar los crímenes de Jacob; así será la alianza que haré con ellos cuando perdone sus pecados.»
Considerando el Evangelio, son enemigos, y ha sido para vuestro bien; pero considerando la elección, Dios los ama en atención a los patriarcas, pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
-«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste.”
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba.”
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Palabra del Señor.
San Narciso
En el día de hoy es posible elegir entre dos obispos homónimos de la misma época, pero de características muy dispares. Uno fue obispo de Jerusalén y en el año 195 contribuyó a decidir que la Pascua se celebrase siempre en domingo. Al parecer murió a los ciento dieciséis años.
El otro san Narciso, más popular, tiene una historia más enredada; quizá fue de origen centroeuropeo y es probable que durante la persecución de Diocleciano tuviese que huir y se refugiara en la ciudad de Augusta o Augsburgo.
Allí se alojó en casa de «una mujer principal, pero deshonesta», una cortesana famosa cuyo nombre era Afra (incluida también en el santoral). Esta además era idólatra, pero la oración de Narciso la convirtió junto con su madre y tres criadas suyas.
Más tarde, en unión de su diácono Félix, llega a Gerona, que convierte en su centro apostólico, y unos años después, quizá en el recinto extramuros del cementerio de los fieles (se supone que donde hoy se levanta la colegiata de San Félix, que debe su nombre a un santo anterior), cuando iba a celebrar misa fue asesinado con el citado diácono. Murió a consecuencia de tres heridas en el hombro, en la garganta y en el tobillo.
En Gerona (de donde es patrón, además de serlo de Augsburgo) es el santo de las moscas, ya que se dice que en 1285 de su sepulcro salieron enjambres de tábanos que con sus picaduras mortales hicieron huir al ejército francés invasor.
El otro san Narciso, más popular, tiene una historia más enredada; quizá fue de origen centroeuropeo y es probable que durante la persecución de Diocleciano tuviese que huir y se refugiara en la ciudad de Augusta o Augsburgo.
Allí se alojó en casa de «una mujer principal, pero deshonesta», una cortesana famosa cuyo nombre era Afra (incluida también en el santoral). Esta además era idólatra, pero la oración de Narciso la convirtió junto con su madre y tres criadas suyas.
Más tarde, en unión de su diácono Félix, llega a Gerona, que convierte en su centro apostólico, y unos años después, quizá en el recinto extramuros del cementerio de los fieles (se supone que donde hoy se levanta la colegiata de San Félix, que debe su nombre a un santo anterior), cuando iba a celebrar misa fue asesinado con el citado diácono. Murió a consecuencia de tres heridas en el hombro, en la garganta y en el tobillo.
En Gerona (de donde es patrón, además de serlo de Augsburgo) es el santo de las moscas, ya que se dice que en 1285 de su sepulcro salieron enjambres de tábanos que con sus picaduras mortales hicieron huir al ejército francés invasor.
viernes, 28 de octubre de 2011
Lecturas
Hermanos:
Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.
Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.
En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles:
Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé,
Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.
Palabra del Señor.
San Simón y San Judas Tadeo, Apóstoles.
En la fisonomía del apóstol, el rasgo característico es el—celo, un fuego devorador, un ansia ardiente por dar a conocer a todo el mundo la hermosura de la verdad. Los celos son el egoísmo, que quisiera ocultar la belleza amada a los ojos de todo el mundo: el celo es la caridad, la generosidad, que sufren por los corazones que no aman lo que ellas han amado y conocido. Tal fue la gran pasión de estos discípulos del Señor. A Simón el Cananeo—algunos dicen que fue el esposo de las bodas de Caná—le llamaban sus convecinos Zelotes. Pertenecía a aquel partido que entre los judíos llevaba este nombre, al partido de los entusiastas de la tradición, de la ley y los profetas rígidamente interpretados, de la verdad íntegra. Desde que conoció a Cristo, de puritano se hizo puro; ebrio con el vino, tantos siglos escondido, que repartía el Esposo, siguióle sin desfallecimiento por todos los caminos de Palestina, guardando en su alma las palabras de salud.
Judas lleva también la lealtad en el corazón. Lleva el mismo nombre que el discípulo traidor; pero él es el Valiente: Tadeo; es de los que con su decisión consuelan el espíritu de Jesús en aquel amargo día en que tuvo que decirles a los Doce: «¿Por ventura, vosotros queréis también iros?» No, él no se va; caminó al lado del Maestro, lo mismo en las horas del triunfo que en las del dolor; algo orgulloso siempre de que de su mismo pueblo, en su misma familia, haya salido el Deseado de las naciones. Porque él, Judas, es hermano de Santiago, hijo de Cleofás, y Cleofás era hermano de San José. Por eso las gentes le llaman «hermano es decir, pariente de Jesús. Sigue, pues, al Mesías con una alegría secreta, con un gozoso silencio. Escucha dócil y observa atento, pero habla poco. No es como Simón Pedro, el impulsivo, locuaz y confiado. Cuando Jesús habla sentado en la colina, él se coloca a una distancia respetuosa; cuando se sienta en la nave, él busca la punta del banco, y para no perder el gesto del Maestro, alarga la cabeza por delante de Pedro, Juan Andrés y Santiago; pero un día Jesús se abandona tanto a sus amigos, que Judas ya no puede contener su secreto.
Acababa de celebrarse la última cena. Jesús, con voz temblorosa y triste mirar, ha hablado del mundo aferrado a la incredulidad, ese mundo que no podrá verle a Él ni participar de su vida. Judas le oye conmovido, y piensa: Son tan bellas estas cosas, hay en ellas una virtud tan divina, que si el mundo las conociese, hallaría la felicidad que busca en vano; y movido por este pensamiento, se atreve a preguntar con deliciosa sencillez: «¿Por qué, Señor, te has de manifestar con esa claridad a nosotros, y al mundo no?» Y esta palabra era la revelación de un alma enamorada de Cristo, y con ese amor latía en ella el anhelo de la salvación de las almas, el ansia de llevar la buena nueva hasta los confines de la tierra.
Conquistadores ambiciosos de pueblos, Simón y Judas recogieron con alborozo las palabras de Cristo resucitado: «Id y predicad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.» La Galilea y la Judea eran pequeñas para su actividad; penetraron en Egipto, y allí se encontraron con el desierto; volvieron al Asia, caminaron hacia el Eufrates y el Tigris, y atravesando fronteras que no osaron cruzar las armas de Roma, llegaron al reino de Persia, dejando en todas partes la semilla divina que ellas habían recogido junto al lago de Genesareth. Y se cumplieron las palabras: «Por mi nombre os llevarán delante de los Tribunales, os pagarán el amor con el odio; y aquellos a quienes partáis el pan de la vida os darán la muerte.» Simón y Judas sellaron con su sangre la verdad que predicaban.
Su programa apostólico se resume en estas palabras: «Reprended a unos después de convencerlos, salvad a otros arrancándolos del fuego, tened piedad de todos en el temor, aborreciendo siempre la túnica de la carne, que está manchada.» Así hablaba San Judas, dirigiéndose «a los que son amados de Dios Padre, y conservados y llamados en Jesucristo». La epístola que de él conservamos es un nuevo testimonio de su celo. La indignación le arrebataba al ver la astucia de los primeros herejes que quieren adulterar el Evangelio; tiembla por los escogidos, y escribe, para prevenirlos, «a todos aquellos que se edifican a sí mismos en la fe, y, rezando en el Espíritu Santo, permanecen en el amor de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna».
La herejía había nacido ya; es contemporánea del Evangelio. Apenas ha sido sembrado el campo del Padre de familia se ve crecer la cizaña al lado del grano bueno. Cristo acaba de subir al Cielo, aún no han empezado a dispersarse los Apóstoles, y ya Simón de Samaría recogía las palabras de Jesús para formar sus teorías de la triple manifestación de Dios. Al Mago siguen Ebión y Cerinto. Son los gnósticos, los hombres de la ciencia, herederos de las ideas de Platón que intentan armonizar con la revelación evangélica; enemigos más o menos embozados de la moral natural y despreciadores de la ley escrita, contraria, según ellos dicen, a la única fuerza salvadora, que es la gracia.
Judas se deja arrastrar por una santa ira al hablar «de estos hombres impíos que cambian la gracia de nuestro Dios en lujuria y niegan a Jesucristo, único Señor y Dominador.» Las palabras brotan con violencia de su pluma. No escribe en su lengua, pero no puede olvidar su mentalidad semita; el griego es para él una lengua extranjera, y, no obstante, en medio del desorden, de la torpeza y dificultad de la frase, hay en su lenguaje una grandeza sublime, fruto de la energía de su pensamiento y de la audacia de sus expresiones. Se nos figura estar contemplando unos ojos inflamados y un gesto de profeta cuando leemos la pintura de aquellos hombres «que manchan la carne, desprecian la dominación, blasfeman la majestad, rechazan cuanto ignoran, y se corrompen en toda aquello que conocen naturalmente, como animales mudos; nubes sin agua que el viento lleva; árboles que sólo florecen en otoño, estériles, dos veces muertos, sin raíces; olas furiosas e inciertas del mar que arrojan la espuma de sus infamias; astros errantes a los cuales está reservada una tempestad de tinieblas por toda la eternidad».
Tempestad de tinieblas para los que despreciaron la luz, para Simón el Mago y todos sus discípulos hasta el fin de los siglos para los hombres «psíquicos», animales, en contraposición a los «neumáticos», los que tienen el Espíritu y pueden juntar su voz a la de Judas Tadeo en su bella doxología final «proclamando la gloria, la magnificencia, el imperio y el poder antes de los siglos, y ahora, y por todos los siglos de los siglos, de Aquel que puede conservarnos sin pecado y establecernos en la presencia de la gloria inmaculados y llenos de alegría en el advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo».
Judas lleva también la lealtad en el corazón. Lleva el mismo nombre que el discípulo traidor; pero él es el Valiente: Tadeo; es de los que con su decisión consuelan el espíritu de Jesús en aquel amargo día en que tuvo que decirles a los Doce: «¿Por ventura, vosotros queréis también iros?» No, él no se va; caminó al lado del Maestro, lo mismo en las horas del triunfo que en las del dolor; algo orgulloso siempre de que de su mismo pueblo, en su misma familia, haya salido el Deseado de las naciones. Porque él, Judas, es hermano de Santiago, hijo de Cleofás, y Cleofás era hermano de San José. Por eso las gentes le llaman «hermano es decir, pariente de Jesús. Sigue, pues, al Mesías con una alegría secreta, con un gozoso silencio. Escucha dócil y observa atento, pero habla poco. No es como Simón Pedro, el impulsivo, locuaz y confiado. Cuando Jesús habla sentado en la colina, él se coloca a una distancia respetuosa; cuando se sienta en la nave, él busca la punta del banco, y para no perder el gesto del Maestro, alarga la cabeza por delante de Pedro, Juan Andrés y Santiago; pero un día Jesús se abandona tanto a sus amigos, que Judas ya no puede contener su secreto.
Acababa de celebrarse la última cena. Jesús, con voz temblorosa y triste mirar, ha hablado del mundo aferrado a la incredulidad, ese mundo que no podrá verle a Él ni participar de su vida. Judas le oye conmovido, y piensa: Son tan bellas estas cosas, hay en ellas una virtud tan divina, que si el mundo las conociese, hallaría la felicidad que busca en vano; y movido por este pensamiento, se atreve a preguntar con deliciosa sencillez: «¿Por qué, Señor, te has de manifestar con esa claridad a nosotros, y al mundo no?» Y esta palabra era la revelación de un alma enamorada de Cristo, y con ese amor latía en ella el anhelo de la salvación de las almas, el ansia de llevar la buena nueva hasta los confines de la tierra.
Conquistadores ambiciosos de pueblos, Simón y Judas recogieron con alborozo las palabras de Cristo resucitado: «Id y predicad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.» La Galilea y la Judea eran pequeñas para su actividad; penetraron en Egipto, y allí se encontraron con el desierto; volvieron al Asia, caminaron hacia el Eufrates y el Tigris, y atravesando fronteras que no osaron cruzar las armas de Roma, llegaron al reino de Persia, dejando en todas partes la semilla divina que ellas habían recogido junto al lago de Genesareth. Y se cumplieron las palabras: «Por mi nombre os llevarán delante de los Tribunales, os pagarán el amor con el odio; y aquellos a quienes partáis el pan de la vida os darán la muerte.» Simón y Judas sellaron con su sangre la verdad que predicaban.
Su programa apostólico se resume en estas palabras: «Reprended a unos después de convencerlos, salvad a otros arrancándolos del fuego, tened piedad de todos en el temor, aborreciendo siempre la túnica de la carne, que está manchada.» Así hablaba San Judas, dirigiéndose «a los que son amados de Dios Padre, y conservados y llamados en Jesucristo». La epístola que de él conservamos es un nuevo testimonio de su celo. La indignación le arrebataba al ver la astucia de los primeros herejes que quieren adulterar el Evangelio; tiembla por los escogidos, y escribe, para prevenirlos, «a todos aquellos que se edifican a sí mismos en la fe, y, rezando en el Espíritu Santo, permanecen en el amor de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna».
La herejía había nacido ya; es contemporánea del Evangelio. Apenas ha sido sembrado el campo del Padre de familia se ve crecer la cizaña al lado del grano bueno. Cristo acaba de subir al Cielo, aún no han empezado a dispersarse los Apóstoles, y ya Simón de Samaría recogía las palabras de Jesús para formar sus teorías de la triple manifestación de Dios. Al Mago siguen Ebión y Cerinto. Son los gnósticos, los hombres de la ciencia, herederos de las ideas de Platón que intentan armonizar con la revelación evangélica; enemigos más o menos embozados de la moral natural y despreciadores de la ley escrita, contraria, según ellos dicen, a la única fuerza salvadora, que es la gracia.
Judas se deja arrastrar por una santa ira al hablar «de estos hombres impíos que cambian la gracia de nuestro Dios en lujuria y niegan a Jesucristo, único Señor y Dominador.» Las palabras brotan con violencia de su pluma. No escribe en su lengua, pero no puede olvidar su mentalidad semita; el griego es para él una lengua extranjera, y, no obstante, en medio del desorden, de la torpeza y dificultad de la frase, hay en su lenguaje una grandeza sublime, fruto de la energía de su pensamiento y de la audacia de sus expresiones. Se nos figura estar contemplando unos ojos inflamados y un gesto de profeta cuando leemos la pintura de aquellos hombres «que manchan la carne, desprecian la dominación, blasfeman la majestad, rechazan cuanto ignoran, y se corrompen en toda aquello que conocen naturalmente, como animales mudos; nubes sin agua que el viento lleva; árboles que sólo florecen en otoño, estériles, dos veces muertos, sin raíces; olas furiosas e inciertas del mar que arrojan la espuma de sus infamias; astros errantes a los cuales está reservada una tempestad de tinieblas por toda la eternidad».
Tempestad de tinieblas para los que despreciaron la luz, para Simón el Mago y todos sus discípulos hasta el fin de los siglos para los hombres «psíquicos», animales, en contraposición a los «neumáticos», los que tienen el Espíritu y pueden juntar su voz a la de Judas Tadeo en su bella doxología final «proclamando la gloria, la magnificencia, el imperio y el poder antes de los siglos, y ahora, y por todos los siglos de los siglos, de Aquel que puede conservarnos sin pecado y establecernos en la presencia de la gloria inmaculados y llenos de alegría en el advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo».
jueves, 27 de octubre de 2011
Lecturas
Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza.»
Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: -«Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte. »
Él contestó:
-«ld a decirle a ese zorro: “Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término.”
Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!
¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido.
Vuestra casa se os quedará vacía.
Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: “Bendito el que viene en nombre del Señor.”»
Palabra del Señor.
San Frumencio
Frumencio es el nombre del primer obispo misionero de Etiopía, y su historia tiene mucho de increíble. En tiempos del emperador Constantino, un anciano preceptor, llamado «filósofo» por el historiador Rufino, regresaba a Tiro de un viaje a la India, siguiendo las costas de Africa. Lo acompañaban dos jóvenes discípulos, Edesio y Frumencio. Durante una escala de la nave en el puerto de Adulis una banda de etíopes asaltó la embarcación y mató a todos los pasajeros menos a Edesio y Frumencio. Se cuenta que en el momento de la matanza los dos muchachos se encontraban debajo de un árbol, dedicados a la lectura de un libro. Llevados como esclavos a la corte de Axum, se hicieron querer del rey, que los tuvo a su servicio: a Frumencio como secretario y a Edesio como copero.
A la muerte del rey, mientras el heredero llegaba a su mayor edad, ejerció el poder la reina, que le había confiado a Frumencio la educación de su joven hijo. Fue durante este período cuando los dos, que habían establecido contactos con los comerciantes greco-romanos, obtuvieron de la reina el permiso para construir una iglesia cerca del puerto. Este fue el primer germen de cristianismo, que se desarrolló rápidamente. Edesio y Frumencio pidieron y obtuvieron el permiso para regresar a la patria. Edesio fue a Tiro, en donde encontró a Rufino, el futuro historiador, a quien le narró su historia. En cambio, Frumencio se fue para Alejandría de Egipto a encontrar al grande obispo Atanasio y proponerle que enviara a Etiopía a un obispo y a un grupo de misioneros. Atanasio escuchó con vivo interés la narración y luego resolvió consagrar obispo al mismo Frumencio y volverlo a mandar a Etiopía con algunos misioneros.
Frumencio fue recibido cordialmente por el amigo rey Ezana, que fue de los primeros en adherir al Evangelio y con él casi todos sus súbditos. Frumencio, llamado por los etíopes «abba Salama», portador de luz, es considerado uno de los más grandes misioneros cristianos y uno de los más afortunados sembradores de la buena noticia, si consideramos la extraordinaria mies que produjo a través de los siglos esa primera siembra, favorecida por el amor al estudio.
A la muerte del rey, mientras el heredero llegaba a su mayor edad, ejerció el poder la reina, que le había confiado a Frumencio la educación de su joven hijo. Fue durante este período cuando los dos, que habían establecido contactos con los comerciantes greco-romanos, obtuvieron de la reina el permiso para construir una iglesia cerca del puerto. Este fue el primer germen de cristianismo, que se desarrolló rápidamente. Edesio y Frumencio pidieron y obtuvieron el permiso para regresar a la patria. Edesio fue a Tiro, en donde encontró a Rufino, el futuro historiador, a quien le narró su historia. En cambio, Frumencio se fue para Alejandría de Egipto a encontrar al grande obispo Atanasio y proponerle que enviara a Etiopía a un obispo y a un grupo de misioneros. Atanasio escuchó con vivo interés la narración y luego resolvió consagrar obispo al mismo Frumencio y volverlo a mandar a Etiopía con algunos misioneros.
Frumencio fue recibido cordialmente por el amigo rey Ezana, que fue de los primeros en adherir al Evangelio y con él casi todos sus súbditos. Frumencio, llamado por los etíopes «abba Salama», portador de luz, es considerado uno de los más grandes misioneros cristianos y uno de los más afortunados sembradores de la buena noticia, si consideramos la extraordinaria mies que produjo a través de los siglos esa primera siembra, favorecida por el amor al estudio.
miércoles, 26 de octubre de 2011
Lecturas
Hermanos:
El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
Sabemos también que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio.
A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó:
-«Señor, ¿serán pocos los que se salven?»
Jesús les dijo:
-«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.
Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.”
Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas. “
Pero él os replicará:
“No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.”
Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.»
Palabra del Señor.
San Evaristo, Papa
San Evaristo: Grecia; 97-105. Griego. Elegido en el 105. Dado que los cristianos aumentaban dividió la ciudad en parroquias. Instituyó las primeras siete diaconías que confió a los sacerdotes más ancianos y que dio origen al actual Colegio Cardenalicio.
Fue San Evaristo griego de nacimiento, pero originario de Judea, como hijo de un judío llamado Judas, natural de Belén, que fijó su residencia en la Grecia, y educó a su hijo en la doctrina y pricipios de su religión. Nació por los años 60, con tan bellas disposiciones para la virtud y para las letras, que su padre dedicó el mayor cuidado a cultivarlas, dando al niño maestros hábiles que le instruyesen tanto en éstas como en aquella. Era Evaristo de excelente ingenio, de costumbres inocentes y puras; por lo que hizo grandes progresos en breve tiempo. No se sabe cuándo ni dónde tuvo la dicha de convertirse a la fe de Jesucristo, como ni tampoco con qué ocasión vino a Roma; sólo se sabe que era del clero de aquella Iglesia, madre y maestra de todas las demás, centro de la fe y de la religión.
Evaristo, con su celo y santidad, generalmente reconocida y celebrada en toda Roma, sostenía la virtud de todos los fieles; pues siendo todavía un mero presbítero, encendía el fervor y la devoción en los corazones de todos con sus instrucciones, con su caridad y con sus ejemplos. Era tan universal la estimación y veneración con que todos le miraban, que habiendo sido coronado con el martirio el Santo Pontífice Anacleto, sucesor de San Clemente, sólo vacó la silla apostólica el tiempo preciso para que se juntase el clero romano, que sin deliberar un sólo momento, a una voz colocó en ella a San Evaristo.
No hubo en toda la Iglesia quien desaprobase esta elección, sino el mismo Santo. Por su profunda humildad, por el bajo concepto que tenía formado de sí mismo, por la gran estimación que hacía de la ciencia, de la virtud y del mérito de todos los demás que componían el clero, dudó mucho que aquella elección fuese dirigida por el Espíritu Santo: resistióla, representó su indignidad; pero su misma resistencia acreditó más visiblemente lo mucho que la merecía.
A pesar de su humildad, le fue forzoso rendirse y ceder a la voluntad de Dios, manifestada por la voz del pueblo y por los unánimes votos de toda la clerecía. Fue consagrado el día 27 de julio del año 99 del Señor.
Luego que el nuevo Papa se vió colocado en la silla de San Pedro, aplicó todo su desvelo a remediar las necesidades de la Santa Iglesia en quel calamitoso tiempo, perseguida en todas partes por los gentiles, y cruelmente despedazada por los herejes. Los Simoniacos, o los Simonianos, los discípulos de Menandro, los Nicolaítas, los Gnósticos, los Cainianos, los discípulos de Saturnino y de Basílides, los de Carpócrates, los Valentinianos, los Helceseitas y algunos otros herejes, animados por el espíritu de las tinieblas, hacían todos sus esfuerzos y se valían de todos sus artificios para derramar en todas partes el veneno de sus errores, singularmente entre los fieles de Roma; persuadidos a que una vez inficionada la cabeza del mundo cristiano, luego se dilataría a todo el cuerpo la ponzoña del error, haciendo el mayor estrago. Pero como Jesucristo tiene empeñada su palabra de que las puertas del infierno jamás prevalecerían contra su Iglesia, para detener esta inundación de iniquidad, y para disipar esta multitud de enemigos, había dispuesto su amorosa providencia que ocupase San Evaristo la cátedra de la verdad.
Con efecto, el Santo Pontífice aplicó con tanto desvelo a cuidar del campo que el Señor le había confiado, que el hombre nunca pudo lograr sembrar en él la zizaña. Todos los fieles de Roma conservaron siempre la pureza de la fe; y aunque la mayor parte de los heresiarcas concurrió a aquella capital para pervertirla, el celo, las instrucciones y la solicitud pastoral del Santo Papa fueron preservativos tan eficaces, que el veneno del error jamás pudo ganar el corazón de un solo fiel.
Pero esta pastoral solicitud del vigilante Pontífice no se limitó precisamente a preservar a los fieles de doctrinas inficionadas; adelantóse también a perfeccionar la disciplina eclesiástica por medio de prudentísimas reglas y decretos, que fueron de grande utilidad a toda la Iglesia. Distribuyó los títulos de Roma entre ciertos presbíteros particulares para que cuidasen de ellos. No eran entonces estos títulos Iglesias públicas, sino como unos oratorios privados dentro de casas particulares donde se congregaban los cristianos para oír la Palabra de Dios, para asistir a la celebración de los divinos misterios, y para ser participantes de ellos.
Llamábanse títulos, porque sobre sus puertas se grababan unas cruces para distinguirlos de los lugares profanos; así como los sitios públicos se distinguían por las estatuas de los Emperadores, a las cuales se les daba el mismo nombre de títulos.
Los presbíteros nombrados para la dirección de aquellos oratorios eran propiamente los párrocos de Roma, que en tiempo de Optato eran en número de cuarenta. Ordenó también, que cuando predicase el obispo le asistiesen siete diáconos para honrar más la Palabra de Dios, y por respeto a la dignidad episcopal en el principal ministro de ella. Asimismo mandó, que conforme a la tradición apostólica se celebrasen públicamente los matrimonios, y que los desposados recibiesen en público la bendición de la Iglesia.
Atribúyense a San Evaristo dos epístolas, una a los fieles de África, y otra a los de Egipto. Esta es sobre la reforma de las costumbres; y en aquella se condena que un obispo pase de un obispado a otro puramente por ambición o por interés, declarándose que no son lícitas semejantes traslaciones sin una evidente necesidad, y sin que se haga canónicamente la misma traslación. Ocupado total y únicamente San Evaristo en dar todo el lleno a las obligaciones de buen pastor, no descargaba enteramente el cuidado de repartir el pan de la Divina Palabra en los santos presbíteros que había nombrado para cada parroquia; él mismo le distribuía cotidianamente a su pueblo, y aún muchas veces al día.
Extendíase su infatigable celo a los niños y hasta los esclavos, debiéndose a esta menuda solicitud, a ésta caridad universal, eficaz y laboriosa la conservación de todo su rebaño en la pureza de la fe, a pesar de los artificios y de los lazos que armaban tantos heresiarcas.
Aunque el emperador Trajano fue en realidad uno de los mejores príncipes que conoció el gentilismo, tanto por su dulzura como por su moderación, no por eso fueron mejor tratados en su tiempo los que profesaban la religión cristiana. Antes bien no cedió ni en tormentos ni crueldades a las demás persecuciones la que padeció la Iglesia en tiempo de este emperador. Hacía gloria Trajano, de ser más religioso que los otros príncipes, y de mantener las leyes del Imperio romano en todo su vigor. Es verdad que no publicó edicto nuevo contra nuestra Religión, según se lee en San Melitón y en Tertuliano; pero tenía mortal aversión a los cristianos, porque no los conocía, sino por los horrorosos retratos que le hacían así sus cortesanos idólatras, como los sacerdotes de los ídolos; y bastaba esta aversión para excitar contra ellos a los pueblos y a los magistrados.
De este mismo principio nacían aquellos tumultos populares en el circo, en los anfiteatros, en los juegos públicos, en los cuales, sin que precediece por parte de los fieles el más mínimo motivo, la muchedumbre levantaba el grito, pidiendo alborotadamente su muerte y la extirpación de su secta. A estos amotinamientos populares se atribuye la persecución de la Iglesia en el Imperio de Trajano. Esta persecución se señala en la crónica de Eusebio hacia el año 108 de Jesucristo, el onceavo de dicho emperador, y duró hasta la muerte de este príncipe, que sucedió el año 117, a los diez y nueve de su reinado.
No podía estar a cubierto de esta violenta tempestad el Santo Pontífice Evaristo, siendo tan sobresaliente la eficacia de su celo, y tan celebrada en toda la Iglesia la santidad de su vida. El desvelo con que atendía a las necesidades del rebaño hizo odioso a los enemigos del cristianismo al Santo Pastor, sin que en su avanzada edad entibiase su apostólico ardor, ni fuese motivo para moderar sus excursiones y sus gloriosas fatigas. Siendo tan visibles y tan notorias las bendiciones que derramaba Dios sobre su celo, de necesidad habían de meter mucho ruido, o a lo menos era imposible que del todo se ocultasen a los enemigos de la Religión.
Crecía palpablemente el número de los fieles, y regada la Viña del Señor con la sangre de los Mártires, se ostentaba más lozana, más florida y más fecunda. Conocieron los paganos que esta fecundidad era efecto de los sudores y del celo del Santo Pontífice, por lo que resolvieron deshacerse de él, persuadidos de que el medio más eficaz para que se dispersase el rebaño, era acabar con el pastor. Le echaron mano, y le metieron en la cárcel. Mostró tanto gozo de que le juzgaran digno de derramar su sangre y de dar su vida por amor a Jesucristo, que quedaron atónitos los magistrados, no acertando a comprender cómo cabía tanto valor y tanta constancia en un pobre viejo, agobiado con el peso de los años.
En fin, fue condenado a muerte como cabeza de los cristianos; y aunque se ignora el género de suplicio con que acabó la vida, es indudable que recibió la corona del martirio el día 26 de octubre del año del Señor de 107, honrándole desde entonces hasta el día de hoy como a mártir de la Universal Iglesia.
Fue San Evaristo griego de nacimiento, pero originario de Judea, como hijo de un judío llamado Judas, natural de Belén, que fijó su residencia en la Grecia, y educó a su hijo en la doctrina y pricipios de su religión. Nació por los años 60, con tan bellas disposiciones para la virtud y para las letras, que su padre dedicó el mayor cuidado a cultivarlas, dando al niño maestros hábiles que le instruyesen tanto en éstas como en aquella. Era Evaristo de excelente ingenio, de costumbres inocentes y puras; por lo que hizo grandes progresos en breve tiempo. No se sabe cuándo ni dónde tuvo la dicha de convertirse a la fe de Jesucristo, como ni tampoco con qué ocasión vino a Roma; sólo se sabe que era del clero de aquella Iglesia, madre y maestra de todas las demás, centro de la fe y de la religión.
Evaristo, con su celo y santidad, generalmente reconocida y celebrada en toda Roma, sostenía la virtud de todos los fieles; pues siendo todavía un mero presbítero, encendía el fervor y la devoción en los corazones de todos con sus instrucciones, con su caridad y con sus ejemplos. Era tan universal la estimación y veneración con que todos le miraban, que habiendo sido coronado con el martirio el Santo Pontífice Anacleto, sucesor de San Clemente, sólo vacó la silla apostólica el tiempo preciso para que se juntase el clero romano, que sin deliberar un sólo momento, a una voz colocó en ella a San Evaristo.
No hubo en toda la Iglesia quien desaprobase esta elección, sino el mismo Santo. Por su profunda humildad, por el bajo concepto que tenía formado de sí mismo, por la gran estimación que hacía de la ciencia, de la virtud y del mérito de todos los demás que componían el clero, dudó mucho que aquella elección fuese dirigida por el Espíritu Santo: resistióla, representó su indignidad; pero su misma resistencia acreditó más visiblemente lo mucho que la merecía.
A pesar de su humildad, le fue forzoso rendirse y ceder a la voluntad de Dios, manifestada por la voz del pueblo y por los unánimes votos de toda la clerecía. Fue consagrado el día 27 de julio del año 99 del Señor.
Luego que el nuevo Papa se vió colocado en la silla de San Pedro, aplicó todo su desvelo a remediar las necesidades de la Santa Iglesia en quel calamitoso tiempo, perseguida en todas partes por los gentiles, y cruelmente despedazada por los herejes. Los Simoniacos, o los Simonianos, los discípulos de Menandro, los Nicolaítas, los Gnósticos, los Cainianos, los discípulos de Saturnino y de Basílides, los de Carpócrates, los Valentinianos, los Helceseitas y algunos otros herejes, animados por el espíritu de las tinieblas, hacían todos sus esfuerzos y se valían de todos sus artificios para derramar en todas partes el veneno de sus errores, singularmente entre los fieles de Roma; persuadidos a que una vez inficionada la cabeza del mundo cristiano, luego se dilataría a todo el cuerpo la ponzoña del error, haciendo el mayor estrago. Pero como Jesucristo tiene empeñada su palabra de que las puertas del infierno jamás prevalecerían contra su Iglesia, para detener esta inundación de iniquidad, y para disipar esta multitud de enemigos, había dispuesto su amorosa providencia que ocupase San Evaristo la cátedra de la verdad.
Con efecto, el Santo Pontífice aplicó con tanto desvelo a cuidar del campo que el Señor le había confiado, que el hombre nunca pudo lograr sembrar en él la zizaña. Todos los fieles de Roma conservaron siempre la pureza de la fe; y aunque la mayor parte de los heresiarcas concurrió a aquella capital para pervertirla, el celo, las instrucciones y la solicitud pastoral del Santo Papa fueron preservativos tan eficaces, que el veneno del error jamás pudo ganar el corazón de un solo fiel.
Pero esta pastoral solicitud del vigilante Pontífice no se limitó precisamente a preservar a los fieles de doctrinas inficionadas; adelantóse también a perfeccionar la disciplina eclesiástica por medio de prudentísimas reglas y decretos, que fueron de grande utilidad a toda la Iglesia. Distribuyó los títulos de Roma entre ciertos presbíteros particulares para que cuidasen de ellos. No eran entonces estos títulos Iglesias públicas, sino como unos oratorios privados dentro de casas particulares donde se congregaban los cristianos para oír la Palabra de Dios, para asistir a la celebración de los divinos misterios, y para ser participantes de ellos.
Llamábanse títulos, porque sobre sus puertas se grababan unas cruces para distinguirlos de los lugares profanos; así como los sitios públicos se distinguían por las estatuas de los Emperadores, a las cuales se les daba el mismo nombre de títulos.
Los presbíteros nombrados para la dirección de aquellos oratorios eran propiamente los párrocos de Roma, que en tiempo de Optato eran en número de cuarenta. Ordenó también, que cuando predicase el obispo le asistiesen siete diáconos para honrar más la Palabra de Dios, y por respeto a la dignidad episcopal en el principal ministro de ella. Asimismo mandó, que conforme a la tradición apostólica se celebrasen públicamente los matrimonios, y que los desposados recibiesen en público la bendición de la Iglesia.
Atribúyense a San Evaristo dos epístolas, una a los fieles de África, y otra a los de Egipto. Esta es sobre la reforma de las costumbres; y en aquella se condena que un obispo pase de un obispado a otro puramente por ambición o por interés, declarándose que no son lícitas semejantes traslaciones sin una evidente necesidad, y sin que se haga canónicamente la misma traslación. Ocupado total y únicamente San Evaristo en dar todo el lleno a las obligaciones de buen pastor, no descargaba enteramente el cuidado de repartir el pan de la Divina Palabra en los santos presbíteros que había nombrado para cada parroquia; él mismo le distribuía cotidianamente a su pueblo, y aún muchas veces al día.
Extendíase su infatigable celo a los niños y hasta los esclavos, debiéndose a esta menuda solicitud, a ésta caridad universal, eficaz y laboriosa la conservación de todo su rebaño en la pureza de la fe, a pesar de los artificios y de los lazos que armaban tantos heresiarcas.
Aunque el emperador Trajano fue en realidad uno de los mejores príncipes que conoció el gentilismo, tanto por su dulzura como por su moderación, no por eso fueron mejor tratados en su tiempo los que profesaban la religión cristiana. Antes bien no cedió ni en tormentos ni crueldades a las demás persecuciones la que padeció la Iglesia en tiempo de este emperador. Hacía gloria Trajano, de ser más religioso que los otros príncipes, y de mantener las leyes del Imperio romano en todo su vigor. Es verdad que no publicó edicto nuevo contra nuestra Religión, según se lee en San Melitón y en Tertuliano; pero tenía mortal aversión a los cristianos, porque no los conocía, sino por los horrorosos retratos que le hacían así sus cortesanos idólatras, como los sacerdotes de los ídolos; y bastaba esta aversión para excitar contra ellos a los pueblos y a los magistrados.
De este mismo principio nacían aquellos tumultos populares en el circo, en los anfiteatros, en los juegos públicos, en los cuales, sin que precediece por parte de los fieles el más mínimo motivo, la muchedumbre levantaba el grito, pidiendo alborotadamente su muerte y la extirpación de su secta. A estos amotinamientos populares se atribuye la persecución de la Iglesia en el Imperio de Trajano. Esta persecución se señala en la crónica de Eusebio hacia el año 108 de Jesucristo, el onceavo de dicho emperador, y duró hasta la muerte de este príncipe, que sucedió el año 117, a los diez y nueve de su reinado.
No podía estar a cubierto de esta violenta tempestad el Santo Pontífice Evaristo, siendo tan sobresaliente la eficacia de su celo, y tan celebrada en toda la Iglesia la santidad de su vida. El desvelo con que atendía a las necesidades del rebaño hizo odioso a los enemigos del cristianismo al Santo Pastor, sin que en su avanzada edad entibiase su apostólico ardor, ni fuese motivo para moderar sus excursiones y sus gloriosas fatigas. Siendo tan visibles y tan notorias las bendiciones que derramaba Dios sobre su celo, de necesidad habían de meter mucho ruido, o a lo menos era imposible que del todo se ocultasen a los enemigos de la Religión.
Crecía palpablemente el número de los fieles, y regada la Viña del Señor con la sangre de los Mártires, se ostentaba más lozana, más florida y más fecunda. Conocieron los paganos que esta fecundidad era efecto de los sudores y del celo del Santo Pontífice, por lo que resolvieron deshacerse de él, persuadidos de que el medio más eficaz para que se dispersase el rebaño, era acabar con el pastor. Le echaron mano, y le metieron en la cárcel. Mostró tanto gozo de que le juzgaran digno de derramar su sangre y de dar su vida por amor a Jesucristo, que quedaron atónitos los magistrados, no acertando a comprender cómo cabía tanto valor y tanta constancia en un pobre viejo, agobiado con el peso de los años.
En fin, fue condenado a muerte como cabeza de los cristianos; y aunque se ignora el género de suplicio con que acabó la vida, es indudable que recibió la corona del martirio el día 26 de octubre del año del Señor de 107, honrándole desde entonces hasta el día de hoy como a mártir de la Universal Iglesia.
martes, 25 de octubre de 2011
Lecturas
Hermanos:
Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto.
Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.
Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que ve?
Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia.
En aquel tiempo, decía Jesús:
- ¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé?
Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas. »
Y añadió:
-¿A qué compararé el reino de Dios?
Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.»
Palabra del Señor.
San Rubén Jesús López Aguilar
Nació en el año 1908 en Concepción, Colombia. En 1930, ingresó a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios y se distinguió por su espíritu de oración, obediencia y amor por los enfermos, a quienes servía con generosidad. En 1933, durante el conflicto armado entre Colombia y Perú, trabajó como voluntario, en el Hospital de su Orden en Pasto que fue convertido en zona militar para asistir a los soldados heridos.
Luego viajó a España y en 1936 formó parte de la Comunidad de Ciempozuelos junto a otros seis hermanos colombianos. La inseguridad reinante en el país llevó a sus superiores a decidir el retorno del grupo a Colombia. Desde España envió una carta a sus hermanos de la Comunidad de Pasto en la que les comentaba la preocupante situación en ese país, les pedía oraciones "para que el Señor le concediera la gracia de morir mártir". Murió en Barcelona el 9 de agosto de 1936, tenía 28 años de edad. La Iglesia reconoce su muerte y lo venera como mártir. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991.
Beato Arturo Ayala Niño Nació en Paipa, Colombia, en el año 1909. Desde pequeño recibió una educación cristiana. Ingresa a la Orden Hospitalaria en 1928. En 1930 viajó a España por encargo de la Orden y formó parte de las Comunidades de Ciempozuelos y Málaga, donde se distinguió por su dedicación y responsabilidad en la enfermería, por su caridad con los enfermos y su piedad.
En 1934 inició sus estudios para ser sacerdote, que se interrumpieron por la crítica situación que atravesaba España. Las circunstancias político-militares, obligaron a sus superiores a decidir su regreso a Colombia. Arturo, junto a seis hermanos hospitalarios colombianos partieron rumbo a Barcelona el 7 de agosto de 1936. Dos días después, fue asesinado. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991.
Beato Juan Bautista Velasquez Peláez Nació en Antioquía, Colombia, el 9 de julio de 1909. Fue bautizado con el nombre de Juan José y desde pequeño recibió una esmerada educación cristiana. Estudió educación y ejerció su profesión hasta que descubrió su vocación a la vida religiosa e ingresó a la Orden Hospitalaria el 29 de febrero de 1932, en ese momento cambió su nombre por Fray Juan Bautista. Juan se caracterizó por su carácter alegre y jovial, piadoso y por su especial vocación al servicio de los enfermos.
En abril de 1934 fue destinado a España y formó parte de las Comunidades de Córdoba, Granada y Ciempozuelos donde se encontraba en 1936 al iniciarse la revuelta político militar de España. Al viajar de Madrid a Barcelona, con la intención de retornar a su país, fue asesinado el 9 de agosto de 1936 de madrugada, por el solo hecho de ser religioso. Tenía veintisiete años. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991.
Beato Eugenio Ramírez Salazar Nació en La Ceja, Colombia, el 2 de septiembre de 1913. Fue bautizado con el nombre de Alfonso Antonio. Al ingresar a la Orden Hospitalaria el 6 de junio de 1932 cambió su nombre por el de Fray Eugenio. En abril de 1935, después de emitir sus votos, fue trasladado a España, "porque en España debe ser fácil santificarse, cuando hay tantos y tan grandes santos", según afirmó.
De carácter sencillo y dócil, se entregó a la oración y a la penitencia y siguió generosamente la vida religiosa de la hospitalidad al servicio de los enfermos. Como sus compañeros, murió mártir por su fe y vocación el 9 de agosto de 1936, en Barcelona, cuando intentaba retornar a su país, Colombia. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991.
Beato Esteban Maya Gutiérrez Nació el 19 de marzo de 1907, en el seno de una familia muy cristiana. Fue bautizado con el nombre de Gabriel, que cambió al ingresar a la Orden Hospitalaria. A los veinticinco años descubrió su vocación a la vida sacerdotal e ingresó a la Orden de San Juan de Dios el 15 de junio de 1932, y cambió su nombre de pila por el de Fray Esteban. Esteban era un hombre piadoso, humilde, responsable y caritativo con los enfermos. Según sus hermanos poseía una buena preparación científica, que se unía a un gran espíritu de obediencia.
Un tiempo después fue enviado a España, donde continuó su labor misionera. Ante la situación político-militar española, sus superiores lo envían de regreso a Colombia. Cuando se dirigía a Barcelona fue interceptado y encarcelado. El 9 de agosto de 1936 fue asesinado. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991. Beato Melquiades Ramírez Zuloaga Nació en Sonsón, Colombia, el 13 de febrero de 1909 y fue bautizado con el nombre de Ramón.
A los veinticuatro años ingresó en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios y cuando tomó el hábito religioso se le cambio el nombre por el de Fray Melquiades. En abril de 1935 viajó a España para terminar su formación técnica hospitalaria y religiosa, residió en la Comunidad de Ciempozuelos donde se distinguió por su sencillez de espíritu, paciencia y entrega generosa a los enfermos.
En unión con los otros seis hermanos mientras viajaban a Barcelona para embarcarse rumbo a Colombia fue asesinado el 9 de agosto de 1936. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991. Beato Gaspar Paez Perdomo Nació en Huila, Colombia, el 15 de junio de 1913. Fue bautizado de urgencia ante el peligro de morir y recibió el nombre de Luis Modesto.
Muy joven aún, a los veinte años, descubrió su vocación a la vida religiosa e ingresó a la Orden Hospitalaria. Ahí recibió el nombre de Fray Gaspar. Luego de emitir sus votos solemnes se trasladó a España para completar su formación religiosa y hospitalaria. Entre sus hermanos se distinguió por su candor, sencillez y caridad fraterna, mantuvo una gran devoción a la Santísima Virgen María y se entregó por completo a los enfermos.
Cuando llevaba un año en España y ante la persecución religiosa, por orden de sus superiores inició el viaje de regreso a su país. En el trayecto a Barcelona fue apresado y el 9 de agosto de 1936 murió asesinado.
Luego viajó a España y en 1936 formó parte de la Comunidad de Ciempozuelos junto a otros seis hermanos colombianos. La inseguridad reinante en el país llevó a sus superiores a decidir el retorno del grupo a Colombia. Desde España envió una carta a sus hermanos de la Comunidad de Pasto en la que les comentaba la preocupante situación en ese país, les pedía oraciones "para que el Señor le concediera la gracia de morir mártir". Murió en Barcelona el 9 de agosto de 1936, tenía 28 años de edad. La Iglesia reconoce su muerte y lo venera como mártir. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991.
Beato Arturo Ayala Niño Nació en Paipa, Colombia, en el año 1909. Desde pequeño recibió una educación cristiana. Ingresa a la Orden Hospitalaria en 1928. En 1930 viajó a España por encargo de la Orden y formó parte de las Comunidades de Ciempozuelos y Málaga, donde se distinguió por su dedicación y responsabilidad en la enfermería, por su caridad con los enfermos y su piedad.
En 1934 inició sus estudios para ser sacerdote, que se interrumpieron por la crítica situación que atravesaba España. Las circunstancias político-militares, obligaron a sus superiores a decidir su regreso a Colombia. Arturo, junto a seis hermanos hospitalarios colombianos partieron rumbo a Barcelona el 7 de agosto de 1936. Dos días después, fue asesinado. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991.
Beato Juan Bautista Velasquez Peláez Nació en Antioquía, Colombia, el 9 de julio de 1909. Fue bautizado con el nombre de Juan José y desde pequeño recibió una esmerada educación cristiana. Estudió educación y ejerció su profesión hasta que descubrió su vocación a la vida religiosa e ingresó a la Orden Hospitalaria el 29 de febrero de 1932, en ese momento cambió su nombre por Fray Juan Bautista. Juan se caracterizó por su carácter alegre y jovial, piadoso y por su especial vocación al servicio de los enfermos.
En abril de 1934 fue destinado a España y formó parte de las Comunidades de Córdoba, Granada y Ciempozuelos donde se encontraba en 1936 al iniciarse la revuelta político militar de España. Al viajar de Madrid a Barcelona, con la intención de retornar a su país, fue asesinado el 9 de agosto de 1936 de madrugada, por el solo hecho de ser religioso. Tenía veintisiete años. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991.
Beato Eugenio Ramírez Salazar Nació en La Ceja, Colombia, el 2 de septiembre de 1913. Fue bautizado con el nombre de Alfonso Antonio. Al ingresar a la Orden Hospitalaria el 6 de junio de 1932 cambió su nombre por el de Fray Eugenio. En abril de 1935, después de emitir sus votos, fue trasladado a España, "porque en España debe ser fácil santificarse, cuando hay tantos y tan grandes santos", según afirmó.
De carácter sencillo y dócil, se entregó a la oración y a la penitencia y siguió generosamente la vida religiosa de la hospitalidad al servicio de los enfermos. Como sus compañeros, murió mártir por su fe y vocación el 9 de agosto de 1936, en Barcelona, cuando intentaba retornar a su país, Colombia. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991.
Beato Esteban Maya Gutiérrez Nació el 19 de marzo de 1907, en el seno de una familia muy cristiana. Fue bautizado con el nombre de Gabriel, que cambió al ingresar a la Orden Hospitalaria. A los veinticinco años descubrió su vocación a la vida sacerdotal e ingresó a la Orden de San Juan de Dios el 15 de junio de 1932, y cambió su nombre de pila por el de Fray Esteban. Esteban era un hombre piadoso, humilde, responsable y caritativo con los enfermos. Según sus hermanos poseía una buena preparación científica, que se unía a un gran espíritu de obediencia.
Un tiempo después fue enviado a España, donde continuó su labor misionera. Ante la situación político-militar española, sus superiores lo envían de regreso a Colombia. Cuando se dirigía a Barcelona fue interceptado y encarcelado. El 9 de agosto de 1936 fue asesinado. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991. Beato Melquiades Ramírez Zuloaga Nació en Sonsón, Colombia, el 13 de febrero de 1909 y fue bautizado con el nombre de Ramón.
A los veinticuatro años ingresó en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios y cuando tomó el hábito religioso se le cambio el nombre por el de Fray Melquiades. En abril de 1935 viajó a España para terminar su formación técnica hospitalaria y religiosa, residió en la Comunidad de Ciempozuelos donde se distinguió por su sencillez de espíritu, paciencia y entrega generosa a los enfermos.
En unión con los otros seis hermanos mientras viajaban a Barcelona para embarcarse rumbo a Colombia fue asesinado el 9 de agosto de 1936. Fue beatificado el 14 de mayo de 1991. Beato Gaspar Paez Perdomo Nació en Huila, Colombia, el 15 de junio de 1913. Fue bautizado de urgencia ante el peligro de morir y recibió el nombre de Luis Modesto.
Muy joven aún, a los veinte años, descubrió su vocación a la vida religiosa e ingresó a la Orden Hospitalaria. Ahí recibió el nombre de Fray Gaspar. Luego de emitir sus votos solemnes se trasladó a España para completar su formación religiosa y hospitalaria. Entre sus hermanos se distinguió por su candor, sencillez y caridad fraterna, mantuvo una gran devoción a la Santísima Virgen María y se entregó por completo a los enfermos.
Cuando llevaba un año en España y ante la persecución religiosa, por orden de sus superiores inició el viaje de regreso a su país. En el trayecto a Barcelona fue apresado y el 9 de agosto de 1936 murió asesinado.